Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 6 de febrero de 2015

El chiquillo .1062

Un matrimonio tenía tres hijos varones. El menor era muy trabajador y diligente y le sabían llamar por costumbre el Chiquillo. Los otros dos mayores eran flojos y descomedidos.
Cuando los dos hijos mayores llegaron a una edad entre muchacho y hombre, pensaron en salir a rodar tierra. Pidieron permiso a los padres. La madre se desesperaba pensando lo que les podía pasar a los hijos, tan flojos, y se daba con los bastos, llorando. El padre la convencía de que había que dejarlos ir ya que no querían estar con los padres, y le decía:
-¡Dejalos que se vayan! ¡Los piojos los van a trair, al trote, aquí a su casa! ¡Dejalos no más!
Cuando los hijos vinieron a despedirse, les dijo el padre:
-¿Qué quieren más, cien pesos cada uno, o que les eche la bendición?
Y ellos contestaron en un mismo parecer los dos, que qué podrían hacer con sólo la bendición, que ellos preferían los cien pesos cada uno.
Así fue. El padre les dio cien pesos a cada uno. Se despidieron y se fueron a caballo, los dos hermanos juntos, a rodar tierra.
Muchos días anduvieron sin rumbo y no, encontraron trabajo. Todas las provisiones que llevaban se les habían terminado y no tenían con qué comprar nada, porque el dinero que les dio el padre, cuando quisieron echar mano de él, vieron con sorpresa que se les había convertido en carbón. Ya se morían de necesidá en pago ajeno. Hasta se habían comido los caballos que montaban. Pensaban a veces matarse uno al otro, para remediar en algo sus necesidades. No podían siquiera volver a su casa.
A todo esto estaba muy triste el Chiquillo con la ausencia de sus hermanos. Al Chiquillo también le entró la chinche por irse. Cuando les avisó a los padres que él también quería salir a rodar tierra se desesperaron y trataron de convencerlo de que no fuera. Le decían que era muy chico, que no era capaz de gobernarse solo, y que no tenía necesidad de irse a sufrir teniendo sus padres. Pero, nada consiguieron los padres, le entró como una fiebre de irse. Le parecía que podía ayudar a sus hermanos, que lo andarían necesitando. Y los convenció a los padres diciendolés que los iba a buscar y los iba a traer a los hermanos. Al fin, el padre le dijo, para ponerle una dificultad muy grande:
-Bueno, sí, te dejaré ir, pero primero me tenís que agarrar el animal que me anda haciendo daño en la chacra.
-Bueno, mi padre -le contestó el Chiquillo, me comprometo a pillarle el animal que le hace daño, aunque yo sé que es muy peligroso.
Esa noche se fue a la chacra para ver si podía pillar el animal, pero le fue imposible. Al día siguiente andaba por el compo, muy preocupado, pensando en cómo podía ingeniarse para hacerlo, cuando se le apareció un viejito y le dijo:
-¿Qué hacís, hijo? ¿Por qué estás tan triste? ¿En qué pensás?
El Chiquillo le contestó:
-Acá estoy, tata viejo, sin saber qué hacer para satisfacer un mandado de mi padre.
El Chiquillo le contó todo lo que le había pasado y que su intención era ir a rodar tierra y salvar a sus hermanos. Entonces el viejito le dijo que no tuviera cuidado por nada y que él le ayudaría en todo. Le recomendó que no le dijera de esto nada a sus padres y le aconsejó que hiciera así:
-Te acostás y tratás de dormir un rato. Cuando sea más o menos la medianoche, te levantás y vas a la chacra. Allí estará el animal, comiendo. Llevás un bozal para agarrarlo, que yo te voy a ayudar a pillarlo. En este mismo animal salí de viaje mañana mismo. Tu padre se prendará de este animal tan bonito, pero no se lo vas a dejar por nada del mundo. Tus hermanos están a más de setenta leguas de aquí, y están que perecen de hambre, tratándose de matarse uno al otro para vivir. Ya se han comido un caballo. Después te daré otras recomendaciones.
Dicho esto, el viejito se fue y el muchacho tomó para su casa, a esperar la noche. Ya llegó la noche y como en las dos anteriores, le preguntó su padre:
-Y, amigo, ¿ya agarró el animal?
A lo que contestaba muy humilde el Chiquillo:
-No, mi padre.
-Bueno, entonces -decía el viejo.
