Había
una vez una viejita completamente pobre. Tenía tres hijos. El
primero, el mayor de todos, se llamaba Pedro, el que le seguía se
llamaba Diego, y el menor de todos se llamaba Juan. Seguramente a
éste, dice, le pusieron Juan porque tenía qui haber sido pícaro.
Aquí, nosotros, a los zorros, que son muy vivos para ir a los
gallineros, no les llamamos zorros, les decimos Juan. Y a los niños
vivos y pícaros, les llamamos zorros -decía doña María, que me
contó este cuento.
-Mire,
mama, estamos tan pobres, que a mí me duele verla trabajar a usté.
He dispuesto salir yo a rodar tierra.
-Así
que para mañana temprano, le voy a pedir que me tenga en las
alforjas unas tortas para seguir mi viaje.
Al
poco andar, llega a la casa di un viejito muy viejo, por cierto. Se
golpea las manos. Sale el viejito y le dice:
-¡Ah!
-dice, si es eso, yo te puedo dar trabajo. Para mañana temprano, te
voy a mandar que me llevís una carta a mi madre.
-No
tengás duda por eso. Yo te voy a dar un burrito. Vas a ir montado en
un burrito. Y un choco va ir adelante y el burro lo va a seguir.
Ninguno se va desviar. Pero te voy a recomendar una cosa. En el
camino vas a encontrar unos gauchos. Están en la falda di una loma.
Son hachadores. Y gente de mal vivir, enviciados. Cuando te vean te
van a llamar, pero vos tenís que seguir.
-¡Venga!
¡Venga! ¡No se vaya! ¡Venga aquí! Va a trabajar con nosotros y se
va a divertir. Venga a los ricos pasteles, al asado.
Trajo
las maletas y las llenó. Se fue. Antes de llegar a la casa fue a
mirar si llevaba el dinero que le habían pagau. Entra
la mano, qué, se le volvían moscas, arañas. Y qué, el
muchacho se vio obligado a tirar las maletas. Se fue a la casa de la
viejita. Y le pregunta:
-Y
mal -dice. Yo no sé. El patrón me pagó ahí un almú de plata y
las maletas las hi tenido que tirar porque ¿usté sabe lo que se
volvió eso? Se volvió moscas y bichos.
-¡Ah,
hijo! ¿Vos no sabes con quién has estado ahí? Ese hombre -dice-
sabe bien que vos no has hecho lo que te ha mandado. ¿Y sabís que
quién tiene que ser? Ése tiene que ser Dios que ti ha castigau.
Pues,
la casualidá, llega a la misma casa. El viejito, un viejito canoso
-dice- con una barba que le daba al pecho:
-No,
no tengás cuidau por eso -dice. Yo te voy a dar un burrito
ensillado. Hay un choco que sigue adelante, ¿no? Y te voy a dar
estos algodones. Vas a pasar por la falda di una loma adonde están
unos hachadores y te van a llamar. Tapate bien los oídos con estos
algodones. Que no vayas a sentir nada.
Y
fue allá y se quedó.
Antes
de llegar, contento el muchacho, mete la mano en las maletas. Otra
vez, hormigas, avispas, que salían. Qué, tiró todo. Llegó a la
casa y dice:
-Claro,
que me va ir bien -dice. Para mañana las tortas listas y las maletas
y yo me voy. Voy a llegar por la casa del viejito. Y me marcho.
Llegó
por áhi y le dice:
-Bueno,
me le va llevar una carta a mi madre. Pero usté va ir a la casa de
mi madre. No vaya hacer lo que han hecho sus hermanos, ¿eh? Yo lu
estoy sabiendo. Ellos si han portado muy mal, por eso los hi
castigado.
-Mirá,
en la ladera, de aquí a media hora, vas a llegar y allá te van a
llamar. Tomá estos algodones. Tapesé bien los oídos, amigo. Bien
los oídos y no mire para atrás para nada.
Cuando
ve, el choco, encara el río. Y el burro también. Bueno. Sigue
adelante. Y este choco sigue y sigue, y el burro, también. Que no lo
deja. Al poco andar, ¡ay, qué sospresa!, ¡un río crecido de
sangre!
