Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 28 de mayo de 2012

Ahmad y la mujer rezongona

1 Presentación
Hace mucho tiempo, en una casita en las montañas, vivía un hombre llamado Ahmad, que pasaba el día entero trabajando en el campo y llevando una vida muy penosa.
Un día decidió construir una trampa con la intención de cazar algunas aves para la comida, pues en esa época su mujer no tenía más que cebada en la despensa. Siendo ella muy rezongona, Ahmad le tenía un poco de miedo y sabía que pasaría un mal rato si volvía a casa sin algo para el plato.
Así fue que al día siguiente cogió su trampa, la colocó cuidadosamente y se escondió detrás de unos arbustos esperando que pasara el tiempo.

2 El pajarillo
Cuando se acercó a la trampa encontró un pajarillo que tenía sus alas presas en la red y, cuando estaba colocándolo dentro de su saco, para su espanto, el pajarillo le habló:
-¡Oh ser humano!, devuélveme la libertad y te concederé todo cuanto me pidas.
Ahmad estaba tan asustado y asombrado que mal podía hablar y no sabía si lo que había escuchado era cierto. Aseguró al ave por las patas y trató de introducirlo de nuevo en el morral, pero el ave volvió a hablar:
-Suéltame y te daré todo lo que quieras pedir, pues soy uno de los siervos favoritos de Salomón, hijo de David, sobre quien sea la paz.
-¡El mismísimo Salomón! -exclamó Ahmad-. ¿Entonces, tu eres capaz de hacer que yo entienda el lenguaje de los animales?
-Con certeza -respondió el ave-. Yo puedo hacer eso fácilmente gracias al poder que poseo como servidor del Rey de los Magos. Más, antes de darte a entender el lenguaje de los animales, he de ponerte una condición.
-Bien -dijo Ahmad-, haré todo lo que tu me digas.
-La condición es que nunca has de revelar a tu mujer que tienes el poder de entender el lenguaje de los animales o de lo contrario, el castigo que tendrás será el de ser arrastrado por los Genios de Salomón hasta los confines del mundo.
-Prometo jamás revelar este conocimiento a mi mujer -dijo Ahmad y dejó al pajarillo volar en libertad.

3 La pareja de gatos
Cuando llegó a casa, su mujer le gritó desde la cocina:
-Aquí me tienes, intentando hacer esta sopa de cebada. Espero que hayas traído un pájaro o alguna otra cosa para animarla. ¿Qué es lo que me traes marido?
-¡Ay, buena mujer!, yo nada traje pues, era tan pequeño y enfermizo el pajarillo que cayó en la trampa, que tuve que soltarlo.
En ese instante la sopa de cebada comenzó a hervir y se desbordó. La mujer se puso tan irritada que tiró a su marido un trozo de pan duro.
-¡Inútil! -bramaba ella-, estuviste por ahí todo el día y nada trajiste para echar a la cebada. Pues bien, la comeremos tal y como está.
Había una pareja de gatos sentados en el fogón, al calor de las brasas. En ese momento la gata le dijo a su compañero:
-¡Cómo abusa el ama de nuestro pobre amo!, ¿no es horrible escuchar estas disputas humanas?, ¿qué harías tú si yo te tratase de esa manera cuando no consiguieras un ratón para comer?.
-Querida mía, bastaría que abrieras la boca de esa manera para que te diera en la cabeza con lo primero que encontrase.
Oyendo esto, Ahmad comenzó a reír y su mujer le increpó todavía más:
-¡Marido!, voy a pedir la devolución de la dote si vuelves a reírte de mí.
-Querida -dijo él-, yo nunca me río de ti.
-¿Qué otra cosa podría provocarte risa si no hay nadie más aquí?
Pero él no tenía coraje para contarle que entendía el lenguaje de los animales pues había prometido al pajarillo encantado no hacerlo y así, sufrió callado.