Llegó la tercera noche. El muchacho se acostó y cuando eran más o menos las doce, sintió un ruido para el lado de la chacra. Se viste y sale bozal en mano. Llegó, y se sorprendió mucho de ver un animal tan bonito, bien overito, como nunca había visto nada mejor. Le pareció, eso sí, muy arisco. Trató de tomarlo, pero le fue imposible. El animal era muy ligero y sumamente desconfiado. El muchacho ya creía que no lo iba a poder agarrar, cuando sintió un ruido entre las plantas. Era el viejito. Sale y le ayudó a agarrar el animal, que cuando lo vio al viejito no disparó más. Le dio otros consejos y le hizo entrega de unas alforjitas, muy chicas, que contenían de un lado un mantelito que era de virtud y unos higos secos, y del otro lado, unos pedacitos de pan. Le dijo que al mantelito le podía pedir la comida que quisiera, y que de los higos y del pan los podía comer lo que quisiera, que nunca se terminarían. Le dijo también que el caballo no se cansaba nunca, anduviera lo que anduviera, y que no precisaba comer. Se despidió de él y le recomendó que saliera llegando el día y le dilo para el lado que tenía que tomar.
Al llegar el día, ya tenía su caballo ensillado, en el palenque, con sus alforjitas puestas sobre el recado, y estaba listo para salir.
El padre del Chiquillo se levantó, y al ver este caballo tan bonito se quedó prendado de él. Le preguntó como de costumbre al hijo:
-Y, amigo ¿agarró el animal que hacía daño?
-Éste es el dicho animal, mi padre -le contestó el Chiquillo.
Entonce el padre le pidió que se lo dejara y que él se fuera en otro cualquiera, el que eligiera. El Chiquillo no lo consintió de ninguna manera. No tuvo más remedio que conformarse, el padre, y le preguntó como a los otros hermanos:
-¿Qué querís más, cien pesos o la bendición?
-La bendición, mi padre -le contestó el Chiquillo.
-Que el Señor te bendiga -le dijo al muchacho.
Se despidió de los padres y salió. Y les dijo que se iba a buscar a sus hermanos.
Ya iban lejos los hermanos. En eso que iban, uno miró atrás y vio que venía uno que era muy parecido al Chiquillo. El otro miró, y dijo que no podía ser porque iba en un caballo muy lindo, que no era de su padre. Ya llegó, y se convencieron que era el hermano. Les dijo que los venía a socorrer y les dio de comer. Comieron hasta no poder más. Ya les entró envidia a los dos de verlo al Chiquillo tan bien montado y con tantas provisiones. Uno de ellos le propuso al otro quitarle lo que tenía el Chiquillo. Con un pretexto lo agarró uno, le pegó, le quitaron lo que tenía, pero el Chiquillo consiguió dispararse.
Quedó muy triste el Chiquillo, en el medio del campo, cuando se le apareció nuevamente el viejito. Ya sabía todo lo ocurrido. Le entregó otra vez todas sus cosas y el caballo. Le dijo que sus hermanos lo querían matar, que tuviera cuidado. El Chiquillo dijo que los iba a seguir otra vez, porque era seguro que necesitarían de él.
Siguió el Chiquillo. Los alcanzó a los hermanos. Éstos se hacían los que lo habían hecho todo por broma, y le pidieron de comer otra vez. El Chiquillo les dio hasta que se llenaron. Estaban muy asombrados de que éste los volviera a seguir y de que trajera las alforjas y el caballo que a ellos se les habían desaparecido. Pero, como le tenían mucha envidia, se hicieron los que se enojaban por cualquier cosa, lo agarraron y lo degollaron. Le separaron después la cabeza del cuerpo. Y se llevaron el caballo y las alforjas.
Llegó el viejito, le juntó la cabeza con el cuerpo, le dio vida y le entregó su caballo y sus alforjas. Lo volvió a aconsejar que tuviera cuidado con sus hermanos, que no podían verlo de envidia. Pero él dijo que no podía dejar de socorrerlos. Se despidieron y el Chiquillo le agradeció mucho al viejito, todo el bien que le hacía.
Siguió el Chiquillo y los volvió a alcanzar a los hermanos cuando ya iban muertos de hambre. Les dio otra vez de comer hasta que se llenaron. Al terminar de comer, se volvieron a poner de acuerdo, y lo agarraron y lo mataron. Pensando que era brujo, porque no se explicaban cómo volvía a vivir después de muerto, lo descuartizaron y tiraron los pedazos para un lado y otro. Se fueron.
El viejito, que sabía todo, viene al lugar, junta los pedazos del muchacho y los comienza a componer. En eso se da cuenta que le falta un huesito de un dedo. Buscaba y buscaba y no lo podía encontrar. En eso levanta una pata el overo, que ya se les había disparado a los hermanos, y ve el huesito. Lo alzó, lo limpió, terminó de componer el cuero y le dio la vida. Le dijo, entonces, que los hermanos ya estaban por llegar a la casa de un gigante. Que este gigante tenía tres hijas muy hermosas, y que éstos se alojarían en su casa. Que él llegara después, que lo mismo lo iban a recibir muy bien y le iban a dar una pieza. Que el gigante mataba a todos los que se alojaban en su casa. Que los hacía acostar con sus hijas. Que las niñas siempre se acostaban con la cabeza atada con un pañuelo con puntas de diamante, porque así en la oscuridá, mataba a los que no tenían pañuelo. Que les cambiara el pañuelo a sus hermanos, cuando todos estuvieran dormidos. Que el gigante, cuando se diera cuenta que él salvaba a sus hermanos, lo iba a querer matar, pero que él huyera y que tratara de pasar la mar que había más allá del palacio.
Todo pasó como le dijo el viejito. Llegó al palacio del gigante y lo hicieron pasar, y lo hicieron acostar en una pieza. Cuando todo era silencio, se levantó y fue a la pieza donde estaban sus hermanos durmiendo con las hijas del gigante. Les desató el pañuelo con puntas de diamante a las niñas, y se los ató a los hermanos. Fue y se acostó, pero no se durmió. Al rato sintió que alguién se acostaba a su lado. Cuando sintió que se había dormido, que era otra hija del gigante, le desató el pañuelo y se lo ató él. Al rato se dio cuenta que venía el gigante. En medio de la oscuridá, tocó las cabezas, y a la que no tenía pañuelo se la cortó con su espada. Fue a la pieza de los hermanos y procedió en la misma forma.
El Chiquillo se quedó despierto, muy impresionado. Al alba se levantó y se fue a despertar a los hermanos. Les desató el pañuelo con puntas de diamantes y los guardó muy ocultamente. Les contó lo que había pasado y les recomendó que siguieran camino lo más pronto que pudieran. Él también ensilló su caballo y se fue campo afuera.
En cuanto aclaró, un loro adivino que tenía el gigante, le dio aviso que los huéspedes huían y que las tres niñas habían sido degolladas. Que el Chiquillo tenía la culpa de todo.
Al pronto el gigante se levanta y ve que realmente él había dado muerte a sus hijas. Furioso sale en persecución del Chiquillo y de los hermanos. Los alcanzó cuando ellos entraban a la mar. Como el gigante no pudo pasar, les gritaba:
-¡Chiquillo maldito! ¡Ah, has de volver algún día! ¡Me has hecho degollar a mis hijas y me llevás los tres pañuelos de puntas de diamantes! ¡Ya me las pagarás!
-¡Para la otra luna he de volver! -le gritó el Chiquillo.
Cuando ya pasaron la mar y estuvieron a salvo y les contó a sus hermanos todo lo ocurrido y de qué manera los había podido librar de la muerte. Los hermanos le agradecieron mucho y lo abrazaron llorando.
Siguieron el camino los tres, y llegaron a la casa de un Rey que tenía una hija muy hermosa. Pidieron alojamiento y trabajo. El Rey les dio trabajos en el campo. A los dos mayores les dio trabajos de pala, hacha y azadón. La hija del Rey le pidió que le dejara el menor, al Chiquillo, para darle ella diversos trabajos. Los mayores trabajaban en trabajos muy pesados y ganaban menos, en cambio el Chiquillo trabajaba poco y ganaba mucho más. Él tenía que cuidar unos pollos de la hija del Rey, a los que alimentaban con granitos de oro. El resto del día se lo pasaba echado de panza, jugando todo el día.
Los hermanos no podían más de envidia. Entonces trataron de malquistarlo. Se apersonaron ante el Rey y le dijeron que el Chiquillo se había dejado decir que él era capaz de traer a presencia del Rey una ovejita que bostea plata, que el gigante que mató las hijas tenía en su palacio.
-¡Ah! ¡Ah! -dijo el Rey, nada me han dicho. Llamen al Chiquillo inmediat-mente a mi presencia.
Vino el Chiquillo, y el Rey le dijo:
-He sabido que usted se ha dejado decir que es capaz de traer a mi presencia una ovejita que bostea plata, que tiene el gigante que mató a las hijas. Si no me la trae, le corto la cabeza.
-Yo nu hi dicho eso.
-¡Ah, no importa! Si usted no la trae, le haré cortar la cabeza.
Muy triste andaba el Chiquillo, pensando que ya tenía segura la muerte, cuando se le apareció el viejito. Lo consoló y le dijo que no tuviera miedo, que él lo iba a ayudar. Le dijo que le pidiera al Rey dos cajas de dulce, para que engañara con dulce al loro adivino del gigante. Le explicó cómo tenía que hacer para robar la ovejita que bostea plata.
