Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

jueves, 24 de mayo de 2012

El buen esteban

Este era un muchacho que contaría cerca de veinte años y que cierto día andaba penosamente por la carretera que conducía a Smolensko, de donde estaba lejos todavía, pues le quedaban más de 100 verstas[1] de camino. Esteban iba bastante mal vestido, su traje se hallaba muy desgastados roto en algunos sitios; sus pies calzaban unas abarcas de corteza de árbol, y la cabeza estaba mal defendida por un gorro de piel de carnero. El pobre muchacho se hallaba derrengado a causa de la larga jornada de aquel día, pero continuaba marchando con la esperanza de llegar a un pueblo u otro, antes de que anocheciese, para disfrutar de un merecido descanso después de tomar una cena frugal.
Hacía bastante tiempo que Esteban había emprendido aquel viaje a través de una considerable parte de Rusia, deseoso de dirigirse hacia el sur y de disfrutar de un clima más favorable que el de la región septentrional, en donde había nacido y crecido. Era un muchacho muy bondadoso, profundamente religioso y muy devoto de la Virgen, de manera que cuando llegaba a una población cualquiera, su primera visita era, para la iglesia de la localidad, donde iba a rezar a la Madre de Dios con el mayor fervor.
Por lo demás, Esteban no tenía parientes ni amigos, a excepción de un tío lejano, que le amparó durante tres años, a partir de la muerte de su madre, pero un buen día, cuando el joven hubo cumplido los veinte, le entregó tres rublos de plata, un garrotes un pequeño lío de ropa, diciéndole que fuese a ganarse la vida por el mundo.
Poco después del momento en que lo hemos presentado al lector, Esteban llegó efectivamente a un pueblo de escasa importancia y, distinguiendo a lo lejos la torre de la iglesia, se apresuró a ir allá para postrarse ante la imagen de la Reina del Cielo.
Una vez hubo rezado sus oraciones, se dispuso a salir y, en cuanto hubo pasado el atrio, vio en la plaza de la iglesia un grupo de gente que rodeaba un cadáver tendido sobre la hierba. Se aproximó, impulsado por la compasión y por el deseo de ser útil, y no tardó en averiguar que el cadáver era el de un mendigo que murió la noche anterior y que el "pope"[2] se negaba a enterrar.
Esteban preguntó si se trataba de alguna persona de malos sentimientos, pero todos los que rodeaban al cadáver se apresuraron a contestarle que aquel desgraciado era un verdadero bendito de Dios, que en ningún caso se habría atrevido a apoderarse de lo que no era suyo, ni aun impulsado por un hambre extremada.
-Pues ¿cómo se explica que el "pope" no quiera enterrarlo? - preguntó el joven Esteban.
-Sencillamente, porque este pobre Cirilo no ha dejado ni siquiera un "copeck"[3] para pagar un responso -contestaron los que formaban el grupo.
