Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

domingo, 26 de octubre de 2014

Mong-yang-ü

Mong-Yang-Ü era el único sabio de la aldea. Dominaba las enseñanzas de los grandes maestros, pero, como vivía solo, se convirtió en egoísta y avaro. Un día salió de paseo. Se sentó a la orilla de un río y vio pasar a un hombre que iba recitando de memoria a los clásicos.
-¿Cómo es posible? -se dijo Mong-Yang-Ü. Yo, perdido en esta aldea, sin poder hablar con nadie, y ahora descubro que aquí hay un alma gemela a la mía.
Pero el hombre le rehuyó.
¿Yo. recitar a los grandes maestros? -preguntó, extrañado. Debes estar soñando. Apenas si sé leer.
-No puedo creerlo -replicó Mong-Yang-Ü. Lo acabo de oír con mis propios oídos.
Sin embargo, el hombre lo negó con tal decisión que Mong-Yang-Ü no quiso parecer maleducado y dijo:
-Está bien. Eres inculto como un campesino. Pero dime al menos, cómo te llamas.
-Chen -respondió el desconocido y desapareció entre la floresta.
Mong-Yang-Ü no volvió a verle. Le buscó por todos los rincones de la aldea, pero sus esfuerzos resultaron inútiles. Por fin, una noche, cuando caminaba por un callejón, escuchó una música muy dulce. Mong-Yang-Ü, asombrado, se dijo:
«Es la misma que compuso el emperador Yao para pasear bajo las adelfas. ¡Esa música sólo puede tocarla el señor Chen!»
Llamó a la puerta, pero nadie le respondió. La música cesó y todas las ventanas de la casa se apagaron.
-No pierdas el tiempo -le dijo una vieja pastora que regresaba con sus ovejas. Esa casa está vacía. Lleva así varios años.
-Pero yo he oído música y he visto luces dentro de ella -replicó Mong-Yang-Ü.
A mí también me ocurre a veces -volvió a decir la pastora. Los que nos pasamos todo el día solos creemos encontrar almas gemelas en cada sombra.
Pero Mong-Yang-Ü estaba seguro de que el señor Chen existía. Se acurrucó en la puerta de la casa y no se movió de allí en dos días. Al tercero apareció el señor Chen.
-Entra -dijo. Me ha asombrado tu terquedad. Se nota que eres hombre de letras.
-Compréndelo -replicó Mong-Yang-Ü. Es muy difícil encontrar en estos lugares alguien con quien conversar.
-Yo sólo canto poemas del emperador Yao.
Entonces Mong-Yang-Ü recordó que los seguidores del virtuoso emperador poseían la llave de las riquezas. Ellos eran tan sabios que sólo la plata y el oro podían recompensar cada uno de sus actos. Por eso eran tan raros como un cisne rosado.
-Perdóname que no haya traído nada para festejarte -dijo Mong-Yang-Ü. No estaba seguro de que fueras a abrir la puerta.
-No te preocupes -respondió el señor Chen. Yo no bebo. El alcohol se me sube en seguida a la cabeza.
-Pero yo sí.
El señor Chen meditó durante unos segundos. Después se metió en un cuarto y sacó una botellita de jade rojo.
-Bebe -dijo con una sonrisa. Yo soy el que debe pedirte disculpas. Eres mi huésped y ni siquiera te he dado una toalla perfumada para que te refresques la cara.
-Si no bebes tú conmigo -respondió Mong-Yang-Ü, el vino me sabrá amargo.
El señor Chen celebró la esmerada educación de su nuevo amigo. Pero Mong-Yang-Ü sólo pensaba en el oro. Mientras bebía, se decía: «Tengo que descubrir cómo obtienen sus riquezas los seguidores del emperador Yao. Cuando esté borracho, el señor Chen me lo dirá.»
Pero el señor Chen bebía como un campesino y no parecía afectarle. Entonces Mong-Yang-Ü descubrió que sus vasos eran de distinto color. Los cambió y, en efecto, el señor Chen empezó a ponerse muy contento.
-Te diré un secreto, amigo mío -dijo, medio borracho: Esta botella es muy especial. Nunca se acaba. Cuanto más se bebe de ella, más llena parece.
-Es asombroso -contestó Mong-Yang-Ü. Pero eso puede hacerlo también un buen prestidigitador. Si, en verdad, eres un servidor del emperador Yao, tus poderes tienen que ser mayores.
-Así es -replicó el señor Chen. Poseo una piedra que puede transformarlo todo en oro.
-Eso es algo que no puedo creer -dijo Mong-Yang-Ü. Ofendido, el señor Chen abrió un armario y sacó una piedra negra. Era tan brillante que hacía tanto daño a los ojos como el sol.
-Esta piedra -explicó el señor Chen- es el reflejo de la belleza de nuestro corazón. De esta forma, no resulta tan increíble que pueda transformar en oro todo cuanto toque.
