Había
una vez un leñador muy pobre que tenia hijas muy bonitas. De las tres, la más
bonita era la menor. Un día se fue el leñador a cortar leña al bosque y al
estar cortando un encino un oso muy grande y feo le arrebató el hacha de las
manos.
-¿Quién
te dio permiso para cortar leña en mi bosque? Le preguntó el oso al leñador.
-Te
has estado robando mi leña y vas a tener que pagarla con tu vida.
-Quiero
que me perdone, señor Oso, -dijo el pobre leñador, yo cortaba leña para
venderla y así mantener a mis tres hijitas. Si usted me mata, mis niñas se
morirán de hambre.
Se
quedó pensativo el oso, y luego dijo:
-Nada
más hay un modo de salvar tu vida, tienes que darme a una de tus hijas como
esposa. El pobre leñador no sabia que hacer ni que decir. Por fin el terror de
perder la vida y dejar a sus hijas desamparadas obligó al hombre a satisfacer
los deseos del oso.
Volvió
a su casa el leñador y les contó a sus hijas lo que le había pasado.
-Padre,
dijeron las dos mayores.
-Nosotras
nos moriríamos si no tuviéramos que casar con ese oso.
Ninfa,
la más pequeña, dijo entonces.
-Padre,
yo me casaré con el oso.
Al día
siguiente se fueron Ninfa y su padre al bosque. Allí encontraron al oso que
después de ver a la muchacha se sintió satisfecho.
Ninfa
sin embargo, le dijo al oso:
-Señor
Oso, mi madre siempre me dijo que hiciera las cosas según lo manda la Santa Iglesia
Católica. El oso le contestó que si, pero con la condición de que tenían que
traer al sacerdote al bosque. Se fue el leñador en busca de un sacerdote y al
regresar con uno se casaron Ninfa y el oso.
El oso
se llevó a Ninfa a su cueva y cuando llegó la noche el oso dijo:
-Oso
peludo, Oso horroroso; Vuélvete príncipe lindo y hermoso.
Al
instante quedó convertido en un príncipe muy hermoso. Entonces le dijo a Ninfa:
-Yo
soy un príncipe que estoy castigado a ser oso de día y hombre de noche por una
hechicera. Tu puedes hacer lo que quieras con una condición: nunca le dirás a
nadie que soy un príncipe encantado.
Ninfa
le prometió al príncipe que nunca diría el secreto y se sintieron muy felices
los dos.
A la
mañana siguiente que se levantaron, el príncipe dijo:
-Príncipe
lindo y hermoso; Vuélvete oso peludo, oso horroroso.
Al
instante quedó convertido en oso.
Así pasaron
los días y Ninfa tuvo deseos de ir a visitar a su padre y a sus hermanas al
pueblo. Ninfa no sabia como pedirle permiso al príncipe Oso para que la dejara
ir a ver a su familia. Por fin un día se animó y le dijo:
-Fuera
de ti esposo, no tengo a nadie con quien platicar. Quisiera que me dejaras ir a
ver a mi padre y a mis hermanas. No está lejos el pueblo, si me voy temprano
regresaré antes de que anochezca.
El
príncipe no quería que Ninfa fuera, pero tanto le rogó ella que al fin le dio
permiso, haciéndola que repitiera otra vez la promesa de nunca decir el
secreto.
Al día
siguiente se levantó Ninfa muy temprano, se vistió muy ricamente y se fue a ver
a su padre y hermanas quienes la recibieron con alegría; pero el diablo que
nunca duerme, llenó de envidia a las hermanas de Ninfa.
Se
empezaron a burlar de ella, celosas de las ricas alhajas y los costosos
vestidos que lucia.
-Te
casaste con un oso, ¡Qué vergüenza! -le decían las hermanas.
Tanto
se lo repitieron que al fin se enojó Ninfa y les reveló el secreto. Mucho se
asombraron las hermanas.
Entonces
dijo la mayor:
-Mira
Ninfa, ¿por qué no desencantas al príncipe? Lo que tienes que hacer es muy
fácil. A la noche emborrachas al príncipe. Luego que se duerma lo amarras y le
tapas la boca. En la mañana cuando despierte no podrá decir las palabras
mágicas que lo cambian en oso. Tan pronto como entre bien la mañana quedará
deshecho el encanto y tu marido tendrá cuerpo de príncipe para siempre.
