Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 11 de junio de 2012

El conductor borracho


Por un sinuoso camino y a gran velocidad, un hombre borracho conducía su carro. De repente, perdió el control del carro, se salió del trayecto y se precipitó contra una charca pestilente. Varias personas, al ver el accidente, corrieron al lugar y ayudaron a incorporarse al conductor.
No podía ocultar su borrachera y, entonces, uno de sus auxilia-dores le dijo:
-Pero, ¿es que no ha leído usted el célebre tratado de Naraín Gupta extendiéndose sobre los efectos perjudiciales del alcohol?
Y el ebrio conductor, sin dejar de hipar, tartamudeó:
-Yo soy Naraín Gupta.

*El Maestro dice: Así procede el falso gurú.

004. anonimo (india)

El campesino y el prestamista


Un honrado campesino de la región de Benarés, hallábase en las garras de un malvado prestamista. Tanto si la cosecha era buena como si era mala, el pobre hombre estaba siempre sin un céntimo. Al fin, un día, cuando ya no le quedó absolutamente nada, fue a ver al usurero y le dijo:
-Es imposible sacar agua de una piedra y como de mí ya no podréis conseguir más dinero, pues no lo tengo, os ruego me expliquéis el secreto de hacerse rico.
-Amigo mío, Rama es quien concede las riquezas -contestó piadosamente el hombre.- Pregúntale a él.
-Muchas gracias; lo haré -respondió el sencillo campesino.
En cuanto llegó a su casa apresuróse a preparar tres pasteles redondos. Una vez hecho esto, partió en busca de Rama.
Ante todo fue a ver a un bracmán y, entregándole un pastel, le rogó le enseñase el camino para llegar hasta Rama. Pero el bracmán limitóse a tomar la golosina y a seguir su camino sin pronunciar una sola palabra.
Poco después nuestro protagonista encontróse con un yogui a quien dio otro de los pasteles, sin recibir, en cambio la menor información. Por fin, tras mucho caminar, llegó junto a un viejo mendigo, que descansaba bajo un árbol, y, como viese que estaba hambriento, le dio el último pastel. Después sentóse a su lado y entabló conversación.
-¿A dónde vais? -preguntó el pobre al cabo de un rato.
-El camino que se abre ante mí es muy largo ­contestó el campesino.- Voy en busca de Rama. Supongo que vos no podréis indicarme hacia dónde debo dirigir mis pasos, ¿verdad?
El anciano sonrió apaciblemente, replicando:
-Tal vez pueda ayudarte. Yo soy Rama, ¿Qué deseas de mí?
El campesino postróse ante Dios y le explicó sus desventuras y deseos. Después de escucharle, Rama le entregó una caracola marina, enseñándole a hacerla sonar de una manera especial.
-Cuando desees una cosa -dijo- no tienes más que soplar dentro de esta caracola, en la forma que te he enseñado a hacerlo, y tu deseo se verá cumplido inmediatamente. Sin embargo ten cuidado con ese prestamista de quien me has hablado, pues ni siquiera la magia puede escapar a sus maquinaciones.
El campesino se despidió del Dios y regresó contento a su pueblo. El usurero notó en seguida su buen humor y se dijo:
-Ese estúpido debe de haber sido favorecido con algún don muy grande; de lo contrario no estaría tan satisfecho.
Sin perder un minuto corrió a casa del labrador y le felicitó por su buena fortuna, pretendiendo estar enterado de todo. Tan hábil fue que, al poco rato, el campesino le contó todo su historia, a excepción del mágico poder de la caracola, pues, a pesar de su sencillez, no era tan tonto como creía el otro.
Sin embargo, el prestamista no era hombre que se dejase vencer con facilidad, y comprendiendo que la caracola tenía propiedades mágicas, decidió apoderarse de ella, ya fuera legal o ilegalmente.
Así, aguardó una ocasión propicia y la robó.
Pero como ignoraba el secreto del talismán, lo único que logró fue enronquecer de tanto soplar, y al fin tuvo que decirse que había hecho un mal negocio al robar una cosa tan inútil
Durante varios días trató de encontrar una solución a aquel problema, y al fin la halló. Cogió la caracola y dirigióse a casa del campesino, a quien dijo:
-Tengo en mi poder el talismán que te entregó Rama. No puedo utilizarlo, pues desconozco su secreto. Sin embargo tú tampoco puedes hacer uso de él, pues no la tienes. A pesar de todo estoy dispuesto a hacer un trato contigo: te devolveré la caracola y jamás me interpondré en tu camino, pero has de aceptar mis condiciones. Todo lo que tú obtengas he de obtenerlo yo al mismo tiempo, por duplicado.
-¡De ninguna manera! -protestó el campesino.­ Eso significaría ponerme de nuevo en tus manos.
-No seas tonto -replicó el prestamista.- ¿No comprendes que tú no pierdes nada? ¿Qué te importa que yo gane veinte si tú sólo deseas ganar diez. Tus deseos serán siempre cumplidos y, por lo tanto, tendrás cuanto ambiciones.
Aunque lamentando ser de alguna utilidad al avaro, el campesino compren-dió que no le quedaba más remedio que ceder, y aceptó la proposición del ladrón de su caracola. Desde aquel momento todo cuanto obtenía era conseguido al mismo tiempo, pero por partida doble, por el prestamista, y este pensamiento no se apartaba ni de noche ni de día de la mente del aldeano.
A todo esto, llegó un verano muy seco, tan seco, que las mieses del campesino se morían por falta de agua. Por fin, un día, cogió la caracola y después de pedir un pozo, sopló en ella. Inmediatamente apareció uno en la puerta de su casa, pero también en el mismo instante aparecieron dos ante la morada del usurero.
¡Esto era ya demasiado para el labrador! Inmediatamente decidió terminar de una vez con aquel hombre. De pronto tuvo una idea, y cogiendo el talismán, pidió a Rama que le dejase tuerto.
Formulado este deseo hizo sonar la caracola, y al momento perdió un ojo.
En el mismo instante, el prestamista, que estaba contemplando los dos pozos que acababan de aparecer ante su puerta, sintió un vivo dolor en los ojos y se quedó ciego. Llamó a voces a sus criados que no acudieron, y al querer entrar en su casa tropezó con el pretil de uno de los pozos, cayendo dentro y ahogándose.
Este relato demuestra que un campesino logró vencer a un prestamista, aunque perdiendo un ojo, lo cual es un precio bastante elevado.

