No había
duda; era inútil forjarse ilusiones: ¡la reina se había extraviado!... Tampoco
podía caber duda acerca de otra verdad, tan palpable y evidente como la
anterior: ¡el rey estaba desesperado!...
El
monarca envió un verdadero ejército de mensajeros a todas partes. Unos tomaron
en dirección al norte, otros en dirección al sur; otros hacia el naciente, y
otros hacia el poniente. Las tropas no dejaron un rincón de la tierra sin
registrar, pero no descubrieron en parte alguna al menor rastro de la reina; y,
como es natural, el semblante del rey se ponía cada vez más torvo y cejijunto.
El espectáculo que ofrecía sentado junto a una ventana del palacio real
paseando sus miradas por los jardines sin poder apartar de su conturbado
pensamiento la imagen de la reina, perdida ¡ay! para siempre quizá, era como
para hacer llorar hasta las piedras.
Buena era
la reina, cariñosa y complaciente con su esposo, pero nunca había sabido
apreciarla éste en todo su valor hasta que se vio privado de su compañía. Nada
encontraba bien, le parecía triste todo cuanto le rodeaba, antipáticas e
insoportables las personas, e intolerable su propia vida. Hasta el tiempo, sin
duda por no ser menos, se había puesto malo desde la desaparición de la reina.
La
víspera del día en que principia este cuento fue muy dura, como que ni por un
momento dejó de caer el agua torrencialmente; llegó la mañana siguiente, y el
cielo apareció cubierto de negros nubarrones, que sólo por breves instantes se
entreabrían para dar paso a unos rayos de sol blancuzcos y mortecinos como la
ciudad que iluminaban. un hilo de luz más brillante que fue a caer sobre la
mano del rey lo obligó a alzar la vista, y el pobre alicaído se sintió un tanto
animado al divisar una hermosa mariposa blanca que revoloteaba alegremente
sobre las copas de lo árboles, que ya no enviaban, como antes, al cimbrar,
arrullos y armonías, sino plañidos y lamentos.
La
mariposa se aproximaba cada vez más a la ventana, y acabó por posarse sobre el
alféizar, cerca, muy cerca de la cara del rey, sin dejar de mover airosamente
sus pintadas alas.
Pretendió
el rey alejar al insecto con un movimiento de su mano, pero la mariposa sólo
alzaba el vuelo para volver con insistencia la mismo sitio. Ya principiaba el
rey a pensar que ese animalito se propondría deliberadamente llamar su
atención, cuando se abrió la puerta de la estancia para dar paso a un paje que
anunció al chambelán.
Dio el
rey media vuelta, alejándose de la ventana, pero la mariposa se quedó en el antepecho
como si no quisiera perder una palabra de la conversación.
El
chambelán puso en conocimiento del rey las nuevas traídas por los mensajeros
que en busca de la reina habían salido. Todos confesaban su fracaso; pero un
noble barón sostenía haber conseguido noticias importantes, que deseaba
transmitir al rey en persona.
Mandó el
monarca que lo introdujeran al punto, y el barón se explicó en la forma
siguiente: "Cruzábamos, señor, el Bosque Temeroso, en cumpli-miento de las
órdenes de Vuestra Majestad. El día llegaba a su ocas, y nuestras fueras al
último límite de la resistencia, pues la jornada había sido fatigosa por demás.
De pronto veo al borde del camino a un hombrecito. Era un paje diminuto,
ricamente vestido y apoyado sobre descomunal espada. Nos contempló con mirada
curiosa y sutil, y dijo:
"¿Qué
buscas por aquí, valiente guerrero?
"---¡Atrás!
¡No sigas por este derrotero!
"El
tono de impertinencia que el rapazuelo dio a sus palabras me dejó tan atónito
como enojado; empero, por si podía obtener de él alguna noticia referente al
asunto que a todos nos tiene abrumados de pena, procuré poner freno a mi cólera
y le manifesté el objeto de nuestra expedición.
Cuando
acabé de hablar, el pajecillo prorrumpió en carcajadas chillonas e
irrespetuosas, que por poco hicieron estallar violentamente la indignación que
en mi pecho ardía.
"¡Atrás!
¡atrás! ¡atrás! Es tu rey mismo quien debe buscar la reina en el abismo"
"Llevé
la mano al pomo de la espada, resuelto a castigar al desvergonzado paje, cuando
mi caballo, movido por causas que no acierto a comprender, dio un bote
violentísimo, volvió grupas y partió como flecha despedida por el arco por el
camino que habíamos recorrido. Todos los demás caballos del séquito, presas de
pánico inexplicable, imitaron el ejemplo del mío. Mientras huíamos con una
velocidad comparable a la del viento, iban persiguiéndonos las burlonas
carcajadas del pajecillo. ¿Detener, sujetar a nuestros espantados caballos?