El muchacho tomó lo que necesitaba, y se fue presto.
En cuanto pasó la mar ya lo sintió el loro y se vino volando a interrogarlo y a ver quién había traspasado los límites del gigante. El Chiquillo se le acercó al loro y le dio un poco de dulce. Entonces pudo entrar en conversación con él, y le preguntó por la ovejita que bostea plata. El loro, contento con el dulce, le dijo al muchacho:
-Es difícil ver la ovejita que bostea plata porque está encerrada, bajo siete llaves, y el gigante la cuida personalmente.
El Chiquillo le ofreció darle dos cajas de dulce si le ayudaba a robar la ovejita. El loro que era tan goloso, le prometió ayudarlo, y le dijo:
-Cuando el gigante está con los ojos abiertos, está durmiendo, y cuando está con los ojos cerrados está despierto. Tiene las llaves donde está encerrada la ovejita.
Le enseñó cómo tenía que hacer para sacarla, y le explicó que entrara cuando el gigante estuviera con los ojos abiertos y le pusiera un manojo de paja en la nariz. Entonce el gigante iba a estornudar y con el estornudo iba a hacer saltar las llaves. Con esas llaves tenía que abrir muchas puertas, y en la última iba a encontrar la ovejita. Y le dijo:
-En cuantito te vea, la ovejita, se va a venir a toparte. Pero, sin miedo la agarrás no más y pasás lo más presto que sea posible sin que te sienta el gigante y disparás a tu casa.
Así hizo todo el muchacho. Cuando llegó, el gigante estaba con los ojos abiertos. Entró y le metió el manojo de paja en las narices. El gigante estornudó, saltaron las llaves y él se dio vuelta y se quedó dormido otra vez. El Chiquillo agarró las llaves, abrió todas las puertas y llegó a la pieza donde estaba la ovejita. La ovejita se le vino al humo, a toparlo, pero él abrió los brazos, la agarró, salió sin que lo viera el gigante, montó en su overo y le prendió carrera hacia el mar.
Cuando iba llegando a la mar, el loro empezó a gritar:
-¡El Chiquillo le robó al gigante la ovejita que bostea plata y se la lleva!
Con los gritos se despierta el gigante y lo sigue a toda carrera. Junto con lo que llega a la mar, el Chiquillo ya había entrado y él, como no podía cruzar el agua, le grita desde la orilla:
-¡Ah, Chiquillo!, me hicistes matar a mis tres hijas, me llevastes los tres pañuelos con las puntas de diamantes y ahora me robás la ovejita que bostea plata. ¡Andá no más! ¡Algún día volverás y me la pagarás!
-¡Para la otra luna volverá! -le gritó el Chiquillo desde la otra orilla del mar.
Llegó al palacio del Rey y le entregó la ovejita que bostea plata. El Rey quedó contentísimo con la ovejita que era una mina de plata.
Los hermanos no se explicaban cómo el Chiquillo había hecho esa hazaña y había salido con vida. Comenzaron a pensar cómo lo volverían a malquistar con el Rey y a ponerlo en peligro. A los pocos días van y le dicen al Rey:
-El Chiquillo se ha dejado decir que él es capaz de tráir el loro adivino que tiene el gigante.
-¡Ah! ¡Ah! -dijo el Rey, nada me han dicho. Que se presente el Chiquillo inmediatamente.
Ya cuando vino el Chiquillo, le dijo:
-Usted se ha dejado decir que es capaz de tráirme el loro adivino que tiene el gigante, ¿no?
Y el Chiquillo le contestó humildemente:
-No, mi Majestad. Yo no he dicho tal cosa.
-Haiga dicho u no haiga dicho, usté me trái acá el loro adivino, y si no lo trái, le corto la cabeza.
No hubo más que hacer, y el Chiquillo se fue muy triste. En eso que había caminado cierta distancia, le sale el viejito y le dice que no pasase pena, que él le iba a ayudar y a decirle cómo tenía que hacer para conseguir el loro. Le dijo que le pidiera tres cajas de dulce al Rey. Que fuera y se las diera al loro. Que cuando las acabara lo invitara a que se dejara traer al palacio del Rey en donde iba a encontrar dulce en abundancia todos los días.
Así lo hizo, el Chiquillo. Se encontró con el loro al otro lado de la mar. Le dio las tres cajas de dulce y cuando se las comió, lo invitó a venir al palacio para buscar mayor cantidad. El loro, al principio no quería, pero al fin, como le gustaba tanto el dulce, dijo que bueno. El Chiquillo lo agarró bien seguro, de modo que no se le pudiera escapar, y se pusieron en marcha. Cuando comenzaron a cruzar la mar el loro gritó:
-¡Me llevan! ¡Me llevan!
