Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 6 de febrero de 2015

El caballo de siete colores .1054

Éste que era un matrimonio que tenía tres hijos. En cierta ocasión murieron los viejos y quedaron los hijos solos. Un día dispusieron salir a rodar tierra los dos muchachos más grandes y dejarlo al shulco de casero. Así hicieron. Prepararon bastimento y salieron a andar a pie. Pero el shulco no quería quedarse. El hecho es que lo dejaron, quera o no. Caminaron todo el día. Llegada la noche se alojaron en el campo no más. Hicieron fuego y entonces llegó el shulco que los había seguido. Los hermanos lo retaron y lo mandaron que se vuelva. Pero éste no hizo caso, se escondió, durmió por áhi cerca y sin comer.
Al día siguiente siguieron viaje. Caminaron todo ese día. Llegada la noche hicieron lo mismo que la anterior. Otra vez de nuevo llegó el shulco, pero esta vez lo castigaron y no le dieron nada de comer. Se retiró y se alojó por áhi cerca, y a la mañana siguiente siguieron camino. Por la tarde llegaron al palacio del Rey en donde consiguieron trabajo y se quedaron áhi. En todo esto el shulco no llegó. Se había perdido y siguió camino. No pudo darles alcance a los hermanos. Ya con hambre y sé caminaba despacio. Al caer la tarde llegó a una estancia a donde pidió alojamiento, y contó su historia. Áhi le dieron de comer. Durmió y al día siguiente quiso continuar viaje, pero entonces el dueño de casa le dijo que no siga a pie, que fuera al corral y elija el caballo que le guste y siga viaje. Así lo hizo. Fue al corral en donde había unos caballos muy lindos. Entre ellos, había un potrillo de un color overo muy bonito y eligió ése. Dijo que ése le gustaba. Subió y se fue. Lejos ya, por el camino en contró una pluma de ave dorada y muy bonita. Después que pasó dispuso volverse a levantarla. Entonces el caballo le habló y le dijo:
-No levantís esa pluma porque te vas a ver en peligro.
Después de pensar un rato dijo:
-¡Qué sabe este animal!
La alzó y se la puso en el sombrero. Y continuó viaje. En la tarde ya llegó al palacio del rey. Le dieron alojamiento en el reino. Desensilló y echó el potrillo al corral. Cuando lo vieron los hermanos se sorprendieron y comenzaron a pensar en la forma de hacerlo desaparecer.
Se decían:
-Hay que hacerlo matar porque el shulco nos va a joder.
El Rey tenía una hija. Y cuando ésta lo vio, le causó curiosidá la pluma que llevaba en el sombrero, y dijo:
-Tan parecida a la pluma del loro que me robaron los moros.
Esto escucharon los hermanos y pensaron que cuando vuelva el Rey, lo acusarían. Como así jue. Llegando el Rey ya le dijeron que ha dicho el shulco que era capaz de traerle el loro que le robaron los moros a la niña. El Rey llamó al shulco y le dijo:
-¿No que has dicho que sos capaz de traer el loro que robaron los moros?
Éste dijo que no había dicho, a lo que el Rey respondió:
-Hayás dicho o no hayás dicho, palabra de Rey no puede faltar; vas, o sinó te corto la cabeza. Salió el shulco muy triste a buscar su caballo. Cuando llegó al corral le dijo el caballo:
-¿No te dije que no levantés esa pluma que te verías en peligro? Pero, ve... ¿Ves allá muy lejos aquella quebrada que forman esos corros azules? Bueno, allí viven los moros que robaron el loro. A la entrada hay dos peñas que se abren y se juntan y están tirando chispas. Por el medio de éstas tenimos que pasar. En seguida están los moros. Si están abriendo los ojos, están dormidos, y si los están cerrando, están despiertos; vos te vas a fijar bien, si están dormidos vas a bajarte. Pillás el loro del árbol y subís lo más pronto posible... Si alcanzamos a pasar de las peñas somos de vida, y sinó... somos perdidos. Subí y vas a decir: Caballito de siete colores, cada tranco doce leguas, y agarrate bien.
