Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 24 de mayo de 2012

Blancaflor .003

Era un matrimonio que deseaba tener descendencia, pero la mujer no se quedaba embarazada. Así pasaron muchos años hasta que el marido, un día que volvía de caza, dijo a su mujer:
-Me gustaría tener un hijo aunque se lo llevara el diablo -pues así de fuerte era su deseo.
Y el diablo, que ese día andaba cerca de la casa, lo oyó.
Aún pasaron más años y, cuando ya desesperaban, tuvieron por fin un hijo. El niño se crió tan hermoso y lozano que parecía que Dios había querido compensar a los padres por los años de espera; y pronto fue tan buen jinete y cazador como su padre.
Pero resultó que siendo joven se aficionó a los juegos de cartas, y del mismo modo que en todo lo demás era siempre el mejor y el más fuerte, en los juegos de cartas perdía siempre. Un día se le apareció el diablo y le preguntó si quería una baraja con la que nunca más perdería en el juego. El joven aceptó y desde entonces no volvió a perder nunca. Hasta que otro día se le volvió a aparecer el diablo y le propuso echar una partida. El joven aceptó y sacó su baraja, pero el diablo, que la conocía bien, se las compuso para ganarle una y otra vez. Por fin, el joven perdió todo cuanto tenía y entonces el diablo le propuso jugarse su alma y él aceptó. Y el diablo volvió a ganarle y el joven perdió su alma.
Entonces el diablo le dijo:
-Si quieres recuperar tu alma, te espero dentro de un año en el castillo de Irás y No Volverás.
El muchacho dejó de jugar y fueron pasando los meses hasta cumplirse el año. Y llegado el día, les dijo a sus padres:
-Sabréis, queridos padres, que hoy tengo que irme al castillo de Irás y No Volverás.
Los padres se apenaron mucho y recordaron la frase que una vez dijo el padre a la madre cuando volvía de caza, pero el muchacho les explicó que tenía que ir allí a recuperar su alma y que no temieran por él, pues conseguiría regresar del castillo. Los padres porfiaron mucho por que el hijo no se marchara, aunque al final hubieron de ceder.
Conque partió el joven y emprendió un largo camino que parecía no tener fin. Cuando ya llevaba muchos días caminando, apareció un águila y el joven le preguntó por el camino al castillo de Irás y No
Volverás, y le dijo el águila:
-Yo no lo sé. Ahí atrás viene volando otra más vieja que yo y viene de él.
El joven esperó pacientemente hasta que llegó la otra águila y ésta le dijo:
-Yo te llevaré al castillo, pero antes corta unas tajadas de un caballo muerto que he visto aquí cerca para que yo pueda comer por el camino, porque ya soy vieja.
El joven así lo hizo, se puso encima de sus alas y, cada vez que el águila abría el pico, él le daba un pedazo de carne. Y así llegaron a un altozano donde el ave se posó y, agradecida por la comida, le dijo:
-Mira ahí abajo y verás un río. En el río hay tres muchachas bañándose, que son las hijas del diablo y viven en el castillo de Irás y No Volverás. Ve a donde ellas sin que te vean y esconde la ropa de la más pequeña, que se llama Blancaflor. Como es santa, podrá hacer algo por ti.
Bajó el joven al río, tomó la ropa de la menor, la guardó y se escondió tras unos arbustos. Cuando las tres muchachas salieron del agua se vistieron con sus ropas y dejaron sola a la menor, que no encontraba las suyas. Y al verla sola, el joven salió de su escondite y le dijo:
-No te asustes de mí. Toma tu ropa y vístete.
Como ella no le tuvo miedo, estuvieron juntos.
Después hablaron y él le contó lo que le pasaba.
Y ella le dijo:
-Pues mi padre es el diablo y no sé cómo podrás arrebatarle tu alma. Yo he de ayudarte para salvarnos o para morir juntos. No digas nada de lo que hemos hecho y déjame ir a mí primero. Y mañana por la mañana te presentas en el castillo y pides hablar con mi padre.
El joven durmió junto al río toda la noche y a la mañana llegó al castillo y pidió hablar con el diablo.
Cuando estuvo en su presencia, el diablo le dijo:
-Ya desconfiaba de que vinieras pero, aunque llegas con retraso, aquí estás. Ahora acompáñame.
Le llevó a una ventana del castillo y le dijo:
-Dime qué es lo que ves allá enfrente.
Y le contestó el joven:
-Veo un bosque cerrado y espeso.
