Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 27 de mayo de 2012

El cazador de fantasmas

Un chico joven vivía solo con su abuela. Cuando se fue haciendo mayor, llegó a obsesionarle el miedo a los fantasmas. Su angustia era tal que no podía dormir de noche.
Su abuela le decía muchas veces:
-Vete a dormir como los demás. De cualquier manera, no tiene sentido preocuparse; si alguna vez ves un fantasma, puedes estar seguro de que rápidamente podrá contigo.
El muchacho, que era terco por naturaleza, siempre contestaba:
-No habrá nunca un fantasma que me haga eso a mí.
Cuando se convirtió en un hombre joven, el chico decidió cons-truirse un iglú. Pero, para hacerse su hogar, eligió un sitio algo apartado de los demás iglús, de manera que pudiera ver cualquier cosa que se acercara desde cualquier dirección.
Su iglú estaba construido como un fuerte grande. Abrió ventanas todo alrededor e hizo aberturas por las que poder disparar flechas a cualquier mal espíritu que pudiera presentarse.
Cuando el iglú estuvo terminado, el joven montaba guardia de noche desde el interior de su fortaleza. Equipado con el arco y las flechas que le había dado su abuela, esperó a que aparecieran los fantasmas. Su abuela y algunos otros viejos intentaron convencer al joven para que se fuese a la cama de noche. Tenían miedo de lo que pudiera pasarle si de verdad apareciera un fantasma.
-Te matará -le advirtieron.
El joven replicaba obstinadamente:
-No, no, no puede pasarme nada.
Era un error despreciar la sabiduría de los que eran más viejos que él, pero estaba tan obsesionado con sus ideas que nadie podía hacerle cambiar de opinión.
Una vez, ya bien entrada la noche, cuando hacía su guardia habitual, creyó ver que algo se movía fuera tras la ventana. Miró cuidadosamente, confiando en que al fin iba a poder ver un fantas-ma. Se estiró para mirar qué podía ser. Para sorpresa suya, no era un fantasma, sino una bellísima mujer joven vestida con pieles elegantes. Estaba de pie junto a la vivienda de su abuela.
El joven quedó fascinado por su belleza, y cuanto más la miraba, más se entusiasmaba con su hermosura. Quería tomarla por esposa. Rendido de emoción, el joven olvidó todo lo demás, incluyendo fantasmas y espíritus, arcos y flechas. Sin pensarlo más, y hasta sin ponerse nada caliente, salió del iglú y echó a correr hacia ella.
Al ver acercarse al joven, la mujer habló:
-Ven conmigo y vas a ser mi marido. Vamos a casa de mis padres. Mira allá y podrás ver la luz de nuestro iglú. Es la ventana de la casa de mi padre.
El joven miró y vio la ventana iluminada. Después de dar unos pasos, vaciló:
-No, no te voy a seguir. Me quedo aquí.
La muchacha insistió:
-¡Pero está tan cerca! Ven, y viviremos juntos como marido y mujer.
La belleza y la insistencia de la chica terminaron por vencer la resistencia del joven. La siguió en la noche hacia la brillante luz del iglú de su padre.
Durante mucho tiempo anduvieron juntos. El joven se volvía periódicamente para ver las luces de su poblado, que se iban alejando. Parecía como si cada vez se apartaran más y más de su casa, pero la de la chica no estaba más cerca.
El joven estaba empezando a cansarse del largo viaje. Su propio poblado ya había desaparecido de la vista y sólo los ánimos que le daba la chica le mantenían andando. Fue un gran alivio cuando por fin llegaron a casa de la chica. Dentro del iglú, los padres y los dos hermanos menores de la muchacha les dieron la bienvenida.
Al ver a esta gente junta, el joven cayó en la cuenta de lo que había sucedido. No eran personas corrientes, en absoluto. Eran fan-tasmas. Siempre había querido ver un fantasma y ahora había sido engañado por lo que creyó que sólo era una chica muy guapa. Pero no podía dar marcha atrás. El joven y la chica se convirtieron en marido y mujer.
Durante mucho tiempo vivieron juntos. Finalmente el joven terminó por aburrirse a falta de cosas interesantes y emocionantes que hacer. Sus cuñados salían de caza, pero, como él no tenía ni kayak ni armas, se quedaba en casa. Cuando los cazadores volvían con abundantes piezas, el joven se ponía celoso. Le era difícil reprimir lo que sentía. Acudió a su mujer y le dijo cuánto le gustaría ir de caza.