El señor Chen dijo unas palabras extrañas y tocó con ella la botella de jade. Al punto se convirtió en oro.
-¡Qué pena! -exclamó Mong-Yang-Ü. Has estropeado nuestro vino.
-¿Qué importa? Tenemos más. Voy a por otra botella.
El señor Chen estaba tan borracho que no pudo levantarse de la mesa y cayó dormido sobre ella. Mong-Yang-Ü cogió la piedra y se marchó a su casa.
«¡Con esto -iba diciéndose por el camino- seré el hombre más rico del mundo! Lo transformaré todo en oro y la gente me nombrará emperador.»
Pero al tocar una planta que había en la puerta de su casa fue su mano la que se convirtió en oro.
«¡Qué cosa más rara! ¿Estaré soñando? -se preguntó. Lo más seguro es que se me haya subido el vino a la cabeza. Ahora lo único que debo hacer es descansar.»
Pero a la mañana siguiente comprobó que, en efecto, su mano era de oro.
«Si salgo así a la calle -se dijo, aterrado- me la cortarán.»
Entonces fue y la metió en barro. Parecía la mano de un alfarero. En esto se presentó el señor Chen. Tenía un aspecto terrible y daba la impresión de haber envejecido treinta años.
-Sé que tienes la piedra -dijo sin rodeos- y he venido a que me la devuelvas.
-¿Yo? -contestó Mong-Yang-Ü, indignado. Jamás me había llamado nadie ladrón. ¿Para qué serviría la sabiduría, si no fuera un hombre de bien?
-Conmigo no tienes que fingir -prosiguió el señor Chen. Puedes convertir en oro todo lo que quieras, pero devuélveme la piedra.
-¿Para qué? Tú con los cantos del emperador Yao tienes ya bastante.
-Esta misma noche va a venir a pedirme cuentas. Si no le enseño mi piedra, dejaré de ser inmortal.
Pero Mong-Yang-Ü no se dejó convencer. Negó con tanta insistencia, que el señor Chen tuvo que marcharse con las manos vacías.
«Sólo un loco puede devolver un tesoro así», se dijo, cuando se hubo ido.
En seguida sacó la piedra negra y comenzó a tocar con ella todos los muebles de la casa. Pero ninguno se convirtió en oro. Fue su cuerpo el que, por el contrario, se volvió de ese metal. Antes de que pudiera darse cuenta, todo él era una estatua dorada.
-¡Es asombroso! -exclamó, al mirarse en un espejo. Si la codicia humana no fuera tan peligrosa, saldría a la calle así.
Pero Mong-Yang-Ü sabía que le fundirían si abandonaba la casa. Así que fue y, como había hecho ya con su mano, se bañó en arcilla. La gente comenzó a llamarle el hombre de piedra. Pero le toleraban porque era muy rico: todo lo pagaba en oro.
-Si supieran estos desdichados que el oro que les entrego son mis cabellos, se morirían del susto -se decía Mong-Yang-Ü, divertido. Tiene sus ventajas estar hecho de oro.
Sin embargo, todas las noches soñaba con el señor Chen. Le veía triste y tan viejo como el más arrugado árbol del bosque. Siempre le decía lo mismo:
-Devuélveme mi piedra, porque sin su brillo soy sólo el recuerdo de lo que fui.
A lo que Mong-Yang-Ü respondía:
-Yo no puedo dar nada. Si lo hiciera, dejaría de ser rico.
Un día llegó a su antigua aldea. Estaba cansado del camino y se sentó a la orilla del río. Entonces oyó el llanto de una niña. Era pequeña y dulce como el fruto del ciruelo.
-¿Qué te pasa? -le preguntó Mong-Yang-Ü. ¿Por qué estás tan triste?
-Mi padre debe mucho dinero y como no puede devolverlo se lo llevan como esclavo -respondió la niña.
A Mong-Yang-Ü le dio mucha pena. Se metió en el agua y se lavó la arcilla. El oro de su cuerpo reflejó el calor del sol.
-¿Ves? Yo soy de oro. Véndeme y paga las deudas de tu padre.
Y así lo hizo la niña.
Cuando estaba fundiéndose en el crisol, Mong-Yang-Ü vio al señor Chen. Parecía muy joven y lucía la mejor de sus sonrisas.
-Veo que te sienta bien mi desgracia -dijo Mong-Yang-Ü.
-¿Por qué dices eso? -replicó el señor Chen. Gracias a tu genero-sidad he recobrado el antiguo brillo de mi corazón.
Mong-Yang-Ü quiso devolverle la piedra negra, pero no pudo. Los orfebres habían hecho de sus manos un collar para la emperatriz.
-No importa -volvió a decir el señor Chen. Tengo otra. Y los dos sonrieron, porque, en efecto, sus almas eran gemelas.

0.005.1 anonimo (china) - 049

No hay comentarios:

Publicar un comentario