-Bien -dijo el diablo. Ahora ve allí y tienes que limpiarlo, allanarlo, sembrarlo de trigo, recogerlo y hornearme un pan con él antes de que acabe el día.
El joven cogió las herramientas y se fue al bosque, pero al verlo tan cerrado y espeso se sintió desconsolado porque la tarea le parecía imposible. Y estando en éstas, llegó Blancaflor y le preguntó cuál era la tarea que le había encomendado su padre.
-Pues que limpie este bosque, lo allane, lo siembre de trigo y hornee un pan con ese trigo antes de que caiga la noche.
-Pues nada -dijo ella, come tu merienda y échate a dormir y cuando despiertes lo tendrás todo cumplido.
Pero no le digas a mi padre que te he ayudado.
Cuando despertó, el joven tenía a sus pies el pan recién horneado. Lo cogió y volvió con él al castillo.
El diablo torció el gesto al verle llegar con el pan, pero dijo:
-Muy bien, esto es lo que te mandé hacer. Ahora acuéstate y duerme y vuelve a verme mañana por la mañana.
A la mañana siguiente, recién despertado, le llevó a otra ventana del castillo y le dijo:
-Dime qué es lo que ves allá enfrente.
Y le contestó el joven:
-Sólo veo un inmenso pedregal.
-Bien -dijo el diablo. Ahora tienes que ir allí, retirar las piedras, sacar la tierra, plantar una viña, recoger el fruto y traerme una botella de vino de esas uvas antes de que acabe el día.
El joven se proveyó de herramientas y se fue para el pedregal; pero al llegar a él vio que era imposible hacer lo que el diablo le pedía y se preguntó si esta vez también vendría a ayudarle Blancaflor.
Al fin apareció la muchacha y le preguntó qué tarea le había encomendado su padre esta vez y él le contó que debía retirar las piedras del pedregal, sacar la tierra, plantar una viña, recoger la uva y hacer vino con ella para llevarle una botella.
-Pues nada -volvió a decir ella, come tu merienda y échate a dormir y, cuando despiertes, lo tendrás todo cumplido. Pero no le digas a mi padre que te he ayudado.
Cuando despertó, el joven encontró a su lado la botella de vino, la cogió y volvió con ella al castillo.
Al ver el diablo que también esta vez había cumplido con la tarea que le encomendara, no podía creerlo y le dijo:
-Esto es imposible que lo hayas hecho tú.
-Que sí, que esto lo hice yo -protestó el joven.
-Mucho me cuesta creerlo -dijo el diablo-, pero, en fin, ve a cenar y a dormir y mañana por la mañana vuelve a verme.
A la mañana siguiente el joven se presentó al diablo y éste le llevó a otra ventana del castillo y le dijo:
-Dime qué es lo que ves allá enfrente.
-Un río con una corriente muy fuerte -contestó el joven.
-Bien -dijo el diablo, pues en aquel río perdió la abuela de mi abuela un anillo cuando era pequeña y quiero que tú lo encuentres y me lo traigas antes de que acabe el día.
Conque se marchó el joven al río y no sabía qué hacer, porque tenía miedo de ahogarse en aquella corriente tan fuerte. Y estaba mirando, con el agua hasta la rodilla, por aquí y por allá sin atreverse a avanzar más cuando, al cabo del rato, llegó Blancaflor y le volvió a preguntar por la tarea que su padre le había encomendado esa mañana.
-Me ha mandado a buscar el anillo que perdió en este río la abuela de su abuela cuando era pequeña.
Entonces Blancaflor le dijo:
-Pues esto es lo que tienes que hacer: vas a cortarme en pedazos muy pequeños y me metes en esta botella que te doy, pero has de tener cuidado de no verter una sola gota de sangre fuera de ella.
El joven se afligió mucho y le dijo que por nada del mundo haría él una cosa así con ella, que había sido tan buena para él.
-Nada, pícame bien picadita y méteme en la botella.
-¡Ay, Blancaflor, que yo no puedo matarte! -decía el pobre muchacho.
Mas ella insistió tanto y con tanta determinación que el joven tomó su cuchillo y la troceó en muchos pedazos bien pequeños, la metió en la botella, la tapó y la echó al río. Y pasó el tiempo y él no la veía aparecer por parte alguna; empezó a lamentarse de su debilidad y de haberla perdido cuando, por fin, Blancaflor salió del río toda compuesta y con un anillo en la mano, y le dijo:
-Aquí tienes el anillo, pero has de saber que no echaste en la botella un pedacito de mi dedo meñique con una gota de sangre; como es el meñique, mi padre no lo notará, pues es el más fácil de esconder.
Ahora vete al castillo; pero no le digas a mi padre que te he ayudado.
Volvió el joven por tercera vez al castillo y le entregó el anillo al diablo; y éste decía:
-¿Pues va a resultar que eres más demonio que yo?
Ea, que no me creo que tú solo hayas encontrado el anillo.
-Que sí, que sí, que yo lo encontré -decía el joven.
-Pues anda a cenar y a dormir y mañana me vienes a ver otra vez -le dijo el diablo.
Al día siguiente, como de costumbre, le llevó a
otra ventana y le dijo:
-Dime qué es lo que ves allá enfrente.
-Veo una alameda muy grande.
-Pues ve a la alameda y córtame unas cuantas varas.
El joven, encantado, se fue a la alameda y estaba cortando las varas cuando apareció Blancaflor y le preguntó qué le había mandado hacer su padre esta vez. Y el joven le dijo:
-Esta vez es bien sencillo, que sólo tengo que llevarle unas cuantas varas de esta alameda.
-Pues yo sé para qué son esas varas -dijo Blancaflor-, y es que te pedirá que domes a un caballo muy malo, porque ese caballo se convierte en todos nosotros cuando otro lo monta. Así que has de saber que la cabeza es mi padre, el cuerpo es mi madre y las ancas mis hermanas y yo. Yo soy la del lado derecho, así que no des allí; le darás en la cabeza hasta que lo tengas domado. Y no digas a nadie que estoy contigo.
Llegó el joven ante el diablo y éste le mostró un corral en el que había dos caballos, uno de los cuales bufaba mucho, y le dijo:
-Ese caballo que bufa me lo tienes que domar hoy.
Bajó el joven al corral y sólo con grandes esfuerzos pudo montar el caballo, pues se revolvía constantemente y daba coces para todas partes. Apenas se hubo montado, el caballo echó a correr por los campos sin parar y el joven venga a darle palos en la cabeza hasta que al fin lo cansó y lo dejó medio muerto y volvió con él al castillo.
Y decía el diablo:
-No puedo creer que lo hayas domado con tus manos.
Y el joven le dijo:
-Pues ahí abajo en el corral lo tiene, domado y todo y medio muerto de cansancio.
Y luego, fijándose en que el diablo estaba todo vendado y curado, le dijo:
-¿Qué le ha ocurrido a usted, que está como apaleado por todo el cuerpo?
Y le contestaba el diablo:
-Nada, que al asomarme para verte caí por la ventana al foso, pero es poco. Ahora escucha: si tengo que devolverte tu alma, tendrás que casarte con una de mis hijas, pero ha de ser con una condición, que tendrás que vendarte los ojos y a ellas las meteré en una habitación y cada una sacará su mano. Y con la que tú digas te casarás.
Porque el diablo sospechaba que el joven se entendía con Blancaflor. Así que las metió a las tres en la habitación y cuando sacaron las manos, el joven buscó la mano a la que le faltara un pedacito del dedo meñique y cuando la encontró, dijo que con ésa quería casarse y, claro, era Blancaflor. Y el padre y las hermanas desconfiaban aún más después de esto, pero se celebró la boda.
Llegada la noche, se acostaron. Y Blancaflor le dijo al joven:
-Mi padre ha decidido matarnos, así que haz lo que te digo: escupe en un plato y pon un pellejo lleno de aire en tu cama y yo haré lo mismo. La saliva que dejamos en los platos hablará por nosotros cuando nos hayamos ido. Luego ve a la cuadra, donde verás dos caballos. Uno es grueso y fuerte y el otro muy delgado; ve y coge el delgado, que es el Pensamiento; el otro es el Viento, pero el Pensamiento va siempre más deprisa que el Viento.
El joven fue a la cuadra sigilosamente, pero al llegar allí y ver al caballo delgado le pareció tan flaco que no podría con los dos y eligió al grueso. Y cuando llegó con él hasta donde le esperaba Blancaflor, le dijo ésta:
-¿Por qué no cogiste el Pensamiento?
-Porque me pareció que no podría con nosotros.
-Bueno, pues ya nada podemos hacer -y se fueron aprisa.
A poco de irse, llegó el diablo a la puerta de la alcoba y llamó:
-Blancaflor, ¿estás dormida?
-No, señor.
-Y tú, muchacho, ¿estás dormido?
-No, señor.
Esto sucedía porque la saliva que habían dejado en los platos contestaba por ellos.
Pasado un rato, volvió el diablo:
-Blancaflor, ¿estás dormida?
-Ya me voy durmiendo.
-Y tú, muchacho, ¿estás dormido?
-Ya me voy durmiendo.
Pasado otro rato, volvió a llamarlos:
-Blancaflor, ¿estás dormida?
Y no contestó.
-Muchacho, ¿estás dormido?
Y tampoco contestó, porque las salivas se habían secado.
El diablo creyó que ya estaban dormidos, sacó un cuchillo, entró en la alcoba y se lo clavó en el corazón a cada uno, pero eran los pellejos; luego cerró la puerta y salió corriendo a su cuarto para decírselo a su mujer.
Y ésta le dijo:
-¿Los has matado bien?
-Sí, que he oído cómo se les escapaba el aire.
A la mañana siguiente, se levantaron y fueron a ver a la alcoba de los esposos. Encontraron dos platos y dos pellejos vacíos, pero los esposos no estaban allí. Y le decía su mujer:
-Si hubieras vuelto anoche a asegurarte, no se te habrían escapado luego. Y además se habrán llevado a Pensamiento.
Fue una de las hijas a ver a la cuadra y vieron que se habían llevado a Viento, así que la mujer se alegró y le dijo al diablo:
-Bueno es, pronto los cogeremos y esta vez los mataremos.
Montó el diablo a Pensamiento y salió tras ellos.
Como el Pensamiento siempre va más deprisa que el Viento, al cabo del rato los llegó a alcanzar. Al ver Blancaflor que su padre los alcanzaba, tiró una peineta que llevaba y dijo:
-Que mi peineta se vuelva un bosque tan cerrado y espeso que mi padre no pueda pasar a través de él y se tenga que volver.
Así sucedió y el diablo se tuvo que volver. Y al llegar al castillo le dijo su mujer:
-¿Es que no los has encontrado?
-No -contestó él. Después de mucho cabalgar me cortó el camino un bosque muy cerrado y espeso y no pude pasar.
-¡Inútil! -dijo su mujer. Allí estaban ellos y te han engañado, así que vuelve a buscarlos.
Montó el diablo de nuevo y, como montaba a Pensamiento, pronto los tuvo a su alcance; viéndolo venir, tiró Blancaflor su pañuelo y dijo:
-Que mi pañuelo se vuelva un pedregal por el que mi padre no pueda pasar.
Conque el diablo tuvo que volverse otra vez. Y al verlo venir le dijo su mujer:
-¿Es que no los viste?
-No -contestó él, que sólo vi un pedregal imposible de atravesar a caballo.
-¡Pues ellos eran! -gritó su mujer. Coge el caballo y esta vez no vuelvas sin traerlos.
Otra vez les dio alcance el diablo y al verlo a sus espaldas, Blancaflor tiró una de sus ligas y dijo:
-Que mi liga se vuelva un río de corriente tan fuerte que no pueda pasar mi padre por él.
Así ocurrió y el diablo volvió por tercera vez al castillo y su mujer le dijo:
-Bien te han vuelto a engañar, pues eran ellos.
Entonces le dijo el diablo:
-Pues ve tú a buscarlos.
Y ella dijo:
-No, yo no voy. Pero les echaré una maldición para que se olviden el uno del otro y es que, cuando él entre en el pueblo, la primera mujer que le bese le hará olvidar a Blancaflor.
Entonces Blancaflor y el joven ya se acercaban al pueblo de éste, que estaba deseando visitar a sus padres para que vieran que regresaba del castillo de Irás y No Volverás. Y Blancaflor, que era santa y lo sabía todo, conoció la maldición de su madre y le dijo:
-Ten cuidado cuando entres en el pueblo y no dejes que ninguna mujer te bese porque, si lo hace, te olvidarás de mí.
El joven dejó a Blancaflor junto a una fuente a la entrada del pueblo y se fue a buscar a sus padres para anunciarles que volvía casado y con su alma. Y nada más llegar, la madre quiso besarle, pero él le dijo:
-Por favor, no me bese, madre, que vengo casado y si usted me besa ya no volveré a recordar a mi mujer porque nos han echado una maldición.
Y cuando estaba diciendo esto vino su abuela por detrás y le besó y el joven se olvidó de Blancaflor.
Y luego le decía su madre:
-Hijo, ¿cuándo nos vas a traer a tu mujer?
Y contestaba el joven:
-¿Qué dice usted, madre, si yo no tengo mujer?
Y la madre se extrañaba, pero él había olvidado a Blancaflor por completo.
-Pues ¿no me dijiste que no te besara porque, si no, olvidarías a tu mujer?
Y él la miraba con asombro y le decía:
-Qué cosas dice usted, madre.
Así que la madre pensó que no le habría entendido bien, y además estaba tan contenta de verle de nuevo que se olvidó también del asunto.
Total, que Blancaflor sospechó lo que había pasado y llegó al pueblo y se fue a vivir cerca del joven.
Como vivía cerca, pronto se hicieron amigos. Y ella se instaló en el pueblo y puso una tienda y dijo a todos que era serrana y que había venido de la sierra para poner la tienda.
Con el tiempo, el joven se echó novia y decidió casarse.
Los amigos del joven le dijeron que tendría que invitar a la boda a la graciosa serrana y el dijo que sí, que la invitaría, porque le gus-taban sus ocurrencias y porque sentía gran placer en su compañía.
Y los amigos dijeron:
-Pues antes de que la invites vamos a ver si dormimos con ella.
Llegó el primero a la casa de Blancaflor y le pareció que ella le daba buenas palabras, pero cuando llegó la hora de acostarse ella le dijo:
-Haz el favor de tirarme esa agua que tengo en la palangana -y lo tuvo toda la noche tirando el agua de la palangana porque, cada vez que la tiraba, el agua volvía a la palangana. Y así pasó toda la noche y a la mañana siguiente Blancaflor salió de su cuarto y le dijo:
-Pero ¿todavía estás aquí? Anda, márchate, que si no ¿qué dirá la gente?
Lo mismo pasó con el segundo, que al irse ella a acostar le dijo:
-Ve a retirar el puchero del café, que lo tengo a la lumbre.
E hizo que se le quedara la mano pegada al puchero y así se pasó la noche.
Y a la mañana siguiente le dijo al verle:
-¿Todavía aquí? Haz el favor de marcharte o ¿qué dirá la gente?
Como ninguno de los dos dijo nada a sus amigos de lo que les había sucedido, llegó el tercero y ella, al retirarse, le mandó a cerrar la puerta de la cocina y toda la noche se estuvo con la puerta en la mano.
Al otro día se juntaron los tres amigos con el joven y éste les preguntó:
-¿Qué tal habéis pasado la noche con la serrana?
Y dijeron cada uno de ellos:
-Pues a mí me tuvo toda la noche tirando agua de una palangana.
-Pues a mí me tuvo toda la noche con el puchero del café en la mano.
-Pues a mí me tuvo toda la noche con la puerta en la mano.
Y al joven le pareció aún más discreta y graciosa la serrana y la invitó a la boda.
El día de la boda, al terminar la comida de celebración, todos se pusieron a contar cuentos y, en esto, le pidieron a la serrana que ella contara alguno, pues los contaba muy bien. Y ella dijo que no contaría nada, pero que tenía unos muñecos que lo contarían todo por ella. Entonces los mandó traer, porque todos querían oírlos, y los puso sobre la mesa. Y la muñeca hablaba como Blancaflor y el muñeco como el joven y empezó la muñeca:
-¿Te acuerdas de cuando perdías jugando a las cartas y el diablo te ganó el alma y tuviste que ir al castillo de Irás y No Volverás a buscarla?
-No, no me acuerdo -decía el muñeco.
-¿Te acuerdas de cuando mi padre te ponía en la ventana y te mandaba hacer cosas que eran imposibles y todas te las hacía yo?
-No, no me acuerdo -decía el muñeco.
-¿Te acuerdas de que escapaste conmigo del castillo porque ese mismo día nos casamos y mi padre nos perseguía para matarnos?
-Algo, algo me acuerdo -decía el muñeco.
-¿Te acuerdas de cuando me dejaste en la fuente y te advertí de la maldición que nos echara mi madre?
-Sí, sí que me voy acordando -decía el muñeco.
Y la madre del joven, al oír esto último que había dicho la muñeca, se acordó del día en que su hijo volvió al pueblo.
Entonces el joven se levantó y dijo:
-Esto lo hablan esos dos muñecos, pero me ha pasado a mí.
Y dijo a todos los presentes al convite:
-Hoy me he casado con esta mujer, pero mi esposa es la serrana. ¿Con cuál de las dos me he de quedar?
Pues con la serrana hace bastante tiempo que me casé y con ésta me he casado hoy.
Y todos estuvieron de acuerdo en que debía quedarse con la primera, porque lo primero es lo que vale. Y así es como Blancaflor recobró a su marido.


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