Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 27 de mayo de 2012

Historia de una ogresa que transformaba a los hombres en ghul

Historia de una ogresa que transformaba a los hombres en ghul

Anónimo
(arabe)

Cuento

La historia se refiere a un Rey de los hombres y a un Rey de los ogros. Este Rey de los hombres era rico de soldados y de hombres. Un día, durante una marcha, sus soldados capturaron a una pequeña ogresa y se la llevaron al Rey, que hizo que la cargasen de cadenas de hierro y luego la tuvo junto a él, dándole de comer y de beber. De vez en cuando hacía que sus siervos la trajeran para que sus hijos se divirtiesen.
Pero he aquí que un día la pequeña ogresa se negó a moverse de su sitio. El Rey furioso la golpeó con una barra de hierro. Una gota de sangre fue a caer sobre los pies del Rey que, al instante, se convirtieron en unos pies como los de los ogros. Cuando el Rey se vio en aquel estado, furibun­do redobló los golpes y la sangre le fue a salpicar en la cara, y su cara se hizo semejante a la de los ogros. Al final, el Rey se transformó por com­pleto en ogro, y sus súbditos le miraron con espanto.
Cuando la ogresa se dio cuenta de que su sangre podía transformar a los hombres en ogros, se puso a dar patadas en el suelo, y al moverse de aquel modo, lanzaba gotas de sangre y salpicaba a todos los que estaban alrededor. Así fue como todos los familiares del Rey se transformaron en ogros.
Desde entonces la ogresa pasaba todo el tiempo espiando a todo cl que entraba en Palacio y cuando se acercaban les escupía y los transformaba en ogros.
Acudían muchos curiosos para ver lo que sucedía, y agitándose toda, la ogresa todavía hizo que aumentase más el número de las personas transformadas en ogros, hasta que llegó el momento en que la gente, dándose cuenta de lo que sucedía, comenzó a evitar acercarse a ella. A tal extremo llegó todo, que aquel que se encontraba fuera no pudo entrar en el castillo y el que se encontraba dentro, no podía salir, ya que sus habitantes se ha­bían convertido en ogros.
A excepción de la lengua, que seguía siendo de los hombres, su natu­raleza física y moral ya era la de los ogros. Como ya hemos dicho, aquella pequeña ogresa había sido raptada por soldados cuando apenas su madre la dio a luz en el desierto.
En aquel país la irritación contra ella iba cada día más en aumento. Un día, los habitantes que todavía no habían sido transformados en ogros se can­saron de tener que permanecer escondidos, tiraron las armas y asaltaron a la ogresa. Ella logró salpicar a algunos con su sangre, pero finalmente lograron matarla. Sus últimas víctimas se dirigieron a Palacio para lamentarse ante el Rey, pero lo encontraron transformado como ellos y como muchos otros.
En esta situación se encontraban, cuando la madre de la pequeña ogresa irrumpió en la ciudad lanzando rugidos de cólera. Husmeaba de vez en cuando el terreno siguiendo una pista, hasta que entró en Palacio: había reconocido el olor de su hija. Tomó en su boca el cadáver y lo condujo a un lugar seguro. Luego se arrojó sobre los otros ogros para devorarlos, porque se había dado cuenta por el olor de que no eran verdaderos ogros, sino hombres trans-formados.
Después de comerse a alguno, volvió a coger en la boca el cuerpo de su hija y se dirigió a presentarle sus respetos al Rey de los ogros.
Los habitantes de aquel país, o por lo menos aquellos que habían per­manecido siendo hombres, cogiendo a sus mujeres y a los niños, abando­nando todos sus bienes y contentándose con salvar la vida, fueron en busca de refugio donde otro Rey, tan poderoso que ningún otro Rey del univer­so había podido vencerle. Cuando vieron que entraba un número tan gran­de de ellos, un centinela fue enviado al Rey:
-Señor, te anuncio que una horda de mujeres y niños ha venido en masa y está a las puertas de la ciudad.
-Vuelve donde están -dijo el Rey al mensajero- y dales a todos la bienvenida. Luego tráeme a cinco de sus jefes para que yo pueda interro­garles y pueda saber el motivo que les conduce aquí.
El mensajero se dirigió hacia los fugitivos y les dijo:
-El Rey está feliz con vuestra llegada, pero quisiera hablar con cinco de vosotros para saber las razones que os han traído hasta aquí.
Al instante salieron del grupo las cinco personas de mayor distinción y acompañaron al mensajero al Palacio para presentarle al Rey sus respe­tos. A sus preguntas le contaron su historia desde el principio al fin.
-He aquí -dijeron- que hemos abandonado todos nuestros bienes, sola-mente hemos puesto la vida a salvo.
El Rey les asignó una parte de su territorio, que hizo desocupar a tal efecto; después dio orden a un numeroso grupo de personas de que se di­rigieran al país de origen de los fugitivos y que tomasen posesión de todos los bienes muebles. Así lo hicieron, pero de las personas que se habían transformado en ogros no se encontró traza alguna: todas se habían arro­jado al mar. El Rey se adueñó de los bienes que habían pertenecido al Rey transformado por la ogresa, y los otros fueron devueltos a sus propieta­rios. Luego el Rey hizo venir a su presencia a los fugitivos y les preguntó:
-¿Cómo se comportaba normalmente el Rey que fue transformado por la ogresa?
-Señor -le respondieron-, estaba muy lejos de ser misericordioso hacia sus súbditos, y les condenaba a muerte sin preocuparse de la justicia.
-¿Y aquellos que fueron transformados junto a él?
-Eran aquellos -le respondieron- que participaban en el poder con él.
El Rey concluyó:
-Éste es, pues, su castigo.





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