-¡Dios me valga! -exclamó Esteban-. ¿Tan duros de corazón son los "popes" de este país, que dejan la puerta de la iglesia abierta a los vivos y la cierran a los muertos? Pues si hace falta dinero para que entierren a ese pobre desgraciado, no tengo inconveniente en entregar estos tres rublos que constituyen toda mi fortuna, pero quedaré de muy buena gana para que entierren a ese cristiano en un campo bendecido.
Alguien fue a avisar al malvado "pope" y éste tomó los tres rublos, pronunció atropelladamente el responso, asistió a la ceremonia del entierro del mendigo Cirilo y luego volvió presuroso a su casa, para vigilar una pierna de carnero que se estaba asando en la chimenea.
Esteban, mientras tanto, formó una cruz con dos ramas, la hincó sobre la tumba del pobre mendigo y después de haber rezado unas cuantas oraciones, se dirigió a una posada barata, con objeto de pedir alojamiento v de consumir por toda cena las escasas provisiones que llevaba en su zurrón.
A la mañana siguiente salió para reanudar su viaje y, como quiera que el hambre empezaba a hacerse sentir, recordó tristemente que había terminado ya sus provisiones y que no le quedaba cosa alguna que comer. Con la mirada registró los alrededores en busca de alguna planta o de alguna fruta que le hubiera servido de alimento; pero, envista de que no la hallaba y de que no tenía medio alguno de calmar su apetito, murmuró para sí
-Los pajarillos son más felices que los hombres; para nada necesitan las posadas, las tahonas, ni a nadie que se ocupe en preparar alimento alguno, porque la tierra se extiende a sus pies como si fuese una mesa bien servida; las moscas encuentran fácilmente caza para mantenerse, miel de las flores y multitud de frutos que chupar, y pueden usar de todo esto sin pedirlo y sin pagarlo. Y en cuanto a los pajarillos no digamos, porque son absolutamente felices durante toda su vida.
Esteban siguió andando un rato y, al fin, se sentó a la sombra de un gran roble y se quedó dormido.
Pero he aquí que en su sueño se le apareció, de pronto, un ser celestial vestido con un brillante traje y rodeado de una aureola, el cual le dijo:
-Soy el mendigo Cirilo, a quien tú abriste las puertas del Paraíso, comprando para mi cadáver una tumba de tierra bendecida. Pero la Virgen María, cuyo fiel servidor fui en la Tierra, acaba de hacerme santo y me permite presentarme a ti para darte una buena noticia. No creas, ni por un momento, que los pájaros o los insectos sean más felices que los hombres, porque para los primeros no se derramó la sangre del Hijo de Dios. Escucha, pues, lo que las tres Personas de la Trinidad han hecho para recompensar tu piedad.
A corta distancia y rodeada de prados, hay una posesión que reconocerás fácilmente por su veleta de color rojo y verde. Habita allí un noble anciano, llamado Nicolás Petrowich, padre de una jovencita hermosa como el mismo día y amable y suave como un niño recién nacido. Esta misma tarde llama a su puerta y dile que vas allí para el objeto que él conoce muy bien. Te recibirá con agrado y tú mismo comprenderás lo demás. Acuérdate únicamente de que si tienes necesidad de algún auxilio convendrá que me llames diciendo:

Acude mendigo muerto,
pues ahora te necesito.

Pronunciadas estas palabras el santo desapareció, y Esteban se despertó y abrió los ojos.
Su primer cuidado consistió en dar las gracias a Dios por la protección que le enviaba y luego tomó el camino para buscar aquella mansión. Como el santo no le había indicado la dirección en que se hallaba, subió a lo alto de una colina y desde allí inspeccionó el paisaje a su alrededor. No tardó en descubrir la casa indicada, que se hallaba a oriente y a una distancia no mayor de cuatro o cinco verstas. Debe tenerse en cuenta que Esteban había dormido cuatro o cinco horas, de manera que en aquel momento debían de ser, más o menos, las cuatro y media o las cinco de la tarde, y así el sol empezaba a inclinarse hacia poniente.
Bajó de la colinas emprendió el camino en dirección conveniente, de modo que al cabo de poco más de una hora, se vio ante una hermosa casa, en cuya torre giraba una veleta de color verde y rojo y cuyo aspecto general era verdaderamente espléndido. Penetró en una avenida de castaños que le condujo a la puerta principal de la mansión y en cuanto se abrió a su llamada, encargó al servidor que avisara al dueño de la casa, diciéndole que él llegaba con el objeto que este último conocía muy bien.
El propietario no tardó en ser avisado. Presentose meneando la cabeza, porque era un hombre anciano y enfermo, y al andar se apoyaba en el hombro de su hija, que era joven y hermosa. Ambos saludaron afablemente al joven Esteban y le hicieron entrar en la casa y tomar asiento ante el sillón del anciano. Luego le sirvieron un jarro de cerveza y un poco de pan, en espera de que llegase la hora de la cena.
Esteban extrañaba sobremanera la acogida de que le habían hecho objeto y, mientras tanto, se sentía feliz de poder contemplar a la jovencita que atendía a todos los preparativos, yendo de un lado a otro, con la mayor alegría y cantando como una alondra. Cada vez que la miraba la encontraba más linda y hermosa, y su corazón latía con fuerza.
-¡Oh! ¡Qué feliz será el que se haga dueño de esta hermosa Joven!-pensó.
Por fin, cuando estuvo dispuesta la cena, el anciano ordenó a su hija Marta que la sirviese, y luego de haber satisfecho el hambre, se volvió a Esteban, diciendo:
-Te hemos tratado lo mejor que nos ha sido posible y de acuerdo con nuestra fortuna, pero no según habríamos deseado, por que la casa de los Petrowich sufre una verdadera maldición desde hace mucho tiempo. En otras épocas había veinte caballos y hasta cuarenta vacas, pero el Diablo se ha adueñado de los establos y de las cuadras y todo el ganado ha desaparecido, siendo inútil por completo que yo gastara toda mi fortuna en reemplazarlo. Mis oraciones y las de mi hija para conjurar la maldición del espíritu destructor han sido inútiles por completo y, como no tenemos ganado de ninguna clase, nuestras tierras están incultas. Yo esperaba y confiaba en mi sobrino Feodor, que fue a guerrear contra los turcos, pero como no vuelve, he hecho pregonar por toda la comarca que quien sea capaz de hacer desaparecer la maldición que pesa sobre mis propiedades, se casará con mi hija Marta y heredará todos mis bienes. Se han presentado algunos, deseosos de llevar a cabo la empresa; para ello fueron a pasar la noche en la cuadra, de donde han desaparecido vacas y caballos, pero a la mañana siguiente se observaba que ellos se habían desvanecido cual si hubiesen sido de humo y nunca más se ha sabido su paradero. Por consiguiente, espero que tú tendrás más suerte que tus predecesores.
Esteban, a quien tranquilizaba bastante el recuerdo de su visión, contestó que con el auxilio de la Virgen María esperaba poder triunfar del demonio. Pidió que le proporcionasen leña suficiente para encender una hoguera y conservar la agilidad de sus miembros, tomó su garrote y luego rogó a Marta que le recordase en sus oraciones.
El cobertizo a que le llevaron estaba dividido en dos partes, una para las vacas y la otra para los caballos. Pero el lugar estaba desierto por completo y las arañas habían tejido sus redes por todas partes.
Esteban encendió una hoguera sobre unas piedras y luego se entregó a sus oraciones.
Durante el primer cuarto de hora solamente oyó los crujidos de la leña. Luego los tristes silbidos del viento que penetraba por las rendijas de la puerta; en el tercer cuarto de hora sólo llegó a sus oídos el leve ruido de los gusanos de la madera que devoraban las vigas; pero, en el último cuarto, oyó un ruido sordo en el suelo y en el rincón más obscuro observó que se levantaba una losa y aparecía la cabeza de un lobo de una corpulencia extraordinarias de horrible aspecto. Tenía casi el tamaño de un asno y sus ojos brillaban cual si fuesen carbones encendidos.
Aquella horrible fiera profirió un gruñido horroroso y saliendo del agujero se dirigió hacia el lugar en que se hallaba Esteban.
Aunque éste era un muchacho valeroso, sintió que el crío invadía todo su cuerpo, y cuando ya el aliento del lobo se hizo sentir sobre su rostro, exclamó:

Acude, mendigo muerto,
pues ahora te necesito.

