Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 6 de febrero de 2015

El caballito de siete colores .1067

Era un hombre muy pobre, pero muy güen hombre. Su mujer era también muy güena y guapa. No tenían hijos. El hombre tenía un campito con mucho pasto, y no tenía más animales que un caballo y un burro. Vivían muy necesitados siempre.
Un buen día, le dice el hombre a la mujer que había pensau irse por áhi, a ver si encontraba alguna persona que echara algunos animalitos a pasto, ya que tenían ese campito tan lindo, a ver si Dios los ayudaba.
Entonce la mujer le dijo:
-Hacís muy bien, hijo. Dios quera y la Virgen María Santísima, que encontrís una persona que los ayude.
Entonce ella le hizo unas tortas al rescoldo y al otro día tempranito, salió el hombre a buscar algo que les ayudara a vivir, a suplir sus necesidades.
Caminó todo el día. Ya iba lejos, muy lejos. Por la tarde, el hombre iba al trotecito en su caballo, cuando encontró a un viejito, en un caballito flaco. Después que se saludaron y conversaron, le preguntó el hombre al viejito, que si no conocía por áhi algunas personas que pudieran darle algunos animalitos  a pasto, que él tenía un lindo pastito, y que no tenía más animales que el que iba montado y un burro. Entonce el viejito le contestó:
-Veya, amigo, yo le voy a dar unas yegüitas que tengo, con una condición. Si usté me jura hacer lo que yo le diga y cumplir su palabra, no le va a faltar nada en su casa.
Entonce el hombre se hincó y juró por Dios y la Virgen cumplir lo que el hombrecito aquél le pedía. Y entonce le dijo cuál era la condición:
-Bue... Todos los potríos que nazcan, los va a matar, ojála seyan hijos de las yeguas más bonitas o de las más fieras, y el último potrío de la yegua última, que nazca, me lo va a dejar, ojála seya de la yegua más bichoca, deslomada... y aunque el potrío sea fiero, dejeló no más. A las yeguas se las regalaré cuando venga a llevar el potrío.
Le dijo que se volviera no más a su casa, y que al otro día le llevaría las yeguas. Cuando jue el hombre a su casa, le contó a la viejita todo lo que le había pasau, y entonce la viejita le dijo:
-¡Ánima santa! ¡Que ese hombre tenga palabra de Dios, y cumpla!
Y así jue. Al otro día vino el viejito a las casa a traile las yeguas, y se las dejó.
A los pocos días empezaron a parir las yeguas, y él principió a matar los potríos que nacían. Nacían unos potríos y potrancas hermosas, pero él los mataba. Y al último, iban quedando dos yeguas, una linda, y la otra toda defectuosa. Era quebrada en el lomo, chueca, tuerta, cogote ladiau. Güeno, parió la primera un potrío que tenía siete colores, muy lindo como no se había visto otro. Entonce este hombre no sabía qué hacer, si matarlo o no, puesto que la otra que quedaba era una yegua tan fiera, tan horrible. Al fin, después de tanto pensar, dispuso no más dejarlo al overo, al de siete colores, hasta ver que qué potro paría la otra yegua. Cuando parió la otra yegua un potrío oscuro tapáu, más lindo que el de siete colores. Sin decirle nada al viejito, pa que no le eche en cara que no cumplía su palabra, los dejó a los dos potríos creyendo que el dueño no iba a saber. Luego no más jueron grande los dos animales y dispuso hacerlos caballos, y amansarlos, principiando por el de siete colores. Al tenerlo en su casa se le disparó y tomó el camino por donde el viejito había venido a traer las yeguas. Entonce se puso a amansar el oscuro tapau. Y al ver que el dueño de las yeguas no venía, ya hacía mucho tiempo que tenía que venir, se jue a buscar el caballo de siete colores que se le había disparau, en el oscuro tapau. A los muchos días de ir por el camino, encontró una pluma di oro y la 'tuvo mirando, se bajó a alzarla y entonce el caballo oscuro le dijo:
-No alcís esa pluma, que a causa de esa pluma te vas a ver perdido.
El hombre le contestó:
-¡No sabís nada, animalito inocente!
La alzó a la pluma y se la puso atrás de la oreja. Y se jue. Al seguir viaje, al rato no más se olvidó que la llevaba a la pluma atrás de la oreja. Al mucho tiempo de andar, pasó por un palacio muy grande que había, ande 'taban tres hijas del Rey, arriba, en un balcón. Áhi no más tocaron las campanas y avisaron al Rey que iba un hombre con la pluma di oro que se le había perdido a la hija menor, cuando la robaron los moros.
El Rey lo hizo llamar, lo hizo tráir al hombre y le dijo di ánde sacaba la pluma. El hombre le contó cómo jue, pero el Rey le dijo que ya que le había traído la pluma perdida, que tenía que traile un anío que se le había cáido a la hija en el mar, y si no lo hacía, palabra de Rey no puede faltar, le haría cortar la cabeza, con caballo y todo. Entonce el hombre salió llorando, sin saber qué hacer. Al arrimarse al potrío, éste le preguntó:
-¿Pór que llorás llorón?
El hombre le contestó que porque el Rey le había dicho que si no traía el anío que se le había perdido a la hija, cuando la llevaron los moros, le cortaría la cabeza a él y a los dos. El potrío le contestó:
-¿No te dije que no alzaras esa pluma, que a causa de esa pluma te ibas a ver perdido? Pero no se te dé cuidau. Andá pedíle al Rey tres diamantes sin pecar, y vamos a la oría del mar.
Y así lo hizo el hombre. El Rey le dio los diamantes y se jueron. Llegaron a la oría del mar. Cuando 'taba áhi, le dijo el potrío:
-Bajate y tirá un diamante al mar. Van a venir las olas bramando, enojadas, y aunque te tape l'agua, cerrá la mano y poné el dedo chico así, estirau, el dedo de la mano del corazón. Vino la ola. El hombre hizo con la mano y el dedo lo que el potrío le dijo, pero no salió el anío. Entonce el potrío le dijo:
-Tirá otro diamante y esperá, esperá con el dedo estirau.
Vino otra ola más brava de la mar, y el hombre volvió a poner la mano como le había ordenado el potrío, y tampoco salió el anío. Entonce el potrío oscuro le dijo:
-No te murás, y tirá el último diamante y poné la mano y cerrá los ojos, que si no sale 'tamos perdidos.
Se vino una ola más brava que las otras. Estiró la mano con el dedo tieso y cerró los ojos como le ordenaba el potro oscuro, cuando, de repente, sintió en el dedo chico una cosita que le ajustaba el dedo. Al irse l'ola, saca la mano y se encontró con un precioso anío en el dedo. Áhi no más saltó a caballo y se jue a la casa 'el Rey, y le llevó el anío. Él se puso muy contento y le dijo:
-Me has tráido la pluma di oro y el anío, agora me vas a trair la hija que me llevaron los moros.
Salió llorando otra vez, el hombre, y el potrío oscuro le dice:
-¿Porque llorás, llorón?
-¡Cómo no voy a llorar, si el Rey me dijo que l'hi tráido la pluma di oro y el anío, que agora le tengo que tráir la hija que le llevaron los moros!
Entonce el potrío le contestó:
-¿No te dije que a causa de esa pluma te ibas a ver perdido? Pero no se te dé cuidau. Andá y pedile al Rey una bolsita di oro, y subí y vamos.
Y así lo hizo. Le dio el Rey la bolsita con oro y se jueron. Cuando llegaron a la casa de los moros, éstos 'taban con una gran carrera. Se paró el hombre y le dice el potrío:
-Mirá, hacete el que vas pasando y te parás a ver las carreras. Los moros te van a mirar a vos y a mí y te van a proponer una carrera. Vos deciles a los moros que se te alleguen, que le corrís al mejor caballo que tengan. Que lo corra un chico, que apostás la bolsa di oro que llevás, y se la mostrás a la bolsa. Ellos, como son tan interesados y envidiosos te van a acetar. Ellos van a poner a la niña, hija del Rey vestida de varón, de corredora. La tienen para hacer correr los caballos, porque es muy buena jineta. Mientras arreglen los caballos pa la carrera, vos le das a la niña este papelito, sin que te vean los moros.
