Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 1 de junio de 2012

El enano y el gigante

Anónimo (españa)

Cuento

Un enano que apenas levantaba dos palmos del suelo, pero que era más listo que el hambre, salió a buscar trabajo porque tenía mucha necesidad. Y buscó aquí y allá y nadie le daba trabajo. Hasta que se encontró con un gigante. Y le dijo el gigante:
‑Bueno, yo te voy a dar trabajo, pero con una condición.
‑¿Y cuál es esa condición? ‑preguntó el enano.
‑La condición es que tienes que hacer las cosas como las hago yo; si no las haces, te mato; y si las haces, te hago rico.
Y dijo el enano:
‑De acuerdo; si las hago bien, vale; y si no, me matas.
A la mañana siguiente el gigante le anunció que se iban juntos a robar leña a la hacienda de un rico que vivía por allí. El gigante hizo un haz de leña muy grande y se lo llevó, pero el enano cogió una cuerda y la extendió por el suelo y empezó a amontonar ramas encima. Y le dijo el gigante:
‑¿Qué es lo que haces?
Y le contestó el enano:
‑Es que lo que lleva usted no es nada; lo que es yo, hasta que no ate todas las ramas de este bosque no me marcho de aquí.
‑¡Pero hombre, tú estás loco! Entonces le dará tiempo al amo a venir y nos matará a los dos!
‑Nada, nada ‑dijo el enano‑. O me llevo el bosque entero o no me llevo nada.
‑Bueno, pues no traigas nada, que ya me has ganado, pero vámonos aprisa de aquí.
Y se fueron, el gigante con su haz y el enano con las manos en los bolsillos.
Al día siguiente fueron por agua. Había un manantial que daba agua al pueblo. El gigante llevaba dos calderos enormes colgados de un palo y el enano dijo entonces:
‑Yo no llevo calderos, que me basta con un pico y una pala.
‑¿Y para qué quieres el pico y la pala? ‑preguntó el gigante.
‑Porque yo no me molesto por llevar dos calderos, que pienso llevar todo el manantial a casa.
Conque agarró el pico y la pala, empezó a cavar y a cavar y cortó el agua del arroyo. Y le dijo el gigante, asustado:
‑Pero ¿qué haces? Si vienen los del pueblo nos matan a los dos.
‑Pues yo ‑dijo el enano‑ o llevo el manantial o nada ‑y siguió cavando.
Y le dijo el gigante:
‑Bueno, pues deja de cavar, que ya me has ganado.
Y al otro día fueron a jugar a lanzar la barra a la puerta del ayuntamiento. El gigante tiró la barra y la lanzó lejísimos, más lejos que nadie. Entonces agarró el enano su barra y dijo:
‑¡Apártense todos, que tiro yo!
Y todo el mundo se apartó; y el enano dijo:
‑¡Atrás, atrás! ¡Mucho más atrás!
Y le dijo el gigante:
‑Pero ¿adónde quieres tirar tú la barra?
Y el enano:
‑¿Ve usted aquella ventana? Pues por allí la voy a meter.
Y el gigante:
‑¡Estás loco, que ésa es la casa del alcalde y nos meten a los dos en la cárcel!
‑Pues yo ‑dijo el enano‑ o la meto por allí o no tiro la barra.
‑Pues no la tires ‑dijo el gigante‑, que ya me has vuelto a ganar.
Total, que el gigante preparó un burro con las alforjas llenas de dinero y le dijo al enano que se fuera ya, que el trato estaba terminado. Y el enano cogió el burro y se fue.
Después que el enano se hubo ido, le dijo al gigante su mujer:
‑Bien tonto que eres, que mira cómo te ha engañado ese enano, que se lleva tu dinero y el burro.
Y dijo el gigante, enfadado:
‑Tienes razón. Ahora mismo me voy a buscarle y lo mato.
El enano, en cuanto vio venir al gigante todo furioso, escondió al burro bien escondido detrás de unos arbustos y se quedó mirando al cielo con la mano haciendo visera, como si mirase con mucho interés.
Llegó el gigante y le dijo:
‑¿Qué es lo que estás mirando?
Y dijo el enano:
‑Nada, que el burro no podía con el saco y le metí una patada que lo eché por los aires y todavía no ha bajado, pero, en cuanto caiga, le arreo otra que ya no vuelve a bajar más en su vida.
Y el gigante, todo asustado, se volvió para su casa diciendo:
‑¡Madre de Dios, que si me descuido me lo hace a mí también!
Y así quedó en paz el enano con su burro y sus dineros.

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