1
Presentación
Vivía en
la ciudad de Isfahan un pobre zapatero llamado Ahmed, que tenía una esposa
especialmente codiciosa y ambiciosa.
Ésta iba
todos los días a los baños de Hammam y siempre encontraba a alguien allí que la
producía celos. Un día espió a una señora que vestía un traje espléndido, joyas
en todos los dedos de la mano y perlas en las orejas y a la que atendían muchas
personas. Cuando preguntó quién podía ser aquella dama, la contestaron: "La
mujer del jefe de los astrólogos", "¡Ciertamente eso es lo que el
desastre de mi Ahmed debe llegar a ser, un astrólogo!", pensó la mujer del
zapatero y corrió a su casa tan rápido como la llevaron sus pies.
El
zapatero al verla en su casa preguntó: "¿Por Dios, qué te pasa
querida?".
"¡No
me hables ni te acerques a mí hasta que seas astrólogo de la corte!", le
riñó ella, "¡Deja tu vulgar oficio de arreglar zapatos!. Nunca seré feliz
hasta que seamos ricos".
"¡Astrólogo,
astrólogo!", sollozó Ahmed, "¿Qué conocimientos tengo yo para leer
las estrellas?, ¡debes estar loca!".
"Ni
sé, ni me importa cómo lo hagas, pero para mañana tienes que ser astrólogo, si
no volveré a la casa de mi padre y pediré el divorcio", dijo ella.
El
zapatero estaba loco de desesperación. ¿Cómo iba a convertirse en astrólogo?.
Esta era su preocupación. No podía soportar la idea de perder a su esposa. Así
pues, salió y compró la tabla de los signos del zodiaco, un astrolabio y un
almanaque de los astros. Para ello tuvo que vender sus herramientas de zapatero
y así sintió que tendría éxito como astrólogo. Se fue al mercado y gritó:
"¡Oh, señoras y señores! acudid a mí en busca de respuesta para cualquier
cosa. Yo se leer las estrellas, conozco al sol, a la luna y a los doce signos
del zodiaco. ¡Puedo predecir lo que va a suceder!".
2 El joyero
del rey
Sucedió
que el joyero del Rey pasaba por allí sumido en gran aflicción, pues había
perdido una de las joyas de la corona que le habían sido confiadas para su
pulido. Era un gran rubí. Lo había buscado por todas partes sin ningún
resultado.
El joyero
de la Corte
sabía que si no lo encontraba le cortarían la cabeza. Se acercó a la multitud
que rodeaba a Ahmed y preguntó qué sucedía.
"¡Oh,
el astrólogo más reciente, Ahmed el Zapatero, promete decir todo lo que es
posible saber!", rió uno de los curiosos espectadores.
El joyero
de la Corte se
adelantó resuelto y susurró al oído de Ahmed: "Si conoces tu arte,
descúbreme donde está el rubí del Rey y te daré doscientas piezas de oro. Pero
si no tienes éxito... ¡traeré la muerte sobre ti!".
Ahmed
quedó atónito. Se echó la mano a la frente y sacudiendo la cabeza al mismo
tiempo que pensaba en su esposa, dijo: "¡Oh, mujer, mujer, eres más
perniciosa para la felicidad del hombre que la peor de las serpientes!".
Sucedió
que la joya había sido escondida por la mujer del joyero quien, sintiéndose
culpable del robo, había mandado a una esclava para que siguiese a su marido a
todas partes. Esta esclava al oír al nuevo astrólogo gritar algo sobre una
serpiente creyó que todo se había descubierto y volvió corriendo a la casa a
contárselo a su señora: "Os han descubierto, querida señora", le dijo
jadeando, "¡Os ha descubierto un odioso astrólogo!. Ve a él y suplícale
que sea misericordioso con el desdichado pues si se lo cuenta a vuestro marido,
estaréis perdida".
La mujer
se puso rápidamente su velo y se fue donde estaba Ahmed y se arrojó a sus pies
sollozando: "Salva mi honor y mi vida y lo confesaré todo".