004. anonimo (india)

El brahmín astuto


Era en el norte de la India, allí donde las montañas son tan elevadas que parece como si quisieran acariciar las nubes con sus picos. En un pueblecillo perdido en la inmensidad del Himalaya se reunieron un asceta, un peregrino y un brahmín. Comenzaron a comentar cuánto dedicaban a Dios cada uno de ellos de aquellas limosnas que recibían de los fieles. El asceta dijo:
-Mirad, yo lo que acostumbro a hacer es trazar un círculo en el suelo y lanzar las monedas al aire. Las que caen dentro del círculo me las quedo para mis necesidades y las que caen fuera del círculo se las ofrendo al Divino.
Entonces intervino el peregrino para explicar:
-Sí, también yo hago un círculo en el suelo y procedo de la misma manera, pero, por el contrario, me quedo para mis necesidades con las monedas que caen fuera del círculo y doy al Señor las que caen dentro del mismo.
Por último habló el brahmín para expresarse de la siguiente forma:
-También yo, queridos compañeros, dibujo un círculo en el suelo y lanzo las monedas al aire. Las que no caen, son para Dios y las que caen las guardo para mis necesidades.

*El Maestro dice: Así proceden muchas personas que se dicen religiosas. Tienen dos rostros y uno es todavía más falso que el otro.

004. anonimo (india)

El barquero inculto

Se trataba de un joven erudito, arrogante y engreído. Para cruzar un caudaloso río de una a otra orilla tomó una barca. Silente y sumiso, el barquero comenzó a remar con diligencia. De repente, una bandada de aves surcó el cielo y el joven preguntó al barquero:
-Buen hombre, ¿has estudiado la vida de las aves?
-No, señor -repuso el barquero.
-Entonces, amigo, has perdido la cuarta parte de tu vida.
Pasados unos minutos, la barca se deslizó junto a unas exóticas plantas que flotaban en las aguas del río. El joven preguntó al barquero:
-Dime, barquero, ¿has estudiado botánica?
-No, señor, no sé nada de plantas.
-Pues debo decirte que has perdido la mitad de tu vida -comentó el petulante joven.
El barquero seguía remando pacientemente. El sol del mediodía se reflejaba luminosamente sobre las aguas del río. Entonces el joven preguntó:
-Sin duda, barquero, llevas muchos años deslizándote por las aguas. ¿Sabes, por cierto, algo de la naturaleza del agua?
-No, señor, nada sé al respecto. No sé nada de estas aguas ni de otras.
-¡Oh, amigo! -exclamó el joven-. De verdad que has perdido las tres cuartas partes de tu vida.
Súbitamente, la barca comenzó a hacer agua. No había forma de achicar tanta agua y la barca comenzó a hundirse. El barquero preguntó al joven:
-Señor, ¿sabes nadar?
-No -repuso el joven.
-Pues me temo, señor, que has perdido toda tu vida.

004. anonimo (india)

El atolladero


He aquí que un hombre entró en una pollería. Vio un pollo colgado y, dirigiéndose al pollero, le dijo:
-Buen hombre, tengo esta noche en casa una cena para unos amigos y necesito un pollo. ¿Cuánto pesa éste?
El pollero repuso:
-Dos kilos, señor.
El cliente meció ligeramente la cabeza en un gesto dubitativo y dijo:
-Éste no me vale entonces. Sin duda, necesito uno más grande.
Era el único pollo que quedaba en la tienda. El resto de los pollos se habían vendido. El pollero, empero, no estaba dispuesto a dejar pasar la ocasión. Cogió el pollo y se retiró a la trastienda, mientras iba explicando al cliente:
-No se preocupe, señor, enseguida le traeré un pollo mayor.
Permaneció unos segundos en la trastienda. Acto seguido apareció con el mismo pollo entre las manos, y dijo:
-Éste es mayor, señor. Espero que sea de su agrado.
-¿Cuánto pesa éste? -preguntó el cliente.
-Tres kilos -contestó el pollero sin dudarlo un instante.
Y entonces el cliente dijo:
-Bueno, me quedo con los dos.

*El Maestro dice: En un atolladero tal se halla todo aspirante espiritual cuando verdaderamente no se compromete con la Búsqueda.

004. anonimo (india)

El asno con la piel de león


Cuando Bramadatta reinaba en Benarés, había un viejo mercader que viajaba de pueblo en pueblo, llevando sus mercancías a lomos de un asno. Este mercader se valía de un ingenioso ardid para alimentar a su burro. Tan pronto como llegaba a un pueblo, lo descargaba y lo cubría enseguida con una piel de león; luego lo soltaba en un campo de arroz o alfalfa. El asno comía hasta hincharse y los dueños de los campos no se atrevían a echarle, ya que creían que se trataba de un león verdadero.
Un día el mercader llegó a un pueblo, y como había hecho en los otros, soltó al asno en un campo de verde alfalfa. El dueño, al ver lo que él suponía un león huyó, aterrorizado, al pueblo, y contó a sus convecinos lo que estaba ocurriendo. Sin vacilar un momento, todos se armaron hasta los dientes y corrieron al encuentro del falso león.
Este, al ver acercarse a tanta gente lanzó un sonoro rebuzno que descubrió a los campesinos su disfraz, y que tuvo además por consecuencia irritarlos mucho más. En un momento cayeron todos sobre él y lo molieron a palos de tal manera, que cuando al fin el mercader logró rescatarlo, estaba moribundo.
El hombre se tiró de los pelos al ver que por su avaricia había perdido a un compañero fiel y útil, y mientras el pollino moría, el viejo iba diciendo:
-No es la piel lo que hace temible al león.

004. anonimo (india)

La reina maria


Vivía en un lejano reino un zarevitz llamado Iván. Tenía el zarevitz tres hermanas: María, Olga y Ana. Antes de morir, sus padres dijeron al zarevitz:
“Casa a tus hermanas con el primero que pida su mano, no las tengas a tu lado mucho tiempo”.
Enterró el zarevitz a sus padres y, apenado, salió con sus hermanas a dar una vuelta por el jardín de palacio.
De pronto, un negro nubarrón cubrió el cielo y estalló una tormenta espantosa.
-Vamos a casa, hermanitas -dijo el zarevitz Iván.
Apenas si habían entrado en el palacio, cuando cayó un rayo, el techo se hendió y entró en el aposento en que se hallaban un halcón. El halcón se dejó caer con fuerza contra el piso y se convirtió en un apuesto galán, que dijo:
-Buenos días, zarevitz Iván, antes venía por aquí de visita, pero ahora he venido a pedir la mano de tu hermana María.
-Si mi hermana te quiere -respondió el zarevitz-, puede casarse contigo, yo no me opondré a su voluntad.
-La princesita María accedió. El halcón se casó con ella y se la llevó a su reino.
Fueron pasando las horas una tras otra, se sucedieron los días y transcurrió todo un año. El zarevitz Iván salió con sus hermanas a dar una vuelta por el jardín. De nuevo un negro nubarrón cubrió el cielo y estalló una tormenta acompañada de rayos y de torbellinos.
-Vamos a casa, hermanitas dijo el zarevitz.
Apenas si habían entrado en el palacio, cuando cayó un rayo, el techo se hendió y entró en el aposento un águila. El águila se dejó caer con fuerza contra el piso y se transformó en un apuesto galán.
-Buenos días, zarevitz Iván -dijo-, antes venía de visita pero ahora he venido a pedirte la mano de tu hermana Olga.
El zarevitz le respondió:
-Si te quiere, puede casarse contigo, yo no me opondré a su voluntad.
La princesita Olga accedió a casarse con el águila, que se la llevó a su reino.
Pasó otro año. El zarevitz Iván dijo a su hermana la menor:
-Vamos a dar una vuelta por el jardín.
Salieron a dar un paseo y, al poco, estallaba una tormenta acompañada de rayos y torbellinos.
-Volvamos a casa, hermanita -dijo el zarevitz.
Regresaron al palacio, pero antes de que tuvieran tiempo de sentarse, cayó un rayo, el techo se hendió y entró en el aposento un cuervo. El cuervo se dejó caer con fuerza contra el piso y se convirtió en un apuesto galán. Si los otros dos eran agraciados, éste lo era todavía más.
Antes, zarevitz Iván -dijo-, venía por aquí de visita, pero ahora he venido a pedirte la mano de tu hermana Ana.
-Si te quiere -respondió el zarevitz-, puede casarse contigo, yo no me opondré a su voluntad.
La princesita Ana se casó con el cuervo, que se la llevó a su reino.
El zarevitz Iván se quedó solo. Vivió un año entero sin ver a sus hermanas y empezó a echarlas de menos.
-Iré a ver a mis hermanitas -dijo el zarevitz.
Se puso en camino y a los pocos días vio en un campo multitud de guerreros muertos. Gritó:
-¿Queda vivo alguien que pueda decirme quién ha exterminado estas mesnadas?
-Estas grandes mesnadas -respondió un guerrero que todavía un había muerto-las ha exterminado la bella reina María.
Siguió el zarevitz Iván su camino y llegó a un campamento con blancas tiendas de campaña. Salió a su encuentro la bella reina María.
-Buenos días, zarevitz -dijo-, ¿vas por esos mundos de buen grado o no?
El zarevitz le respondió:
-Los valientes no viajan de mal grado.
-En fin, si no tienes prisa, puedes pasar unos días en mi campamento.
El zarevitz aceptó gustoso la invitación y pasó dos días con sus noches en el campamento. La reina se enamoró de él y se casaron.
La bella reina María llevó al zarevitz a su reino. Vivieron tranquilamente durante algún tiempo, hasta que ella resolvió emprender una guerra. Dejó el reino confiado al zarevitz Iván y le dijo antes de partir:
-Anda por todas partes, vigílalo todo, pero no se te ocurra entrar en este desván.
Intrigado, el zarevitz abrió la puerta del desván, en Cuanto la bella reina María se hubo marchado, y vio que allí sujeto con doce cadenas, pendía Koschéi el Inmortal.
Koschéi imploró al zarevitz Iván:
-Compadécete de mí, dame agua, llevo aquí diez años sin comer ni beber, tengo la garganta seca, seca como un estropajo.
El zarevitz le dio un cubo de agua.
Koschéi se la bebió y dijo:
-Un cubo es poco para mitigar mi sed; dame otro.
El zarevitz le ofreció otro cubo de agua. Koschéi se lo bebió y pidió más. Cuando se hubo bebido el tercer cubo, recobró sus fuerzas, tiró de las doce cadenas y las partió.
-Gracias, zarevitz Iván -dijo Koschéi-, ya puedes despedirte para siempre de la reina María, que no la volverás a ver.
Koschéi salió por la ventana transformado en un torbellino, dio alcance a la bella reina María y se la llevó a sus dominios.
El zarevitz Iván vertió amargas lágrimas y se puso en camino, diciéndose: “¡Cueste lo que cueste, encontraré a la reina María!”
Tres días llevaba cabalgando cuando vio un palacio maravilloso, ante el que se alzaba un roble con un halcón posado en una rama. El halcón se dejó caer del árbol al suelo y quedó convertido en un apuesto galán, que gritó:
-¡Oh, mi querido cuñado!
Salió presurosa María, acogió llena de gozo al zarevitz Iván, le preguntó por su salud y luego le contó su vida desde que se habían separado. El zarevitz Iván pasó en el palacio tres días y dijo:
-No puedo quedarme más tiempo, voy en busca de mi mujer, la bella reina María.
-Difícil te será encontrarla -le dijo el halcón-. Deja aquí por si acaso, tu cuchara de plata, la miraremos y te recordaremos.
El zarevitz Iván dejó al halcón la cuchara de plata y prosiguió su viaje.
Al amanecer del tercer día vio un palacio todavía más hermoso; ante el palacio se alzaba un roble, y en el árbol había posada un águila.
El aguila se dejó caer al suelo y quedó convertida en un apuesto galán, que gritó:
-¡Levántate, Olga, que ha venido a vernos nuestro querido hermano!
Olga salió al instante, colmó de besos a su hermano, le preguntó por su salud y le contó su vida. El zarevitz Iván pasó tres días en el palacio y dijo:
-No puedo estar con vosotros más tiempo, debo buscar a mi mujer, la bella reina María.
El águila observó:
-Te será difícil encontrarla. Deja aquí tu tenedor de plata, lo miraremos y te recordaremos.
El zarevitz Iván dejó allí su tenedor de plata y prosiguió su camino.
Al amanecer del tercer día vio un palacio más bello todavía que los dos anteriores. Ante el palacio había un roble. Un cuervo estaba posado en el árbol.
El cuervo se dejó caer del roble al suelo y quedó convertido en un apuesto galán, que gritó:
-Ana, sal corriendo, que ha venido a vernos nuestro hermano.
Ana salió presurosa, acogió llena de gozo al zarevitz Iván, lo colmó de besos, le preguntó por su salud y le contó su vida.
El zarevitz Iván pasó en el palacio tres días y dijo:
-Perdonad, pero debo ir en busca de mi mujer, la bella reina María.
El cuervo respondió:
-Te será difícil encontrarla. Deja aquí tu tabaquera de plata, la miraremos y te recordaremos.
El zarevitz Iván dio al cuervo su tabaquera de plata, se despidió y reanudó su viaje.
A los tres días llegó a donde estaba la reina Maria.
Al ver a su amado esposo, María se precipitó a su encuentro y dijo, anegada en llanto:
-¡Ay, zarevitz Iván! ¿por qué no me hiciste caso?, ¿por qué abriste el desván y dejaste escapar a Koschéi el Inmortal?
-Perdona, María, ¡a lo hecho, pecho! Vente conmigo ahora que no está Koschéi, quizás no nos alcance.