El gigante dio un salto, salió corriendo y llegó en el momento en que el Chiquillo ya estaba muy adentro de la mar. Como el gigante no podía cruzar el agua, le gritaba desde la orilla:
-¡Ah, Chiquillo!, me hiciste matar mis hijas, me robastes los pañuelos con puntas de diamantes, me robastes la ovejita que bostea plata y ahora me robás el loro. ¡Algún día volverás y me las pagarás!
-Para la otra luna volveré -le contestó el Chiquillo.
El Chiquillo llegó y le entregó el loro al Rey. El Rey se puso muy contento de poder tener todas estas maravillas. Lo comenzó a tratar todavía mejor al Chiquillo por las hazañas que cumplía y la viveza con que hacía estos trabajos tan difíciles. Mayor envidia sentían los hermanos y volvieron a buscar un motivo para hacer morir al Chiquillo. Se fueron y le dijeron al Rey que el Chiquillo se había dejado decir que era capaz de traer al mismo gigante en persona.
El Rey hizo llamar al Chiquillo en el acto, y le preguntó si era cierto que él se había dejado decir que era capaz de traer al gigante en persona. El Chiquillo se llevó un gran susto con esto y negó que él hubiera sido capaz de decir semejante cosa, que le iba a costar la vida, sin ninguna escapatoria. El Rey le dijo que aunque no lo hubiera dicho, si no lo cumplía le hacía cortar la cabeza.
Se fue muy triste el Chiquillo. En eso que iba por su camino se le apareció el viejito y le dijo que no tuviera cuidado, que él lo iba a ayudar. Le dijo que fuera, y le pidiera al Rey que le hiciera una jaula de fierro para encerrar al gigante, que no le entrara aire por ningún lado, y con una puerta con candado de tuercas y tornillos reforzados. Que la hiciera en forma que pudieran tirarla cuatro caballos. Le explicó cómo tenía que pintarse todo el cuerpo de negro, y la forma en que se iba a hacer un sobrino de él, que venía a socorrerlo. El gigante estaba casi ciego de tanto llorar por la pérdida de las hijas y de las prendas de virtud que le había llevado el Chiquillo.
El Chiquillo siguió todos los consejos del viejito, y cuando tuvo la jaula, cruzó la mar y llegó al reino del gigante. Se pintó de negro, llegó a presencia del gigante y le dijo:
-¡Buenas noches, tiyito!
-¿Quién me habla? -contestó el gigante.
-Yo soy un sobrino suyo que viene a auxiliarlo, ya que usté está tan solito y enfermo. Lo vengo a llevar a mi casa. Ya sé que le hicieron matar sus hijas, le robaron los pañuelos con puntas de diamantes, la ovejita que bostea plata y el loro adivino.
Lo conversó tanto al gigante que al fin consintió en subir al coche que le ofrecía el sobrino. Cuando estuvo adentro de la jaula, le preguntaba si no sentía frío por algún lado, mientras él atornillaba la puerta. Cuando lo tuvo bien asegurado, le dijo que él era el Chiquillo, que lo venía a llevar. El gigante daba unos saltos y unos gritos tremendos, pero no podía hacer nada. Castigó los caballos el Chiquillo y cruzaron la mar.
Llegó el Chiquillo al palacio y le entregó al Rey el gigante. Éste era el peor enemigo que tenía el Rey, así que se quedó tan contento que lo abrazó al Chiquillo y le dijo que le pidiera lo que él quisiera, que se lo iba a dar.
-Por ahora, mi Majestad, tengo que decirle que mis hermanos se han dejado decir, uno, que poniéndose en la boca de un cañón, es capaz de atajar la bala con la mano; y el otro, que es capaz de tirar una naranja desde la torre de la iglesia, venirse detrás de ella y volver a subir con la naranja en la mano.
El Rey los hizo llamar y les preguntó si ellos se habían dejado decir que eran capaces de hacer esas dos hazañas. Ellos negaron, pero el Rey ordenó que lo cumplieran. Así murieron los dos malos hermanos que tanto habían buscado la muerte del Chiquillo.
El Rey, en premio de todo el bien que le había hecho el Chiquillo lo hizo casar con su hija.
El Chiquillo trajo a su palacio a sus padres viejos, y así todos vivieron muchos años felices y llenos de riquezas.

Luis Jerónimo Lucero, 50 años. Nogolí. Belgrano. San Luis, 1945.

Cuento 1062. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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