Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 28 de julio de 2012

Cinco aventuras de un tonto

Había una vez un hombre que tenía muchas propiedades pero poco cerebro. Una manada de doscientos cincuenta bueyes re­presentaba su mayor riqueza. Ni siquiera el emperador tenía una tan numerosa. El rico tonto se sentía muy orgulloso y, por mie­do a que se la robasen, solía llevarla a pastar él mismo. Un día, un tigre se lanzó sobre la manada y, antes de que el rico pudiese ahuyentarlo, desgarró y devoró un buey. El ricacho se puso muy triste y dijo para sus adentros: «Mi espléndida manada ya no vale nada, le falta un buey y ya no está completa. Nadie querrá comprármela. ¿Qué puedo hacer? Será mejor que me libere de todos los bueyes».
Arrojó los doscientos cuarenta y nueve bueyes restantes por un barranco. Así que su riqueza se esfumó y tuvo que buscar tra­bajo. Lo contrataron como jardinero en los jardines del empera­dor. Era un gran jardín lleno de flores y de árboles en cuyo cen­tro crecía un espléndido peral que daba las mejores peras del país.
Cuando llegó la primavera y el peral floreció, el emperador le dijo al tonto:
-Te recomiendo mucho este peral. En otoño recogerás todas las peras que dé. Ten cuidado de que no falte ninguna.
El tonto se tomó muy a pecho la orden del emperador y pen­só cuál sería la mejor manera de evitar que se perdiesen las pe­ras. Finalmente, tomó una decisión: con una sierra y un hacha abatió el peral, tal como estaba, en plena floración. Y se sintió satisfecho consigo mismo: «Así estoy seguro de que no se perde­rá ni siquiera la pera más pequeña. Y, cuando las haga recogido todas, volveré a plantar el árbol».
El emperador, sin embargo, en vez de felicitarlo por su deci­sión, le hizo dar cien azotes y lo desterró de la ciudad imperial.
El tonto emprendió el camino del destierro. Vagó mucho tiempo por las carreteras imperiales, padeció hambre en ciuda­des y en aldeas. Finalmente, lo favoreció la suerte: un rico mer­cader lo tomó a su servicio.
Un día, el nuevo amo lo envió al mercado a que hablase con un excelente alfarero, a quien necesitaba porque quería renovar los cacharros y los platos de la casa. El tonto fue al mercado, pero no encontró al alfarero. Sólo dio con él en el camino de vuelta. Estaba junto a un montón de vasijas rotas, fustigaba a su burro y se lamentaba. El tonto le preguntó:
-¿Por qué te lamentas de ese modo?
-No me lo preguntes. Iba al mercado a llevar mis cacharros, cuando este burro desgraciado se escapó y rompió toda mi car­ga. Ha destruido en un minuto mi trabajo de un año.
Al escuchar esas palabras, el tonto tuvo una idea de las sugas y dijo:
-Pero ese burro, si es capaz de destruir en un minuto lo que tú has hecho en un año, es un animal milagroso. Te lo compro.
Y, con el dinero de su amo, compró el burro del alfarero, pa­gándoselo tan bien que éste no habría ganado tanto vendiendo todas sus mercancías.
El alfarero se fue muy contento. Pero no se mostró tan con­tento el amo cuando vio que su empleado llegaba a su casa con un burro, en lugar de aparecer con el alfarero que necesitaba.
-¿Por qué no me has traído al alfarero, tal como te había pe­dido?
-Espera, no te enfades -respondió el tonto, este burro es cien veces más hábil que el propio alfarero. Piensa que en un mi­nuto puede deshacer lo que el alfarero hace en un año.
-Eres la persona más tonta que he conocido en mi vida. Aunque ese burro trabajase cien años, no podría hacer nada nuevo ni útil.
Y echó del trabajo a su estúpido empleado.
Esta vez el tonto ya no siguió buscando trabajo. Decidió sa­lir en busca de tesoros. Y como a veces la fortuna es generosa con los tontos, después de mucho buscar encontró un gran cofre en una vieja casa abandonada. Cuando lo abrió, vio que estaba lleno de oro, plata y piedras preciosas. Hundió en él sus manos pero, de repente, se quedó pasmado. Desde la tapa abierta del cofre alguien lo miraba. Sin embargo, como era tonto, no reco­noció que era su propio rostro el que lo miraba desde un espejo. Creyó que era el dueño del cofre, se puso de rodillas, alzó los brazos e imploró:
-Perdóname si te he molestado. No sabía que estabas en el cofre. Creía que estaba vacío.
Después, siempre retrocediendo y haciendo mil reverencias, salió de la habitación y puso pies en polvorosa, tan pobre como antes.
Después de mucho vagabundear, llegó a una aldea. Era un lugar pequeño, como muchos otros, pero allí manaba la mejor agua de toda la región. Los habitantes de la aldea, sin embargo, no estaban muy satisfechos. Todas las mañanas debían llevarle esa agua al emperador, a su residencia imperial, y, como la ciu­dad estaba a unos quince kilómetros, los desdichados se pasaban todo el tiempo yendo de aquí para allá con el agua a cuestas; no podían llevar a cabo otras tareas y, a menudo, no tenían qué co­mer. Al final, tomaron la decisión de emigrar a una provincia le­jana para librarse de aquella pesada obligación. Entonces, el tonto dio unos pasos adelante y dijo:
-Pero ¿por qué emigrar? No encontraréis en otra parte me­jores casas y campos más fértiles que éstos. Haced lo siguiente: enviadle una súplica al emperador rogándole que acorte un poco la distancia entre la aldea y la ciudad. Si le mandáis, además, un bonito regalo, seguramente os complacerá.
El consejo agradó a los pobladores. Juntaron lo poco que te­nían, compraron un buen jarro de oro y le pidieron al tonto que se lo llevase de regalo al emperador.
El emperador recibió afablemente al embajador de la aldea, aceptó de buena gana el costoso regalo, escuchó la súplica y se dignó, sin más, a complacer los deseos de sus súbditos. Ese mis­mo día, lanzó una proclama por la cual la distancia de la aldea a la ciudad y de la ciudad a la aldea quedaba reducida de quince kilómetros a siete.
Los pobladores recibieron la proclama del emperador con gran entusiasmo y, desde aquel día, la carretera de la ciudad ya no pareció tan larga y agotadora como antes. Y, para manifes­tarle su reconocimiento al tonto, que les había dado un consejo tan bueno, lo eligieron alcalde de la aldea. En la práctica, era el más astuto de todos.

005. anonimo (china)

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