-Quizá tu padre, que no caza, podría prestarme un arco.
La chica fue a ver a su padre.
-A mi marido le gustaría que le prestases el arco para poder ir a cazar con mis hermanos.
El viejo no tuvo nada que objetar, de modo que el marido hizo planes para irse a los terrenos del caribú. Justo antes de que se marchara, el viejo le dio un consejo:
-No te separes de tus cuñados por ningún motivo. Si ves un caribú paciendo en la ladera de la montaña, ten cuidado de no perseguirlo.
El joven siguió este consejo e hizo varias expediciones de caza. Cada vez volvía al poblado con muchas piezas. Pero un día, mientras iba con sus dos compañeros, el joven dijo:
-He visto algo allí enfrente, en la ladera de la montaña. Debe ser un caribú.
Sus cuñados replicaron:
-No, ése no podemos cazarlo. Ése es el caribú que nuestro padre nos prohíbe cazar. Lo dejaremos en paz. Hay muchos otros.
Diciendo esto, los dos hermanos se fueron a cazar a otra parte. El joven era incapaz de quitarse de la cabeza la idea del caribú solitario.
-¿Por qué el viejo no quiere que vayamos detrás de él? -se pre-guntaba. Después de esto el joven se pasó días pensando en el caribú de la ladera de la montaña.
Un día, durante otra cacería, decidió ir detrás del caribú. Sus cuñados intentaron disuadirle, pero el joven se puso terco. Dejó a sus compañeros y se echó a andar solo. Mataría el caribú, este caribú tan misteriosamente protegido.
Acercándose a la montaña con precaución, el cazador acechó a su víctima. Se acercó todo lo que pudo y, luego, con puntería mortal, disparó la flecha. El caribú cayó. El joven empezó inmediatamente a desollar el animal.
No bien había empezado, una niebla comenzó a cerrarse en torno a él. Trabajando rápidamente, el cazador intentó terminar su tarea antes de que la niebla borrase por completo el sendero que conducía de vuelta al poblado. Cuando terminó, dejó el cadáver del caribú en el suelo, lo tapó con el contenido de su estómago para que ningún animal lo tocara, miró en torno para cercionarse del camino y se marchó a casa.
Por más que lo intentó, no fue capaz de encontrar el camino correcto. Nunca lograba avanzar más que una corta distancia antes de tropezar con un acantilado abrupto. Entonces deshacía sus pasos hacia el cadáver, se encaminaba en otra dirección y echaba a andar otra vez. Una y otra vez el acantilado se levantaba de la niebla impidiéndole el paso. Aún más, parecía que el muro de rocas se cerraba en torno a él. ¡Lo aplastarían!
Por suerte, el joven siempre llevaba con él un amuleto de gran poder mágico. Era un vestido de mangas muy cortas y estaba hecho de la piel de sus ancestros. Esta prenda se la ponía pegada al cuerpo. Dándose cuenta del gran peligro en que estaba, el joven apeló a los poderes mágicos del amuleto. Tiró de una manga y, medio quitándose la prenda, imploró:
-¡Abuela, estoy en gran peligro!
A esta llamada, el tiempo mejoró de repente. La niebla se levantó y el desamparado cazador pudo volver a casa.
Sus cuñados estaban preocupados por él. Querían saber qué había sucedido. Al principio el joven se resistía a decir nada. Pero sus cuñados no paraban de insistir y, por fin, les habló del caribú, de la niebla y de su petición de ayuda a su abuela. Pero no les dijo nada de la chaqueta mágica. Los cuñados no quedaron satisfechos. Le prohibieron al joven volver a salir de caza. Tendría que quedarse en casa mientras los hermanos cazaban.
Durante mucho tiempo el joven cazador se quedaba solo y lo único que podía hacer era mirar con envidia cómo sus cuñados iban en busca de más caza. También en esta ocasión sus celos le pudieron. Dijo a su mujer:
-Tu padre tiene un kayak y un arpón. Yo podría sacarles partido y seguir a los otros cuando van a cazar focas.
Su mujer accedió a preguntar a su padre.
-Mi marido quiere cazar focas. ¿Podrías prestarle el kayak y el arpón?
El padre no tenía nada en contra.
-Puedes usarlos -le dijo a su yerno.
