Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 28 de mayo de 2012

Novia del sol

¡Machaho!

Había una vez un rey que tenía sólo un hijo. El joven príncipe era gran aficionado a la caza y a hacer largas cabalgadas por el bosque. Cada vez que salía, los habitantes debían apartarse, porque su fogoso caballo cruzaba las calles de la ciudad como una tromba, sin respetar personas a su paso ni temer obs­táculos.
Un día en que obligaba a su caballo a ir a todo lo que daba de sí, impaciente por llegar al bosque, se topó con una anciana que no se ha­bía retirado a tiempo del camino y estuvo a punto de atropellarla.
-Quítate de mi camino, vieja bruja -dijo él fustigando a su caballo.
La mujer se incorporó y le gritó desde lejos:
-Faltó poco para que me atropellaras por­que eres el hijo del rey. ¿Qué pasaría si hubie­ses desposado a Novia del Sol?
El príncipe hizo en seguida dar media vuelta a su caballo, volvió al palacio y, pretextando que estaba enfermo, se metió en cama. Llama­ron a su cabecera a los médicos más renombra­dos del reino. Lo auscultaron larga-mente y no pudieron encontrar la causa ni el remedio de su dolencia. Como el príncipe continuaba lan­guideciendo, le propusieron llamar a especia­listas extranjeros.
-¡Es inútil! -dijo el príncipe-. Ellos no son más hábiles que vosotros.
-Nosotros hemos agotado todos los recur­sos de la ciencia.
-Es que la ciencia no puede hacer nada... ¡No! Sólo un ser en el mundo puede curarme.
-¿Quién? -preguntó su madre.
-La bruja de la ciudad.
El rey hizo traer a la anciana inmediatamen­te. En cuanto ella estuvo frente al príncipe, el joven reconoció que no tenía nada, pero le ordenó que le dijese en qué lugar del mundo vivía Novia del Sol, pues no hallaría reposo mientras no llegase hasta ella.
-Novia del Sol -dijo la bruja- es ahora la mujer del rey de los Negros.
-No importa -dijo el príncipe-, iré allí. 
-Su marido la vigila celosamente.
-¿Dónde?
-En la comarca de Hautmont.
-¿Y dónde se encuentra Hautmont?
-Por allá -dijo la bruja extendiendo el brazo hacia un punto del horizonte.
-¿A qué distancia?
-Con tu caballo y tus camellos te hará falta un mes.
El príncipe en seguida se declaró curado. Le pidió a su padre, el rey, autorización para ini­ciar un largo viaje, cargó en varios camellos talegos llenos de monedas de oro y de plata y, montado en su caballo, marchó en la dirección que la anciana le había indicado.
Al cabo de unos días, dejó el reino de su padre y entró en una región que no conocía. No había andado mucho cuando, del otro lado del camino, vio venir a un hombre encadenado que unos caballeros obligaban a caminar:
-¿Adónde lleváis a ese hombre? -pre­guntó.
-Al suplicio -dijo el jefe de los guardias.
-¿Por qué crimen?
-Ya ha matado y robado varias veces, pero, como siempre prometía no volver a ha­cerlo, la justicia del rey acababa perdonándo­lo. Ha reincidido hace poco y esta vez el juez lo ha condenado a muerte.
El hijo del rey pensó que un hombre tan em­pecinado podría serle muy útil en la peligrosa búsqueda que había emprendido y que, proba­blemente, apenas comenzaba.
-Si vosotros lo soltáis -dijo-, os pagaré su peso en oro.
El jefe de los guardas estaba muy sorpren­dido de que quisiesen pagar el peso en oro de un salteador de caminos. Pero no podía dejarlo ir sin antes decírselo al rey. Envió a uno de sus hombres, que pronto volvió y dijo:
-El rey consiente en soltar al prisionero, pero por su peso en oro multiplicado por cuatro.
El príncipe, habiendo aceptado esta condi­ción, entregó la suma solicitada y el prisionero se reunió con la caravana.
