Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 24 de octubre de 2014

El mono lampara

Al principio el mono era uno más entre los dioses. Su imaginación era tan despierta que todos le conocían por el nombre de lámpara. Por eso, cuando los hombres se acercaron a rendirles por primera vez pleitesía, el mono se dijo:
-Me adorarán a mí el primero, porque soy el más inteligente.
Pero los hombres se olvidaron de él. Todos los dioses recibieron regalos suyos. Hasta el dios de la cocina y el que guarda las puertas de las casas parecían muy contentos con sus presentes.
-Parecéis niños -les regañó el mono lámpara. Os han dado lo que a ellos les sobra. No comprendo cómo podéis estar tan alegres.
Pero nadie le contestó como se merecía, porque todos sabían que los hombres se habían olvidado de él. Ni siquiera el dios de los campos y las tierras, que era muy tosco, le echó una de las suyas.
-¡Pobre mono lámpara! -se compadeció la emperatriz del cielo. Debe ser muy triste ser alguien y tener las manos vacías.
El mono lámpara se sentó en una nube y vagó por todo el mundo. En sus ojos había anidado la tristeza.
-¿Cómo eres tan tonto tú, que te consideras tan inteligente? -le echó en cara el sol. ¿Qué puede importarte a ti la pleitesía de unos seres de tan poca monta?
El sol también estaba resentido con los hombres, porque habían adoptado el calendario lunar y se habían olvidado de él.
-Tienes razón -replicó el mono lámpara. Pero, aunque mi mente es penetrante, anhela la pleitesía como lo débil el calor de tus rayos.
-Entonces véngate -le sugirió el sol.
Y el mono abandonó su nube. Tan pronto como regresó a la capital de los dioses, fue a ver al Señor del Cielo.
-Los hombres te han engañado con unos regalos que no valen para nada -dijo el mono.
-¿A mí engañarme? ¿Quién puede engañarme a mí? -preguntó, iracundo, el Señor del Cielo.
-No te enfades -replicó el mono. ¿No es verdad que los hombres siempre te estén suplicando que les protejas y que llenes sus graneros de arroz y maíz?
Cuentos de la China milenaria
-Así es. Pero yo comprendo que la tierra es dura y los elementos, crueles. ¿Qué podrían hacer, si yo no les ayudara?
-¿Lo ves? -preguntó el mono con tranquilidad. Te han engañado. Los hombres, en realidad, son unos vagos. No cultivan absolutamente nada y después vienen a suplicarte a ti que les ayudes.
El Señor del Cielo montó en cólera y decidió inmediatamente bajar a la tierra a ver si era verdad.
-¿Por qué haces caso al mono lámpara? -le preguntó la Emperatriz Celeste. ¿Acaso no sabes que la envidia le corroe?
Pero el Señor del Cielo ni siquiera le respondió. Se disfrazó de viento y recorrió la tierra de cabo a rabo. Los campos, en efecto, estaban abando-nados. Ni una sola brizna de hierba crecía en ellos. Pero el Señor del Cielo no se dio cuenta de que era invierno.
-¿Ves cómo era verdad lo que te decía? -le preguntó el mono lámpara, antes de que pudiera quitarse su disfraz de huracanes.
El Señor del Cielo estaba enfadadísimo. En seguida hizo venir a su presencia al dios del mar. Era viejo, olía a pescado y sus cabellos estaban hechos de algas.
-Quiero que destruyas a los hombres -le dijo sin rodeos.
-¿Por qué? Bueno..., no está bien que me entrometa en tus asuntos -se corrigió el dios del mar. ¿Para cuándo quieres que lo haga? Ya sabes que yo necesito tiempo. Soy demasiado viejo para hacer las cosas precipitadamente.
-Cuanto antes -bramó el Señor del Cielo y se retiró a sus aposentos.
El anciano de los cabellos de algas se puso a trabajar en seguida. Todos los dioses estaban asombrados. Jamás le habían visto tan ocupado.
«Es extraño», se dijo el dios de la tierra.
-¿Acaso piensas anegar mis dominios con tu pestilencia de sardinas? -le preguntó, por fin.
-Así es -respondió el dios del mar, y le reveló el motivo de sus preparativos.
