El blanco armiño, escondido en la nieve,
acechaba a un ratoncito. Pero de pronto llegó a la carrera la liebre blanca,
que no vio al armiño y saltó a sus lomos. El armiño, reparando en que una cosa
blanca le había caído encima, reaccionó enérgicamente a mordiscos y poco faltó
para que le arrancase una pata a la liebre.
El percance acabó en un tribunal, en el que la
liebre citó al armiño frente al oso:
-¿Por qué has mordido a la liebre? -preguntó
severamente el oso al armiño.
-Yo no sabía que era una liebre. ¿Quién podría
reconocerla en la nieve, tan blanca como es? Ella no debería haberme saltado
encima.
-Y tú, liebre, ¿por qué has saltado encima del
armiño?
-Yo no sabía que era el armiño. ¿Quién podría
reconocerlo en medio de la nieve tan blanco como es?
El oso pensó un momento y después dijo:
-El armiño es inocente y la liebre no tiene
culpa alguna. ¿Qué queréis que haga yo?
Aferró a la liebre por las orejas y al armiño
por la cola y los echó fuera. Pero debéis saber que el oso tenía las patas muy
sucias: por ello, desde aquella época, la liebre blanca tiene las orejas negras
y el armiño tiene una borla negra en el extremo de la cola. Así se los puede
reconocer ahora en medio de la nieve.
005. anonimo (china-cultura altai)
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