-¿Cómo te llamas? -le preguntó.
-Alí Demmo; todo el mundo en la región conoce mi nombre.
Primero hizo que contase su historia, que fue larga. Luego el hombre se volvió al prín­cipe:
-Cuando me encontrasteis, no estaba sólo en la recta final de mis aven-turas, sino también de mi vida. Pero vos me habéis salvado. Así que ahora estoy a vuestro servicio. Todo lo que queráis exigir de mí, os lo conseguiré.
-¿Aunque fuese a Novia del Sol?
-¡Aunque fuese ella!
-Es a ella a quien busco.
-Pues bien, la buscaré con vos.
La caravana reinició la marcha. Delante iba el príncipe sobre su caballo. Detrás de él, Alí Demmo guiaba a los camellos cargados de oro y de plata. Pronto entraron en el país de los Negros, marcharon durante varios días por el desierto y una noche, finalmente, vieron perfi­larse a lo lejos una alta montaña que dominaba toda la llanura circundante. Los viandan­tes que encontraron les dijeron que era Hautmont, que allí residía el rey del país de los Negros, rey que, no obstante, era blan­co. Por lo demás, el rey salía poco de su pala­cio, porque la belleza de su esposa, Novia del Sol, suscitaba gran codicia y él se sentía muy celoso por ello: un cuerpo de guardianes vigilaba día y noche en todas las puertas del palacio.
Por la noche, antes de dormir, el rey y la reina ataban sus pies a la misma anilla de plata, ceñían un mismo cinturón de brocado a sus cinturas, y anudaban el mismo pañuelo de seda a sus cuellos, de modo que, si alguien viniese a llevarse a su esposa mientras dormían, el rey también se despertaría.
En la noche de su llegada, mientras el prínci­pe cansado dormía en la casa que habían alqui­lado, Alí Demmo salió sigiloso para no desper­tarlo. Recorrió la ciudad, llegó frente al pala­cio y averiguó cuál era la habitación donde el rey y la reina solían pasar la noche.
Hizo lo mismo al día siguiente pero, provisto esta vez de una escala de seda, subió hasta la habitación que le habían indicado y miró por la ventana: vio el pie del rey y el de la reina suje­tos por la misma anilla, sus cinturas ceñidas con el mismo cinturón, sus cuellos rodeados por el mismo pañuelo.
En la tercera noche, Alí Demmo llevó consi­go la escala de seda, un puñal, y subió hasta el dormitorio, donde se introdujo sin hacer rui­do. Deshizo el nudo de la anilla de plata, cortó el cinturón de brocado y estaba a punto de qui­tar también el pañuelo de seda cuando... el rey se despertó. Alí Demmo le clavó en seguida el puñal en el pecho y acabó de desatar el pa­ñuelo.
La reina, asustada, quiso gritar. Alí Demmo le tapó la boca con la mano.
-No gritéis -le dijo-, y nada temáis. He venido a salvaros. Decidme sola-mente cómo podremos salir, vos y yo, de este palacio.
Novia del Sol miró a Alí Demmo. No pare­cía haber en él mala voluntad, a pesar del pu­ñal, y de todas maneras valía la pena correr el riesgo, porque la tiranía del rey se hacía cada vez más pesada.
-Toma -dijo ella-, ésta es la ropa del rey: póntela y salvémonos. Cuando lleguemos a las puertas, seré yo quien hable a los guar­dias. Procura situarte en la sombra y te toma­rán por mi marido.
Alí Demmo se vistió con la ropa del rey y salió con la reina. Al llegar a las puertas, Novia del Sol dijo a los jefes de los guardias:
-¡Abrid las puertas! El rey desea ir a tomar el fresco al campo.
Los guardias les abrieron las puertas. Salie­ron. Cuando entraron en la casa, encontraron al príncipe aún dormido. Alí Demo lo des­pertó.
-¡Ésta es la mujer por la que hemos mar­chado treinta días y treinta noches a través del desierto!
El hijo del rey miró a la princesa y se quedó deslumbrado.