Volvió
Ninfa a la cueva del oso y esa noche hizo lo que la había aconsejado se
hermana. Despertó el príncipe a la mañana siguiente y cual seria su sorpresa al
encontrarse amarrado y amordazado.
No
pudo el príncipe decir las palabras mágicas y quedó desencantado.
-Esposa,
-le dijo el príncipe a Ninfa, has faltado a tu promesa que me hiciste y ahora
vas a tener que pagarlo. Para deshacer el encanto y después haber vivido
felices los dos teníamos que haber estados casados un año y un día, pero como
me has desobedecido, ahora vas a tener que buscarme, y no me encontrarás hasta
que halles el Castillo de la Fe.
Al
instante el príncipe se desapareció y Ninfa quedó sola. Se entristeció y lloró
mucho porque amaba de veras al príncipe. Consolándose se propuso viajar hasta
encontrar el Castillo de la Fe.
Recogió
algunas prendas, se las echó al hombro y salió en busca del Castillo. Caminó y
caminó y por fin llegó a un bosque donde vivía un hechicero.
-Niña,
le dijo el hechicero, -¿qué andas haciendo por este bosque?
-Ando
buscando el Castillo de la Fe ,
-contestó Ninfa, ¿no sabe usted por donde queda?
-Yo no
sé dónde está ese Castillo, -dijo el hechicero, pero vete por este camino hasta
que llegues a la casa de mi padre. Él puede ser que te diga dónde esta lo que
buscas. Toma esta nuez y si alguna vez te encuentras en un apuro, quiébrala.
Le dio
Ninfa las gracias y se fue hasta que llegó a la casa del padre del hechicero.
Le preguntó Ninfa que si sabía donde estaba el Castillo de la Fe y el viejecito le dijo que
no.
-Pero
mira, -agregó el padre del hechicero, vete por este camino hasta que llegues
donde vive mi hermano mayor, él ha viajado mucho y puede ser que él sepa donde
está ese Castillo. Yo también te voy a dar una nuez como la que te dio mi hijo.
Si te encuentras en algún apuro la quiebras y te ayudará.
Se fue
Ninfa ande y ande y al fin llegó a la casa del hermano mayor del viejecito. El
tampoco sabia donde estaba el Castillo, pero le dijo a Ninfa:
-La
que solamente ha de saber, es la
Luna. Te vas por este camino y pronto llegarás a su casa.
Pero ten cuidado, no sea que la
Luna ande enojada. También yo te voy a dar una nuez, si te
encuentras apurada la quiebras.
Se fue
Ninfa. La pobrecita niña estaba ya muy cansada, pero al fin esa misma noche
llego a la casa de la Luna.
Tocó a la puerta y salió una viejecita que era la criada de la Luna.
-¡Válgame
Dios, hijita! -le preguntó le anciana, ¿qué andas haciendo? ¿Sabes que si te
halla aquí la Luna
te come?
Ninfa
entonces contó a la viejecita lo sucedido, y esta le dijo:
-Tu te
metes detrás de la estufa donde no te vea la Luna cuando venga, y yo disimuladamente le
pregunto que si sabe donde esta ese Castillo.
Aclarando
llegó le Luna, muy enojada porque se había clavado una espina cuando se estaba
comiendo una tuna.
Entró la Luna y dijo:
-¡A
carne humana me huele aquí, si no me las das te como a ti!
-Anda,
le dijo la vieja, -tú estás loca. Nomás porque hay un pedazo de carne en el
horno ya crees que es carne humana. Siéntate y come para que te acuestes,
porque vienes muy cansada.
Se
sentó la Luna a
comer y la viejecita le empezó a platicar.
-El
otro día pasó por aquí una lechuza y hablando con ella, me dijo que había oído
hablar del Castillo de la Fe
pero que no sabía dónde estaba. Tu que tantas cosas sabes, de seguro eso
también lo has de saber.
-Te
diré la verdad, -dijo la Luna ,
no sé. El que sí debe saber es el Sol.
Se
acostó a dormir la Luna
y la viejecita le dijo a Ninfa:
-Prontito,
vete antes de que despierte la
Luna. Vete por ese camino y pronto llegarás a la casa del
Sol.
