Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 6 de febrero de 2015

El camino del cielo .1019

Había una vez una viejita completamente pobre. Tenía tres hijos. El primero, el mayor de todos, se llamaba Pedro, el que le seguía se llamaba Diego, y el menor de todos se llamaba Juan. Seguramente a éste, dice, le pusieron Juan porque tenía qui haber sido pícaro. Aquí, nosotros, a los zorros, que son muy vivos para ir a los gallineros, no les llamamos zorros, les decimos Juan. Y a los niños vivos y pícaros, les llamamos zorros -decía doña María, que me contó este cuento.
Encontrandosé la viejita muy pobre y con sus tres hijos, un día, el mayor le dice:
-Mire, mama, estamos tan pobres, que a mí me duele verla trabajar a usté. He dispuesto salir yo a rodar tierra.
-Y bueno, si estás dispuesto, vos sabés.
-Así que para mañana temprano, le voy a pedir que me tenga en las alforjas unas tortas para seguir mi viaje.
Así lo hizo. En la mañana se despide cariñosamente de su madre y se va a rodar tierra.
Al poco andar, llega a la casa di un viejito muy viejo, por cierto. Se golpea las manos. Sale el viejito y le dice:
-¿Qué querís muchacho? ¿Quí andás haciendo a estas horas?
-Señor -dice, ando buscando trabajo.
-¡Ah! -dice, si es eso, yo te puedo dar trabajo. Para mañana temprano, te voy a mandar que me llevís una carta a mi madre.
-Pero yo no sé adónde vive su madre, señor.
-No tengás duda por eso. Yo te voy a dar un burrito. Vas a ir montado en un burrito. Y un choco va ir adelante y el burro lo va a seguir. Ninguno se va desviar. Pero te voy a recomendar una cosa. En el camino vas a encontrar unos gauchos. Están en la falda di una loma. Son hachadores. Y gente de mal vivir, enviciados. Cuando te vean te van a llamar, pero vos tenís que seguir.
Dicho y hecho, temprano salió el muchacho.
Llegó al lugar donde 'taban y lu empezaron a llamar:
-¡Venga! ¡Venga! ¡No se vaya! ¡Venga aquí! Va a trabajar con nosotros y se va a divertir. Venga a los ricos pasteles, al asado.
El muchacho se consintió. Fue allá. Se estuvo dos días. Se volvió a la casa.
Cuando vuelve le preguntó el viejito:
-¿Y fuiste donde te mandé?
-Sí, señor.
-¿Entregaste la carta a mi madre?
-Sí, se la entregué.
-¿Y qué dijo?
-No dijo nada.
-Ahora -dice- quiero ir a la casa de mi madre, a verla, y espero que me pague.
-Y bueno -dice.
-¿Qué querés que te pague, un Dios te lo pague o un almú de plata?
-Y, señor -dice, un almú de plata, yo soy pobre, señor; un almú de plata.
-Bueno, aquí lo tienes.
Trajo las maletas y las llenó. Se fue. Antes de llegar a la casa fue a mirar si llevaba el dinero que le habían pagau. Entra la mano, qué, se le volvían moscas, arañas. Y qué, el muchacho se vio obligado a tirar las maletas. Se fue a la casa de la viejita. Y le pregunta:
-¿Cómo te fue?
-Y mal -dice. Yo no sé. El patrón me pagó ahí un almú de plata y las maletas las hi tenido que tirar porque ¿usté sabe lo que se volvió eso? Se volvió moscas y bichos.
-¡Ah, hijo! ¿Vos no sabes con quién has estado ahí? Ese hombre -dice- sabe bien que vos no has hecho lo que te ha mandado. ¿Y sabís que quién tiene que ser? Ése tiene que ser Dios que ti ha castigau.
'Taban los otros oyendo. Dicen:
-Bueno, si supuesto a éste li ha ido tan mal -dice Diego, iré yo.
Al otro día estuvieron las maletas con las tortas hechas. Y se fue.
Pues, la casualidá, llega a la misma casa. El viejito, un viejito canoso -dice- con una barba que le daba al pecho:
-¿Quí andás haciendo, muchacho?
-Buscando trabajo.
-Y bueno, yo te doy trabajo. Te voy a mandar mañana que me llevés una carta a mi madre.
-Pero yo no sé dónde vive su madre. ¿'Tá muy lejos?
-No, no tengás cuidau por eso -dice. Yo te voy a dar un burrito ensillado. Hay un choco que sigue adelante, ¿no? Y te voy a dar estos algodones. Vas a pasar por la falda di una loma adonde están unos hachadores y te van a llamar. Tapate bien los oídos con estos algodones. Que no vayas a sentir nada.