"¿Confesar
qué?", preguntó Ahmed.
"¡Oh,
nada que no sepas ya!", sollozó, "Sabes muy bien que yo robé el rubí.
Lo hice para castigar a mi marido, ¡él me trata con tanta crueldad!. Pero tu,
el mejor de los hombres, para quien no existe ningún secreto, ordéname y haré
lo que me pidas con tal que este secreto nunca salga a la luz".
Ahmed
pensó deprisa, luego dijo: "Sé todo lo que has hecho y para salvarte te
pido que hagas esto: coloca el rubí en seguida bajo la almohada de tu marido y
olvídate de todo".
La mujer
del joyero volvió a casa e hizo lo que le habían ordenado. Al cabo de una hora
Ahmed la siguió y le dijo al joyero que ya había hecho sus cálculos y que por
mediación del sol, la luna y las estrellas, el rubí estaba en ese momento bajo
su almohada.
El joyero
salió corriendo de la habitación como un ciervo perseguido y volvió a los pocos
minutos sintiéndose el más feliz de los hombres. Abrazó a Ahmed como a un
hermano y puso ante sus pies una bolsa con doscientas piezas de oro.
3 La dama y
las joyas
Con las
alabanzas del joyero resonando en sus oídos, Ahmed volvió a su casa agradecido
por poder satisfacer la codicia de su esposa. Creyó que no tendría que trabajar
más, pero sus ilusiones se vinieron abajo al oír a su mujer: "Esta es
solamente tu primera aventura en el nuevo camino de tu vida. Una vez que se
conozca tu nombre, ¡serás llamado a la
Corte !".
Ahmed
protestó. No deseaba continuar su carrera de adivinador del futuro, era un
trabajo arriesgado. Cómo podía esperar volver a tener otra vez la misma suerte,
preguntó. Pero su mujer rompió a llorar y de nuevo le amenazó con le divorcio.
Ahmed accedió a salir al día siguiente al lugar del mercado para anunciarse una
vez más.
Como la
vez anterior gritaba en voz alta: "¡Soy astrólogo. Puedo ver lo que
sucederá por el poder que me ha sido conferido por el sol, la luna y las
estrellas!".
La
multitud se reunió de nuevo a su alrededor. Una dama cubierta con un velo
pasaba mientras Ahmed estaba hablando. Se detuvo con su sirvienta y oyó hablar
del éxito que había tenido el día anterior al encontrar el rubí del Rey y otras
mil historias que nunca habían sucedido.
La dama,
que era alta e iba vestida con finas sedas, se abrió camino y dijo: "Pongo
ante ti este enigma: ¿dónde están el collar y los pendientes que perdí ayer?.
No me atrevo a decírselo a mi marido que es un hombre muy celoso y puede pensar
que se los he dado a algún amante. ¡Dime astrólogo, dónde están o me veré
deshonrada!. Si me das la respuesta correcta, que no debe de ser difícil para
ti, te daré en seguida cincuenta piezas de oro".
El infeliz
zapatero quedó sin habla durante un momento al ver a una dama tan importante
ante él, tirando de su brazo y se cubrió los ojos con la mano. Volvió a mirarla
preguntándose qué diría. Entonces se dio cuenta de que se la veía parte del
rostro, lo cual era de lo más inadecuado para una dama de su posición y que el
velo estaba rasgado, seguramente había ocurrido cuando avanzó por entre la
gente.
El se
inclinó hacia delante y dijo en voz baja: "Señora, mirad la abertura,
mirad la abertura". El se refería a la rasgadura de su velo, pero a ella
sus palabras le trajeron inmediatamente algo a la memoria: "Permaneced
aquí, ¡oh, el más grande de los astrólogos!", y volvió a su casa que no
estaba muy lejos. Allí en una abertura que había en el cuarto de baño descubrió
su collar y sus pendientes en el mismo lugar en el que ella misma los había
escondido a los ojos de los codiciosos.