En el mismo instante apareció la figura luminosa de este último y yendo a situarse a su lado le dijo:
-Nada temas, porque los protegidos de la Madre de Dios vencerán siempre a los monstruos de la Tierra.
Dicho esto, Cirilo extendió la mano, pronuncio algunas palabras aprendidas en el Cielo y en el acto cayó muerto el lobo.
El resto de la noche pasó con toda tranquilidad y al día siguiente en cuanto hubo salido el sol, Esteban fue a despertar a los habitantes de la casa y los llevó a la cuadra, pero al ver el cadáver del lobo monstruoso, los más atrevidos retrocedieron diez pasos.
-No temáis nada -les dijo el joven-. La Virgen María me ha ayudado y el monstruo que devoraba el ganado y sus guardianes, ya no es más que un montón de carroña. Id a buscar cuerdas y llevadlo arrastrando hasta un lugar cualquiera en que pueda pudrirse.
El dueño de la casa, feliz en extremo al verse libre de tan peligroso enemigo, no pensó un momento en faltar a la promesa que hiciera la noche anterior, y así dió a Esteban su hija Marta en matrimonio. Se celebró la boda al día siguiente, y la joven y feliz pareja se dirigió a la iglesia, en donde quedó santificada su unión.
Una vez Esteban qué el marido de Marta, se apresuró a comprar ganado, alquiló criados y obreros, y las tierras de la hacienda alcanzaron un valor mucho más grande del que habían tenido antes. Y no parecía sino que el anciano padre y propietario de la hacienda hubiese esperado tal estado de cosas para morir, porque cierto día lo encontraron muerto en su cama, después de haberse dormido tranquilamente en la paz del Señor.
El joven matrimonio heredó todos sus bienes y era tanto el afecto que se profesaban y la bondad de sus caracteres respectivos, y se sentían tan felices, que por nadie del mundo habrían cambiado su suerte. En efecto, al llegar la noche no tenían nada que pedir a Dios, y únicamente se limitaban a darle gracias por todas sus bondades.
Pero sucedió que, cierto día, cuando iban a sentarse a la mesa para cenar, en compañía de sus criados y obreros, una sirvienta hizo entrar a un soldado de una estatura gigantesca, tanto que su cabeza rozaba casi las vigas del techo. Marta dió un grito de alegría al reconocer a su primo Feodor. Acababa de llegar de la guerra contra los turcos y se proponía casarse con su prima. Pero poco antes de llegar a la mansión se enteró de lo ocurrido durante su ausencia y estas noticias le dieron un verdadero acceso de rabia. Sin embargo, tuvo tiempo de tranquilizarse y se esforzó en lograrlo, en su deseo de que no lo sospecharan siquiera los recién casados, porque era un hombre tan hipócrita como malvado y cruel.
Esteban no recelaba, naturalmente, cosa alguna. La circunstancia de que aquel gigante fuese primo de su mujer era suficiente para él, y así lo trató del mejor modo posible, ordenó que le preparasen la mejor habitación de la casa y a la mañana siguiente le acompañó a visitar la hacienda, cuyos campos estaban cultivados en su totalidad y prometían la más espléndida cosecha.
Feodor, lejos de alegrarse al ser testigo de la prosperidad de su prima y de Esteban, sentía los aguijones de la envidia al observar cuán crecidos estaban los trigos y el lino, y más le irritaba la idea de que todo aquello no fuese suyo, eso sin hablar de su prima Marta, a la que había encontrado más hermosa que nunca.
Un día invitó a Esteban a cazar en las dunas que había a poca distancia y lo condujo a un brezal lejano, en donde había un molino de viento abandonado. Subiéronse a él, y Feodor se volvió en la dirección en que quedaba la hacienda de sus primos, exclamando al mismo tiempo:
-¡Demonio! Desde aquí puede verse tu casa con su enorme patio.
-¿Dónde? -preguntó Esteban.
-Mira bien. Ahí detrás de ese bosque de hayas. ¿No ves las ventanas de la sala?
-No tengo bastante estatura para eso -contestó Esteban.
-Tienes razón, ¡mil bombas! -exclamó Feodor-. Y es una lástima, porque incluso puedo divisar a mi prima Marta cerca del jardín.
-¿Está sola?
-No. Me parece que está hablando con el boyardo Nicolai Nicolaiewich. Lo reconozco por su corpulencia y precisamente ahora está diciendo algo al oído de tu mujer.
-Y ¿qué hace ella?
-Le escucha jugueteando con el borde de su propio delantal.
Esteban se empinó en la punta de los pies.
-¡Cuánto me gustada verlo! -dijo.
-¡Demonio! No es difícil -replicó Feodor-. Súbete a lo alto del molino y entonces estarás más alto que yo.
Esteban aceptó el consejo y subió a lo alto de la vieja escalera. Cuando estuvo arriba su primo le preguntó qué veía.
-Nada más que los árboles que parecen no ser más altos que el trigo de dos meses contestó-. Y, además, algunas casas tan pequeñitas al parecer, como las piedras que hay a orillas del río.
-¡Oh! debes mirar más cerca de nosotros -dijo Feodor.
-No veo más que el río con las barcas que van de un lado a otro, rozando el agua.
-Más cerca todavía -dijo Feodor-. Debajo de donde estás.
-¿Debajo de donde estoy? -exclamó entonces Esteban ya asustado-. Pues debajo de mí en vez de la escalera que debería permitirme bajar, no veo más que las llamas que van a devorarme.
En efecto. Eso era cierto, porque Feodor había retirado la escalera prendiendo fuego a unos haces de leña que había por allí, de modo que el viejo molino amenazaba convertirse en un inmenso brasero.
Esteban suplicó a aquel hombre gigantesco que no le dejara perecer de un modo tan cruel, pero Feodor le volvió la espalda y silbando alegremente descendía por la colina.
En vista de eso el joven, que ya respiraba con dificultad, repitió la invocación:

Acude, mendigo muerto,
pues ahora te necesito.

En el mismo instante apareció el santo llevando en la mano derecha un arco iris, uno de cuyos extremos desprendía un abundante rocío, y con la otra mano llevaba la escala de Jacob que une la Tierra con el Cielo. El arco iris apagó el incendio y Esteban utilizó la escalera para descender, y así pudo regresar sin sufrir daño alguno.
Al verlo Feodor se quedó asombrado y asustado. Tuvo por seguro que su primo lo denunciaría a los jueces y así fue en busca de su caballo y de sus armas de guerra, pero cuando se disponía a salir del patio, Esteban se acercó y le dijo:
-No tengas ningún miedo, primo, por que nadie en la Tierra sabrá lo que ha ocurrido. Tú tenías el corazón enfermo al ver que Dios me había dado más prosperidad que a ti, pero yo quiero curar tu corazón. A partir de hoy y mientras yo viva, tendrás derecho a la mitad de lo que me pertenezca, excepción hecha de mi amada Marta. Así, pues, querido primo, no tengas ya ningún mal propósito contra mí.
Feodor aceptó el regalo, y como Esteban era hombre de buena fe quiso darle todavía mayores seguridades, e hizo redactar un acta de donación, perfectamente legal y testimoniada como es debido. A partir de entonces Feodor recibió cada mes la mitad de todo lo que producían los campos, el corral y los establos.
Pero aquel acto de generosidad de Esteban sólo sirvió para envenenar todavía más su corazón, porque los beneficios inmerecidos se parecen a la cerveza que se bebe cuando no hay sed, ya que no proporcionan alegría ni provecho.
Ya no podía proyectar la muerte de Esteban, porque entonces habría perdido toda participación en sus bienes; mas lo odiaba del mismo modo como el lobo enjaulado odia al dueño que le da de comer.
Pero lo que aumentaba su cólera era que todo contribuía a acrecentar la prosperidad de su primo. Para ser feliz sólo le habría faltado un hijo y, en efecto, Marta no tardó en dar a luz a un hermoso niño, que nació sin llorar. Esteban, dichoso en extremo, invitó a todos los nobles y propietarios de la comarca para que asistieran al banquete, y éste fué tan espléndido que, sin duda, para un príncipe no se habría podido hacer mejor.
Estaba todo el mundo reunido en el patio de la casa, y Esteban fué en busca de su hijo para llevarlo a la iglesia, cuando Feodor se presentó a su vez con el rostro animado por feroz alegría.
Al observar su entrada, la madre enferma dió un grito, pero él se aproximó encorvándose para no tropezar con las vigas del techo y después de haber cumplimentado a su prima, le dió las gracias por el regalo que acababa de hacerle.
-¿Qué regalo? -preguntó asombrada la pobre mujer y al mismo tiempo sintiendo un miedo horrible, por sospechar que tales palabras ocultaban una intención siniestra.
-¿No acabas de aumentar la riqueza de tu esposo dándole un recién nacido? -preguntó el feroz soldado.
-Así es -replicó Marta, pálida de miedo.