Y se fue.
Cuando el muchacho vio los hachadores, dice:
-Pero, cómo me voy a tapar los oídos si éstos me están llamando. Voy a ver qué me dicen.
Y empezaron a decir:
-¡Venga, amigo, a las ricas empanadas, al rico vino, al rico asado!
Y fue allá y se quedó.
Al tercer día volvió a la casa del viejo. Bueno. Y le dice:
-¿Cómo te fue?
-Bien.
-¿La viste a mi madre?
-Sí.
-¿No contestó nada?
-No contestó nada.
Y bueno...
-Ahora, ¿qué vas hacer?
-Áhi tiene, señor, el perro y áhi tiene el burro. Me voy a casa.
-Bueno, ¿qué querís que te pague, un Dios te lo pague o un almú di oro?
-Señor -dice, yo soy pobre, quiero llevarle a mi madre algo. Quiero el almú que mi 'oferta.
-Bueno, ¿qué tienes para llevar?
-Las maletas.
Le llenó las maletas di oro y se fue.
Antes de llegar, contento el muchacho, mete la mano en las maletas. Otra vez, hormigas, avispas, que salían. Qué, tiró todo. Llegó a la casa y dice:
-Este viejo debe ser un condenado, dice, un sinvergüenza. Mire, mamita, con lo que me paga.
-Y bueno, pero si vos nu habrás hecho lo que él te mandó. Se quedó callau el muchacho.
-Bueno, si a ustedes les ha ido tan mal -dice el más chico, voy a ir yo.
-Andá, Juan. Vos sos más diablo. Vos sos un zorro, a vos te va ir bien.
-Claro, que me va ir bien -dice. Para mañana las tortas listas y las maletas y yo me voy. Voy a llegar por la casa del viejito. Y me marcho.
Llegó por áhi y le dice:
-Bueno, me le va llevar una carta a mi madre. Pero usté va ir a la casa de mi madre. No vaya hacer lo que han hecho sus hermanos, ¿eh? Yo lu estoy sabiendo. Ellos si han portado muy mal, por eso los hi castigado.
-No, señor, si yo voy a ir. Ahora déme el baquiano, no más.
El baquiano es el burrito y el choco.
Muy bien. Llegó la mañana. El burrito 'taba listo y el choco saltando.
-Mirá, en la ladera, de aquí a media hora, vas a llegar y allá te van a llamar. Tomá estos algodones. Tapesé bien los oídos, amigo. Bien los oídos y no mire para atrás para nada.
Se fue.
Cuando llegó a la ladera, vio que los hachadores li hacían señas. Siguió. Nada oyó.
Había caminando un trecho. ¡Un río con unas aguas cristalinas!
-¿Y cómo paso esto?
Cuando ve, el choco, encara el río. Y el burro también. Bueno. Sigue adelante. Y este choco sigue y sigue, y el burro, también. Que no lo deja. Al poco andar, ¡ay, qué sospresa!, ¡un río crecido de sangre!
-¡Qué digo esto! ¿Qué será esto? -dice. ¡Cómo hi venido yo a hacer este viaje tan penoso! ¡Y dónde paso!
Cuando ve que se zampa, ya, el choco. Y el burro ya se zampó también. Bueno... Y siguió adelante. Al poco andar, dos peñas bien bolas, que se abrían y se juntaban. ¡Y no había por donde pasar, señor! Había que pasar por medio de esas piedras.
-¿Y si me agarra el burro y me lu hace pedazo, u mi hace pedazo a mí con burro y todo? ¡Me volveré!
Cuando vio al choco, cuando si abrieron las piedras, pasó. Y áhi no más el burro pasó. Le cortan la cola al burro. ¡Menos mal! Bueno. Y siguió, siguió...
Al poco tiempo encuentra un campo hermosísimo. Agua abundante. ¡Un pasto! Las vacas perdidas en el pasto, pero se morían de flacas. Nu había una de disponer y decir esta está gorda. Más allá, d'ese campo, otro, un peladar y unas vacas gordas que estaban como para rajarlas con la uña. ¡Qué cosa bárbara -dice- yo nu he visto nunca esto! Es un fenómeno, ¿qué es lo que hay aquí?
Siguió adelante. Al poco andar, una casa hermosa con una quinta. Llega. Sale una señora vieja y le dice:
-Pero, hijo, ¿cómo ti ha ido de viaje?
-Bien, señora.
-¿Qué me traes?
-Aquí le traigo una carta, señora, que le manda su hijo.
-¡Muy bien!
-Desensille m'hijo. Largue el burro. No tenga cuidau por nada. Y andate a la quinta, comé de la fruta que querás, y cuando ya querás volver, vení. Aquí hay cama, aquí tenés todo.
-Muy bien.
-Áhi estuvo. Le pareció poco tiempo.
Le dice la señora:
-Ahora tenés que volver y llevale esta carta a m'hijo.
Y él pensaba:
-¿Y esta señora? Tiene que ser la madre de Dios -entre él pensaba. Ésta tiene que ser.
Ensilló, dijo adiós, y se fue. Recorrió el mismo camino. Llegó a la casa. Salió el viejito. Lo recibió y le dice:
-¿Cómo ti ha ido?
-Bien.
-¿Qué me traes?
-Aquí tiene esta carta.
-Muy bien.
La leyó.
-Bueno, te felicito. ¿Y qué te parece dónde has ido? ¿Qué te parece dónde has ido? ¿Es lindo?
-Señor, ¡lindísimo!, ¡lindísimo!
-¿Y sabés dónde has estado vos? Ésa es la madre de Dios. ¿Y qué te parece? ¿Qué tiempo habrás estado?
-Y, habré estado cuatro o cinco días.
-Pero, ¿cómo cuatro o cinco días? Si cuando te fuiste eras muchacho y ahora vienes de barba. ¿Ves? Has estado 10 años.
-Y bueno, yo no sé señor cuánto habré estado.
-¿Sabés por qué es eso?, que no lu has sentido, porque has estado encantado allá.
-Sí, señor, es muy lindo.
-Ésa es la gloria. Estabas en el cielo. Ahora me vas a decir qué es lo qui has visto.
-En el camino -dice- cuando recién había recorrido un tramo largo, estaban unos señores en la falda di una lomada. Y me empezaron a llamar. Me llamaban y me llamaban. Yo me tapé bien los oídos y seguí. No miré más para atrás.
-¿Y vos sabés quiénes son ésos? Son los malvados enviciados, que envician a los hombres. Hiciste bien en no llegar. ¿Qué más encontraste?
-Un río con una agua cristalina.
-¿Y sabís qué es lo que es eso? Son las lágrimas de tu madre que llora por vos. ¿Y después, qué más encontraste?
-Un río de sangre.
-Ésa es la sangre que tu madre ha derramado por vos. ¿Qué más has encontrado?
-Unas piedras -dice- que se 'taban golpiando.
-Ésas son las malas comadres. Que no hacen otra cosa que difamarse, que se ofenden unas a las otras. ¿Qué más has visto?
-Un campo hermoso y una hacienda flaquísima.
-¿Y sabés qué es lo que significa eso? Los ricos envidiosos. ¿Qué más encontraste?
-Un campo, un peladar, pero las vacas muy gordas.
-Ésos son los pobres. Esa hacienda son los pobres bien intencio-nados.
-Llegué a la casa de la señora.
-Bueno, ahí es la casa de la Virgen María, es la casa de mi Madre. Ahora te voy a despachar. Andate a tu casa. Ya vas hecho un hombre. ¿Qué querés que te pague, un almú de plata, un almú di oro, o un Dios te lo pague?
-Yo, señor, me conformo con un Dios te lo pague.
-Y bueno, muy bien, si sos honesto, un Dios te lo pague, y listo.
Si iba yendo y le dice:
-Vení, te voy a dar esta flautita. Cuando vos necesités alguna cosa, tocás la flauta y decís: flautita, por la virtú que Dios te dio dame tal cosa.
La llevó, la echó al bolsillo. Antes de llegar, el muchacho dice:
-Voy a ver si es cierto -dice. Voy a ver si es cierto que este Dios tiene tanto poder.
Y dice:
-Flautita, por la virtú que Dios te dio, haceme un hombre con un traje especial, una mula con apero, pero especial.
La tocó. Se le apareció el traje y la mula, una mula negra, hermosa, muy bien aperada.
-Y ahora, flautita, por la virtú que Dios te dio, me das unas maletas llenas di oro y de plata para llevarle a mi madre. Tocó la flauta y se le llenaron las maletas de oro y de plata. Siguió. Llegó a la casa de la madre. Cuando llegó, golpió las manos.
-Señor, ¿quí anda buscando? -le dice.
-¿No me conoce mi madre? -dice. Si soy Juan, mama. ¿No me conoces?
-Y qué te voy a conocer, mirá cómo venís. ¿Cómo ti ha ido?
-Muy bien.
-¿Y qué traes aquí?
-Un almú de oro y un almú de plata. Ahora -dice, a este rancho lo vamos hacer desaparecer.
Tocó la flauta y dice:
-Flautita, por la virtú que Dios te dio, dame un palacio donde haiga de todo, sirvientes y todo, para vivir con mi madre y mis hermanos.
Si apareció un palacio hermoso, con todo.

Aquí si acaba el cuento,
con un zapato roto
para que usté cuente otro.

Samuel Zavala, 65 años. La Carolina. Pringles. San Luis, 1969.

El narrador aprendió este cuento de María Salinas, de 95 años, nativa del lugar y que sabía muchos cuentos.

Cuento 1019. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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