Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

viernes, 1 de junio de 2012

Las siete hermanas y la ogresa

Las siete hermanas y la ogresa
Anónimo
(arabe)

Cuento

Erase una vez un mercader riquísimo que viajaba siempre a países le­janos. Este hombre tenía siete hijas. Un día seis de ellas perdieron la razón y sólo la más joven conservó el sentido. El padre sintió un profundo dolor ya que en esta situación no podía continuar viajando. Permaneció en aquel estado de ánimo durante dos años, pero he aquí que un día pensó:
-Yo poseo mucho dinero y puedo encontrar una solución ¿Y si hi­ciese cubrir toda mi casa con una cúpula de cristal? ¿Y si levantase cuatro muros, dejando sólo una tronera en la terraza? Incluso podría cerrarla con barras de hierro...
Hizo que viniesen los albañiles y los herreros y transformó su casa en una fortaleza bien defendida por todas partes. Luego compró muchas pro­visiones, todas las que podían ser suficientes para un año para todas sus hijas, y la cantidad que sus riquezas le permitían escoger. En fin, tomó to­das las precauciones necesarias y partió.
Cierto día, en la tronera de la terraza, se presentó una ogresa.
-¿Qué tal estáis, jóvenes? ¿Todo va bien? Pero, ¿cómo es que no me reconocéis? ¡Soy vuestra tía materna, hermana de vuestra madre!
Las jóvenes que habían perdido la razón, le dijeron:
-¡Entra!
-No, volveré dentro de algunos días.
Pero la hija menor no quiso hablar. La ogresa volvió por segunda vez.
-¿Qué tal estáis?
Las pobres locas se pusieron a hablar con ella, y sólo la menor se mantuvo aparte. Cuando la ogresa se fue, la joven dijo a las hermanas:
-No debéis hablar más ¡Es una ogresa, no es una mujer!
Pero las locas continuaban convencidas de que era su tía, aunque la menor les recordaba continuamente.
-Cuando nuestra madre vivía, nos decía que no tenía ninguna her­mana.
La ogresa volvió a buscarlas a la terraza y las seis jóvenes le dijeron: -Baja y pasa la noche con nosotras. Velaremos juntas.
-Vendré uno de estos días -respondió la ogresa-, pero quiero en­contrarlas todas untadas de aceite.
Las jóvenes se volvieron a su hermana y le dijeron:
-¿Por qué no quieres hablar a tu tía?
Pero ella permaneció callada.
-Nuestra hermana dice que, tú eres una ogresa.
-Pero, ¿no te avergüenzas? -dijo la ogresa a la hermana menor-. Soy vuestra tía, soy para vosotras como una madre y tú me acusas de ser una ogresa.
El día establecido, la ogresa llegó.
-Buenos días, hijas mías.
-Buenos días, tía -respondieron las hermanas-, estamos todas un­tadas de aceite, hija.
La ogresa bajó, pero mientras entraba, la hermana menor salió y esca­pó, corriendo sin mirar atrás, y se adentró en el desierto. Se hizo de noche y salió la luna.
-¡Oh, luna! -dijo siempre corriendo la joven- ¿Dónde están mis herma-nas?
-Están con la ogresa -le respondió la luna.
-¡Oh, luna!, ¿dónde están mis hermanas?
-Se ha comido una.
-¡Oh, luna!, ¿dónde están mis hermanas?
-Se ha comido otra.
Y así continuó hasta que supo que también la sexta había sido devo­rada. Y mientras seguía corriendo. Aún preguntó:
-¡Oh, luna!, ¿dónde están mis hermanas?
-La ogresa está corriendo tras tus huellas y quiere, también, comerte a ti.
Ella corría, corría, pero la ogresa se acercaba cada vez más y estaba a punto de cogerla, cuando encontró un león que la salvó, haciéndola entrar en su caverna. La ogresa tuvo que volverse. La joven se quedó a vivir con el león, comiendo y bebiendo.
Pasó un año y el padre regresó a la casa. El pobre sólo encontró hue­sos. ¿Qué les había sucedido a sus hijas?
Volvamos a la joven que vivía con el león. Un día ella descubrió desde lejos un ogro que encendía fuego. Se acercó a él y le dijo:
-Dame un poco de fuego para el Rey.
-¿Cuál Rey? -preguntó el ogro.
