Erase una
vez una Princesita muy pobre que vivía con su anciana abuelita. Si os parece
raro que Daisí fuera pobre y que viviera con su abuelita, yo os explicaré: su
madre murió cuando Daisí era pequeña y su padre pereció defendiendo el imperio
Chibcha. Toda clase de desgracias ocurrieron sobre la familia y he aquí a la
niña aprendiendo a cultivar el maíz con su abuelita para poder comer.
La
pequeña niña cultivaba el maíz con un amor increíble pero pronto se distrajo,
pues encontró que crecían bellas flores salvajes cerca al maíz y se puso a
cultivar flores.
Al
principio la abuela se enorgullecía de que una niña tan pequeña cultivara
flores y fuera tan dedicada. Pero a medida que pasaron los años y la niña
crecía, la abuelita también envejecía y se fué viendo que Daisí era perezosa y
rebelde. Nada le interesaba excepto cultivar sus flores y jardín y no ayudaba a
la pobre y sufrida vieja.
Con el
tiempo, la chica se volvió una bellísima moza, la más hermosa muchacha que se
hubiera visto en esa zona, y gustaba de mirar su propia imagen reflejada en el
agua y admirar y peinar su hermosa cabellera.
Los
vecinos opinaban que nunca habían visto un pelo más hermoso y una joven más
atractiva, pero se compadecían de la desgracia de la abuela de tener una nieta
tan perezosa y desobediente. Sólo le importaban sus flores y jardín...
No
valieron los castigos de quitarle la comida a la rebelde, ni los regaños.
Después de muchas peleas, la abuela convenció a la nieta de que fueran al
templo del Sol en la ciudad sagrada de Suamox. La abuela tuvo que engañar a la
vanidosa diciéndole que iba a ser muy admirada y que todos los príncipes se
iban a enamorar de la más hermosa cabellera y la más perfecta de las bellezas.
LLegadas
al templo del Sol, la nieta se negó a entrar convencida de que se le tendía una
trampa. Pero el Sumo Sacerdote sabía por una visión que vendría y algunos
guardias y sacerdotes obligaron a entrar a la rebelde.
En el
recinto del templo, la vanidosa fué obligada a postrarse contra el suelo, pues
era prohibido mirar al Sumo Sacerdote. Este no dejó que la abuela expusiera su
caso sinó que habló y dijo:
"Tú
abuela, tienes que dejar que tu nieta cultive sus flores, pues así me lo han
comunicado los Dioses. Pero tú, muchacha indolente, vas a tener que aprender a
respetar y cuidar de tu abuela, pues los Dioses están disgustados con tu
altanería para con la mujer que le dió la vida a tu propia madre".
"Tú,
joven Daisí, has sido destinada por los Dioses para recibir un regalo que Ellos
nos dan a los hombres, pero tu sufrimiento muchacha, será mayor si no respetas
a tu abuela! Debes aprender desde ahora a sacrificarte ayudando y cuidando a tu
abuela".
La
muchacha quedó muy impresionada con los conocimientos y adivinaciones del
Sacerdote y al salir del templo se puso a llorar y le pidió perdón a la abuela.
Las cosas
marcharon mucho mejor, la hermosa siguió cultivando flores pero ayudó a su
abuela con el cultivo del maíz, y cuando la pobre viejita enfermó, la cuidó con
la mayor de las bondades y cariño.
Al fin la
abuela murió y la nieta quedó muy triste y muy sola, sólo el cultivo de las
flores le causaba gusto pero a veces oía una música bellísima que la llamaba,
sonaban las más delicadas melodías en flautas.
Una tarde
con un crepúsculo hermoso, la música se hizo más bella y la chica se internó en
el bosquecillo donde estaba su jardín de flores. De pronto vió un inmenso árbol
que antes no había notado con un gran hueco en el tronco.
Daisí
quiso ver que había dentro del hueco y metió la cabeza, pero de pronto sintió
que la agarraban unas poderosas manos y un resplandor de luz divina.
Todo fué
muy rápido la muchacha perdió su cabellera arrancada y en medio del dolor vió
que con su pelo las manos divinas tejían una extraña estructura con celdillas y
que de estos hexágonos salían unos hermosos insectos que zumbaban alegremente a
su alrededor.
Muy
angustiada y triste volvió a su casa y no quiso salir al otro día avergonzada
de verse sin nada de pelo en la cabeza. Sólo salía de noche para recoger el
maíz. Pasaron unos días y los nuevos insectos entraron zumbando alegremente por
su ventana.
Llena de
curiosidad siguió a los nuevos animalitos, y estos la llevaron a su propio
jardín, donde bebían el néctar de las flores. Siguiendo a las abejas llegó a
una colmena y una fuerza hizo que abriera el panal. Así probó Daisí la miel y
le pareció el manjar y el dulce más exquisito jamás conocido.
En esos
días había siembras, y todos los caciques y dignatarios fueron al templo del
Sol a ofrecer sus regalos para pedir al Dios una cosecha favorable. En último
lugar llegaban los regalos de los súbdtitos menores.
Cuando el
Sumo Sacerdote vió a Daisí atrás, cubierta su cabeza con un pañuelo para cubrir
su verguenza, la hizo pasar adelante y así habló a los caciques prosternados en
tierra:
He aquí
el regalo de los Dioses para los hombres... He recibido una visión ayer y sé
que esta joven trae la Miel ,
delicioso manjar. Ella ha debido sacrificar su cabellera por el bien de todos
nosotros. Debemos alabar a los Dioses y honrar a esta joven…
Daisí
nunca recobró su cabellera, pero se dedicó al cultivo de las flores y a cuidar
abejas. Y fué muy feliz y respetada. Todos los años llevaba su Miel al Sumo
Sacerdote que quería y honraba a esta Princesa.
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