4 La liebre
Al día siguiente, Ahmad volvió a colocar su trampa, y cuando fue a verla encontró una liebre que intentaba escapar. Se dispuso a cogerla, pero ella le habló así.
-¡Oh ser humano, suéltame!, pues soy una de las criaturas encantadas de Salomón sobre quien sea la paz.
Así tuvo que dejarla ir y todo lo que pudo llevar a su mujer fue una gran zanahoria que encontró en el camino.

5 La pareja de perros
-Marido -dijo ella-, ¿qué cogiste esta noche para el guisado, ya que la cebada se acabó? Espero que por lo menos traigas una liebre o alguna otra cosa que sea sabrosa.
-No querida -respondió él-, no pude traer más que esta enorme zanahoria.
-¡Idiota! -gritó ella lanzándole una cuchara-, voy a reclamar mi dote y volveré con los míos si esto continúa así.
Los dos perros guardianes que estaban rebuscando en la puerta de la cocina comentaban entre sí y Ahmad les comprendía:
-Mira como le habla nuestra ama al amo -dijo la perra-. ¿Qué harías si yo te replicase así?
- Pues te daba un mordisco en el lugar que más te doliera, te lo garantizo - dijo el can.
Ahmad comenzó a reír, pero la mujer le dio un golpe en la cabeza gritando rabiosa:
-¡No te rías más de mi vagabundo, que te dejo!
Ahmad tuvo que disculparse, pues no se atrevía a contar que entendía el lenguaje de los animales. Se lamentaba cada vez más el haber pedido ese don.

6 La plegaria
Después de siete días, él no aguantaba más los agravios que su mujer le hacía, un día era peor que el anterior.
Entonces se sentó en su tapete de oraciones, con el rostro vuelto al Santísimo y pidió a Dios que le mostrase la forma de soportar tantas injurias.
Sabía que la venganza de Salomón, hijo de David, caería sobre él si le contaba a su mujer lo que le hacía reír a cada instante.
Llegó a pensar que quizás debía contarlo todo y dejar que los terribles Genios cayesen sobre él pues, sólo así conseguiría verse libre del tormento de su mujer.

7 La pareja de ratitas
Después de terminada la plegaria, Ahmad se dirigió al armario donde guardaba su tapete. Allí vio dos ratitas. Una de ellas le decía a la otra:
-¡Oh, hermana!, nuestro amo se encuentra en pésimo estado esta noche. Temo que se entregue a los Genios de Salomón, hijo de David, por no poder aguantar más los improperios de nuestra ama.
A lo que la otra ratita respondió:
-¡Qué se le va a hacer hermano!, si él al menos actuase con sensatez, pegándole con un gran palo la próxima vez que ella comenzase a tratarlo así, todo iría mejor. Ella piensa que él es un idiota, porque es bueno.
Ahmad cerró el armario y meditó unos instantes.
-La pequeña rata tiene razón, le voy a demostrar a mi mujer quien es el amo de la casa.
Así pues, comenzó a reír y fue donde estaba la leña para el fuego y escogió un palo bien grande.
-¡Marido!, ¿de qué te ríes tanto?, ¡dime de una vez cual es la broma! -le gritó su mujer tirándole un puñado de cáscaras de patata.
-¡No consiento que vuelvas a preguntarme más de qué me estoy riendo! -bramó él con terrible voz y blandiendo el palo amenazadoramente-. De lo contrario, te daré con esto. ¡Ocúpate de tus asuntos y déjame a mí ocuparme de los míos!

8 Epílogo
Ante esta postura, la mujer empezó a verlo con otros ojos. Él no era tan idiota como ella pensaba. Entonces ella le dijo mansamente:
-Está bien marido, lamento haber perdido un poco la paciencia. Si tu la tienes conmigo, yo te prometo que buscaré corregirme.
Y así fue, y vivieron en paz y armonía desde entonces. 


999. Anonimo, 

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