Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 28 de julio de 2012

El joven emperador y el viejo jardinero .005

El emperador Chao-Kung-Gin, tal vez debido a su juventud, era muy prepotente. Le gustaba armar jaleo, pelearse, hacer juegos de azar, pero no le gustaba perder. Cuando era él quien ganaba, cogía el dinero y se iba muy orgulloso; si le tocaba perder, bus­caba cualquier pretexto para una pelea y les daba una paliza a sus compañeros de juego.
Pero un día recibió una lección de aquellas que se recuerdan toda la vida. En esa ocasión se encontraba en el campo, sin di­nero en el bolsillo, y sintió mucha sed. El terreno que lo rodeaba era desierto y no estaba cultivado. Un poco más adelante, en cambio, había un campo, lleno de melones maduros, en el que trabajaba, muy encorvado, un viejo jardinero. Al príncipe se le hacía agua la boca. Se palpó los bolsillos pero no encontró ni un céntimo.
-Vale -pensó, no pagaré nada. Cuando el viejo me pida el dinero, le diré que es demasiado y le daré unos garrotazos. Se acercó al jardinero y, con actitud altanera, le dijo:
-Eh, tú, dame unos melones.
El viejo alzó la cabeza, miró al príncipe y respondió cortés­mente:
-Un poco de paciencia, Majestad, sólo un poco de paciencia. Cogió algunos de los mejores melones, los colocó sobre unas hojas frescas y se los entregó al príncipe:
-Dignaos probar éstos, Majestad, y si no os gustan, elegiré otros.
Se alejó un poco, se acuclilló y encendió tranquilamente su pipa.
El príncipe comió los melones, que eran excelentes. Después hurgó en su bolsillo, como si quisiese pagar, y preguntó:
-¿Cuánto te debo, viejo?
-¿Que cuánto me debéis? ¿Por unos melones? Ni hablar.
El príncipe no se esperaba esta respuesta. No tenía nada para pagar los melones, pero era demasiado orgulloso para sen­tirse en deuda. Por ello dijo:
-No, viejo, no es correcto. Jamás se ha visto que un jardine­ro regale sus melones.
El viejo sonrió:
-Si realmente quieres pagar, dame una moneda de cobre.
También esta respuesta desconcertó al príncipe. Sin duda no podía ponerse a discutir, diciendo que era demasiado, porque no existían monedas menos valiosas que las de cobre. Pero no podía pagar porque no tenía en el bolsillo ni siquiera una moneda de ésas. ¿Qué hacer? Finalmente alzó la cabeza y murmuró:
-No llevo dinero, ni siquiera una moneda de cobre. Te pa­garé con mi trabajo. Dime qué debo hacer y lo haré.
El viejo volvió a sonreír:
-¿Un trabajo? Aquí no hay nada que hacer, ni siquiera para mí. Si a toda costa quieres hacer algo, haz una bonita cabriola. Pero, si no tienes ganas, no la hagas.
El altanero príncipe bajó la cabeza, confundido. Enfadarse no podía, porque él mismo le había pedido al viejo que le ordenase hacer algo. Además, el viejo había dicho que, si no tenía ganas, podía renunciar a hacer la cabriola.
Por fin, el príncipe miró atentamente a su alrededor, para es­tar seguro de que nadie lo veía, y se puso cabeza abajo para ha­cer la cabriola. Pero el viejo lo cogió por un brazo y le dijo:
-Basta, basta, Majestad, es suficiente. Cuando llegaste aquí, me hablaste como un hombre acostumbrado a no inclinarse ja­más ante nadie. Y ahora, fíjate, estás con la cabeza tocando el suelo frente a un pobre diablo como yo.
¿Qué podía responder el príncipe? Se inclinó profundamen­te ante el viejo jardinero y se marchó muy avergonzado. Pero jamás olvidó aquella lección durante el resto de su vida.

005. anonimo (china)

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