En
seguida volvió llevando otro velo y una bolsa con cincuenta piezas de oro para
Ahmed. La multitud se apretujó alrededor de él, maravillada de este nuevo
ejemplo de la lucidez del zapatero astrólogo.
La mujer
de Ahmed, sin embargo, no podía aún rivalizar con la esposa del astrólogo de la Corte y continuó exigiendo a
su marido que siguiese buscando fama y fortuna.
4 El tesoro
del rey (1ª Parte: Exposición)
Por aquel
entonces fue robado el tesoro del Rey que consistía en cuarenta cofres de oro y
joyas. Los oficiales del estado y el jefe de la policía intentaron encontrar a
los ladrones, pero sin resultado. Finalmente fueron enviados a Ahmed dos
sirvientes para preguntarle si podría resolver el caso de los cofres
desaparecidos.
El
astrólogo del Rey, mientras tanto, iba haciendo circular mentiras sobre Ahmed a
sus espaldas y se supo que decía que le concedía a Ahmed cuarenta días para encontrar
a los ladrones, luego profetizó que Ahmed sería ahorcado al no poder
descubrirlos.
Ahmed fue
llamado a presencia del Rey e hizo una profunda reverencia ante el soberano.
"¿Quién
es el ladrón según las estrellas", preguntó el Rey.
"Es
aún difícil de decir, mis cálculos llevan algo de tiempo", dijo Ahmed
entrecortadamente, "Pero, por ahora, diré esto: no fue un ladrón solo el
que cometió este horrible robo del tesoro de su majestad, sino cuarenta".
"Muy
bien", dijo el Rey, "¿dónde están y qué han hecho con mi oro y con
mis joyas?".
"No
lo puedo decir antes de cuarenta días", contestó Ahmed, "Si su
majestad me concede ese tiempo para consultar a las estrellas. Cada noche hay
una conjunción distinta de los astros que tengo que estudiar...".
"Te
concedo cuarenta días pues", dijo el Rey, "Pero cuando hayan pasado,
si no tienes la respuesta, pagarás con tu vida".
El
astrólogo de la Corte
parecía feliz y sonrió de satisfacción tras de su barba y su mirada le hizo
sentirse al pobre Ahmed muy inquieto. ¿Y si después de todo, el astrólogo de la
corte tenía razón?.
Volvió a
su casa y se lo contó a su esposa: "Querida, me temo que tu gran codicia
ha significado el que yo ahora sólo tenga cuarenta días de vida. Gastémonos
alegremente lo que hemos conseguido pues en ese tiempo seré ejecutado".
"Pero
marido", contestó ella, "Tienes que descubrir a los ladrones en ese
tiempo con el mismo método con el que encontraste el rubí del Rey y el collar y
los pendientes de la mujer".
"Criatura
estúpida", dijo él, "¿Es que no recuerdas que encontré la respuesta
en ambos casos simplemente por voluntad de Dios?. Nunca podré poner en
funcionamiento tal truco de nuevo ni aunque viviera cien años. No, creo que lo
mejor para mí será meter cada noche un dátil en un recipiente y cuando haya
cuarenta dentro sabré que es la noche del cuadragésimo día y el fin de mi vida.
Sabes muy bien que no tengo la habilidad de calcular y nunca lo sabré si no lo
hago así".
"Ten
valor", dijo ella, "Eres un desdichado cobarde y avaro. ¡Piensa algo
aunque sea mientras pones los dátiles en el recipiente para que yo pueda alguna
vez vestirme como la mujer del astrólogo de la Corte y verme en el rango social al que por mi
belleza tengo derecho!".
No le
dijo ni una palabra amable, no pensó por un momento en el torbellino que había
en su corazón. Ella sólo pensaba en sí misma y en su victoria personal sobre la
esposa del astrólogo de la
Corte.
