Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 28 de mayo de 2012

El diablo y su aprendiz

Había un hombre que tenía un solo hijo. Este hijo una vez le dijo a su padre:
-Padre, ¿qué vamos a hacer? Yo así no puedo vivir; mejor será que me vaya al mundo para aprender cual­quier oficio. Ves cómo hoy en día es: por poco que entienda uno de algún oficio vive mejor que cualquier labrador.
El padre pasó mucho tiempo disuadiéndolo y le decía que tam­bién los oficios dan preocupaciones y quebraderos de cabeza, y ade­más ¡cómo iba a dejar a su padre solo! Pero como el hijo no se deja­ba convencer, el padre acabó dándole su consentimiento para que se fuera a aprender un oficio. Entonces salió al mundo en busca de ofi­cio. Viaja que te viaja fue a dar con un río y siguiendo el río se encon­tró con un hombre vestido de verde; el hombre le preguntó adónde iba, él le respondió:
-Voy al mundo en busca de un maestro para aprender un oficio. Entonces le dice aquel hombre del vestido verde:
-Yo soy maestro, ven conmigo a aprender un oficio si es que tanto lo deseas.
El muchacho lo aceptó ansioso y se fue con él. Siguiendo el curso de aquel río, de repente el maestro se tiró al agua y empezó a nadar mientras le decía al muchacho:
-Anda, salta tú también para que aprendas a nadar.
El mozo decía que no se atrevía, que tenía miedo de ahogarse. El maestro le respondió:
-No tengas miedo de nada y salta.
El muchacho se tiró al agua y empezó a nadar a la par que el maes­tro. Cuando estaban en medio del río, el maestro agarró al chico por el cuello y con él que se fue al fondo del río. Aquél era el diablo. Condujo al muchacho a su palacio y lo dejó en manos de una viejecita para que ella le enseñara y él otra vez se volvió a este mundo. Al marcharse el dia­blo, la abuela se quedó sola con el muchacho, así que le empezó a hablar:
-Hijo, tú piensas que este hombre es un maestro como los maestros en aquel mundo, pero él no es un maestro sino el diablo. A mí también me engañó y me arrastró aquí aun siendo un alma bautizada. Mas escu­cha lo que te voy a decir. Yo te enseñaré todas las mañas de su oficio, pero cuando quiera que él venga y te pregunte si has aprendido algo, dile siem­pre que no si es que quieres librarte de él y regresar a aquel mundo.
Pasado cierto tiempo, volvió el diablo y preguntó al muchacho:
-¿Qué has aprendido?
Y él le responde:
-Todavía nada.
Y así pasaron tres años, cuando quiera que el maestro pregunta­ba al muchacho si había aprendido algo, éste le respondía que nada. Y aún le preguntó el diablo una vez más:
-¿Has aprendido algo?
Y él le respondió:
-No he aprendido nada y es más, incluso he olvidado lo que antes sabía.
Entonces se encolerizó el diablo y le dijo:
-Pues si hasta ahora no has aprendido nada, nunca lo vas a apren­der, así que lárgate de aquí hasta donde la vista te guíe y las piernas te aguanten.
El muchacho, que ya había aprendido bien el oficio del diablo, en seguida se tiró al agua, empezó a nadar; nadando llegó a la orilla, salió del río y se fue a casa de su padre. Su padre, al verlo venir, corrió a su encuentro diciendo:
-Por Dios, hijo, ¿dónde estabas?
El hijo le responde:
-Estaba aprendiendo un oficio.
Pasó el tiempo y hubo una feria en un pueblo cercano.
Entonces le dijo el muchacho a su padre:
-Padre, vamos a la feria.
El padre le contestó:
-¿Y con qué iremos, hijo, cuando no tenemos nada?
-Tú por eso no te preocupes -le replica el hijo, conque se fue­ron a la feria.
Cuando iban de camino le dice el muchacho a su padre:
-Cuando esté cerca de la feria, me convertiré en un caballo tan hermoso que no habrá otro igual en toda la feria. Toda la feria se que­dará asombrada. Luego vendrá mi maestro a comprar el caballo y te dará todo lo que se te ocurra pedir por él. Pero no le entregues la brida ni en brgrna, sino que en cuanto cojas el dinero me quitas la brida de la cabeza y das un golpe con ella en el suelo.
Cuando llegaron cerca de la feria, el muchacho se convirtió en un caballo como no había otro igual. El viejo llevó el caballo por la feria y toda la feria se arremolinó en torno a él, se miraban unos a otros, pero nadie se atrevía a preguntar cuánto costaba. ¡Y hete aquí al maestro! Se había transformado en turco, la cabeza envuelta por un turbante y una túnica que le llegaba hasta el suelo. En cuanto llegó, dijo:
-Quiero comprar este caballo. Di, viejo, cuánto cuesta.
Pidió el viejo lo que le pareció y sin mediar palabra sacó el turco el dinero contante y sonante. El viejo, en cuanto tuvo el dinero, quitó la brida al caballo y dio con ella en el suelo. Al instante desaparecie­ron caballo y comprador. Al llegar el viejo a casa con el dinero, encon­tró allí a su hijo.
Pasó el tiempo y llegó otra feria, entonces le volvió a decir el muchacho a su padre:
-Vamos, padre, a la feria.
El padre ya no le quiso decir nada, sino que en seguida se pusie­ron en camino. Cuando estaban cerca de la feria, le dice el hijo al padre:
-Ahora me voy a convertir en bazar: un puesto lleno de mer­cancías tan hermosas y ricas que no habrá iguales en toda la feria. Tampoco las podrá comprar nadie, pero vendrá mi maestro y pagará cuanto quieras pedirle. Mas ni en broma le dejes tocar las llaves, sino que en cuanto cojas el dinero golpea en el suelo con las llaves.
Así fue: al convertirse en un lindo bazar toda la feria se quedó maravillada. Y hete aquí al maestro de nuevo convertido en turco como la vez anterior, que va y pregunta al viejo:
-¿Cuánto?
Cuanto se le ocurrió pidió el viejo y tanto pagó el turco en segui­da. El viejo al coger el dinero dio con las llaves en el suelo. En aquel preciso instante desaparecieron bazar y comprador, pero el bazar se volvió paloma y el turco se convirtió en gavilán ¡y venga a acosar a la paloma! Mientras se perseguían de un lado para otro, salió del pala­cio la hija del zar y se quedó mirándolos, de repente la paloma se lanzó como una flecha a la mano de la doncella y allí se convirtió en anillo.
Entonces el gavilán cayó en el suelo y se convirtió en hombre, se pre­sentó al zar y le pidió que lo tomara a su servicio; le serviría durante tres años sin pedirle nada a cambio, ni comida, ni bebida, ni vestido, solamente que el zar le diera aquel anillo que estaba en la mano de la doncella. El zar lo aceptó y prometió que le daría el anillo. Así que él servía y la doncella llevaba el anillo, al que tomó mucho cariño, pues de día era sortija y por la noche un apuesto mancebo que le dijo:
-Cuando llegue la hora de que me separen de ti, no me entre­gues a las manos de nadie, golpea conmigo en el suelo.
Cumplidos los tres años, fue el zar a ver a su hija y le pidió que le diera el anillo. Entonces ella, fingiéndose enojada, arrojó el anillo al suelo: la sortija se hizo astillas y de ellas se derramaron granos de mijo, un grano rodó hasta la bota del zar; en un santiamén el sirviente se había convertido en gorrión y a toda prisa se puso a picotear el mijo, cuando se hubo comido todos los granos se dirigió hacia el último, el que estaba bajo la bota del zar, para comérselo, mas el grano, de repente, se convirtió en gato y agarró al gorrión por el cuello.


090. Anónimo (balcanes)

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