Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 27 de mayo de 2012

Cómo cormac mac art fue al país de la magia

Cormac, hijo de Art, hijo de Conn el de las Cien Batallas, era el Gran Rey de Irlanda, y tenía su corte en Tara. Un día, sobre la campiña vio a un joven que llevaba en la mano una rama mágica y brillante que tenía nueve manzanas rojas. Y, cada vez que se agitaba la rama, los heridos o los debilita­dos por la enfermedad se sentían felizmente arrulla­dos por el sonido de una música mágica y dulcísima, que emanaba de aquellas manzanas; y nadie en el mundo podía tener en la mente necesidad, aflicción, ni abatimiento de alma algu-no, cuando la rama era agitada para él.
"¿Es tuya esa rama?", preguntó Cormac.
"Claro que es mía."
"¿La venderías? y, de ser así, ¿qué pedirías por ella?"
"¿Me darás lo que te pida?", dijo el joven.
El rey se lo prometió, y el joven entonces le pidió su esposa, su hija y su hijo. El rey sintió un gran dolor de corazón, lo mismo que su mujer y sus hijos cuando supieron que tenían que separarse. Pero Cormac agitó la rama entre ellos, y, cuando oyeron la suave y dulce música, olvidaron toda preocupación y pena, fueron a encontrarse con el joven, partieron con él y no se les vio más. Por toda Erin se profirieron sollo­zos, gritos y lamentaciones cuando se supo lo ocu­rrido: pero Cormac sacudió la rama, y ya nadie sintió ninguna pena ni amargura en el corazón.
Pasado un año Cormac dijo: "Hoy se cumple un año desde que se llevaron de mi lado a mi esposa, a mi hijo y a mi hija. Voy a seguirlos por el mismo camino que tomaron."
Cormac partió; al poco una oscura niebla mágica se levantó a su alrededor y vino a aparecer en medio de una maravillosa llanura. Había allí muchos jinetes, ocupados en techar una casa con plumas de aves exó­ticas; cuando un ala estaba techada, iban a buscar más; pero cuando regresaban no quedaba ya una pluma en el tejado. Cormac los observó un rato, y prosiguió su viaje.
Más tarde, vio a un joven arrastrando árboles para hacer un fuego; pero, antes de que pudiera encontrar un segundo árbol, el primero ya se había consumido, y a Cormac le pareció que su labor no tendría fin.
Cormac siguió adelante, hasta que vio tres inmen­sos pozos en un límite de la inmensa llanura, y sobre cada uno había una gran cabeza de piedra. De la boca de la primera cabeza manaban dos chorros de agua, y otro caía en ella; de la segunda cabeza brotaba un chorro, y otro también iba a parar a su boca, mientras que tres chorros fluían de la boca de la tercera cabeza. Grande fue la admiración que se apoderó de Cormac, que dijo: "Me quedaré a observar estos pozos, pues no he encontrado a nadie que me cuente su historia." Y, pasado un rato, siguió adelante hasta llegar a una casa en medio de un campo. Entró y saludó a sus moradores. Allí, sentada, había una pareja de perso­nas altas, vestidas con ropas de muchos colores, que saludaron al rey y le invitaron a pasar la noche.
Entonces, la esposa pidió al marido que buscara comida, y éste se levantó y salió, y al rato volvió con un enorme jabalí sobre su espalda y un leño bajo el brazo. Arrojó al suelo el jabalí y el leño, y dijo: "Ahí está la carne; cocínatela tú mismo."
"¿Cómo puedo hacerlo?", preguntó Cormac.
"Yo te enseñaré", dijo el joven. "Parte este gran leño en cuatro trozos, y divide el jabalí en cuatro cuartos; dispón un leño debajo de cada cuarto; cuenta una historia verdadera, y la carne quedará bien hecha."
"Cuenta tú la primera historia", dijo Cormac.
"Siete cerdos tengo del mismo tipo que el que he traído, y con ellos podría alimentar al mundo entero. Porque si mato a uno, no tengo más que poner los huesos en la pocilga otra vez, para que a la mañana siguiente lo encuentre vivo."
La historia era cierta, y el cuarto del animal quedó hecho.
Entonces, Cormac rogó a la mujer de la casa que contara otra historia.
"Tengo siete vacas blancas, que llenan siete calde­ros de leche cada día; y doy mi palabra de que su leche puede satisfacer a todos los hombres del mundo entero, si estuvieran todos en aquella llanura be­biéndola."
La historia era cierta, y el segundo cuarto de jabalí quedó hecho.
Ahora pidieron a Cormac que contara una histo­ria para su cuarto de jabalí. Y contó cómo andaba a la búsqueda de su mujer, su hijo y su hija, a quienes un joven con una rama mágica se había llevado de su lado hacía un año.
"Si lo que cuentas es cierto", cortó el dueño de la casa, "tú eres Cormac, hijo de Art, hijo de Conn el de las Cien Batallas".
"Lo soy, en verdad", asintió Cormac.
La historia es verdadera, y el otro cuarto del jabalí quedó asado.
"Come tu carne ahora", dijo el dueño de la casa.
"Jamás he comido", repuso Cormac, "en compa­ñía de sólo dos personas".
"¿Comerías con tres más?"
"Si fueran personas queridas, sí", dijo Cormac.
Entonces se abrió la puerta, y entraron la esposa y los hijos de Cormac: grandes fueron su gozo y su alegría.
Entonces, Manannan mac Lir, señor de la Cabal­gata Fantástica, apareció ante él en su verdadera forma, y le dijo así:
"Fui yo, Cormac, quien se llevó a tus tres familia­res. Y fui yo quien te dio esta rama, todo lo que pude traer aquí. Ahora come y bebe."
"Lo haría", dijo Cormac, "si pudiese conocer el significado de las extrañas cosas que he visto hoy".
"Lo conocerás", dijo Manannan. "Los jinetes que techaban la casa con plumas, son la alegoría de la gente que se lanza al mundo en busca de riquezas y fortuna; cuando regresan, sus casas están des-nudas, y así continúan para siempre. El joven que arrastraba árboles para hacer una hoguera, es semejante a aque­llos que trabajan para otros: grandes son sus esfuer­zos, pero ellos nunca se calientan con el fuego. Las tres cabezas sobre los pozos son tres clases de hom­bres. Los hay que dan con generosidad cuando reci­ben con genero-sidad; otros que dan con generosidad aunque reciban poco; y otros hay que reciben mucho y dan poco, y éstos son los peores de los tres, Cor­mac", dijo Manannan.
Después de esto, Cormac, su mujer y sus hijos se sentaron, y extendieron un mantel ante ellos.
"Tienes delante de ti un objeto muy precioso", dijo Manannan, "no hay comida, por delicada que sea la que se le pida, que no sea obtenida al instante".
Después, Manannan introdujo la mano en su cin­turón, sacó una copa y la sostuvo sobre su palma. "Esta copa tiene la virtud de que", explicó, "cuando alguien cuenta una falsa historia delante de ella, se rompe en cuatro pedazos; y, cuando alguien cuenta una historia verdadera, se vuelve a unir".
"¡En verdad, tienes maravillas Manannan!", ex­clamó el rey.
"Todas ellas serán tuyas", dijo Manannan, "la copa, la rama y el mantel".
Entonces, comieron la cena que fue excelente, pues no tenían más que pensar en cualquier carne, para que apareciera al instante sobre el mantel, o en cualquier bebida para tenerla en la copa. Y se lo agra­decieron profusa-mente a Manannan.
Cuando hubieron terminado, se preparó una cama para ellos, y se acostaron y tuvieron dulces sueños.
Cuando se despertaron por la mañana, estaban en Tara la de los reyes, y a su lado estaban el mantel, la copa y la rama.
Y así es cómo le fue a Cormac en la corte de Manannan; y así es cómo consiguió la rama mágica.

024 Anónimo (celta)



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