Y se fueron. Cuando el shulco llegó y cazó al loro, pegó un grito y se despertaron los moros, pero con esto el shulco ya estuvo encima y arrancaron. No le vieron más que el polvo. En seguida estuvieron de vuelta. ¡Se puso más contento el Rey y la niña!... En cambio los hermanos no encontraban de qué más acusarlo. Un día dijo la niña:
-Ya que este joven me trajo el loro, siquiera me encontraría el anillo que perdí o se me cayó en el mar cuando vine de España. Esto no más sintieron los hermanos y cuando llegó el Rey, lo acusaron que había dicho el shulco que era capaz de traerle el anillo que se le cayó a la niña en el mar cuando vino de España. El Rey lo llamó y le dijo si era cierto que había dicho que era capaz de sacar el anillo del fondo del mar. El shulco dijo que no había dicho. Pero el Rey lo sentenció.
-Hayás dicho o no hayás dicho, palabra de Rey no puede faltar. Si no te vas te corto la cabeza.
Se fue el shulco a consultar a su caballo y él le dijo:
-¡Has visto, yo ti hi dicho, no levantís esa pluma porque te verás en peligro! Pedí una pala, subí, y decí: Caballito de siete colores, cada tranco doce leguas, y agarrate.
Cuando llegaron a la orilla de la mar le dijo el caballo.
-Aquí vas a cavar un pozo del altor tuyo y yo me entraré al mar. Si no vuelvo hasta que vos completís el pozo, enterrate no más.
Así hicieron. El caballito se entró al mar y buscó al Rey de los peces para preguntar si algún pez encontró el anillo. El Rey de los peces comenzó a silbar y reunir a todos los peces, pero ninguno lo encontró. Tan sólo faltaba un pez que llegó al rato, pues éste lo había encontrado. Tomó el anillo y salió el caballito a tierra entregandolé el anillo al shulco, el que se fue en su caballito al palacio, muy contento y más aún se puso el Rey y la niña con el anillo.
Pero los hermanos mal intencionados siempre buscaban cómo hacerlo matar al shulco. Entonces se valieron de otro medio, acusan-doló ante el Rey que había dicho que era capaz de entrarse en un horno que esté blanco de caliente. El Rey lo llamó y le dictó siempre la misma pena. Se fue el shulco a consultar con su caballo. Éste le dijo:
-No temás, pedí una sábana y una guitarra y decíle al Rey que te conceda la gracia de darme unos galopes. Entonces vos me tapás bien con la sábana, subime y me das tres galopes. Yo voy a sudar mucho y con esa sábana mojada te envolvís. Tomás la guitarra y te metís al horno sin miedo.
Así lo hizo. El Rey concedió el pedido. Eligió una linda guitarra y una linda sábana. Tapó el caballo, lo galopió, se tapó con la sábana mojada con el sudor del caballo y se metió al horno. Le taparon bien la boca al horno. Se pusieron muy contentos los hermanos creyendo que se iba achucharrar quemado.
¡Pero, qué les vuá contar! Así, a la madrugada, se sentía cantar muy lindo una cosa que se podía óir. Empezaron a escuchar y vieron que era en el horno. Cuando amaneció abrieron la boca del horno y salió un joven muy bien puesto, buen mozo y muy buen cantor. Se quedaron todos pasmados, y entonces les dijo a los hermanos:
-Mal grande me han hecho, hi salío más güen mozo y cantor.
Entonces el Rey dijo:
-Yo también voy hacer lo mismo pa rejuvenecer. Ya estoy viejo y arrugado.
Sacó el mejor caballo, lo tapó con la mejor sábana y sacó la mejor guitarra. Subió al caballo, le dio unos galopes. Ni había sudao siquiera, se envolvió muy apurado con la sábana, tomó la guitarra y se metió al horno. Toda la noche escucharon algún cantar y... nada. Cuando amaneció, corrieron a destapar el horno. ¡Ay!... estaba un montoncito 'i ceniza el Rey. Como si habían quemau un chaguar. Entonces ya quedaron tranquilos. El shulco se casó con la hija 'el Rey y quedaron a vivir muy felices. Los hermanos se fueron del palacio, y el caballito pegó un galope y se fue, porque había sido un ángel que lo fue a salvar al shulco, lo que era de buen corazón.

Y éste que era un zapato roto,
y usté me cuente otro.

Fenelón Romero, 58 años. Puluchán. Rivadavia. La Rioja, 1950.

Cuento 1054. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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