-Mi kayak está a la orilla del río y el arpón está dentro. Pero, antes de irte a cazar, quiero decirte algo. Sólo debes cazar las focas de este lado de la isla. Las focas del otro lado son feroces. Cuando vayas, asegúrate de quedarte por el lado más cercano a tierra.
Los tres jóvenes cazadores escucharon el consejo del viejo y fueron juntos a cazar focas, recordando que no tenían que ir al otro lado de la isla. Durante muchos días estuvieron cazando de esta manera. Pero un día al marido se le ocurrió ir al otro lado de la isla. Se lo dijo a sus cuñados, pero éstos no querían saber nada de ello.
-No, no iremos allí; nuestro padre lo ha prohibido -replicaron.
El joven no se convenció tan fácilmente. Iría solo. Dejando a sus compañeros, remó hacia la zona prohibida. Cuando hubo llegado al otro lado e iba a explorar la costa, una bestia extraordinaria surgió de pronto de las profundidades del mar y nadó hacia el kayak del cazador.
El joven arrojó el arpón. El arma dio en el blanco y, en ese mismo instante, el joven perdió el conocimiento.
Cuando despertó no sabía dónde estaba. Se encontró en un campo de hielo desde el que no se veía ninguna tierra. Mirando alrededor, el cazador vio una gigantesca casa de nieve, tan grande como un iglú ritual. Fuera había un hombre que le hacía señas para que entrase. El joven entró. Dentro del iglú, de pie formando un círculo, había mucha gente. Tendida en el suelo estaba la foca mons-truosa que había arponeado. Todos le increpaban:
-Has matado a nuestra amiga -dijeron-. Saca el arpón de su cuer-po. Cuando lo hayas hecho, corta un trozo grande de carne. Lo vas a necesitar para comerlo en el largo viaje que te espera.
El joven siguió sus instrucciones y se preparó para un largo viaje.
Arrastrando el kayak por la tierra, el joven cazador viajó durante todos los meses del largo invierno. Llegó un momento en que el kayak se desgastó hasta tal punto que tuvo que desguazarlo. De las piezas que quedaron hizo un paquete, que el joven se puso a la espalda.
Cuando llegó la primavera este viaje interminable parecía no tener fin. Al llegar el tiempo más caliente, tuvo que enfrentarse a otros problemas. Por todas partes había charcos de agua. Incluso cuando llegó a tierra este problema continuó. La isla por la que andaba el cazador se cubrió de agua. Más aún, la profundidad del agua iba creciendo. Dándose cuenta de que corría un gran peligro, el joven tiró de la manga de su chaqueta mágica y exclamó:
-¡Abuela, estoy en gran peligro!
Inmediatamente tuvo lugar una gran transformación. El joven fue elevado a los aires y convertido en una golondrina marina y así pudo continuar viaje como un pájaro, bajando al agua para coger peces cuando tenia hambre.
El vuelo le llevó a la zona donde había vivido con su abuela hacía mucho tiempo. Ahora todo estaba en ruinas. Toda la gente se había ido. Su única esperanza era volver junto a su familia política, y así, usó el poder mágico de su vestido para transformarse otra vez en un hombre.
Al llegar al iglú de su familia, el joven fue abordado por sus parientes. Tenían curiosidad por su extraña desaparición y muchas preguntas que hacer. Al principio se negó a contestar. Le daba vergüenza reconocer que había ido al otro lado de la isla. Pero sus cuñados no le dejaban en paz. Desesperado, terminó por ceder:
-¡Está bien! Os lo diré todo, pero primero traedme un pequeño tazón de agua y ponedlo a mis pies.
Sentado en el borde de la cama con el tazón de agua delante de él, en el suelo, el joven procedió a contar toda la historia. No omitió ningún detalle, excepto uno. No mencionó su vestido mágico hecho de la piel de sus ancestros. Era su última protección.
El joven terminó su historia confesando que había querido volver al iglú de su abuela, pero que, al encontrarlo abandonado y en ruinas, no le había quedado más remedio que volver a casa de sus cuñados y de su suegro.
Su historia indignó a la familia, pero no bien hubo terminado su relato, el joven, con el vestido mágico en la mano, saltó de la cama y se tiró de cabeza al tazón de agua. Desapareció y se fue para siempre.

Fuente: Maurice Metayer

036 Anónimo (esquimal)



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