5 El tesoro
del rey (2ª Parte: Los Ladrones)
Mientras
tanto, los cuarenta ladrones, a pocas millas de la ciudad, habían recibido
información exacta respecto a las medidas tomadas para descubrirlos. Sus espías
les habían contado que el Rey había enviado a buscar a Ahmed y al saber que el
astrólogo había dicho el número exacto de ladrones que eran, temieron por sus
vidas.
Pero el
jefe de la banda dijo: "Vayamos esta noche cuando oscurezca y escuchemos
desde fuera de la casa pues bien podría ser una inspiración casual y nos
estamos preocupando por nada".
Todos
aprobaban el plan, así pues, cuando se hizo la noche uno de los ladrones
escuchando desde la terraza justo después de que el zapatero rezase su oración
de la noche, le oyó decir: "¡Ah, aquí está el primero de los
cuarenta!". Su mujer le acababa de dar el primero de los dátiles.
El
ladrón, al oír estas palabras, volvió corriendo a donde estaba el resto de la
banda y les contó que de algún modo, a través del muro y de la ventana, Ahmed
había percibido su presencia sin verla y había dicho: "¡Ah, aquí está el
primero de los cuarenta!".
Los demás
no creyeron la historia del espía y a la noche siguiente fueron enviados dos
miembros de la banda a escuchar, completamente ocultos por la oscuridad que
reinaba fuera de la casa. Para su desconcierto, ambos oyeron que Ahmed decía
claramente: "Mi querida esposa, esta noche son dos de ellos". Ahmed,
al haber terminado su oración de la noche, había tomado el segundo dátil que le
daba su esposa.
Los
sorprendidos ladrones corrieron en medio de la noche y contaron a sus
compañeros lo que habían oído.
A la
noche siguiente fueron enviados tres hombres y a la siguiente cuatro y así,
continuaron durante todas las noches en que Ahmed ponía el dátil en el
recipiente. La última noche fueron todos y Ahmed gritó en voz alta: "¡Ah,
el número está completo, esta noche están aquí los cuarenta!".
Todas las
dudas se disiparon, era imposible que pudiesen haber sido vistos, ocultos por
la oscuridad como habían venido, mezclados con los transeúntes y la gente de la
ciudad. Ahmed nunca había mirado por la ventana, incluso aunque lo hubiera hecho,
no habría podido verles, pues estaban bien escondidos en las sombras.
"Sobornemos
al zapatero astrólogo", dijo el jefe de los ladrones, "Le ofreceremos
todo lo que pida del botín y así evitaremos que le hable de nosotros al jefe de
la policía mañana", susurró a los otros.
Llamaron
a la puerta de la casa de Ahmed, era casi de día. Creyendo que eran los
soldados que venían a llevárselo para la ejecución, Ahmed fue a la puerta con
buen ánimo. El y su esposa habían gastado la mitad del dinero en vivir bien y
se sentía bastante preparado para partir. Ni siquiera se sentía apenado de
dejar a su mujer. Ella, por su parte, estaba contenta, aunque lo ocultaba, de
tener aún bastante dinero para gastarlo solamente en sí misma.
"¡Ya
se a qué habéis venido!", gritó Ahmed al mismo tiempo que el gallo cantaba
y salía el sol, "Tened paciencia, ahora salgo a vuestro encuentro, pero
¡qué maldad estáis a punto de hacer!", y avanzó valientemente.
"Hombre
extraordinario", gritó el jefe de los ladrones, "Estamos convencidos
de que sabes a qué hemos venido, pero ¿permitirías que te tentásemos con dos
mil piezas de oro y que te rogásemos que no dijeses nada del asunto?".
"¿No
decir nada?, ¿creéis honestamente que es posible que yo sufra tal injusticia y
equivocación sin darlo a conocer al mundo entero?", dijo Ahmed.
"¡Ten
piedad de nosotros!", exclamaron los ladrones y la mayoría de ellos se
arrojó a sus pies, "¡Salva nuestras vidas y devolveremos el tesoro que
robamos!".
