Había una vez un rey muy bueno que se llamaba
Midas. Sólo que tenía un defecto: que quería tener para él todo el oro del
mundo. Un día el rey midas le hizo un favor a un dios.
El dios le dijo:
-Lo que me pidas te concederé.
-Quiero que se convierta en oro todo lo que
toque -dijo Midas.
-¡Qué deseo más tanto, Midas! Eso puede
traerte problemas, Piénsalo, Midas, piénsalo.
-Eso es lo único que quiero.
-Así sea, pues -dijo el dios.
Y fueron convirtiéndose en oro los vestidos
que llevaba Midas, una rama que tocó, las puertas de su casa. Hasta el perro
que salió a saludarlo se convirtió en una estatua de oro.
Y Midas comenzó a preocuparse. Lo más grave
fue que cuando quiso comer, todos los alimentos se volvieron de oro.
Entonces Midas no aguantó más. Salió
corriendo espantado en busca de dios.
-Te lo dije, Midas -dijo el dios, te lo
dije, Pero ahora no puedo librarte del don que te di. Ve al río y métete al
agua. Si al salir del río no eres libre, ya no tendrás remedio.
Midas corrió hasta el río y se hundió en sus
aguas.
Así estuvo un buen rato. Luego salió con
bastante miedo. Las ramas del árbol que tocó adrede, siguieron verdes y
frescas. ¡Midas era libre!
Desde entonces el rey vivió en una choza que
él mismo construyó en el bosque. Y ahí murió tranquilo como el campesino más
humilde.
999. Anonimo
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