Éste
que era un matrimonio que tenía tres hijos. En cierta ocasión
murieron los viejos y quedaron los hijos solos. Un día dispusieron
salir a rodar tierra los dos muchachos más grandes y dejarlo al
shulco de casero. Así hicieron. Prepararon bastimento y salieron a
andar a pie. Pero el shulco no quería quedarse. El hecho es que lo
dejaron, quera o no. Caminaron todo el día. Llegada la noche se
alojaron en el campo no más. Hicieron fuego y entonces llegó el
shulco que los había seguido. Los hermanos lo retaron y lo mandaron
que se vuelva. Pero éste no hizo caso, se escondió, durmió por áhi
cerca y sin comer.
Al
día siguiente siguieron viaje. Caminaron todo ese día. Llegada la
noche hicieron lo mismo que la anterior. Otra vez de nuevo llegó el
shulco, pero esta vez lo castigaron y no le dieron nada de comer. Se
retiró y se alojó por áhi cerca, y a la mañana siguiente
siguieron camino. Por la tarde llegaron al palacio del Rey en donde
consiguieron trabajo y se quedaron áhi. En todo esto el shulco no
llegó. Se había perdido y siguió camino. No pudo darles alcance a
los hermanos. Ya con hambre y sé caminaba despacio. Al caer la tarde
llegó a una estancia a donde pidió alojamiento, y contó su
historia. Áhi le dieron de comer. Durmió y al día siguiente quiso
continuar viaje, pero entonces el dueño de casa le dijo que no siga
a pie, que fuera al corral y elija el caballo que le guste y siga
viaje. Así lo hizo. Fue al corral en donde había unos caballos muy
lindos. Entre ellos, había un potrillo de un color overo muy bonito
y eligió ése. Dijo que ése le gustaba. Subió y se fue. Lejos ya,
por el camino en contró una pluma de ave dorada y muy bonita.
Después que pasó dispuso volverse a levantarla. Entonces el caballo
le habló y le dijo:
La
alzó y se la puso en el sombrero. Y continuó viaje. En la tarde ya
llegó al palacio del rey. Le dieron alojamiento en el reino.
Desensilló y echó el potrillo al corral. Cuando lo vieron los
hermanos se sorprendieron y comenzaron a pensar en la forma de
hacerlo desaparecer.
El
Rey tenía una hija. Y cuando ésta lo vio, le causó curiosidá la
pluma que llevaba en el sombrero, y dijo:
Esto
escucharon los hermanos y pensaron que cuando vuelva el Rey, lo
acusarían. Como así jue. Llegando el Rey ya le dijeron que ha dicho
el shulco que era capaz de traerle el loro que le robaron los moros a
la niña. El Rey llamó al shulco y le dijo:
-Hayás
dicho o no hayás dicho, palabra de Rey no puede faltar; vas, o sinó
te corto la cabeza. Salió el shulco muy triste a buscar su caballo.
Cuando llegó al corral le dijo el caballo:
-¿No
te dije que no levantés esa pluma que te verías en peligro? Pero,
ve... ¿Ves allá muy lejos aquella quebrada que forman esos corros
azules? Bueno, allí viven los moros que robaron el loro. A la
entrada hay dos peñas que se abren y se juntan y están tirando
chispas. Por el medio de éstas tenimos que pasar. En seguida están
los moros. Si están abriendo los ojos, están dormidos, y si los
están cerrando, están despiertos; vos te vas a fijar bien, si están
dormidos vas a bajarte. Pillás el loro del árbol y subís lo más
pronto posible... Si alcanzamos a pasar de las peñas somos de vida,
y sinó... somos perdidos. Subí y vas a decir: Caballito de siete
colores, cada tranco doce leguas, y agarrate bien.
