Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 24 de octubre de 2014

El matador de serpientes

Los dos hermanos eran leñadores. Aunque mantenían familias distintas, seguían saliendo juntos a cortar leña. Después la repartían y cada cual la vendía por su lado. Llevaban haciéndolo así muchos años y jamás había habido la menor disputa entre ellos.
-Si os viera vuestro padre, estaría orgulloso de vosotros -les decía su madre. No sois muy ricos, pero seguís siendo hermanos.
Un día, como de costumbre, salieron temprano de sus casas. Habían oído hablar de unos espléndidos bosques de pinos y hacia ellos dirigieron sus pasos. Antes de salir, no obstante, la esposa del mayor le dijo, muy asustada:
-No vayas a esos bosques, dueño mío. He tenido un sueño terrible, que ahora no recuerdo, pero estoy segura de que era una premonición.
-¿Quién puede hacernos daño? -la tranquilizó con ternura el hermano mayor. Somos dos y, además, conocemos los bosques como si fueran nuestra propia casa.
Tan seguros se sentían los dos hermanos con sus hachas que también desoyeron los consejos de una anciana a la que dieron agua por el camino.
-¿El bosque de los altos pinos? -preguntó la mujer, una vez que hubo apagado su sed. No vayáis allí. Dicen que es la morada de un monstruo terrible.
-¿Lo ha visto alguien? -preguntó socarrón, el hermano mayor, pero en seguida le pidió perdón por no haberla creído.
-Habladurías de vieja -comentó después con su hermano.
El tiempo pareció darle la razón. Durante tres días cortaron cuanta madera quisieron y no se toparon con nada raro. Al cuarto, los pájaros dejaron de cantar. Un extraño silencio se apoderó de todo el bosque.
-Es raro que todo esté tan callado -dijo el hermano menor.
-Te das cuenta ahora porque estamos recogiendo todas nuestras cosas para irnos a casa -le respondió el hermano mayor. La verdad es que nuestros hachazos sobre la madera son tan sonoros y estamos tan acostumbrados a ellos que, cuando no los damos, hasta una tormenta nos parecería apacible.
Pero no había terminado de hablar cuando apareció una enorme serpiente y le mordió en la cabeza. Inmediatamente después comenzó a tragárselo. El hermano menor no se dio cuenta de lo ocurrido, porque estaba de espaldas.
-De todas formas, me parece un poco raro este silencio -continuó la conversación, ajeno a lo que sucedía. El bosque siempre es bullicioso.
Entonces se volvió y vio al monstruo. En seguida cogió el hacha y le dio dos tajos en el lomo, pero la bestia era tan grande que apenas si los sintió. Desesperado, el hermano menor optó por arrancarle directamente la presa de la boca.
-¡Suéltale, suéltale, monstruo informe! -gritó, al tiempo que tiraba con todas sus fuerzas de las piernas de su hermano.
La serpiente comenzó a sangrar por las dos heridas y, cansada de tanto forcejeo, expulsó al hermano mayor. Después se deslizó por entre los árboles y desapareció. Al los pocos minutos volvieron a escucharse los habituales sonidos del bosque.
-¿Ves cómo aquel silencio era extraño? -respondió con amargura a su hermano. Si llegas a haberme hecho caso, no nos hubiera ocurrido esta desgracia. Estás tan feo que me da miedo mirarte a la cara.
En efecto, el hermano mayor parecía un hombre sin rostro. Los brazos y el cuerpo, como habían estado menos tiempo en el estómago de la serpiente, no habían cambiado mucho, pero la cara parecía de cera: se le habían desdibujado la nariz y la boca y los ojos se habían corrido hacia la izquierda. El dolor del hermano menor era tan fuerte que olvidó la madera que habían cortado entre los dos.
-Has hecho bien en no abandonarle, hijo mío -le agradeció su madre, llorando.
-Cuidaré de él como hubiera hecho él por mí, de estar yo en su lugar -y a partir de entonces comenzó él solo a mantener a las dos familias.
