Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 24 de octubre de 2014

El tigre que mordia a la gente

Aquel tigre apenas había conocido a sus padres. Los mataron en una batida que organizaron los hombres de Fujian, cuando todavía era un cachorro.
Como consecuencia, su educación había dejado mucho que desear. Ahora, de hecho, era un animal de impresionante alzada y con un rugido tan fuerte que todos los seres del valle temblaban al oírlo: pero no sabía cazar.
El consejo de tigres se había reunido varias veces para solucionar tan acuciante problema. Todo resultó inútil. Ni una sola de sus venerables enseñanzas logró penetrar en la cabeza del tigre huérfano.
-Es natural -dijo, con ademanes de sabio, la fiera más anciana. Esas cosas se aprenden de pequeño. Ahora ya es demasiado tarde.
-¡Lástima que un joven tan fuerte como él vaya a terminar muriendo a manos de enemigos menos poderosos! -se lamentó el presidente del consejo.
Lo oyeron algunas tigresas del clan y aquella noche todas lloraron su futura desgracia. Era muy doloroso aceptar que el tigre más hermoso de toda la comarca fuera a morir devorado por cualquier alimaña inferior. Pero él no se entristeció lo más mínimo y lanzó su terrible rugido.
-iCuánto daría yo por poder adoptarlo! -suspiró una hembra ya madura. No fue culpa suya que sus padres no le enseñaran a cazar.
-¿Estás mal de la cabeza? -le replicaron en seguida otras comadres. Tú tienes hijos y hasta nietos. Sería tu propia ruina. Deja de pensar en él.
-¡Qué injusto es no ser macho! -volvió a suspirar la primera. Yo podría evitar que ese tigre se perdiese.
Por desgracia, eso fue lo que sucedió una tarde de marzo. Se alejó demasiado de los dominios del clan y no supo ya volver. Al principio se divirtió mucho, corriendo tras todo animal que se le puso delante, pero, cuando el hambre comenzó a punzarle el estómago, se sintió solo y no supo qué hacer.
-¿Habéis visto? -cotillearon aquella noche los búhos. Es algo increíble. Ese tigre no sabe cazar ni un ratón.
-Ya lo decía el hermano mayor de mi madre: la corpulencia es siempre engañosa.
-¡Pero es ridículo! -se devanaba los sesos un búho joven. Sus dientes son tan afilados que, con sólo cerrar la boca, podría hacerse con la pieza que quisiera.
Eso era precisamente lo que el tigre huérfano no hacía: se limitaba a morder, sin dar jamás una dentellada. Casi todos los animales del bosque llevaban las marcas de sus dientes en alguna parte del cuerpo, pero ninguno de ellos perdió una sola gota de sangre.
-Ese tigre está loco -se decían unos a otros, y comenzaron a perderle miedo a la ferocidad de su rugido.
-Sí es verdad. Seguro que. tarde o temprano, terminará cayendo en las manos del hombre.
El tigre no sabía a quién se referían. Una tarde, sin embargo, se vio rodeado por unos ridículos seres erectos, que le amenazaban con unas extrañas ramas muy afiladas. El tigre lanzó su rugido y todos se dispersaron al punto.
Corrió después detrás de uno y se limitó, según su costumbre. a dejarle marcadas las huellas de sus dientes. El hombre tenía los ojos inyectados de terror. Pero. cuando el grupo de cazadores volvió a rodearle con sus lanzas, salió en su defensa.
-Dejadle! No le matéis! Es una animal manso.
Los demás se miraron, incrédulos.
-Ha podido destrozarme y sólo me ha marcado los dientes en la pierna.
-Será un tigre marica -bromearon algunos.
En la ciudad nadie daba crédito a lo que los cazadores contaban, pero tuvieron que rendirse a la evidencia. El tigre vagaba libremente por la ciudad sin matar nunca a nadie. Sólo cuando algún asustadizo viandante echaba a correr, la mansa bestia le perseguía y le dejaba marcados los dientes. Con el tiempo todos se acostumbraron a su presencia.
Pero un año, al principio del otoño, llegó a la ciudad la noticia de que el temido bandido Chen-Feng se acercaba con todas sus huestes. Las gentes se encerraron en sus casas y dejaron de alimentar al tigre manso. El animal estuvo tres días y tres noches sin probar bocado. Al cuarto decidió abandonar aquel lugar de calles desiertas.
-Es una pena que se marche así nuestra fiera -comentaron algunos en la seguridad de sus hogares. Pero ¿qué podemos hacer? Si el bandido Chen-Feng nos encuentra en las calles, nos venderá luego como esclavos en otra parte. No podemos arriesgarnos.
El tigre vagó por la espesura si rumbo. Agotado, se dejó caer en el lugar más tenebroso que pudo encontrar. Se sentía morir y lanzó por última vez su temible rugido. Fue entonces cuando descubrió que no estaba solo. A escasos metros de él el bandido Chen estaba cagando, apoyado en un árbol. En cuanto oyó el bramido de la fiera, echó a correr, dejando allí mismo sus calzones. Sus huestes le siguieron al galope y abandonaron para siempre aquella comarca.
-Sí, sí. El tigre que mordía a la gente -se decían unos a otros los habitantes de la ciudad. El solo ha ahuyentado a ese monstruo con forma humana. Le debemos la vida.
Y le recibieron con honores de príncipe. Después le nombraron benefactor perpetuo y le pusieron el gorro negro de magistrado. Algunos dijeron que le habían visto sonreír. emocionado.
-Es ridículo vestir así a un tigre, pero ¿acaso no ha hecho ese animal más por esta ciudad que el propio gobernador?
Y echaban a correr de buena gana, para que el tigre los persiguiera y dejara grabadas en sus cuerpos las huellas de sus dientes.
La noticia se extendió por el valle y llegó hasta las cumbres del norte. Allí la oyeron por primera vez los miembros del clan al que había pertenecido el tigre. Se la contó un búho viejo, que había regresado a morir al lugar en el que había transcurrido su infancia.
-iMe alegro tanto por él! -dijo la tigresa que había querido adoptarle. Desde siempre supe que su destino iba a ser más alto que el nuestro. ¡Si era el tigre más hermoso que ha habido por aquí en milenios!
Pero los ancianos del clan le tildaron de traidor:
-iHabráse visto? ¡Convivir con los hombres! ¡Vaya locura! ¿Qué otra cosa podía esperarse de un cobarde?
Las tigresas no estaban de acuerdo y comentaron entre sí en voz baja:
-¡Sería tan hermoso que hombres y tigres viviéramos en paz! ¡Es una lástima que las dos especies más inteligentes y poderosas de este mundo seamos tan mortales enemigos!
En la ciudad, el tigre decía lo mismo a todo el mundo, pero nadie entendía el significado de sus rugidos. Además, creían que un animal no piensa. Era sólo el tigre que mordía a la gente y nunca cerraba, porque sí, las mandíbulas.

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