Había una vez dos amigos:
uno se llamaba Santuram, el otro Anturam. Santuram era bueno y leal; Anturam,
hipócrita y malévolo. Un día Anturam le pidió prestadas cien rupias a Santuram,
prometiéndole que se las devolvería lo antes posible. Pasó el tiempo y
Santuram rogaba a su amigo, en vano, que le devolviese el dinero.
Al fin, Santuram no tuvo
otra opción que recurrir a la justicia. Pero, bajo juramento, Anturam declaró
que no había recibido en préstamo ni un solo céntimo.
El juez, después de
escuchar a Anturam, preguntó a Santuram:
-¿Quién estaba presente
cuando le entregó usted a Anturam las cien rupias? ¿Había algún testigo?
-No, no había nadie
-respondió Santuram. Se las di en el bosque, junto a un gran árbol, y allí no
estaba presente ningún testigo.
Pero Anturam juró de
nuevo ante el juez que no tenía nada que ver con ese asunto, que jamás había
estado en un bosque, que nunca había recibido dinero de nadie.
El juez se quedó pensando
un momento y luego dijo:
-Escúcheme, Santuram:
vaya al bosque, busque el árbol junto al cual le dio el dinero a Anturam y
traiga el árbol a esta sala. Será su testigo.
Santuram no podía dar
crédito a lo que oía y le preguntó al juez:
-Pero, Excelencia, ¿cómo
puedo traer aquí al árbol, si los árboles no caminan? ¿Cómo puede servirme el
árbol de testigo, si los árboles no hablan?
El juez respondió:
-Yo le daré un mensaje
para el árbol y verá cómo acepta venir y servirle de testigo.
El juez escribió una
misiva y se la dio a Santuram. Santuram fue al bosque y Anturam se quedó en la
sala con el juez.
Media hora después de la
partida de Santuram, el juez miró hacia el bosque y dijo:
-¡Cuánto tiempo tarda!
Ese árbol debe de estar muy lejos. Es una lástima no haberlo convocado antes al
juicio.
Sin pensarlo dos veces,
Anturam repuso:
-Excelencia, Santuram no
ha hecho más que la mitad del camino. Andando como él suele andar, hace falta
casi una hora para que llegue al sitio donde está el árbol.
Y, en efecto, dos horas
después, Santuram estuvo de vuelta y dijo:
-Excelencia, he dejado su
misiva junto al árbol, como usted me ordenó que hiciera, pero el árbol no se ha
movido un paso, así que he tenido que volver sin ningún testigo.
-Se equivoca, Santuram
-respondió el juez. En el mismo instante en que el árbol recibió mi misiva,
vino de prisa hacia aquí y me explicó con exactitud lo que había sucedido.
Ahora escuche mi veredicto: Anturam debe devolver el dinero que usted le había
prestado y, además, deberá cumplir un año de prisión por perjurio.
Anturam, que no esperaba
semejante sentencia, comenzó a protestar:
-Pero, Excelencia, he
estado junto a usted todo el tiempo y no he visto, en absoluto, que viniese
ningún árbol a dar testimonio. ¿Cómo puede usted decir que el árbol ha
declarado en mi contra?
El juez respondió:
-¡Es usted más necio que
nadie! ¿No se da cuenta de que su propia lengua, y no el árbol, ha dado pruebas
en su contra? Cuando habló conmigo, usted juró que jamás había estado en un
bosque, que nunca había visto un árbol. Si ésta era la verdad, ¿cómo podía
saber que Santuram había hecho la mitad del camino? Está claro que usted sabía
dónde estaba el árbol. Y si sabía dónde estaba, quiere decir que estuvo allí
reunido con Santuram.
Así, el honrado Santuram
ganó la causa y Anturam, el embustero, tuvo el castigo que se merecía.
Fuente: Gianni Rodari
004. anonimo (india)
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