Luego Alí Demmo se volvió hacia Novia del Sol:
-Éste es el príncipe por quien yo os he li­brado del rey de Hautmont.
-Muchas gracias -le dijo ella al príncipe-, me habéis librado de una odiosa tiranía.
El príncipe iba a responder.
-Hablaréis en otro momento -interrum­pió Alí Demmo-, porque conviene que salga­mos de este país antes de que descubran la muerte del rey.
-Vayámonos inmediatamente -dijo el príncipe.
-Pero antes -dijo Alí-, hay que encon­trar un baúl.
-¿Para qué?
-Para encerrar a la príncesa, porque todo el mundo la conoce y muy pronto nos descubri­rían.
El dueño de la casa les vendió un baúl, don­de se escondió Novia del Sol. Alí Demmo se vistió con ropa de viaje y se pusieron en cami­no sin demora.
Retomaron el camino que habían hecho de ida, marcharon mucho tiempo y llegaron a un río, junto al cual se detuvieron:
-Aquí acaba el país de los Negros -dijo Alí Demmo-. Del otro lado del río comienza el reino del Genio Raptor de Novias. Durante todo el tiempo que estemos allí, Novia del Sol deberá permanecer encerrada en el baúl. Bajo ningún pretexto habrá que levantar la tapa, porque basta con abrir sólo un poco...
Al día siguiente tuvieron que atravesar un desierto sin agua. Cuando se agotaron sus pro­visiones, una intensa sed se apoderó de ellos. Hicieron un alto de nuevo por la noche y Alí Demmo le dijo al príncipe:
-Saldré a buscar una fuente de agua a los alrededores. Mientras tanto, montad guar­dia pero atención: en ningún caso abráis el baúl.
Alí Demmo se fue, el príncipe se acordó de la belleza de Novia del Sol, que apenas había entrevisto, y un violento deseo de volver a ver­la se apoderó de él.
-Es de noche -se dijo-, y estamos en ple­no desierto: nadie la verá.
Se acercó al baúl, manipuló la cerradura, le­vantó la tapa y... apenas le dio tiempo a entre­ver el rostro de la princesa cuando el Genio Raptor de Novias cayó sobre ella y se la llevó. El príncipe, en cuando se dio cuenta de lo ocu­rrido, se lanzó con su sable tras él. Buscó un buen rato por todos lados, pero no encontró nada y volvió desesperado al lugar donde acampaban.
Cuando Alí Demmo, al volver, lo vio lloran­do, cerca del baúl abierto y vacío... comprendió.
-Os lo había advertido -le dijo.
-Sólo levanté la tapa.
-Ya no sirve de nada discutir. Lo que hace falta ahora es recuperar a la princesa, doquiera que esté, bajo tierra, en el cielo o hasta en el interior de una caña, en una prisión más segura que aquella de donde la hemos sacado.
Volvieron a caminar por el desierto y una noche llegaron a orillas de un lago, cerca del cual un pastor apacentaba unos corderos.
Alí Demmo se dirigió a él.
-Véndenos uno de tus corderos y leche de tus ovejas: hace tiempo que no comemos carne ni tomamos leche.
-Podéis beber cuanta leche os plazca -dijo el pastor-, pero mi amo lleva la cuenta de los corderos.
-¿Quién es tu amo? -preguntó Demmo.
-El Genio Raptor de Novias
El príncipe y Alí Demmo se quedaron estu­pefactos. Pero el azar estaba a su favor y se dieron prisa en acercarse.
-¿Cuántas mujeres tiene tu amo?
-Un montón. La última la trajo hace muy pocos días.
Alí y el príncipe se miraron: estaban seguros de que era Novia del Sol.
-¿Cómo es ella? -preguntó el príncipe.
-Si la vieseis de día, soñaríais con ella por la noche, porque es la más hermosa de las mu­jeres... Es la más hermosa, pero no la más feliz.
-¿Por qué?
-No para de llorar desde que llegó y, por la noche, se oyen los gritos del rey, porque se pa­san el tiempo discutiendo.