Se fue
Ninfa y caminó y caminó y por fin llegó a la casa del Sol. Toco la puerta y
salió otra viejecita.
-¡Válgame
Dios, niña! -le dijo a Ninfa, ¿qué andas haciendo aquí? ¿No sabes que si te
encuentra el Sol aquí te quemará?
Ninfa
empezó a llorar y entre lágrimas le contó su historia a la viejecita. Estaban
muy tristes platicando cuando de repente se llenó de luz la casa y entró el
Sol. La pobre Ninfa se persignó y se preparó a morir. Pero la viejecita le
gritó al Sol:
-Espérate,
Sol, espérate. Esta pobre niña anda buscando el Castillo de la Fe.
-¡Ah!,
exclamó el Sol, -conque andas buscando el Castillo de la Fe ¿y por qué?
Ninfa
sollozando le contó todo lo que le había sucedido.
-Yo sé
donde está ese Castillo, -dijo el Sol, pero está muy lejos. Yo te podría
llevar, pero ya es tarde, y tu sabes que a mi no me dejan salir de noche. Pero
mira, cerca de aquí vive mi amigo el Aire, él si te puede llevar. Vete por este
camino y cuando llegues a su casa le dices que fui yo quién te mandó.
Se fue
Ninfa y después de caminar un buen rato, llegó a la casa del Aire. Tocó y el
Aire gritó:
-¡Que
entre quien sea!
Entro
Ninfa y le dijo al Aire que la mandaba el Sol a pedirle un favor.
-Concedido,
-dijo el Aire, sea lo que sea.
Ninfa
entonces le contó todo lo que le pasaba, y que quería ir al Castillo de la Fe.
-No te
preocupes, -dijo el Aire, yo te llevaré.
Se
montó Ninfa en el lomo del Aire y en un abrir y cerrar de ojos llegaron al
Castillo.
-Mira,
-dijo el Aire, parece que hay fiesta en el Castillo.
Todo
el Castillo estaba muy iluminado y se oían tocar violines y guitarras.
-Me
tengo que ir, -dijo el Aire a Ninfa.
-Con
la ayuda de Dios todo saldrá bien. Volviéndose torbellino se fue.
Tocó
Ninfa la puerta del Castillo y salió un criado.
-¿En
que le puedo ayudar?, Le dijo el criado.
-Quisiera
ver al príncipe.
-Señora,
-contestó el criado, ahorita no lo puede ver porque se acaba de casar y anda
bailando con la nueva princesa.
-Aunque
así sea, señor, déjame entrar a ver el baile. Yo nunca he visto un baile Yo
nunca he visto un baile tan bonito.
El
criado le contestó, te voy a dejar entrar pero con una condición, que tengas
cuidado de que no te vea la novia. Como no estas invitada, si te ve se
enojaría.
Entró
Ninfa al Castillo y vio a su esposo, el príncipe, comiendo en una mesa rodeado de
sus invitados.
Se
replegó Ninfa a la pared, y de allí empezó a hacerle señas al príncipe. El
príncipe seguía platicando y no se fijaba en Ninfa.
Tantas
señales hizo Ninfa que la vio la novia, que era una bruja que con sus hechizos
había logrado que el príncipe se casara con ella.
La
bruja le gritó a sus criados, ¡corran a esa limosnera!
Entonces
el príncipe vio a Ninfa y al instante la reconoció. El príncipe le gritó a los
criados que trajeran a Ninfa, pero con el bullicio no lo oían.
Los
criados estaban para coger a Ninfa cuando ella quebró una de las nueces mágicas
que le habían regalado, y se transformó en una ratita que corría por todos
lados. Cuando vio la ratita, la bruja se convirtió en una gata que empezó a
seguir a Ninfa. La ratita brincó sobre la mesa y al subirse en el plato del
príncipe, quebró otra nuez. Se transformó entonces en un grano de arroz. La
gata también brincó sobre la mesa y se convirtió en una gallina que empezó a
comerse el arroz.
Ninfa
entonces se volvió coyote y se comió a la gallina de una mordida.
Ninfa
recobró luego se forma humana y volvió a ser tan bella como antes y vivió muy
feliz con el príncipe por muchos años.
999. Anonimo
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