En el papelito le decía que venía a llevarla adonde 'taba el Rey, su padre, y que ante de la mitá de la carrera, saltara en las ancas de su caballo, que no la iban a ver los moros. Se arregló todo y se jueron a correr la carrera. Y así jue, que a la mitá de la carrera él se arrimó ande iba la niña, y entonce la niña saltó a las ancas del potro oscuro y disparó tan ligero, a toda la furia, que pasó por medio de los moros y ni la vieron. Llegó al palacio y le entregó la niña al Rey. El Rey hizo grandes fiestas. Tuvieron tres días de grandes comilonas. Y en todas partes comían, tomaban y bailaban por la venida de la hija 'el Rey. Entonce el Rey le dijo al hombre:
-Me has tráido la pluma di oro, me has tráido al anío, me has tráido m'hija que me llevaron los moros; agora me vas a tráir el que jue el dueño de la pluma di oro.
Salió llorando el hombre y le dijo el potro:
-¿Porque llorás, llorón?
Él le contestó:
-Porque el Rey me dice que l'hi traído la pluma, el anío, la hija y que tengo que traile el dueño que jue de la pluma di oro.
-Yo te dije que a causa de esa pluma t'ibas a ver perdido. Pero, no se te dé cuidau, yo te voy a salvar. Andá pedíle al Rey un cordero gordo y te vas ir allá lejos, ande hay un cerro.
Y así lo hizo. Cuando llegaron al cerro, le dijo el potro:
-Andá a esa plaíta. Sacále el cuero al cordero. Vos te vas a hacer chiquito y envolvéte con el cuero, la carne para ajuera. Tate listo con las manos, para agarrar todos esos pájaros que andan volando que se van a bajar a comerte, creyendo que sos una osamenta, pero no tengás miedo. Ninguno te va a tocar hasta que no venga el Rey de todos ellos. Cuando vos vias que viene un pájaro que brilla más que el sol, ése es el dueño de la pluma. Se va a bajar a comerte los ojos, que ésa es su presa. Cuando te vaya a picar, cazalo de la pata, y no lo vas a ir a soltar aunque te piquen todos los otros pájaros. Yo te voy a defender.
El hombre hizo todo lo que le dijo el potrío. Se envolvió con el cuero y se puso a esperar. De repente vio que venía un pájaro que brillaba más que el sol. Áhi no más se preparó. Cuando bajó y jue a comerle los ojos, lo agarró de las patas. El pájaro se puso furioso y tironiaba por irse. Entonce se puso oscuro. Como una nube de los otros pájaros se allegaron a defender su Rey. Gracias al potrío oscuro que los corrió a todos, se salvó, y pudieron irse llevando al Rey el pájaro de las plumas di oro. Ya llegaron, y el Rey se puso muy contento con el pájaro. Entonces le dijo:
-Me has tráido la pluma, el anío, m'hija, el pájaro de plumas di oro. Agora me vas a tráir vivo o aunque sea la cabeza, del caballo de siete colores que andás buscando.
El hombre, entonce, salió llorando de verse de tan mala suerte. El potrío, cuando lo vio, le dijo:
-¿Porque llorás, llorón?
-¡Cómo no voy a llorar, si el Rey, me ha dicho que ya le traje la pluma di oro, el anío, l'hija y el pájaro de plumas di oro, que tengo que trailo vivo, o la cabeza, del caballo de siete colores!
-¿No te dije que a causa de esa pluma te ibas a ver perdido? Pero no se te dé cuidau. Pedile al Rey una espada que corte un pelo en el aire. Andate a aquel campo. Hay un corral. Desensillame, largame en el corral. Ponete vos al lau de la puerta. Yo voy a ver si lo puedo trair. Lo voy a llamar. Andá por acá, por este campo. Lo que vaya a entrar al corral, le cortás la cabeza; no le vas a errar.
Se jue al corral el hombre y lo largó al potrío oscuro. Éste principió a relinchar pal lau 'el campo, y a trotar adentro 'el corral. A la tarde le dijo el hombre:
-No contesta el caballito de siete colores.
En la noche, vuelve a seguir relinchando con más bríos, el potrío oscuro, y trotando en el corral mirando hacia unas sierras que había enfrente, cuando, de repente para l'oreja y le dice al hombre:
-Siento que me contesta el caballito de siete colores, pero muy lejos.
Y sigue relinchando el potrío oscuro con más juerzas, y trotando en el corral. Al otro día de mañanita, le dice:
-Aprontate, que viene el caballito de siete colores con las yeguas de su tropa. Son las potrancas que nacieron de aquellas que te dio el viejito y que vos matastes. Viven con él, agora. Ya vienen llegando. El caballo de siete colores viene furioso. No le vas a errar porque los va a matar a los dos.
El hombre 'taba escondíu, haciendosé chiquito atrás de la puerta del corral. En cuantito asomó la cabeza el Caballito de siete colores, se la cortó en el aire. Las yeguas se alzaron al campo.
Ya contento, el hombre, ensilló el potrío oscuro y se jue al palacio del Rey con la cabeza del Caballito de siete colores. Entonce el Rey le dijo:
-Me has tráido la pluma di oro, el anío, m'hija, el pájaro de plumas di oro y la cabeza del Caballo de siete colores; vos debís ser un brujo. Te quedás acá descansando, hasta que yo te mande.
El hombre, entonce, que pensaba en su mujer, que no sabía lo que estaría pasando y viendo que el Rey lo iba a hacer matar, salió llorando amargamente. El potrío oscuro lo que lo vio le dijo:
-¿Por qué llorás, llorón?
Y el hombre le contó todo lo que le había dicho el Rey. Entonce el potrío le dijo:
-No se le dé cuidau.
Se quedaron áhi. Entonce vieron que el Rey mandó trair cinco carradas de leña y formar con la leña como una casa, en una playa que había cerca del palacio. Entonce mandó el Rey que adentro lo ataran al potro oscuro y al hombre, para prenderles juego. El potro oscuro le dijo al hombre:
-Pedíle al Rey veinte varas de bramante sin pecar, y que cuando los estén quemando, que toque la banda de música. Con el bramante envolvete vos y envolveme a mí y dejá que los prendan juego.
El Rey le dio al hombre todo lo que pedía. El hombre se envolvió él y lo envolvió al caballo con el bramante sin pecar. En la noche les hizo prender juego por todos lados, y los negros esclavos cuidaban para ver que se quemen completamente. La banda de música tocaba a todo lo que daba. A medida que se iba quemando la casa de leña, se iba haciendo un palacio mejor que el palacio del Rey. Al otro día, amaneció un palacio lleno de lujo, y adentro, el hombre, la mujer d'él, el viejito que le dio las yeguas a pasto al hombre y el potrío oscuro. Entonce, el viejito de las yeguas, le dijo al hombre:
-Yo soy Dios y este potrío oscuro es un ángel, mandado por la Virgen para ayudarlos a ustedes que son tan güenos y merecen la protección mía y de la Virgen. Ya tienen este palacio, lleno de todo y con riquezas que les van a durar toda la vida. No se tienen que preocupar por nada.
Y cuando dijo esto el viejito, él y el potrío oscuro se convirtieron en dos palomitas y se volaron al cielo.
El hombre y la mujer lloraban de alegría. Hicieron una gran fiesta que duró muchos días. El Rey se hizo amigo de ellos y se dio cuenta que todo lo que el hombre hacía era con la ayuda de ese ángel que le mandó la Virgen. Y los dos, el marido y la mujer, vivieron muchos años, muy felices.

Y entró por un poronguito roto,
para que usté me cuente otro.

José María Carrizo, 76 años. La Cañada. La Capital. San Luis, 1926.

El narrador, campesino rústico, aprendió este cuento de la madre, curandera de La Cañada, La Capital, que murió hace algunos años.

Mi padre lo oyó contar en La Lomita, actual Lafinur, Junín, San Luis, más o menos en 1888, a un viejo y famoso narrador de esa región norteña llamado Antonio Gil.

Es una variante de nuestro cuento tradicional.

Cuento 1067. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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