¡Imposible! Hasta que llegaron a tiro de piedra de Palacio, nuestros puños
fueron impotentes para dominarlos"
Dejó de
hablar el noble barón. Sus palabras sumieron al rey en profundas meditaciones.
¡No! A él no se le había ocurrido la idea de salir personal-mente en busca de
la reina. ¿Cómo?... él era una monarca perezoso, holgazán y acostumbrado a que
siempre se lo dieran todo hecho.-
Después
de larga incertidumbre, pidió al barón detalles precisos sobre el sito en que
el paje le había salido al paso, y una vez que supo eso lo despidió.
Cuando el
rey se quedó solo se puso a pensar en las bondades de la rey, en lo feliz que
había sido siempre al lado de ella, y en la desgracia en que su desaparición le
había sumido; pero, por otra parte, pensó también que estaba por llover
entonces, que tal vez le sorprendería el aguacero en un lugar donde no hubiera
refugio alguno, que la lluvia le calaría las ropas y los huesos, y que, después
de todo, el paje podía ser un impostor que quería reírse a sus costa.
La
mariposa fue a posarse en aquel momento a su mano, reanudando sus singulares
maniobras, y el rey se decidió al fin. Sí; seguiría al pintado insecto para ver
lo que ocurría.
Sin
detenerse a pensarlo más, saltó por la ventana al jardín, siguiendo a la
mariposa, que había partido delante como para indicarle el camino. El rey atravesó
el jardín en toda su extensión, y cuando al llegar al extremo, abrió la puerta,
el animalito revoloteaba ya alegremente sobre el camino. Entonces no le cupo ni
sombra de duda al rey; la intención del insecto era guiarlo a un lugar
determinado.
Siguió,
pues, con ánimo resuelto, pensando siempre en la reina y sintiéndose cada vez
más alegre a la idea de que estaba haciendo algo por ella.
Transpuso
anchurosos valles, dejó atrás altas montañas, cruzó ríos caudalosos, chapoteó
en ciénagas y matorrales, aquí desgarradas las carnes por punzantes zarzas,
allá heridos los pies por púas, acullá luchando con un torrente impetuoso, unas
veces soportando terribles aguaceros, otros oyendo ensordecedor retumbo del
trueno en cualquier parte mientras caía el agua a mares, pero el rey no siempre
lograba esquivar la furia de los elementos. Sus vestiduras reales estaban
mojadas y cubiertas de barro, sus pies sangraban, sus fuerzas físicas
principiaban a resentirse de la fatiga, pero no decaían las energías de su
corazón porque tenía la seguridad absoluta de que cada paso que daba le
aproximaba más y más a su buena e idolatrada esposa.
Llegó al
fin a la linde del Bosque Temeroso, y el valor del rey decayó no poco al ver
que su alada guía, sin un instante de vacilación, se aventuraba por entre los
pinos frondosos, negros, amenazadores. Vióse obligado a abrirse paso por entre
gigantescos zarzales que entrelazaban sus ramas cual si quisieran oponerse a su
avance. Sangraban sus pies, la piel de sus manos presentaba extensas desgarraduras,
pero, haciendo acopio de valor, prosiguió la marcha hasta llegar a la horrible
boca de una caverna espaciosa, obscura como la noche.
La
mariposa revoloteó algunos momentos afuera, como para dar tiempo a que el rey
recobrase su animosa decisión, y entró pausadamente por la tétrica abertura.
Siguióla el rey, a cuyos oídos no tardó en llegar un bramido que por poco
desarmó todo su valor. Un dragón inmenso, terrorífico, cuya cola
inconmensurable estaba cubierta de ásperas escamas, le cerraba el paso... La
mariposa seguía internándose en la caverna... ¿qué hacer? El rey desenvainó la
espada y siguió. El dragón se agitó irritado y levantó su disforme cabeza. El
rey gritó entonces con todas sus fuerzas:
"¡Mónstruo!
¿Qué has hecho de mi reina? ¡Devuélvemela!"
Muy bien
sabía el rey que había sido el dragón quién se la había robado.
El
monstruo contestó con un rugido que sólo podría compararse con un horrísono
trueno; alzó el rey la espada, y fijando la vista en el sitio en torno del cual
giraba la mariposa, asestó allí el golpe.
Oyóse un
estruendo espantoso, ensordecedor, se tambalearon las paredes de la caverna
amenazando venirse abajo, y todo hizo creer al rey que su última hora había
llegado.
No
ocurrió así, sin embargo; al contrario, se encontró fuera de la caverna, a la
luz de un sol esplendoroso y junto a su querida esposa. A un paso de distancia,
yacía sin vida el cuerpo del dragón formidable.
La reina
le refirió que había sido convertida en mariposa por el malvado monstruo, y que
sólo podía recobrar su forma anterior viniendo el rey en persona a buscarla y a
matar al dragón.
Felices y
rebosantes de júbilo, los monarcas regresaron a su palacio, donde fueron
recibidos por sus súbditos con muestras de delirante regocijo.
999. Anonimo
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