Se pusieron en camino. Koschéi estaba de caza. Al atardecer, cuando regresaba, su caballo tropezó de pronto.
-¿Por qué tropiezas, jamelgo famélico? -preguntó Koschéi ¿es que presientes alguna desgracia?
El caballo le respondió:
-Ha venido el zarevitz Iván y se ha llevado a la reina María.
-¿Podremos alcanzarles?
-Los alcanzaremos incluso si antes de emprender la persecución sembramos trigo, esperamos a que madure, lo segamos, lo trillamos, lo molemos, cocemos cinco hogazas y las comemos después.
Koschéi picó espuelas y dio alcance al zarevitz Iván.
-Mira, zarevitz -dijo-, la primera vez te perdono por tu bondad, porque me diste de beber; volveré a perdonarte otra vez, pero a la tercera, ten cuidado, que te descuartizaré.
En fin, Koschéi se llevó a la reina María, y el zarevitz Iván se quedó llorando, sentado en una piedra.
Cuando sus lágrimas se secaron, volvió sobre sus pasos en busca de la reina María. Koschéi el Inmortal no estaba en casa.
-¡Vámonos, María! -dijo el zarevitz.
-¡Ay, zarevitz Iván, volverá a alcanzarnos! -exclamó la reina.
No importa; por lo menos, pasaremos juntos unas horas -respondió el zarevitz.
En fin, se pusieron en camino.
Koschéi regresaba a casa cuando su caballo tropezó de pronto.
-¿Por qué tropiezas, jamelgo famélico? ¿Es que presientes alguna desgracia? -preguntó Koschéi.
El caballo respondió:
-Ha venido el zarevitz Iván y se ha llevado a la reina María.
-¿Podremos alcanzarles?
-Los alcanzaremos incluso si antes de emprender la persecución sembra-mos cebada, esperamos a que madure, la segamos, la trillamos, hacemos cerveza, nos embriagamos con ella y dormimos después la borrachera.
Koschéi picó espuelas y dio alcance al zarevitz Iván.
-¿No te advertí de que te despidieras para siempre de la reina María? -dijo Koschéi al zarevitz, y se llevó a la reina.
El zarevitz Iván se quedó solo, llorando desconsolado, y luego volvió sobre sus pasos para llevarse otra vez a su mujer. Cuando llegó, Koschéi no estaba en casa.
-¡Vámonos, María! -dijo el zarevitz.
-¡Ay, zarevitz Iván! -exclamó la reina-, Koschéi nos dará alcance y te descuartizará.
- Que me descuartice; de todos modos, no puedo vivir sin ti.
Se pusieron en camino. Koschéi regresaba a casa cuando su caballo tropezó.
-¿Por qué has tropezado? ¿Es que presientes alguna desgracia? -preguntó Koschéi.
El caballo respondió:
- Ha venido el zarevitz Iván y se ha llevado a la reina María.
Koschéi picó espuelas, dio alcance al zarevitz Iván, lo descuartizó y metió los pedazos en un barril lleno de pez. Luego tomó el barril, lo reforzó con aros de hierro y lo arrojó al mar azul. Hecho esto, Koschéi sc llevó a la reina María.
Vieron los cuñados del zarevitz Iván que los objetos de plata que él les había dejado se ponían negros.
-¡Ay -dijeron-, se ve que le ha ocurrido una desgracia!
El águila voló al mar azul y sacó el barril a la orilla.
El halcón voló por agua de la vida, y el cuervo, por agua de la muerte.
Se reunieron los tres en un mismo sitio, rompieron el barril, sacaron los pedazos del zarevitz Iván, los lavaron y los dispusieron como correspondía.
El cuervo los roció con agua de la muerte, y los pedazos se pegaron. El halcón los roció con agua de la vida, y el zarevitz Iván se estremeció y abrió los ojos. Luego, se levantó y dijo:
-Cuánto tiempo he estado dormido!
-Más hubieras estado de no ser por nosotros -le respondieron sus cuñados-. ¡Ea, vámonos!
-No puedo, hermanos, debo ir en busca de la reina María.
Llegó el zarevitz a donde estaba la reina María y le dijo:
-Pregúntale a Koschéi el Inmortal de dónde ha sacado un caballo tan veloz.
La reina María aprovechó una ocasión propicia y preguntó a Koschéi de dónde había sacado aquel caballo.
-Lejos, muy lejos -respondió Koschéi-, en un reino situado en la orilla opuesta del Río de Fuego, vive la bruja Yagá. Tiene la bruja una yegua en la que, cada día, recorre el mundo de punta a punta. l’osce otras muchas yeguas magníficas. Fui tres días yegüerizo suyo y no dejé escapar ni una sola bestia. La bruja Yagá me regaló por eso un potrillo.
-¿Y cómo cruzaste el Río de Fuego?
Tengo un pañuelo mágico. Basta con sacudirlo hacia la derecha tres veces para que se tienda un puente muy alto, al que el fuego no llega. 
María contó todo al zarevitz Iván y, además, le dio el pañuelo, se las había ingeniado para sustraérselo a Koschéi.
El zarevitz Iván cruzó el Río de Fuego y se dirigió a donde vivía la bruja Yagá. Tuvo que caminar mucho, sin comer ni beber nada. De pronto vio un ave rara con sus polluelos. El zarevitz Iván
-Mc comeré un polluelo.
-No te lo comas, Iván zarevitz -imploró el ave-, que dentro de poco te seré útil.
Prosiguió el zarevitz su camino. Al cruzar un bosque descubrió un panal, y dijo:
-Comeré un poco de miel.
La reina del panal le imploró:
-No toques mi miel, zarevitz Iván, que dentro de poco te seré útil. El zarevitz Iván no tocó la miel y siguió adelante. Al poco veía una leona con un leoncillo.
-Me comeré el leoncillo -dijo el Zarevitz-, pues me caigo de hambre.
-No toques mi leoncillo, zarevitz Iván -imploró la leona- que dentro de poco te seré útil.
El zarevitz siguió hambriento su camino y, por fin, llegó a donde vivía la bruja Yagá. En torno a la casa había hincadas en el suelo doce estacas, y en once de ellas podía verse sendas calaveras.
-¡Buenos días, abuela!
-¡Buenos días, zarevitz Iván! ¿Has venido de buen grado o traído por la necesidad?
-He venido para merecerme un buen caballo.
-Con mil amores, zarevitz; para eso no tendrás que estar a mi servicio un año, sino tan sólo tres días. Si no se te pierde ninguna de mis yeguas, te daré un buen caballo, pero si se te escapa alguna, tu cabeza coronará la estaca libre.
El zarevitz Iván aceptó las condiciones. La bruja Yagá le dio de comer y de beber y le dijo que pusiera manos a la obra.
En cuanto el zarevitz Iván hubo sacado las yeguas al campo, las bestias alzaron la cola y se dispersaron por los prados, perdiéndose de vista en un dos por tres.
El zarevitz se echó a llorar, se sentó en una piedra y se durmió. 
Se estaba ya poniendo el sol, cuando llegó volando el ave rara, despertó al zarevitz y le dijo:
-Levántate, Iván, que las yeguas están ya en casa.
El zarevitz se levantó y dirigió sus pasos a casa de la bruja Yagá. La bruja gritaba muy enfadada a sus yeguas:
-¿Por qué habéis vuelto?
-¿Cómo no íbamos a volver, si acudieron todos los pájaros del inundo y casi nos saltan los ojos?
-Mañana no corráis por los prados, dispersaos por los espesos bosques.
El zarevitz Iván pasó durmiendo toda la noche. A la mañana siguicnte la bruja Yagá le dijo:
-Mira, zarevitz, si no vuelves con todas las yeguas, si se pierda alguna, tu rizada cabeza coronará la estaca.
El zarevitz sacó las yeguas a pastar, pero las bestias alzaron la cola y se dispersaron por los espesos bosques. El zarevitz volvió a sentarse en una piedra, se echó a llorar y luego se durmió. El sol se puso tras el bosque. Acudió la leona y dijo al zarevitz:
-Levántate, zarevitz Iván, que las yeguas están ya juntas. Kl zarevitz Iván volvió a casa. La bruja Yagá gritaba a las yeguas, más violenta aún que la víspera:
-¿Por qué habéis vuelto?
-¿Cómo no íbamos a volver, si acudieron las fieras de todo el mundo y estuvieron a punto de hacernos trizas?
-Bien, mañana huid al mar azul.
Aquella noche, el zarevitz Iván se la pasó también durmiendo. A la mañana siguiente, la bruja Yagá le ordenó que llevara las yeguas a pastar.
