Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 28 de julio de 2012

Santuram y anturam

Había una vez dos amigos: uno se llamaba Santuram, el otro Anturam. Santuram era bueno y leal; Anturam, hipócrita y ma­lévolo. Un día Anturam le pidió prestadas cien rupias a Santu­ram, prometiéndole que se las devolvería lo antes posible. Pasó el tiempo y Santuram rogaba a su amigo, en vano, que le devol­viese el dinero.
Al fin, Santuram no tuvo otra opción que recurrir a la justi­cia. Pero, bajo juramento, Anturam declaró que no había recibi­do en préstamo ni un solo céntimo.
El juez, después de escuchar a Anturam, preguntó a Santu­ram:
-¿Quién estaba presente cuando le entregó usted a Anturam las cien rupias? ¿Había algún testigo?
-No, no había nadie -respondió Santuram. Se las di en el bosque, junto a un gran árbol, y allí no estaba presente ningún testigo.
Pero Anturam juró de nuevo ante el juez que no tenía nada que ver con ese asunto, que jamás había estado en un bosque, que nunca había recibido dinero de nadie.
El juez se quedó pensando un momento y luego dijo:
-Escúcheme, Santuram: vaya al bosque, busque el árbol junto al cual le dio el dinero a Anturam y traiga el árbol a esta sala. Será su testigo.
Santuram no podía dar crédito a lo que oía y le preguntó al juez:
-Pero, Excelencia, ¿cómo puedo traer aquí al árbol, si los árboles no caminan? ¿Cómo puede servirme el árbol de testigo, si los árboles no hablan?
El juez respondió:
-Yo le daré un mensaje para el árbol y verá cómo acepta ve­nir y servirle de testigo.
El juez escribió una misiva y se la dio a Santuram. Santuram fue al bosque y Anturam se quedó en la sala con el juez.
Media hora después de la partida de Santuram, el juez miró hacia el bosque y dijo:
-¡Cuánto tiempo tarda! Ese árbol debe de estar muy lejos. Es una lástima no haberlo convocado antes al juicio.
Sin pensarlo dos veces, Anturam repuso:
-Excelencia, Santuram no ha hecho más que la mitad del camino. Andando como él suele andar, hace falta casi una hora para que llegue al sitio donde está el árbol.
Y, en efecto, dos horas después, Santuram estuvo de vuelta y dijo:
-Excelencia, he dejado su misiva junto al árbol, como usted me ordenó que hiciera, pero el árbol no se ha movido un paso, así que he tenido que volver sin ningún testigo.
-Se equivoca, Santuram -respondió el juez. En el mismo instante en que el árbol recibió mi misiva, vino de prisa hacia aquí y me explicó con exactitud lo que había sucedido. Ahora escuche mi veredicto: Anturam debe devolver el dinero que us­ted le había prestado y, además, deberá cumplir un año de pri­sión por perjurio.
Anturam, que no esperaba semejante sentencia, comenzó a protestar:
-Pero, Excelencia, he estado junto a usted todo el tiempo y no he visto, en absoluto, que viniese ningún árbol a dar testimo­nio. ¿Cómo puede usted decir que el árbol ha declarado en mi contra?
El juez respondió:
-¡Es usted más necio que nadie! ¿No se da cuenta de que su propia lengua, y no el árbol, ha dado pruebas en su contra? Cuando habló conmigo, usted juró que jamás había estado en un bosque, que nunca había visto un árbol. Si ésta era la verdad, ¿cómo podía saber que Santuram había hecho la mitad del ca­mino? Está claro que usted sabía dónde estaba el árbol. Y si sa­bía dónde estaba, quiere decir que estuvo allí reunido con San­turam.
Así, el honrado Santuram ganó la causa y Anturam, el em­bustero, tuvo el castigo que se merecía.

Fuente: Gianni Rodari

004. anonimo (india)

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