Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 15 de mayo de 2012

¡Dos fuera del zurrón!

Hubo una vez un anciano cuya esposa era muy amiga de pendencias y, al mismo tiem­po, una verdadera cascarrabias, de modo que el pobre hombre, ni de día ni de noche, tenía un momento de paz o tranquilidad. Por un quítame allá esas pajas, ella le armaba una escandalera y si, por azar, el viejo se atre­vía a contradecirla en cualquier cosa, ella empuñaba la escoba o lo primero que se le venía a las manos y, a golpes, lo sacaba de la cocina.
El pobre viejo no tenía más que un con­suelo, que consistía en alejarse cuantas ve­ces le era posible de su mujer y salir al cam­po, donde preparaba trampas para conejos y pájaros. Esas trampas las disponía en el suelo y también entre las ramas de los ár­boles. Gracias a ello solía llevar a su casa gran cantidad de pájaros y de conejos que entregaba fielmente a su mujer para las ne­cesidades del hogar. Y cuando la caza era abundante y no tenía necesidad de salir al siguiente día en busca de más provisiones, podía gozar en paz de unas cuantas horas.
Cierto día salió al campo a disponer las trampas y observó que en una de las que de­jara preparadas el día anterior, estaba presa una cigüeña.
-¡Qué suerte! -pensó el anciano. Cuando lleve a casa esta cigüeña, la mataré, y mi mujer la asará. De este modo mi es­posa tendrá comida para varios días y no me molestará.
Pero la cigüeña adivinó sus pensamientos y, dirigiéndose a él, con voz y palabra hu­mana, le dijo:
-No me lleves a tu casa ni me mates. Suéltame y permite que recobre mi libertad. Si haces eso, te querré más que a mi propio padre y te prometo ser para ti una buena hija.
El pobre anciano se quedó asombrado al oír tales palabras, y dejándose persuadir por ellas, puso en libertad a la cigüeña.
Por esta razón regresó a su casa con las manos vacías, y su mujer le dirigió tales re­proches e insultos en cuanto le hubo echado la vista encima, que el pobre hombre no se atrevió siquiera a entrar en la casa. Pasó, pues, la noche en el patio, debajo de la esca­lera. Por la mañana, muy temprano, volvió a salir al campo y cuando se ocupaba en disponer sus trampas vió a la cigüeña del día anterior, que se acercaba a él llevando un zurrón colgado de su largo pico.
-Ayer -dijo la cigüeña- me pusiste en libertad, y hoy te traigo un pequeño regalo. Me darás las gracias por él. Míralo.
Dejó el zurrón en el suelo y exclamó:
-"¡Dos fuera del zurrón!"
No se sabe de dónde vinieron, pero el caso es que del zurrón salieron dos hombres jóve­nes, llevando unas tablas de roble que cu­brieron de platos, llenos de carne y de caza de toda clase. El viejo, después de haberse recobrado del pasmo que le produjo tan impensado acontecimiento, hartóse a no poder más de tan exquisitos manjares, que hasta entonces nunca había probado. Bebió tam­bién de los muchos vinos que le fueron ser­vidos, y sólo se levantó de la mesa cuando la cigüeña exclamó:
-"¡Dos en el zurrón!”
En el acto desaparecieron las mesas con todo su contenido como si nunca hubiesen existido.
-Toma ese zurrón -dijo la cigüeña al viejo-, y entrégaselo a tu esposa.
El anciano le dió muchas gracias por aquel espléndido regalo y emprendió el camino ha­cia su casa. Pero, de pronto, le vino el deseo de envanecerse un poco de las maravillosas propiedades del zurrón ante una tía suya, mujer que contaba ya una edad más que res­petable. Por consiguiente, emprendió el ca­mino hacia su casa, entró en ella y después de informarse de la salud de su tía y de sus tres hijas, dijo:
-Te ruego, querida tía, que me des algo que cenar.
La anciana se apresuró a poner a su dis­posición lo que tenía guardado en el horno y le invitó a que comiese a su placer. Pero el viejo al observar cuán pobre era la comida que acababa de ofrecerle, volvió el rostro ha­cia su tía y le dijo:
-Muy pobre es la colación que me ofre­ces. Aun cuando voy de camino, puedo comer bastante mejor. Por consiguiente, yo, a mi vez, voy a ofrecerte una buena cena.
-Bueno, hijo mío, haz lo que quieras­contestó la viejecita.
El sobrino se apresuró a tomar su zurrón, lo puso en el suelo y exclamó:
-"¡Dos fuera del zurrón!"
Inmediatamente aparecieron aquellos dos fornidos muchachos, dispusieron una mesa de roble, cubriéndola de magnífica vajilla y, en ella, apareció toda suerte de comida, de modo que la anciana tía nunca había visto nada parecido.
Después de reponerse del asombro, la tía y sus hijas se hartaron a más no poder de aquellos maravillosos manjares, pero el su­ceso despertó en ellas muy malas ideas, y, especialmente, en la tía, pues se propuso desposeer a su sobrino de aquel zurrón, va­liéndose para ello de la astucia y del engaño.
Empezó por lisonjearlo y, luego, le dijo:
-Mi queridísimo sobrino; observo que tienes aspecto de estar muy fatigado. ¿No sería muchísimo mejor que te quedases a pa­sar la noche aquí y tomaras un buen baño? Si quieres, en un momento tendremos el agua caliente necesaria.
El sobrino creyó que, en efecto, sería muy agradable tomar un baño caliente. Dio, pues, su conformidad, y en cuanto el agua hubo alcanzado la temperatura apropiada, él col­gó el zurrón de un clavo que había en la pa­red de la cabaña, v luego se dirigió a la es­tancia destinada al baño.
Mientras tanto, su tía ordenó a sus hijas que, a toda prisa, confeccionasen otro zurrón exactamente parecido al de su sobrino, y en cuanto las muchachas lo hubieron terminado, se apresuró a cambiarlo por aquél, que ocultó convenientemente.
El sobrino no observó nada y, después de bañarse, se acostó en extremo satisfecho de la acogida de que había sido objeto.
A la mañana siguiente, muy temprano, se levantó, desayuno muy bien servido por su tía y por sus primas y, tomando el zurrón, sin haber advertido el cambio, emprendió el camino hacia su casa. Tan contento andaba que, durante el trayecto, no dejó de cantar y de silbar todas las tonadas que conocía. Al llegar ante la puerta de su cabaña vio a su mujer y, a gritos, le dijo:
-Felicítame, mujer, porque traigo un re­galo magnífico, que me ha dado la cigüeña.
Su esposa lo miró, pensando:
-Con toda seguridad hoy está bebido. Y será preciso darle una buena lección.
Mientras tanto, su marido penetró en la cabaña, dejó el zurrón en el centro de la sala y exclamó:
-"¡Dos fuera del zurrón!"
Pero aquella vez, y con gran asombro por su parte, no ocurrió nada extra-ordinario.
Repitió la orden, pero los dos vigorosos muchachos no hicieron su aparición. Al ver esto, la vieja empezó a lanzar un torrente de injurias contra su marido, y luego se aba­lanzó sobre él hecha una furia y empezó a pegarle con tanto vigor, que el pobre tuvo que salir de la cabaña como alma que lleva el diablo.
En extremo desconsolado por el desenga­ño que acababa de sufrir, se echó a llorar, pero luego, recobrando en parte el ánimo, se dirigió al mismo lugar en que el día ante­rior viera a la cigüeña, diciéndose:
-Quizá la encuentre otra vez y consiga que me dé otro zurrón parecido al primero.
No le resultó fallida su esperanza porque, en efecto, allí estaba la cigüeña esperándole, y el pobre hombre observó, con la mayor ale­gría, que de su pico colgaba otro zurrón en un todo igual al primero, por lo menos en su aspecto exterior.
-Aquí tienes otro zurrón -le dijo la ci­güeña- y te aseguro que será para ti tan útil como lo fué el primero.
El viejo lo tomó, lleno de gratitud, se lo colgó del cinturón y luego echó a correr ha­cia su casa a toda velocidad. Pero durante el camino tuvo una duda.
-Si este zurrón es exactamente igual que el primero, mi mujer me pegará como la otra vez, y estoy seguro de que no podré es­capar de la paliza. Así, pues, será más pru­dente probarlo antes. "¡Dos fuera del zu­rrón! "-exclamó.
Inmediatamente salieron dos muchachos del zurrón, pero aquella vez iban provistos de unos fuertes garrotes y empezaron a dar­le una verdadera paliza, al mismo tiempo que le decían.
-No vuelvas a casa de tu tía. No te dejes engañar por sus melosas palabras.
Y siguieron pegándole hasta que el des­dichado tuvo la buena ocurrencia de or­denar:
-"¡Dos en el zurrón!"
En el acto los dos jóvenes desaparecieron y el anciano, después de tentarse el cuerpo para aliviar el dolor de los garrotazos que sentía, pensó :
-Ayer, como un idiota, me jacté del po­der maravilloso del zurrón delante de mi tía. Pero, en cambio, haré muy bien si esta vez alabo en su presencia el zurrón que aca­bo de recibir. Querrá quitármelo también. Estoy seguro de que esta vez no quedará muy complacida.
Tomada esta resolución se encaminó ha­cia la cabaña de su tía, colgó el zurrón del mismo clavo de la pared, y dijo:
-Te ruego, querida tía, que me hagas pre­parar un baño, porque hoy he andado mucho y me sería muy conveniente.
-Con mucho gusto, hijo mío -contestó la anciana, sonriendo cariñosa-mente.
En efecto, al poco rato, el sobrino empezó a bañarse y no tuvo prisa en terminar la ope­ración con objeto de dar tiempo para que su tía y sus sobrinas pudieran llevar a cabo el cambio. Como lo sospechaba, la vieja llamó a sus hijas, les ordenó que se sentaran y, lue­go, dijo:
-"¡Dos fuera del zurrón!”
En el acto saltaron dos jóvenes, pero aque­lla vez empuñaban fuertes garrotes, con los cuales dieron una paliza descomunal a cada una de las cuatro mujeres. Al mismo tiempo, decían:
-Devolved el otro zurrón a nuestro amo.
La tía, convencida de que aquella paliza no tendría fin ni término hasta que hubiese cumplido la orden, se volvió a su hija mayor para que fuese en busca de su sobrino, a fin de que las librase de la paliza que estaban recibiendo.
Pero el sobrino contestó, a través de su puerta, que aún no había acabado de ba­ñarse.
Sucesivamente, la vieja mandó a sus otras dos hijas, pero ninguna de ellas logró que su primo saliese a socorrerlas.
El sobrino esperó un rato, persuadido de que la paliza no tardaría en obligarlas a que le devolviesen el zurrón robado y, en efec­to, a los pocos instantes, alguien abrió la puerta del cuarto de baño de un empujón y cruzó por el aire el zurrón regalado por la cigüeña. Entonces él asomó la cabeza por la puerta de la estancia y gritó:
-"¡Dos en el zurrón!"
Con lo cual los dos jóvenes desaparecie­ron y las mujeres dejaron de recibir fuertes garrotazos.
Logrado su objeto, el sobrino tomó los dos zurrones y emprendió el camino hacia su casa. Al llegar a poca distancia dé ella, vió a su mujer asomada a la puerta y le gritó :
-Felicítame, mujer, por los regalos que me ha hecho la cigüeña.
La vieja, persuadida de que su marido lle­gaba borracho como le creyó el día anterior, empuñó la escoba. El marido dejó uno de los zurrones en el suelo y exclamó :
-"¡Dos fuera del zurrón!"
Inmediatamente apareció la mesa ante la dueña de la casa y los dos jóvenes la cu­brieron de delicados manjares. La esposa comió y bebió hasta que ya no pudo más, y entonces miró cariñosamente a su marido diciéndole:
-Te juro, querido esposo mío, que nunca más volveré a pegarte ni a insultarte.
Sin embargo, su marido no confió mucho en esta promesa. Terminada que fué la co­mida, hizo desaparecer la mesa y cuanto en ella había y dejó el otro zurrón en el centro de la estancia. La mujer, que momentos an­tes había prometido ser buena para el viejo, olvidándose de sus palabras, empezó a in­sultarle y le ordenó que fuera a barrer la casa. Entonces, éste dio la orden convenien­te y en el acto aparecieron los dos jóvenes armados de sendos garrotes, con los cuales dieron una paliza fenomenal a la mujer, gri­tando al mismo tiempo:
-Nunca más debes de insultar ni pegar a tu marido.
Ella chillaba con toda su alma y llamaba a su marido para que la socorriese, pero él permitió que prosiguiera la paliza durante unos minutos, y luego, compadeciéndose, gritó
-"¡Dos en el zurrón!"
En el mismo instante desaparecieron los dos jóvenes y, a partir de entonces, el ma­trimonio vivió en paz y en la mayor armo­nía, de modo que cada uno de ellos estaba sa­tisfechísimo del otro y, por consiguiente, fue­ron felices.



002. Anónimo (finlandia)

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