Alí miró a su alrededor: la llanura estaba de­sierta y el lago se extendía azul hasta el hori­zonte.
-Pero... ¿dónde vive tu amo? -preguntó.
-En la otra margen del lago.
-¿Cómo se llega hasta allí?
-¿Ves allá abajo aquel cordero negro?
-Sí.
-En cuanto llega la noche, yo monto en él y él cruza el lago y me conduce hasta la casa de mi amo. Los otros corderos lo siguen detrás.
-Escucha -dijo Alí-: tú me darás tu ropa y tu cordero. Yo montaré en él para atra­vesar el lago y llegar junto a tu amo. Duran­te ese tiempo, te quedarás con mi amigo y lo cuidarás. Él te recompensará en cuanto yo vuelva.
El pastor al principio tuvo miedo: no sa­bía por qué Alí Demmo quería llegar hasta su amo.
-La última mujer que tu amo ha traído es la novia de mi amigo: tenemos que liberarla.
-En ese caso -dijo el pastor-, te diré lo que debes hacer. En cuanto el rebaño haya vuelto, una de las mujeres del Genio irá a ordeñarlo. Hoy justamente le toca a la recién llegada. Así que cuando todo el rebaño esté en el corral, tú gritarás: ¿a quién le toca ordeñar hoy? Y saldrá ella.
Alí se disfrazó por segunda vez. Se puso la ropa del pastor, a quien le dio la suya, montó en el cordero negro y comenzó a surcar las olas del lago. Los demás corderos se echaron al agua tras él, y pronto el rebaño entero estuvo en la otra margen, en el corral del Genio Raptor.
Alí llamó en voz alta:
-Las ovejas han vuelto. ¿A quién le toca ordeñar hoy?
Desde una de las habitaciones del palacio, una mujer dijo:
-¡Ya bajo!
Alí reconoció la voz de Novia del Sol.
Él debía llevarle las ovejas una a una y soste­nerlas mientras ella las ordeñaba. Pero, en lu­gar de colocar las ubres de la primera a la altu­ra de las manos de la joven, puso su cabeza. Ella exclamó indignada:
-¿Desde cuándo se ordeña a las ovejas por delante pastor de los nuevos tiempos? ¿Se tra­ta acaso de una nueva moda?
-Desde que las mujeres a las que se salva abandonan a su salva-dor para seguir al prime­ro que llega.
Novia del Sol reconoció la voz de Demmo:
-¿Cómo? ¿Eres tú? -dijo.
-¿Y quién quieres que sea? Te has querido escapar de mi amo, después de que él te liberó de la tiranía del rey de Hautmont, pero le he prometido que te llevaré ante él dondequiera que estés.
-No soy yo quien quiso abandonar a tu amigo; fue él quien abrió el baúl.
-¡Bien! Ahora te corresponde a ti encon­trar un medio de sacarte de este lugar.
-Esta noche -dijo-, vete a dormir, por­que pronto llegará el Genio y no debe encon­trarte aquí. Mañana vuelve a verme en cuanto él se haya ido.
Alí Demmo se fue a dormir y el Genio Rap­tor no tardó en volver.
-Hoy vas a dormir conmigo -le dijo a la Novia del Sol.
-¡No! -dijo ella.
-¿Y por qué?
-¿Cómo voy a dormir contigo si antes no sé dónde está tu aliento vital y si tú no sabes dón­de se encuentra el mío? Cuando cada uno sepa dónde está el aliento del otro, podremos unir­los y dormir juntos.
-Mi aliento vital está en mí.
-No es posible -dijo ella-. Tienes dema­siadas mujeres. Tu aliento está con la que quieres más de todas ellas.
Genio Raptor desconfiaba pero, por otra parte, deseaba mucho a Novia del Sol y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella.
-Es a ti a quien quiero más entre todas mis mujeres.
-Si soy yo, dime dónde se encuentra tu aliento vital.
-Pues bien, ya que así lo deseas, te lo diré. ¿Ves ese lago? En el centro hay una roca, den­tro de la roca una paloma, en la paloma un huevo y en el huevo un cabello muy fino. En ese cabello está suspendido el aliento de mi vida.
Al día siguiente, en cuanto el Genio hubo salido, Alí Demmo fue al encuentro de Novia del Sol.
-¿Has encontrado algún medio? -le pre­guntó.
-Mira -dijo-: el aliento vital del Genio Raptor está en un cabello muy fino, el cabello en un huevo, el huevo en un paloma, la palo­ma en una roca y la roca en medio del lago. Si puedes llegar hasta el cabello...
-Muy bien -dijo-: a mí me toca actuar ahora.
Sacó el rebaño, montó en el cordero negro y entró en el lago, en dirección a la roca que se elevaba en medio de las aguas. Bajó, se dispu­so a buscar la paloma y pronto la vio revolo­tear frente a él de árbol en árbol. Se dedicó a seguirla por todas partes. Por la noche el ave se recogió en un hueco de la roca para dormir. Alí Demmo se acercó despacio, se apoderó de la paloma, la mató, le extrajo un huevo, lo en­volvió cuidadosamente en unas hojas y se lo llevó consigo.
Novia del Sol estaba rebosante de alegría pues, aun sin haber visto a Alí Demmo, seguía cada una de sus acciones a través del Genio Raptor: cuando el cordero llegó a la roca, el monstruo cayó enfermo de golpe; cuando Alí cogió la paloma, lo abatió una fiebre intensa y tuvo que acostarse; cuando murió el ave, Ge­nio Raptor, sintiéndose desfallecer, se desplo­mó en su lecho: era incapaz de hacer un gesto o siquiera de abrir los ojos; un débil aliento hacía subir y bajar todavía su pecho, pero esta­ba claro que su vida pendía de un hilo muy débil.
Por la mañana, Novia del Sol, que desde el alba acechaba la línea azul del lago, vio surgir allí a Alí Demmo montado en el cordero ne­gro; el rebaño lo seguía a distancia.
Alí llegó muy pronto. Encontró al Genio Raptor moribundo, tendido en su cama como si fuese ya un cadáver. Le mostró el huevo de lejos:
-Estás moribundo -le dijo-, pero tienes to­davía buenos ojos para ver lo que tengo en la mano.
Genio Raptor retomó un poco de energía para lamentarse ruidosamente:
-¡Piedad! No lo rompas. No me mates y llé­vate a la mujer que más te guste o si no... llé­valas a todas, llévate todo lo que quieras. Pero no casques el huevo.
-¿Para que sigas raptando a las jóvenes no­vias? -dijo Alí y dejó caer el huevo.
El Genio Raptor cerró de inmediato los ojos. Comenzó a jadear. Alí Demmo sacó del huevo un cabello tan fino que se distinguía apenas. Lo cortó. El Genio Raptor lanzó un grito espantoso, intentó incorporarse y... cayó muerto en su lecho.
Alí Demmo montó junto con Novia del Sol en el cordero negro y huyeron hacia el lago. Cuando llegaron, el príncipe estuvo a punto de llorar de alegría.
-Ya no os esperaba -dijo.
-Recordad mis palabras -dijo Alí-: ¡sean cuales fueren los obstáculos!
El príncipe se precipitó sobre el baúl para abrirlo y encerrar a Novia del Sol:
-Ya no hace falta -dijo Alí-, porque el Genio Raptor ha muerto.
Sólo les quedaban por cubrir todavía algu­nas jornadas de desierto. El príncipe, rebosan­te de alegría de tener de nuevo a Novia del Sol, sólo pensaba en la fiesta que darían cuando lle­gasen. Pero Alí Demmo estaba vigilante. Por la noche, mientras el príncipe y la princesa dormían, él se quedaba con los ojos abiertos hasta muy tarde, acechando el menor ruido.
Una tarde en que habían acampado al pie de un árbol, oyó que salían unas voces de las ra­mas altas por encima de su cabeza: eran los pájaros que hablaban entre sí.
