Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 1 de junio de 2012

El gato y el tigre


El gato y el tigre
Anonimo
(china)

Cuento

En tiempos de la dinastía han vivía en China un tigre feroz y sanguinario, que tenía la desgracia de tener las pa­tas cortas y torcidas. El animal no sa­bía saltar ni correr con agilidad y se le escapaban todas las presas. Por eso se veía forzado a comer hierba, cosa que lo ponía de muy mal humor.
Cierto día al salir de su guarida vio un gato que ágilmente corría y sal­taba de uno a otro lado del bosque. El terrible tigre se dijo: «¿Qué cosa más rara? ¿Cómo es posible que este mi­serab'le gato tan pequeño y con las pa­tas más cortas que yo todavía sea ca­paz de saltar, trepar y correr de esta manera y yo no? He de hacerme amigo de él para que me explique su secreto.» Procuró poner cara de buen animal y dirigiéndose al gato le dijo:
-Mi querido compañero, tú y yo somos de la misma familia, bien se ve. Nos parecemos mucho, pero tú eres más listo que yo porque sabes correr, saltar y trepar y yo en cambio no sé hacer nada. Por favor, ¿serías tan ama­ble de darme unas cuantas lecciones para que yo también pueda ser tan ágil y esbelto como tú?
El gato se lo quedó mirando con desconfianza. Desde siempre los gatos sabían que el tigre era un animal de corazón perverso y traidor:
-Mira, tigre, no me fío de ti. Sé que eres traidor y mucho me temo que luego me arrepentiría de haber sido tu maestro. Aún ibas a ser capaz de comerme.
-¡Oh no, amigo mío, eso nunca! -dijo el astuto y malvado tigre, y fin­giéndose un manso animalito agachó la cabeza hasta el suelo diciendo-: Te prometo, gatito, que si quieres ser mi maestro yo siempre te defenderé; en cualquier apuro que te halles me llamas y yo seré tu más ferviente de­fensor. Pondré toda mi fuerza a tu dis­posición: tu serás mi dueño.
El gato no parecía estar aún muy convencido, pero tanto porfió y porfió el tigre y tantas fueron las alabanzas que prodigó al gato, que éste, al final, se sintió muy halagado de tener por amigo al tigre y decidió aceptar su pro­posición.
Al alba del día siguiente, el gato y el tigre empezaron las clases. El gato empezó a enseñarle a su enorme com­pañero cómo tenía que arquear el cuer­po para saltar y cuál era la manera más adecuada de doblar las patas para sal­tar a distancia. El tigre era todo oídos. Cada vez que aprendía algo nuevo el astuto tigre no cesaba de prodigar ala­banzas a su pequeño maestro:
-Maese gato, sois el ser más inte­ligente del mundo. Debéis ser el favo­rito de los Inmortales -le decía el muy ladino.
El tigre demostró ser un buen alum­no. Pronto aprendió todo lo que el gato se había propuesto enseñarle; ya salta­ba y corría muy bien, pero la última lección, la de trepar, el gato aún no se la había querido enseñar. Quería antes cerciorarse bien de que las intenciones del tigre eran buenas. El día de la úl­tima lección había llegado El tigre acu­dió puntual como todos los días a la cita con su maestro el gato.
Por el camino iba pensando, «hoy será mi última lección, supongo; tan pronto como sepa todo lo que sabe el gato me voy a comer a ese tontaina de un solo bocado».
-Hola, maese gato -le dijo al ver­le-. ¿Supongo que hoy debe ser la última lección, verdad? -y al decir esto no pudo evitar mirar al gato con cara de hambre. El gato se dio perfec­ta cuenta de las intenciones de su alum­no y pensó someterlo a una prueba para vez cuáles eran exactamente sus secretos propósitos.
-¡Oh no, amigo mío! Hoy no ha­brá lección de ninguna clase, hoy nos divertiremos correteando por ahí. ¿Qué lección podría darte si ya sabes tanto como yo?
El tigre no acababa de creerlo, cerró un momento los ojos y luego pre­guntó:
-¿De veras, maese gato, crees que ya sé tanto como tú?
-Claro, con lo inteligente que eres no podía ser de otro modo. Nunca ha­bía visto a nadie que fuera mejor alum­no que tú.
-Mucho me alegra oírte decir esto, gatito. ¡Mira, mira en aquella rama, qué lindo pajarito se ha posado!
El gato miró un momento hacia aquella dirección, pero de reojo no per­dió de vista al tigre, quien de repente encorvó el lomo y se dispuso a echarse sobre el gato, pero éste, veloz como el rayo, empezó a trepar por el tronco del árbol y el tigre fue a dar de na­rices contra el grueso tronco.
Entonces el gato desde arriba em­pezó a gritarle:
-Maese tigre, ¿qué tal te ha pare­cido mi carne? ¿Es buena la madera? Eres un perfecto villano, no cumples tus promesas y eres capaz hasta de co­merte a. tus amigos; afortunadamente nunca confié totalmente en ti y me guardé muy bien de enseñarte rni gran secreto: el de subir a los árboles. Ahora veo que he estado muy acer­tado, de lo contrario a estas horas ya estaría dentro de tu gorda panza.
El tigre rugía y arañaba el tronco del árbol furiosamente, pero el gato se reía de su impotencia y de verlo tan merecidamente castigado.



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