Al principio, las aves no
tenían plumas como hoy. Revoloteaban por el mundo desnudas y eso les daba mucha
vergüenza. Además de la vergüenza, en el invierno pasaban mucho frío. Cuando ya
no pudieron más, se reunieron en consejo y decidieron suplicarles a los dioses
que les concediesen unos vestidos.
Los dioses escucharon la
súplica y respondieron:
-Hace tiempo que los
vestidos están listos para vosotras. Se encuentran amontonados en la cima de
una montaña y sólo falta que cada una vaga a recogerlos por su cuenta.
Las aves se miraron unas
a otras en silencio, porque nadie se atrevía a emprender un viaje tan largo. El
único que no tenía miedo era el cóndor.
-Iré yo -exclamó altanero
y, sin esperar más, se puso en marcha.
Viajó mucho tiempo.
Consumió todas las provisiones que llevaba consigo y, por ello, tuvo que
alimentarse con lo que encontraba. Más de una vez se vio obligado a
alimentarse de carne en mal estado, de carroña. Desde aquella época, no ha
perdido ese hábito. Finalmente, llegó a la montaña donde estaban amontonadas
las ropas destinadas a las aves. Las había de todo tipo: de un solo color,
multicolores, blancas y negras. El cóndor eligió el traje que le pareció más
bonito y se lo puso. Pero le quedaba estrecho. Entonces eligió otro, del mismo
color. Pero tampoco éste era lo bastante grande. Uno tras otro, el cóndor se
probó todos los plumajes de colores, hasta que encontró uno totalmente negro.
Éste le iba bien, pero era un poco corto: no le cubría ni la cabeza ni el
cuello.
-No hay nada que hacer
-se dijo el cóndor. Cuando vea a los dioses, les pediré que me den algo para
cubrirme la cabeza.
Así pues, se puso las
plumas negras que aún lleva hoy. Después de vestirse, el cóndor cogió todos
los demás plumajes, batió las alas y emprendió el viaje de retorno. Durante el
trayecto, a cada minuto se le caían al suelo algunos vestidos y el cóndor debía
volver a recogerlos. Dando amplios giros se acercaba a la tierra y volvía a
alzarse entre las nubes. Éste es también su modo actual de volar.
El viaje del cóndor de
ida y vuelta a la montaña duró tanto que las aves se cansaron de esperar,
disolvieron el consejo y volvieron a casa. Cuando el cóndor llegó al lugar de
la reunión, no encontró ni un alma. Tuvo que volar buscando de nuevo a todas
las aves, hasta que las reunió de nuevo y repartió entre ellas los vestidos.
Desde aquel día, las aves tienen plumas. Pero el cóndor no volvió a ver a los
dioses, por lo que no pudo pedirles que le diesen algo para cubrirse la cabeza
y el cuello. Ésta es la razón de que el cóndor tenga, aún hoy, la cabeza y el
cuello sin plumas, como su hermano el buitre.
004. anonimo (india)
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