-Qué desdichado es el hombre que monta guardia al pie de este árbol -dijo uno-. No sabe que esta noche vendrá una serpiente, lo soplará en su rostro y lo convertirá en piedra.
-Lo peor es que, para hacerlo resucitar -dijo el otro pájaro-, su amigo tendrá que matar a su hijo y deberá frotar la estatua de piedra con la sangre que él mismo habrá hecho correr.
Alí Demmo estaba espantado y no sabía qué hacer: ¿despertar al príncipe y a la princesa y contarles todo? ¿Y para qué si, de todas mane­ras, ellos no podrían hacer nada por él? ¿De­jarlos dormir? ¡Cuál sería su angustia cuando, al despertar, no lo encontrasen!
Alí decidió despertar sólo al príncipe. Éste empuñó su sable en seguida.
-¿Qué hay? ¿Qué pasa?
-Por el momento, nada -dijo Demmo.
-¿Cómo por el momento? ¿Por qué me has despertado?
Alí Demmo le contó la escena que acababa de observar y le repitió las extrañas palabras que había oído.
-Pues bien -dijo el príncipe-: montare­mos guardia los dos hasta la mañana y, si viene la serpiente, la mataremos.
Se pusieron a mirar hacia todos lados por­que no sabían de dónde podía salir la serpien­te. Se quedaron así un buen rato, escrutando todos los puntos, atentos a todos los ruidos, hasta que al fin, molidos de cansancio, los ganó el sueño. En seguida se acercó la serpien­te, se deslizó suavemente hacia ellos, sopló en el rostro y los miembros de Alí Demmo... y Alí Demmo se convirtió en piedra.
Cuando el príncipe despertó, era demasiado tarde. Comenzó a desesperarse porque sabía el precio que tendría que pagar por el retorno de su compañero a la vida. Poco después también despertó Novia del Sol y, no viendo a Alí Demmo, preguntó dónde estaba.
-Nos ha abandonado -dijo simplemente el príncipe.
-¿Y por qué? No había que dejarlo irse. Era tu fiel compañero; habríamos pasado toda la vida juntos. Tal vez aún haya tiempo de re­cuperarlo. ¿Qué dirección tomó?
El príncipe se vio obligado a revelarle la ver­dad a Novia del Sol.
-No creía que el sueño nos ganaría a los dos. Cuando me desperté, Alí Demmo ya no estaba. En su lugar había esta estatua de piedra.
Novia del Sol miró la imagen y reconoció los rasgos de Alí. Retrocedió horrorizada.
-Hay que consultar a un brujo para que re­sucite... No está muerto...
-Los pájaros también hablaron de un me­dio para que Demmo vuelva a la vida.
-¿Cuál? -gritó Novia del Sol-. Hay que ponerlo en práctica en seguida.
El príncipe recurrió a toda clase de rodeos para revelar el medio indicado por los pájaros. Novia del Sol cayó desvanecida y luego dijo gritando:
-¡Nunca! Nunca podría sacrificar a mi hijo.
Sé que tú quieres a Alí como a ti mismo, pero yo no podría.
Siguieron tristemente su viaje de retorno y pronto llegaron a la comarca del príncipe. La alegría del rey y de la reina no tuvo límites cuan­do vieron que reaparecía el hijo que desde hacía tiempo ya no esperaban. Se maravillaron ante la belleza de la novia que había llevado y no tardaron en celebrar sus bodas. Diero una fiesta espléndida, que duró siete días y siete noches, y a la que asistieron innumerables personas llega­das del reino y de las comarcas vecinas. Pero el rey y la reina no comprendían por qué, en me­dio de la alga-rabía general, el príncipe y su her­mosa prometida se mantenían tristes.

Pasaron los días y los meses, hasta que un día Novia del Sol trajo al mundo un niño casi tan hermoso como ella. El rey estaba complacido al ver que su sucesión estaba asegurada. Pero la reina encontró a su nuera bañada en lágrimas junto a la cuna, que le habían acercado para que viese a su hijo. Lo atribuyó a la fatiga y les pidió a las mujeres de palacio que siguiesen muy de cerca el estado de salud de la joven madre.