Sin embargo, no aprovechaba el tiempo tan bien como antes. Su odio hacia las serpientes era tan grande que, cuando veía alguna, no paraba hasta matarla. Estaba obsesionado con ellas y comenzó a ser conocido como «el matador de serpientes».
-El odio es malo -le dijo la mujer de su hermano. No distingue entre el inocente y el culpable. Sólo la venganza puede restablecer el equilibrio de la justicia.
Pero no hizo caso de la sabiduría de estas palabras. Continuó matando serpientes, como si de ello dependiera su vida. Un día se encontró con una culebra que ni siquiera intentó huir al verle.
-Así que eres tú el famoso matador de tantas de mis hermanas. ¿No te da vergüenza? -le echó en cara el reptil. Yo te tenía por una buena persona.
El hermano menor reconoció en ella a la anciana a la que habían dado de beber por el camino. Se quedó con el hacha suspendida sobre la cabeza y sólo pudo decir:
-¡Una serpiente le robó el rostro a mi hermano!
-¿Acaso no os advertí del peligro que corríais? -replicó la culebra, y volvió a tomar la forma de anciana. ¿Por qué no me hicisteis caso? ¡Es asombrosa la suficiencia que manifestáis los hombres!
El hermano menor se sintió avergonzado, porque sabía que lo que decía la culebra era verdad. Bajando los ojos al suelo, sólo se atrevió a preguntar:
-¿Qué puedo hacer? Ahora es ya demasiado tarde. La anciana le corrigió:
-Tarde es palabra de seres que mueren pronto. Los hombres son longevos -y le enseñó la manera de devolverle a su hermano su antigua apariencia. Desde entonces dejó de matar culebras.
Siguiendo las instrucciones de la anciana serpiente, el hermano menor llenó un zurrón de hojas de bambú nuevo y partió hacia el bosque de los altos pinos.
-¿Por qué tienes que volver a ese lugar? -le disuadió su madre. ¿Acaso quieres que muera de dolor? No podré soportar tener dos hijos sin rostro.
Pero el hermano menor la tranquilizó diciendo:
-Voy en busca de la cara de mi hermano. Quien se la robó aún la guarda en su cuerpo -y la mujer se quedó más tranquila.
El bosque de los pinos altos estaba muy bullicioso cuando llegó él. El hermano menor vio esparcida por el suelo la madera que había cortado hacía ya muchos meses. Se sentó en un tronco y empezó a esperar.
A las dos horas se hizo un profundo silencio.
«El monstruo se está acercando -se dijo. Conviene que esté preparado.»
En efecto, la gigantesca serpiente se presentó antes de lo que había esperado. Le rodeó con sus anillos y comenzó a tragárselo. Entonces el hermano menor abrió el zurrón y empezó a masticar las hojas de bambú nuevo. No dejó de hacerlo durante todo el tiempo que estuvo en el cuerpo de la bestia. Los jugos gástricos ni siquiera le rozaron la piel.
Cuando estuvo cerca del ano, sacó un cuchillo. Después, con increíble destreza, le dio un tajo profundo. La serpiente lanzó entonces un alarido y se escabulló bosque arriba. El hermano menor cogió entonces el ano del monstruo y partió hacia su casa. Era enorme, más amplio que la boca de una tinaja de agua.
-¿Para eso has ido al bosque de los altos pinos? -le regañó la mujer de su hermano. Era preferible que hubieras matado a la fiera. Por lo menos tu hermano hubiera sido vengado.
Pero él tomó el ano de la serpiente y se lo pasó una sola vez a su hermano por todo el cuerpo. Su cara recobró los rasgos de antes y comenzó a hablar:
-He soñado que nos metíamos en los dominios de un príncipe -dijo- y que yo era condenado a no tener rostro. Afortunadamente todo ha sido un sueño.
Todos se miraron asombrados. Entonces el hermano menor recordó lo que le había dicho la anciana serpiente del agua:
-Los monstruos también tienen morada. ¿Por qué no respetársela, si es suya y ellos no son culpables de su maldad?

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