-Tu jefe, el león.
El ogro le dio fuego y así lo hizo otras veces, porque los ogros tienen miedo a los leones.
Un día llegaron allí algunos mercaderes. La joven corrió hacia ellos:
-¿No conocéis a mi padre, que es Fulano, hijo de Mengano, de pro­fesión comerciante?
-Sí, lo conocemos -le respondieron.
-Decidle que su hija Aisha ha logrado huir de la ogresa, que la luna le ha dicho que sus hermanas habían sido devoradas, y que hoy le pide que venga a buscarla lo antes posible.
Los mercaderes fueron a decírselo al padre. Este cogió ovejas y bue­yes para ofrecérselos de regalo al león, y salió inmediatamente.
-Te ofrezco estos regalos -dijo el hombre al león, que había venido a su encuentro-. Mi hija se ha refugiado junto a ti. Que Alá te recompen­se por esta buena acción, porque mi hija te debe la vida.
En aquel momento su hija salió y lo abrazó llorando. El padre se la llevó consigo de viaje de país en país, hasta que llegaron felizmente a su casa.
Un día el ogro al que la joven le había pedido fuego para el Rey, vino a verla a la terraza. Ya antes el ogro había querido comérsela, pero no lo había hecho por miedo al león, y la había seguido hasta su casa. Ahora, cada vez que la encontraba sola, venía a verla y le gritaba:
-¡Aisha, hija del mercader!
-Aquí estoy, señor mío -respondía ella.
-¿Dónde has visto que me siento?
-Sobre un trono de oro.
-¿Qué cosa me has visto preparar?
-Carne de perdiz.
-¿Con qué cosa me has visto removerla?
-Con una cuchara de oro.
Cada día el ogro venía a hablar con ella, escogiendo el momento en que el padre no estaba. Un día la joven le dijo al padre:
-No puedo seguir en esta casa, tenemos que irnos a otro país, o por lo menos cambiar de residencia.
El padre fue a consultar con un sabio, un hombre de gran experiencia, y le contó su historia, desde el principio hasta el fin.
-Excavad un pozo en el corral de vuestra casa -le aconsejó aquél-, y rellenadlo de leña. Y os recomiendo que sea profundo.
El ogro volvió y gritó:
-¡Aisha, hija del mercader!, ¿dónde estás?
-Aquí estoy.
-¿Dónde has visto que me siento?
-Sobre un trono de oro.
-¿Qué me has visto preparar?
-Carne de perdiz.
-¿Con qué cosa me has visto removerla?
-Con una cuchara de oro.
Mientras así hablaba, la joven seguía en sus ocupaciones. El ogro de buena gana habría querido comérsela, pero, ¿cómo hacer? Ella oía su voz y él la suya, pero sólo a través de aquella estrecha abertura. El mercader volvió a ver a su consejero.
-Me habéis recomendado excavar un foso y llenarlo de leña, para luego prenderle fuego, pero, ¿luego?
-¿Qué cosa dice el ogro a tu hija cuando viene a buscarla? El padre se lo refirió.
-Bien, abrid un poco más la tronera y cuando el ogro le diga: «Aisha, hija del mercader», en vez de responderle: «Aquí estoy», deberá respon­der: «¿Qué diablos quieres?». Y cuando diga: «¿Dónde has visto que me siento?», deberá decirle: «Sobre una cabeza de asno». Y cuando le diga: «¿Con qué cosa me has visto revolver?», deberá responder: «Con una pata de asno». Si le habla en estos términos, el ogro se pondrá furioso, dará un salto hacia ella para devorarla, pero se caerá en el pozo. Ocúpate de que la leña esté encendida y el ogro se quemará y morirá.
Llenaron el pozo de leña y le prendieron fuego. El ogro vino y la llamó:
-¡Aisha, hija del mercader!, ¿dónde estás?
-¿Qué diablos quieres?
-¿Dónde has visto que me siento?
-Sobre una cabeza de asno.
En resumen, le dio las respuestas que le había recomendado el conse­jero. El ogro se enfureció, saltó hacia la casa para devorarla, pero cayó en el pozo y en un instante se quemó.
Así es como se libraron de él y vivieron en paz.

Narrado por Khira, la mujer de Mohammed
ben El Haj ben Nfisa, de Blida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario