Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 26 de octubre de 2014

Los esponsales de la zorra

En Shan-Dung había un gran número de estudiantes. Entre ellos destacaba, por su pobreza y pocas luces, uno de nombre In. Varias veces se había presentado a los exámenes del reino, pero nunca había logrado aprobar. Se pasaba la mayor parte del tiempo bebiendo y recitando poemas que otros componían.
-Si el emperador fuera más sensible -decía con mucha frecuencia, incluiría la poesía dentro de sus exámenes, en vez de esa larga serie de normas que nadie respeta.
Una tarde, según su costumbre, se encontraba bebiendo cerveza en compañía de unos amigos. Casi todos estaban borrachos y empezaron a hablar de duendes y espíritus.
-Os digo que es verdad -porfiaba uno de ellos. El palacio del señor Hwang está embrujado. Toda la ciudad lo sabe.
El palacio del señor Hwang era un ruinoso caserón que se encontraba a las afueras. Durante años había sido la residencia de un próspero comerciante. Después, sin saber nadie por qué, la abandonó y se marchó a vivir a otra parte.
-Habladurías de la gente -afirmó el pobre estudiante In. Creen que, porque perteneció a un hombre rico, esa casa es especial.
-¿A que no eres capaz de pasar una noche solo en ella? -le azuzaron sus amigos.
El estudiante In estaba tan envalentonado por la cerveza, que al punto aceptó la apuesta.
-Por una buena comida -dijo, soy capaz de dormir con un tigre en la misma cama -y se marcharon todos al viejo caserón del señor Hwang.
Mientras sus amigos se quedaron a la puerta, el estudiante In entró en la casa. Estaba destartalada y de todos los rincones colgaban tupidas telas de araña.
«¿Qué puedo hacer hasta que amanezca? -se preguntó. Es aburrido esto de pasar tantas horas solo», y se echó a dormir tranquilamente en una cama.
A eso de las doce de la noche oyó un ruido y abrió los ojos. Dos doncellas habían entrado en la habitación y una de ellas había dejado caer al suelo el pesado fardo que llevaba al hombro. Pese a su belleza, era claro que las dos eran criadas.
-¿Qué hace aquí un hombre? -preguntó, aterrada, la más joven.
-No lo sé -respondió la otra. Debemos esperar a que llegue nuestro amo. Nosotras no podemos hacer ahora nada.
El amo resultó ser un caballero de más de cien kilos. Se acercó al estudiante In y, sin ningún miramiento, comenzó a darle palmadas en la cara.
-Despiértate, buen hombre -decía, divertido. Se nota que eres una persona respetable y, puesto que estás ya aquí, quiero invitarte a la boda de mi hija.
El estudiante In dejó de fingir y abrió los ojos.
-¿Una boda ha dicho usted? -al pobre muchacho se le hacía la boca agua. Creo que no he estado en una boda desde que era niño. Acepto complacido.
-Tengo que advertirte -volvió a decir el padre de la novia- que aquí todos somos zorros. No te importa, ¿verdad? La comida será buena y abundante.
Entonces fue cuando se dio cuenta de que todos aquellos personajes llevaban cola. Pero lo más asombroso fue la transformación que había sufrido la casa: las telas de araña habían sido sustituidas por espléndidos cortinajes de seda y no se veía una sola mota de polvo.
-Este es un gran palacio, sí señor -dijo, satisfecho, el anfitrión. Le falta un poco de color, pero eso no importa. Se lo dará la belleza de mi hija.
La novia, en efecto, era bellísima. Su piel era tan blanca como la espuma de las olas y competía en delicadeza con las perlas que adornaban su vestido.
-Podéis estar orgulloso de ella -comentó el estudiante In con su padre. Si llego a haberla conocido antes, os juro que el novio sería ahora yo.
El zorro gordinflón se lo agradeció con una sonrisa. Los novios brindaron en el altar de los antepasados. Después los invitados les siguieron al salón de banquetes. Era amplísimo y todas sus mesas estaban llenas a rebosar de viandas.
-Comed..., comed cuanto queráis -iba diciendo a todo el mundo el padre de la novia.
Pero los otros zorros miraban con recelo al estudiante In y nadie probaba bocado.
-¿Qué hace un hombre en una boda de zorros? -se preguntaban, escandalizados. Este matrimonio no terminará bien, puesto que no tiene buen principio.
Entonces el padre de la novia echó vino en una copa y se la entregó al estudiante In. Era agrio como una ciruela sin madurar, pero se lo bebió de un trago.
-¿Lo veis? -preguntó, exultante, el gordo anfitrión. Este muchacho es un hombre, sí, pero en nada se diferencia de los zorros: también a él le gusta el vino que hacemos de zarzamoras.
Y a partir de entonces nadie le miró ya con recelo.
Comió cuanto pudo, pero su asombro era mayor que su hambre. Todas las copas eran de oro puro y los palillos tenían incrustaciones de plata. En un descuido de los zorros el estudiante In se escondió una entre la ropa.
«Sí no les llevo una prueba de este banquete -se dijo a sí mismo, mis amigos nunca me creerán.»
Después, cansado de tanto beber, se volvió a quedar dormido. Poco antes de amanecer otra vez le despertaron con sus voces las doncellas que le habían descubierto. Estaban muy asustadas y discutían acaloradamente entre sí.
-¿Por qué no le registras tú? -se quejaba la más joven. Yo soy todavía doncella y no me está permitido tocar a ningún hombre.
-Pero éste es un caso especial -decía la otra. Estoy segura de que ese joven tiene la copa que nos falta. ¿Quién otro podría habérsela llevado?
Entonces apareció el padre de la novia, que dirimió la cuestión diciendo:
-¡Os prohíbo que registréis a uno de mis invitados! Lo más seguro es que hayáis contado mal. Daos prisa. No conviene que nos coja aquí la aurora.
Con la llegada del día la casa volvió a ser el caserón ruinoso y sucio de siempre. Los amigos del estudiante In todavía estaban durmiendo cuando salió de ella.
-Tú no nos engañas -le dijeron entre bromas. Nadie que esté vivo para contarlo ha pasado una noche en ese lugar.
-¡Vosotros me visteis entrar! -se defendió el estudiante.
-Sí, ¿pero quién nos asegura que no te saliste inmediatamente por una de las puertas traseras?
Sin embargo, hubieron de admitirlo en cuanto vieron la copa de oro.
-Es tan pobre -se dijeron unos a otros- que sólo puede haberse hecho con ella de la forma que dice.
Pero lo más asombroso fue que, cada vez que bebía vino de zarzamoras en aquella copa, su inteligencia se hacía más penetrante. Su sabiduría llegó a tal grado que el emperador en persona le llamó a su palacio.
-¿En qué códigos secretos aprendes tú esas cosas? -le preguntaban, asombrados, los otros consejeros.
El estudiante In les contaba entonces los maravillosos esponsales de la hija del zorro, pero nadie le creía. Un día, no obstante, uno de sus más envidiosos colegas le robó la copa de oro y la hizo fundir. Pero la sabiduría del viejo estudiante no disminuyó lo más mínimo. Continuó creciendo hasta el mismo día de su muerte.
-¿Quién puede impedir que el corazón se haga más grande cada día? -preguntaba y, como buen sabio, se echaba a reír.

0.005.1 anonimo (china) - 049

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