Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 28 de mayo de 2012

El culebranovio de nuevo

Había una zarina que no tenía descendencia y constantemente le pedía a Dios que le diera hijos. Una tarde, en medio de sus ruegos, suspiró y dijo:
-¡Dios mío, dame descendencia, aunque sean víboras!
Pasado cierto tiempo se sintió embarazada y, cuando le llegó el momento, dio a luz una culebra, así que empezó a criarla, alimen­tándola y dándole de mamar como hacen todas las madres con sus hijos. Esta culebra en veintidós años no dejó escapar ni un sonido de su boca, pero al cumplir los veintidós años empezó a hablar y les dijo a sus padres:
-Ahora quiero que me busquéis esposa.
Ellos le respondieron:
-¿Quién le entregaría una doncella a una culebra? ¿Qué donce­lla se casaría con una culebra?
-Pues -les contestó la culebra- no busquéis ni princesas ni doncellas de alta alcurnia sino a una que desee vivir en palacio.
A esto le contestaron sus padres que él mismo eligiera a la que quisiese. Entonces él solo encontró a una muchacha pobre y envió a su padre para que pidiera la mano. Fue el padre y pidió la mano de la muchacha que, como vivía en la pobreza, aceptó gustosa y de buen grado. Luego le dieron el anillo de compromiso, se la lleva­ron, los casaron y la culebra empezó a vivir con su mujer que, de veras, se quedó embarazada. Entonces va la suegra y le pregunta a su nuera:
-Por Dios, hija, dime cómo te has quedado embarazada de una culebra.
Pero ella al principio no se lo quería decir, así qué la suegra durante unos cuantos días estuvo insistiendo con la misma pre­gunta hasta que al final le dijo la nuera que él no era una culebra sino un mozo tan apuesto que no había en la tierra otro que lo igua­lara.
-Durante el día -dijo- es culebra, pero en cuanto anochece se quita su camisa de serpiente y sale el mozo más gallardo que hay sobre la tierra. ¡Ojalá fuera de día tal como es de noche! Pero en cuanto apun­ta el día, otra vez se pone su camisa y se vuelve culebra.
Al oír esto, la suegra se alegró muchísimo y le dijo a su nuera: -Ea, pues si es así, nosotras vamos a hacer que se quede tal como es de noche contigo.
En seguida se pusieron de acuerdo en lo que iban a hacer. Cuan­do anocheció, él se quitó su camisa de culebra, la metió debajo de la almohada como hacía siempre y se echó a dormir. Cuando le agarró el primer sueño, su mujer, con mucho cuidado, le quitó la camisa de debajo de la cabeza y, por la ventana, se la dio a la madre; ésta inme­diatamente la arrojó al fuego. Cuando se empezó a quemar la cami­sa, él se sobresaltó y empezó a gritar:
-¡Por Dios que tú no sabes lo que has hecho! Ahora me ves, pero no volverás a verme hasta que hayas destrozado unas abarcas de hie­rro y hayas desgastado un cayado también de hierro buscándome, ni parirás a ese hijo que llevas en las entrañas hasta que yo no vuelva a abrazarte.
Y, dicho esto, desapareció. La mujer llevó en su interior a este niño durante tres años más, pero acabó molestándole, así que decidió bus­car a su marido. Conque se procuró unas abarcas de hierro y un caya­do también de hierro y se marchó por el mundo. Anda que te anda, buscándolo por todas partes, llegó hasta donde vivía la madre del sol y la encontró atizando el fuego y sacando las brasas con las manos. Al verla, a toda prisa se cortó un trozo de su falda y con él le vendó las manos, entonces la madre del sol le preguntó:
-¿Qué te trae por aquí, alma de Dios? Ella le contesta:
-La desdicha, madre, me ha traído -y le contó que había sufri­do mucho, que su marido la había maldecido y que ahora andaba por el mundo buscándolo-, así que -dice-- he venido a preguntarle a tu hijo por si él pudiera decirme algo de él, no sea que lo haya visto en algún sitio en su recorrido por el mundo.
Mucho se entristeció la madre del sol al oírla y le dijo que se escon­diera detrás de la puerta:
-Aquí viene el sol, cansado, y puede que las nubes le hayan pues­to de mal humor, encolerizado como está podría hacerte algo si no te ocultas hasta que él haya descansado.
Se escondió ella detrás de la puerta y hete aquí al sol que saludó a su madre y le dijo:
-Madre, aquí huele a alma de Dios.
-No hay nadie, hijo, si hasta aquí no llegan ni los pájaros, ¿cómo iba a venir un alma de Dios?
El sol le contestó:
-Que sí, que hay alguien, madre, pero que salga sin miedo, que no le haré nada.
Entonces salió ella y le contó todas sus desdichas; al final le dice: -Sol resplandeciente, tú que iluminas toda la tierra, ¿no has visto en algún lugar a un hombre que responda a estas señas?
El sol le respondió que él durante el día no lo había visto y la mandó a donde vivía la luna para que le preguntara si lo había visto ella por la noche. Al partir de allí la madre del sol le regaló una rueca de oro y las rocadas y el huso también de oro. Cuando llegó a donde vivía la luna, encontró a la madre de ésta en casa, le besó la mano y la saludó:
-¡Que Dios te ampare, madre de la luna!
Y ella le respondió:
-¡Que Él sea contigo, alma de Dios! ¿Qué te trae por aquí?
Entonces ella le contó sus desdichas y que ya había hablado con el sol; también le mostró lo que su madre le había regalado, y le dijo que el sol la había enviado para que preguntara a la luna si ella había visto a su marido en algún lugar. La madre de la luna le contestó que se colocara detrás de la puerta, pues ahora vendría la luna enojada y cansada, así que se escondió. Y hete aquí a la luna, entró, saludó a su madre y le dijo:
-Aquí huele a alma de Dios.
Y la madre le contesta:
-No hay nadie, hijo, si aquí no vienen ni los pájaros, ¿cómo iba a venir un alma de Dios? La luna de nuevo le dice:
-Que sí, que hay alguien, madre, pero que salga sin miedo, que no le haré nada.
Entonces salió ella y le contó todo tal como era, al final le dice:
-Luna reluciente, tú que iluminas por la noche toda la tierra, ¿no has visto en algún lugar un hombre que responda a estas señas?
Y la luna le respondió:
-Alma de Dios, yo, durante la noche, no lo he visto en ningún rincón de la tierra, pero ve a visitar al viento y pregúntale si lo ha visto él, porque él es quien abate árboles y rocas y se cuela por todas partes.
Al marcharse de allí, la madre de la luna le regaló una gallina de oro con sus polluelos. Más tarde llegó a donde vivía la madre del vien­to, le contó todo lo que había sufrido y que venía para preguntarle a su hijo el viento si había visto en algún lugar a un hombre que res­pondiera a tales señas. La madre del viento le dijo a esto:
-Apártate un poco de la puerta, alma de Dios, porque ahora va a llegar mi hijo enfadado y podría desgarrarte.
Así que se escondió tras la puerta. Y hete aquí al viento que sopla, derriba, desgarra, abate todo lo que encuentra en su camino y a su paso todo queda destrozado y arrancado. Al llegar saludó a su madre y le dijo:
-Madre, aquí huele a alma de Dios.
Y ella le responde:
-¡Que Dios sea contigo, hijo! Hasta aquí no llegan ni los pájaros, ¿cómo habría de llegar un alma de Dios? El viento le contestó:
-Que sí, madre, que hay alguien, pero que salga sin miedo, que no le haré nada.
Así que salió ella de detrás de la puerta y le contó sus desdichas, a lo que el viento le contestó:
-Yo lo he visto, está en otro reino muy lejano, allí se ha casado y es el zar. Pero mi madre te dará un telar de oro y también de oro serán el hilo y el torno, de modo que cuando llegues a aquella ciu­dad coloca el telar frente al palacio del zar y ponte a tejer, suelta la gallina con los polluelos y échales de comer, saca también la rueca.
Así lo hizo ella. Cuando llegó a la ciudad las abarcas ya estaban destrozadas y el cayado roto. Instaló el telar frente al palacio, soltó la gallina con los polluelos, sacó la rueca y se puso a tejer. Entonces la zarina la vio desde el palacio y empezó a decirse: «Dios mío, yo soy la zarina y no tengo telar ni rueca de oro, ni gallina de oro, ni siquie­ra polluelos». Así que envió a su sirviente para que le preguntara a la mujer si quería vender aquellos objetos. Ella le contestó:
-No los vendo, pero si la zarina me deja pasar una noche con su marido le daré la rueca.
La zarina adormeció al zar y la dejó que pasara la noche con él. El zar, en cuanto que se tumbó en el lecho se desvaneció y quedó como muerto; su mujer, al quedarse a solas con él, empezó a hablarle:
-Glorioso zar, sol naciente, pon tu mano derecha sobre mi hom­bro para que pueda parir a tu hijo.
Pero el zar ni oye ni ve. Al día siguiente le dio a la zarina la rueca de oro con la madeja y el huso de oro, pero la zarina quería también la gallina con los pollos, así que le dijo que se los daría si la dejaba pasar una noche más con el zar. La zarina accedió, pero de nuevo adormeció al zar que otra vez se desvaneció y no la oyó cuando se puso a gritar:
-Glorioso zar, sol naciente, pon tu mano derecha sobre mi hom­bro para que pueda parir a tu hijo.
Cuando se hizo de día, los guardias le contaron al zar que ya hacía dos noches que aquella mujer dormía con él y siempre gritaba que la rodeara con el brazo derecho para que pudiera dar a luz a su hijo. Cuando la zarina consiguió la gallina con los polluelos, pidió el telar con el hilo y el torno de oro, la mujer se los prometió si la dejaba pasar una noche más con su marido. Se lo permitió pensando aturdir de nuevo al marido, pero aquella noche, al saber él por los criados lo que sucedía, se metió una esponja debajo de la barba y en ella vertió la pócima que la zarina le trajo, así que permaneció consciente. Se metie­ron en la cama y él fingió dormir, entonces ella se puso a gritar:
-Glorioso zar, sol naciente, pon tu mano derecha sobre mi hom­bro para que pueda parir a tu hijo.
Al oírlo, el zar inmediatamente la abrazó y, justo en aquel momen­to, le empezaron los dolores del parto y dio a luz un varoncito de manos doradas y cabellos de oro. Después él dejó aquel país y a aque­lla zarina y con su primera mujer y su hijo se volvió a su reino.


090. anonimo (balcanes)

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