El
zapatero no estaba muy seguro de si soñaba o estaba despierto pero, al darse
cuenta de que eran los cuarenta ladrones, adoptó un tono solemne y dijo:
"¡Hombres malvados!, no podéis escapar a mi sabiduría que alcanza al sol y
a la luna y conoce cada una de las estrellas del cielo. Vuestro arrepentimiento
os ha salvado. Si restituís los cuarenta cofres haré todo lo que esté en mi
mano para interceder por vosotros ante el Rey. Ahora id, coged el tesoro y
colocadlo en una fosa de un pie de profundidad que deberéis cavar bajo el muro
del viejo Hammam, el baño público. Si lo hacéis antes de que la gente de la
ciudad de Isfahan esté de nuevo en pie vuestras vidas estarán a salvo si no,
¡seréis ahorcados!, ¡id, o la destrucción caerá sobre vosotros y vuestras
familias!".
Los
ladrones salieron corriendo, tropezando unos contra otros, cayéndose y
volviéndose a levantar.
6 El tesoro
del rey (3ª Parte: Desenlace)
¿Resultaría?,
Ahmed sabía que tenía poco tiempo para descubrirlo. Era una posibilidad remota,
pero estaba en grave peligro.
Pero Dios
es justo. A Ahmed y a su esposa les esperaba la recompensa adecuada a sus
méritos.
A
mediodía Ahmed se presentó contento ante el Rey, quien dijo: "Tu aspecto
es prometedor, ¿tienes buenas noticias?".
"Majestad",
dijo Ahmed, "Las estrellas sólo garantizan una alternativa, o los cuarenta
ladrones o los cuarenta cofres con el tesoro, ¿quiere su majestad
elegir?".
"Sentiré
mucho no poder castigar a los ladrones", dijo el Rey, "Pero si tiene
que ser así, elijo el tesoro".
"¿Y
darás a los ladrones tu perdón, ¡oh, Rey!?".
"Si",
dijo el monarca, "Se lo daré si encuentro mi tesoro intacto".
"Entonces
seguidme", dijo Ahmed y partió hacia los baños.
El Rey y
todos los cortesanos siguieron a Ahmed, quien la mayor parte del tiempo iba con
los ojos levantados hacia el cielo, susurrando cosas en su respiración y
describiendo círculos en el aire.
Cuando
terminó su oración apuntó hacia el muro orientado al sur y pidió que su
majestad mandase cavar a los esclavos mientras aseguraba que el tesoro se
encontraría intacto. En el fondo de su corazón esperaba que fuera verdad.
Al poco
tiempo aparecieron los cuarenta cofres con los sellos reales intactos.
La
alegría del Rey no tuvo límites, abrazó a Ahmed como un padre e inmediatamente
le nombró Primer Astrólogo de la
Corte : "Declaro que te casarás con mi única hija",
proclamó regocijado, "Puesto que has restituido las riquezas de mi reino y
ante tal hecho, ascenderte de rango es un deber para mí".
La
hermosa princesa que era tan bonita como la luna en su décimo cuarta noche,
estuvo de acuerdo con la elección de su padre, pues había visto a Ahmed de
lejos y le había amado en secreto desde la primera vez que lo vio.
7 Final
La rueda
de la fortuna había dado una vuelta completa. Al amanecer, Ahmed estaba
conversando con los ladrones, negociando con ellos y, para el crepúsculo, era
el señor de un rico palacio y el esposo de una mujer joven, bonita y de alto
rango, que lo adoraba.
Pero esto
no hizo cambiar su carácter y fue tan feliz siendo príncipe, como la había sido
siendo un pobre zapatero.
Su
anterior esposa, por la que había dejado de preocuparse, desapareció de su vida
y obtuvo el castigo al que la condenó su insensata vanidad y su falta de
sentimientos.
De este
modo El Gran Diseñador, teje el tapiz de nuestra vida.
999. Anonimo
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