-Si se te escapa alguna, tu rizada cabeza coronará la estaca.
El zarevitz Iván sacó las yeguas a pastar, pero las bestias alzaron al punto la cola, se perdieron de vista y galoparon al mar azul, sumergiéndose en él hasta el cuello. El zarevitz Iván se sentó en una piedra, rompió a llorar y luego s durmió. El sol se había puesto ya tras el bosque, cuando llegó volando la reina de las abejas y le dijo:
-Levántate, zarevitz, que todas las yeguas están ya juntas. Procura que la bruja Yagá no te vea cuando vuelvas a casa, métete en la cuadra y ocúltate tras el pesebre. Hay allí, tendido en el estiércol, un potrillo débil y tiñoso. A medianoche, coge el potrillo ese y márchate.
El zarevitz Iván se levantó, se metió en la cuadra y se tendió tras el pesebre. La bruja Yagá gritaba furiosa a sus yeguas:
-¿Por qué habéis vuelto?
-¿Cómo no íbamos a volver, si acudieron nubes de abejas de todo el mundo y se pusieron a picarnos hasta hacernos sangrar?
La bruja Yagá se durmió y, a medianoche, el zarevitz Iván le quitó el potrillo tiñoso, lo ensilló y galopó hacia el Río de Fuego. Al llegar a la orilla sacudió tres veces hacia la derecha el pañuelo, y, por arte de birlibirloque, apareció un puente alto y bello.
El zarevitz cruzó el puente y sacudió el pañuelo hacia la izquierda dos veces, con lo que sobre el río quedó un puente muy estrecho.
Al despertarse a la mañana siguiente, la bruja Yagá advirtió que el potrillo tiñoso había desaparecido y voló en pos del zarevitz Iván. Volaba como una exhalación, montada en su almirez, al que acuciaba con el majadero, y borraba las huellas con una escoba.
Llegó al Río de Fuego, miró el puente y se dijo: “¡Buen puente!“
Pero apenas si habla llegado a la mitad, cuando el puente se derrumbó, y la bruja Yagá encontró la muerte en las llamas.
El potrillo del zarevitz Iván estuvo pastando en verdes prados, y pronto llegó a ser un caballo de hermosa estampa.
Llegó el zarevitz Iván a donde estaba la reina María. Ella salió a su encuentro, lo abrazó emocionada y le preguntó:
-¿Cómo lograste escapar a la muerte?
El zarevitz se lo contó y le dijo que había llegado para recogerla.
-¡Temo que Koschéi nos alcance y pueda descuartizarte otra vez, zarevitz Iván! -exclamó María.
-¡No me alcanzará! -respondió el zarevitz-. Tengo ahora un magnífico caballo, rápido como un pájaro.
En fin, montaron el bruto y se pusieron en camino.
Regresaba a casa Koschéi, cuando su caballo dio un tropezón.
-¿Por qué tropiezas, jamelgo famélico? -preguntó Koschéi ¿Presientes alguna desgracia?
Ha venido el zarevitz Iván -respondió el caballo-y se ha llevado a la reina María.
-¿Podremos alcanzarles?
-No sé; ahora el zarevitz Iván tiene un caballo más rápido que yo.
-No puedo consentir que se lleve a María -rugió Koschéi-, los perseguiremos.
Tras de mucho galopar, Koschéi dio alcance al zarevitz Iván, echó pie a tierra y quiso hacerlo pedazos con su afilado sable, pero el caballo del zarevitz le saltó de una coz la tapa de los sesos, e Iván lo remató con su cachiporra.
Después, el zarevitz hizo una hoguera, quemó en ella a Koschéi y esparció al viento sus cenizas.
La reina María montó el caballo de Koschéi, y el zarevitz Iván el suyo, y fueron a visitar primero al cuervo, luego al águila y, por último, al halcón. En los tres palacios les recibieron con grandes muestras de contento, diciendo:
-¡Ay, zarevitz Iván, no pensábamos ya verte! Comprendemos que te esfor-zaras tanto, pues en todo el mundo no se encontraría una mujer más bella que la reina María.
En fin, estuvieron de visita, fueron espléndidamente agasajadós y regresaron a su reino, donde vivieron felices hasta la más profunda vejez.

062. anonimo (rusia)