Y
se fueron. Cuando el shulco llegó y cazó al loro, pegó un grito y
se despertaron los moros, pero con esto el shulco ya estuvo encima y
arrancaron. No le vieron más que el polvo. En seguida estuvieron de
vuelta. ¡Se puso más contento el Rey y la niña!... En cambio los
hermanos no encontraban de qué más acusarlo. Un día dijo la niña:
-Ya
que este joven me trajo el loro, siquiera me encontraría el anillo
que perdí o se me cayó en el mar cuando vine de España. Esto no
más sintieron los hermanos y cuando llegó el Rey, lo acusaron que
había dicho el shulco que era capaz de traerle el anillo que se le
cayó a la niña en el mar cuando vino de España. El Rey lo llamó y
le dijo si era cierto que había dicho que era capaz de sacar el
anillo del fondo del mar. El shulco dijo que no había dicho. Pero el
Rey lo sentenció.
-¡Has
visto, yo ti hi dicho, no levantís esa pluma porque te verás en
peligro! Pedí una pala, subí, y decí: Caballito de siete colores,
cada tranco doce leguas, y agarrate.
-Aquí
vas a cavar un pozo del altor tuyo y yo me entraré al mar. Si no
vuelvo hasta que vos completís el pozo, enterrate no más.
Así
hicieron. El caballito se entró al mar y buscó al Rey de los peces
para preguntar si algún pez encontró el anillo. El Rey de los peces
comenzó a silbar y reunir a todos los peces, pero ninguno lo
encontró. Tan sólo faltaba un pez que llegó al rato, pues éste lo
había encontrado. Tomó el anillo y salió el caballito a tierra
entregandolé el anillo al shulco, el que se fue en su caballito al
palacio, muy contento y más aún se puso el Rey y la niña con el
anillo.
Pero
los hermanos mal intencionados siempre buscaban cómo hacerlo matar
al shulco. Entonces se valieron de otro medio, acusan-doló ante el
Rey que había dicho que era capaz de entrarse en un horno que esté
blanco de caliente. El Rey lo llamó y le dictó siempre la misma
pena. Se fue el shulco a consultar con su caballo. Éste le dijo:
-No
temás, pedí una sábana y una guitarra y decíle al Rey que te
conceda la gracia de darme unos galopes. Entonces vos me tapás bien
con la sábana, subime y me das tres galopes. Yo voy a sudar mucho y
con esa sábana mojada te envolvís. Tomás la guitarra y te metís
al horno sin miedo.
Así
lo hizo. El Rey concedió el pedido. Eligió una linda guitarra y una
linda sábana. Tapó el caballo, lo galopió, se tapó con la sábana
mojada con el sudor del caballo y se metió al horno. Le taparon bien
la boca al horno. Se pusieron muy contentos los hermanos creyendo que
se iba achucharrar quemado.
¡Pero,
qué les vuá contar! Así, a la madrugada, se sentía cantar muy
lindo una cosa que se podía óir. Empezaron a escuchar y vieron que
era en el horno. Cuando amaneció abrieron la boca del horno y salió
un joven muy bien puesto, buen mozo y muy buen cantor. Se quedaron
todos pasmados, y entonces les dijo a los hermanos:
Sacó
el mejor caballo, lo tapó con la mejor sábana y sacó la mejor
guitarra. Subió al caballo, le dio unos galopes. Ni había sudao
siquiera, se envolvió muy apurado con la sábana, tomó la guitarra
y se metió al horno. Toda la noche escucharon algún cantar y...
nada. Cuando amaneció, corrieron a destapar el horno. ¡Ay!...
estaba un montoncito 'i ceniza el Rey. Como si habían quemau un
chaguar. Entonces ya quedaron tranquilos. El shulco se casó con la
hija 'el Rey y quedaron a vivir muy felices. Los hermanos se fueron
del palacio, y el caballito pegó un galope y se fue, porque había
sido un ángel que lo fue a salvar al shulco, lo que era de buen
corazón.
Y
éste que era un zapato roto,
y
usté me cuente otro.
Fenelón
Romero, 58 años. Puluchán. Rivadavia. La Rioja, 1950.
Cuento
1054. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 072
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