-¡Qué
digo esto! ¿Qué será esto? -dice. ¡Cómo hi venido yo a hacer
este viaje tan penoso! ¡Y dónde paso!
Cuando
ve que se zampa, ya, el choco. Y el burro ya se zampó también.
Bueno... Y siguió adelante. Al poco andar, dos peñas bien bolas,
que se abrían y se juntaban. ¡Y no había por donde pasar, señor!
Había que pasar por medio de esas piedras.
Cuando
vio al choco, cuando si abrieron las piedras, pasó. Y áhi no más
el burro pasó. Le cortan la cola al burro. ¡Menos mal! Bueno. Y
siguió, siguió...
Al
poco tiempo encuentra un campo hermosísimo. Agua abundante. ¡Un
pasto! Las vacas perdidas en el pasto, pero se morían de flacas. Nu
había una de disponer y decir esta está gorda. Más allá, d'ese
campo, otro, un peladar y unas vacas gordas que estaban como para
rajarlas con la uña. ¡Qué cosa bárbara -dice- yo nu he visto
nunca esto! Es un fenómeno, ¿qué es lo que hay aquí?
Siguió
adelante. Al poco andar, una casa hermosa con una quinta. Llega. Sale
una señora vieja y le dice:
-Desensille
m'hijo. Largue el burro. No tenga cuidau por nada. Y andate a la
quinta, comé de la fruta que querás, y cuando ya querás volver,
vení. Aquí hay cama, aquí tenés todo.
Ensilló,
dijo adiós, y se fue. Recorrió el mismo camino. Llegó a la casa.
Salió el viejito. Lo recibió y le dice:
-¿Y
sabés dónde has estado vos? Ésa es la madre de Dios. ¿Y qué te
parece? ¿Qué tiempo habrás estado?
-Y,
habré estado cuatro o cinco días.
-Pero,
¿cómo cuatro o cinco días? Si cuando te fuiste eras muchacho y
ahora vienes de barba. ¿Ves? Has estado 10 años.
-En
el camino -dice- cuando recién había recorrido un tramo largo,
estaban unos señores en la falda di una lomada. Y me empezaron a
llamar. Me llamaban y me llamaban. Yo me tapé bien los oídos y
seguí. No miré más para atrás.
-¿Y
vos sabés quiénes son ésos? Son los malvados enviciados, que
envician a los hombres. Hiciste bien en no llegar. ¿Qué más
encontraste?
-¿Y
sabís qué es lo que es eso? Son las lágrimas de tu madre que llora
por vos. ¿Y después, qué más encontraste?
-Ésas
son las malas comadres. Que no hacen otra cosa que difamarse, que se
ofenden unas a las otras. ¿Qué más has visto?
-Bueno,
ahí es la casa de la Virgen María, es la casa de mi Madre. Ahora te
voy a despachar. Andate a tu casa. Ya vas hecho un hombre. ¿Qué
querés que te pague, un almú de plata, un almú di oro, o un Dios
te lo pague?
-Yo,
señor, me conformo con un Dios te lo pague.
-Vení,
te voy a dar esta flautita. Cuando vos necesités alguna cosa, tocás
la flauta y decís: flautita, por la virtú que Dios te dio dame tal
cosa.
-Flautita,
por la virtú que Dios te dio, haceme un hombre con un traje
especial, una mula con apero, pero especial.
-Y
ahora, flautita, por la virtú que Dios te dio, me das unas maletas
llenas di oro y de plata para llevarle a mi madre. Tocó la flauta y
se le llenaron las maletas de oro y de plata. Siguió. Llegó a la
casa de la madre. Cuando llegó, golpió las manos.
-Flautita,
por la virtú que Dios te dio, dame un palacio donde haiga de todo,
sirvientes y todo, para vivir con mi madre y mis hermanos.
Si
apareció un palacio hermoso, con todo.
Aquí
si acaba el cuento,
con
un zapato roto
para
que usté cuente otro.
Samuel
Zavala, 65 años. La Carolina. Pringles. San Luis, 1969.
El
narrador aprendió este cuento de María Salinas, de 95 años, nativa
del lugar y que sabía muchos cuentos.
Cuento
1019. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 072
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