El chico, mientras tanto, crecía. Novia del Sol lo cuidaba con des-velo. Sobre todo no per­mitía que se quedase solo con su padre, con el pretexto de que era demasiado joven todavía. Pero un día en que estaba con sus damas en una de las cámaras altas de palacio, divisó por la ventana al príncipe que, montado a caballo con su pequeño hijo delante, se dirigía al desierto y... comprendió. Se precipitó afuera, enloque­cida y todas sus criadas tras ella, pero, cuando llegó a la puerta ya era demasiado tarde: el ca­ballo que llevaba a su marido y a su hijo había desaparecido en el horizonte. Volvió espantada al palacio, donde se puso a contar las horas y los días sin poder comer ni dormir.
El príncipe llegó unos días después al sitio donde había dejado a Alí Demmo petrificado. La estatua seguía allí, en parte cubierta de are­na. La mano del príncipe temblaba y sus ojos estaban extraviados cuando descargó la mano sobre su hijo. La estatua de piedra pronto co­menzó a cobrar vida: primero la cabeza, luego los brazos, el pecho, las piernas. En seguida Alí se irguió vivo frente al príncipe, como si sólo despertase del sueño de una noche. Su lengua y sus ojos volvieron a ser lo que eran, pero Alí Demmo miró al príncipe, lo vio abati­do y ahogado en llanto y de golpe le sobrevino el recuerdo. Iba a decir: «No debías» cuando oyó la voz de los pájaros que de nuevo surgían de las ramas altas del árbol:
-El príncipe no ha olvidado a su amigo -dijo uno.
-Pero está muy desesperado -dijo otro.
-Está desesperado porque no sabe que hay un medio de devolverle la vida a su hijo.
-Si comprendiese -dijo el primero-, le diríamos...
-Le diríamos que basta con tomar uno de nuestros huevos y cascarlo sobre el cuerpo del niño.
Pero Alí Demmo había comprendido y se acercó al príncipe:
-Tú has dado la vida de tu hijo por mí.
-Tú has dado la tuya varias veces por mí -dijo el príncipe.
-Yo voy a devolverle la vida.
El príncipe no daba crédito a lo que había oído, pero Alí ya había realizado muchos mila­gros. Así que no se sorprendió al verlo trepar al árbol y volver poco después con un huevo, que cascó sobre el pequeño cuerpo extendido. El niño en seguida comenzó a moverse y pron­to recobró su vida enteramente. Quería subir de nuevo al caballo y comenzó a gritar, porque no se había dado cuenta de nada.
El príncipe, su hijo y Alí Demmo regresaron por el mismo camino. Novia del Sol, desde la ventana de una de las cámaras altas del pala­cio, los miraba avanzar y su corazón primero se heló de espanto, pues de lejos sólo veía a dos personas adultas pero no distinguía a su hijo. Pero, cuando se acercaron, creyó percibir que el príncipe llevaba a un niño delante de sí en el caballo. Por fin ella lo oyó gritar -no estaba muerto, pues-, y cayó desmayada.
Contaron al rey y a la reina todo lo que ha­bía ocurrido desde que el príncipe y Novia del Sol llegaran por primera vez del país de los Ne­gros. Compren-dieron así por qué tanto uno como el otro estaban tan tristes. Dieron una nueva fiesta, aún más esplendorosa que la pri­mera. Desde ese día, el príncipe y Alí Demmo no volvieron a separarse: iban juntos a cazar al bosque y juntos daban grandes paseos por el desierto. Más tarde el rey, ya viejo, murió. El príncipe, convertido en rey en su lugar, desig­nó a Alí Demmo como su primer ministro y Novia del Sol, la buena y hermosa reina, le dio muchos hijos.

¡Machaho!

Fuente: Mouloud mammeri


109. anonimo (bereber)


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