En cuanto se enteraron los dioses de la cocina y de la puerta, fueron a ver al Señor del Cielo.
-¿Qué es eso de que vas a destruir a los hombres? -le preguntaron.
El Señor del Cielo les explicó sus motivos y ellos se echaron las manos a la cabeza.
E! mono lámpara
-¿Vagos los hombres? ¿Quién te ha venido con ese cuento? ¿Acaso no les conocemos bien nosotros, que estamos todo el día a su lado?
Entonces el Señor del Cielo empezó a dudar, porque los dioses de la cocina y de la puerta siempre habían sido muy sinceros. Sin embargo, el mono lámpara no dejaba de murmurarle al oído:
-No les hagas caso. ¿No ves que estos dioses dejarían de existir, si aniquilaras a los hombres?
La indecisión se apoderó de su corazón. Decidió, por tanto, enviar a la tierra al dios que siempre decía la verdad. No tenía nombre y poseía la forma de un corazón de plata.
El mono lámpara se enteró y le gritó al sol:
-El dios que siempre dice la verdad va hacia la tierra. ¡Escóndete cuanto antes!
En seguida surgieron en el cielo unas nubes cargadas de lodo. Eran de color terroso y, al transformarse en lluvia, mancharon al corazón de plata. Así, quedó ciego y no pudo decir la verdad.
-¡Hazme regresar, Señor del Cielo! -gritaba, desesperado. Con esta suciedad mi misión será inútil.
Pero estaba ya muy cerca de la tierra y no pudo oírle.
Al llegar al suelo, se topó con dos hombres. Eran jóvenes y caminaban cabizbajos, como si estuvieran muy tristes.
-¿Podéis decirme lo que veis? -preguntó el corazón de plata. Tengo que tomar nota de cuanto hay aquí y no veo nada.
-¿También tú eres ciego?
El corazón de plata no salía de su asombro.
-¿Quieres decir que todos los hombres sois como yo? -volvió a preguntar.
-Sí. Nos hemos vuelto ciegos de tanto llorar. El Señor del Cielo quiere aniquilarnos.
Sus lágrimas limpiaron el barro que manchaba al corazón de plata y vio con toda claridad lo que ocurría en la tierra. Cuando regresó al cielo, el dios del mar había terminado todos sus preparativos y estaba jovial.
-Mañana a estas horas no quedará ni un solo hombre sobre la tierra -informó, satisfecho, al Señor del Cielo. Soy viejo, pero siempre hago las cosas bien.
-¿No puedes esperar un minuto? -le regañó el Emperador Celeste. ¿No ves que estoy hablando con el corazón de plata?
-Perdonadme -se disculpó el dios del mar. No me había dado cuenta.
Y agachó, avergonzado, su cabellera de algas.
Sin embargo, se enfadó mucho, cuando el Señor del Cielo le prohibió seguir adelante con sus planes.
-¡Es ya demasiado tarde! -protestó con firmeza. ¿No lo comprendéis? Mis ejércitos de olas están a punto y los vientos están ya orientados.
-Entonces que descarguen su furia contra el mono -volvió a decir el Señor del Cielo. Es el único culpable.
-Si es así -dijo con calma, ¿para qué esperar a mañana? Y abandonó la sala de audiencias.
El mono estaba celebrando con el sol su victoria sobre los hombres. Se había sentado en una nube y lamía con fruición la nevada cumbre de una montaña. Entonces le alcanzó una ola gigante y le arrojó al vacío.
-¡Arréglatelas como puedas! -gritó el sol, saltando hacia lo alto. Ya sabes que el fuego y el agua no nos llevamos bien. Lo comprendes, ¿verdad?
Pero el mono no podía decir nada. El dios del mar le zarandeó con tal fuerza que la inteligencia se le salió por la boca. Cayó a tierra y la encontró un niño de diez años.
-¿Qué es esa cosa tan rara?
-No sé -respondió el amigo que le acompañaba, pero parece una lámpara vieja -y se la llevaron, contentos, a su casa, porque pensaron que era de bronce.
Después de mil años el dios del mar se cansó y arrojó al mono al interior de una selva. Allí trepó a un árbol y empezó a comer plátanos. Nunca pudo recordar que había sido un dios y que la envidia le perdió.

0.005.1 anonimo (china) - 049

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