Había una vez en China un
emperador a quien le gustaba muchísimo que le contasen cuentos. Mandaba llamar
a narradores de todas las partes del imperio y se quedaba escuchándolos de la
mañana a la noche y de la noche a la mañana, pero ningún cuento acababa de
gustarle del todo. Se enfadaba porque acababan demasiado pronto, por lo que
hizo publicar un bando en el que se solicitaba un narrador que supiese contar
un cuento que no acabase nunca. Quien supiese contarle un cuento así sería ricamente
recompensado; a quien no fuese capaz, haría que le cortasen la cabeza.
Desde aquel día, el
verdugo imperial tuvo mucho trabajo. Las cabezas caían una tras otra. Nadie
conocía el cuento de nunca acabar.
Un día se presentó ante
el emperador un joven y le dijo:
-Majestad, me he enterado
de que queréis escuchar un cuento que no acabe nunca. He venido a contároslo.
-Habla -dijo el emperador.
Si es verdad que el cuento no acaba nunca, te cubriré de oro. Pero, si el
cuento acaba, haré que te arranquen la cabeza.
El joven hizo una
reverencia y comenzó a contar:
-Había una vez un
emperador tan rico que sus riquezas eran incontables. Tenía palacios, jardines,
campos, y en estos campos sólo crecía arroz. Un año, la cosecha fue tan
abundante que no bastaron todos los almacenes del imperio para guardarlo. El emperador
hizo llamar a varios carpinteros y les ordenó que construyesen un almacén tan
grande que su tejado tocase las nubes. Cuando acaba-ron de construir este
almacén, lo hizo llenar de arroz y pidió que lo cerrasen. La llave era tan
pesada que hacían falta sesenta y seis hombres para llevarla.
El almacén estaba
construido con vigas de madera, sin el menor resquicio. Había quedado un
pequeño agujero, justo encima del tejado, por el que sólo podía entrar un
pájaro. En cuanto descubrieron ese agujero, los pájaros comenzaron a robar el
arroz del emperador. El primer pájaro se metió por el agujero, se sació de
arroz y se fue volando. Después de él, el segundo pájaro se metió por el
agujero, se sació de arroz y se fue volando. Después del segundo pájaro se
metió por el orificio el tercero, se sació de arroz y se fue volando.
-¿Y después? -preguntó el
emperador.
-Después del tercer
pájaro se metió por el agujero el cuarto, se sació de arroz y se fue volando
-respondió el joven narrador.
-Pero yo quiero saber qué
sucedió después -lo interrumpió el emperador, impaciente.
-Majestad, primero
debemos esperar a que los pájaros se coman todo el arroz del emperador.
-Pero ¿cuánto tiempo nos
llevará?
-La verdad es que no lo
sé, poderoso soberano -respondió el joven. Tal vez un año, tal vez diez, tal
vez cien.
-Pero yo no viviré
bastante para conocer el final del cuento -gritó el emperador.
-Majestad, vos me
pedisteis que os contase el cuento de nunca acabar -respondió el muchacho. Si
queréis escucharlo, debéis tener paciencia. Allí hay una montaña y un millón
de pájaros. Contad conmigo: después del cuarto pájaro se metió por el agujero
el quinto, se sació de arroz y se fue volando; después del quinto pájaro se
metió por el agujero el sexto; después del sexto, el séptimo; después del
séptimo, el octavo...
El emperador se durmió
cuando el cuento no hacía más que comenzar.
005. anonimo (china)
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