-Pues sabe que existe una acta legal y perfectamente válida, que me atribuye la mitad de todo lo que pertenezca a Esteban, excepción hecha de tu amada persona -replicó Feodor-. Y, por consiguiente, vengo a reclamar la mitad del recién nacido.
Los testigos de aquella escena profirieron un grito de espanto, pero Feodor repitió tranquilamente que exigía la parte que le correspondía del recién nacido, y añadió que, si se la negaban, se haría justicia por su mano. Luego mostró un gran cuchillo de los que se utilizan para descuartizar los cerdos, que llevaba con el infame propósito de dividir en dos al hijo de su prima.
Esta y su marido empezaron a dirigirle toda suerte de súplicas para hacerle desistir de su derecho. Los demás testigos de aquella escena hicieron lo mismo y todos le conjuraban a que se mostrara humano y compasivo, y renunciara a una propiedad que sólo podría tener como resultado la muerte del desgraciado niño; pero el gigante, por toda respuesta, se limitaba a afilar el largo cuchillo en una piedra de amolar que llevaba en el bolsillo. Por fin, perdida ya la paciencia, se disponía a arrancar al niño de los brazos de su madre, cuando Esteban recordó, de pronto, la conveniencia de llamar al santo mendigo y en voz alta hizo la invocación necesaria.
Apenas la había terminado cuando la habitación quedó brillantemente iluminada por un resplandor celestial y sobre una nube aparecieron el santo y la Virgen María.
-Aquí me tenéis, amados hijos, -dijo la Madre de Dios-. Mi fiel servidor me ha hecho abandonar el Cielo de las estrellas para que venga a decidir esta cuestión.
-¡Si sois la Madre de Dios, salvad a mi hijo? -exclamó Marta.
-Si sois la Reina del Cielo, obligad a que me den lo que me es debido-añadió Feodor con extraordinaria audacia.
-Escuchadme -dijo entonces la Virgen-. Tú, Esteban y tú, Marta, acercaos con el recién nacido. Hasta ahora no os había dado más que las dichas de la Tierra; pero, en adelante, quiero recompensaros por vuestra virtud y por vuestra cristiana vida proporcionándoos las dichas de la muerte. Por lo tanto, me seguiréis al Paraíso de mi Hijo, a donde no llegan los pesares, las traiciones y las enfermedades. En cuanto a ti, Feodor, tienes el derecho de compartir el bien que reciben ahora Esteban, su mujer y su hijo, y, por consiguiente, morirás como ellos, pero en cambio te hundirás en las profundas regiones del Infierno, para que allí ardas eternamente.
Dichas estas palabras, la Santa Virgen tendió la mano y el gigantesco Feodor se hundió en un abismo de fuego, en tanto que los jóvenes esposos y su hijo se inclinaban uno a otro, como si todos se sumieran en agradable sueño, y desaparecieron envueltos en una nube de nacarados resplandores.

062 anonimo (rusia)


[1] Verstas. Medida rusa, 1.063 metros.
[2] Pope: sacerdote de la Iglesia rusa
[3] Copeck: Moneda de Rusia de unos cuatro céntimos

No hay comentarios:

Publicar un comentario