Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 28 de julio de 2012

El emperador y el cuento de nunca acabar

Había una vez en China un emperador a quien le gustaba muchísimo que le contasen cuentos. Mandaba llamar a narrado­res de todas las partes del imperio y se quedaba escuchándolos de la mañana a la noche y de la noche a la mañana, pero ningún cuento acababa de gustarle del todo. Se enfadaba porque acaba­ban demasiado pronto, por lo que hizo publicar un bando en el que se solicitaba un narrador que supiese contar un cuento que no acabase nunca. Quien supiese contarle un cuento así sería ri­camente recompensado; a quien no fuese capaz, haría que le cor­tasen la cabeza.
Desde aquel día, el verdugo imperial tuvo mucho trabajo. Las cabezas caían una tras otra. Nadie conocía el cuento de nunca acabar.
Un día se presentó ante el emperador un joven y le dijo:
-Majestad, me he enterado de que queréis escuchar un cuen­to que no acabe nunca. He venido a contároslo.
-Habla -dijo el emperador. Si es verdad que el cuento no acaba nunca, te cubriré de oro. Pero, si el cuento acaba, haré que te arranquen la cabeza.
El joven hizo una reverencia y comenzó a contar:
-Había una vez un emperador tan rico que sus riquezas eran incontables. Tenía palacios, jardines, campos, y en estos campos sólo crecía arroz. Un año, la cosecha fue tan abundante que no bastaron todos los almacenes del imperio para guardarlo. El em­perador hizo llamar a varios carpinteros y les ordenó que construyesen un almacén tan grande que su tejado tocase las nubes. Cuando acaba-ron de construir este almacén, lo hizo llenar de arroz y pidió que lo cerrasen. La llave era tan pesada que hacían falta sesenta y seis hombres para llevarla.
El almacén estaba construido con vigas de madera, sin el me­nor resquicio. Había quedado un pequeño agujero, justo encima del tejado, por el que sólo podía entrar un pájaro. En cuanto descubrieron ese agujero, los pájaros comenzaron a robar el arroz del emperador. El primer pájaro se metió por el agujero, se sació de arroz y se fue volando. Después de él, el segundo pája­ro se metió por el agujero, se sació de arroz y se fue volando. Después del segundo pájaro se metió por el orificio el tercero, se sació de arroz y se fue volando.
-¿Y después? -preguntó el emperador.
-Después del tercer pájaro se metió por el agujero el cuarto, se sació de arroz y se fue volando -respondió el joven narrador.
-Pero yo quiero saber qué sucedió después -lo interrumpió el emperador, impaciente.
-Majestad, primero debemos esperar a que los pájaros se co­man todo el arroz del emperador.
-Pero ¿cuánto tiempo nos llevará?
-La verdad es que no lo sé, poderoso soberano -respondió el joven. Tal vez un año, tal vez diez, tal vez cien.
-Pero yo no viviré bastante para conocer el final del cuento -gritó el emperador.
-Majestad, vos me pedisteis que os contase el cuento de nun­ca acabar -respondió el muchacho. Si queréis escucharlo, de­béis tener paciencia. Allí hay una montaña y un millón de pája­ros. Contad conmigo: después del cuarto pájaro se metió por el agujero el quinto, se sació de arroz y se fue volando; después del quinto pájaro se metió por el agujero el sexto; después del sexto, el séptimo; después del séptimo, el octavo...
El emperador se durmió cuando el cuento no hacía más que comenzar.

005. anonimo (china)

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