Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 22 de octubre de 2014

El abanico valioso

El joven Chen-Shao vendía pescado en el mercado. Su negocio era muy pequeño y apenas le daba para vivir. Pero lo que más le preocupaba era que, a causa de su pobreza, ninguna mujer quería casarse con él.
-No te preocupes -le consolaba su madre. Aún eres muy joven y a las muchachas les caes bien.
Eso era verdad. Chen-Shao era alto y apuesto y todas las doncellas soñaban con él. Sin embargo, sus padres las desanimaban, diciendo:
-La juventud pasa pronto. ¿Qué podrá ofrecernos ese muerto de hambre cuando tenga treinta años? -y ninguna se atrevía a casarse con él.
Un día llegó a la tienda de su padre el jefe de los pescadores. Venía malhumorado y traía en la mano una larga lista de papel.
-Aquí está apuntado todo lo que me debes, viejo Chen. Con esto podría forrarse un barco entero. No volveremos a servirte pescado hasta que no nos pagues.
-Si haces eso, mi familia se morirá de hambre -protestó el viejo.
Entonces Chen-Shao se acercó al jefe de los pescadores y le dijo:
-¿Me aceptarías en tu barco a cambio de lo que te debe mi padre?
El pescador vio que tenía buenos músculos y no puso ningún inconveniente.
Mañana, antes de que el sol apunte en el horizonte, deberás estar en la playa.
Pero Chen-Shao tuvo muy mala suerte. En su primera salida a la mar el barco se partió en dos y se hundió. Chen-Shao se agarró a una tabla y dejó que le arrastraran las olas.
-Me llevará a la costa. Estoy seguro. Tarde o temprano todas las olas viene a romper en el litoral.
Sin embargo, la resaca era grande y le alejó cada vez más de la playa. Pasó todo el día en la mar. Al anochecer estaba tan rendido que ni fuerzas tenía ya para seguir agarrado a la tabla. Entonces vio una pequeña luz a lo lejos y volvió a renacerle la esperanza.
«Donde hay luz hay vida», se dijo, y comenzó a nadar con todas sus fuerzas.
En efecto, pronto se encontró en la playa de lo que parecía ser una isla. Levantó la cabeza y vio la luz que le había guiado hasta allí. Era más débil de lo que había supuesto.
-Debe ser una casucha. Si logro llegar hasta ella, me darán de comer.
Pero la luz parecía moverse. Chen-Shao caminó durante tres horas y no pudo alcanzarla. Entonces cayó en la cuenta de que era la luz de un candil.
-Así que quieren que los siga, ¿eh? Pues los seguiré y averiguaré quiénes son y qué desean de mí.
Chen-Shao pensaba que querían gastarle una broma y estaba furioso. El candil se metió, por fin, en una casa que se elevaba en una colina. Desde ella podía verse toda la isla. Era pequeña. con espléndidas playas de una arena resplandeciente.
«Es extraño -pensó, pero este lugar me recuerda a una gran concha nacarada.»
Entonces se puso a mirar por las ventanas de la casa. Estaba vacía. Pero él había visto una luz y tenía que dar con las personas que le habían conducido hasta allí.
«¡Nadie se ríe de Chen-Shao!», se dijo orgulloso, y subió al primer piso.
Abrió una puerta y se encontró con una doncella que estaba bordando. Durante unos segundos no supo qué decir. La muchacha le sonrió y dijo:
-Menos mal que has llegado. Te llevo esperando desde hace mucho tiempo.
-¿A mí? -preguntó extrañado, Chen-Shao. ¿Cómo puedes haber estado esperándome, si no nos conocemos? Una lástima, porque eres en verdad muy hermosa.
La muchacha se ruborizó y añadió:
-Tú a mí quizá no me hayas visto nunca. Pero yo hace ya muchos años que te conozco a ti.
Entonces le confesó que su padre era el dios del mar y que a veces cabalgaba sobre una ola hasta su casa y se quedaba contemplándole mientras dormía. Chen-Shao pensó que todo era un sueño. Pero a la mañana siguiente comprobó que la muchacha y la casa existían de verdad.
-¿Cómo has podido dudar de ello? -le preguntó la doncella. ¿Tan hermosa me encontraste que pensaste que sólo podía existir en los sueños?
Chen-Shao se puso rojo como el atardecer.
-Cuanto te he dicho es verdad -continuó la muchacha. Mi padre es el emperador del mar. Me cedió esta isla porque yo se lo pedí. Ahora bien, tú no abandones esta habitación, porque no sabe que te escondo aquí y, si lo descubre, es capaz de matarte.
-Por ti -respondió Chen-Shao, prendado de su bellezapodría vivir en el reducido espacio de una concha, sin echar de menos nada.
Así transcurrieron diez meses. Un día la muchacha le dijo:
-Hoy es el cumpleaños de mi tía. Quisiera quedarme contigo, pero tengo que ir a felicitarla. Si no lo hago, mi padre registrará esta casa y te encontrará.
Chen-Shao se puso muy triste, porque se había acostumbrado a la presencia de la joven.
-Estaré de vuelta esta misma noche -le consoló la doncella. Si te aburres, puedes abrir la ventana del norte, la del sur y la del este. Pero la del oeste, no.
Entonces sacó una espada hecha de madreperla y la colgó de la pared.
-Si te ataca algún ser extraño -añadió, di simplemente esto: «Espada mágica, corta a este monstruo la garganta», y te protegerá.
Después salió volando por la ventana. Chen-Shao la vio montar en un caballo con alas y pronto se confundió con el viento.
La mañana pasó rápida, pero las horas de la tarde se le hicieron muy pesadas.
-Es triste y larga la espera -se dijo. Abriré la ventana del norte, para que el tiempo vuele con la presteza del pensamiento.
Toda la belleza de la tierra se hizo presente a sus ojos. Estaba contenida en la angostura de aquella ventana. Pero Chen-Shao seguía pensando en la doncella.
-¿De qué vale la tierra y sus maravillas, si no se tiene al lado a quien se ama?
Y abrió la ventana del sur.
Todas las aves y cuanto contienen los cielos aparecieron ante su vista. Jamás ojo humano había contemplado tan sin par belleza. Pero Chen-Shao abrió, aburrido, la boca y dijo:
-¿Qué pueden esconder los aires que no guarde dentro de sí un corazón que ama?
Y por tercera vez abrió una ventana: la del este.
Contenía todas las riquezas del mar, pero Chen-Shao tampoco se sintió atraído por sus maravillas. Suspiró y dijo, conteniendo a duras penas sus lágrimas:
-Mis ojos están ciegos, porque les falta la presencia de mi amada.
Después, olvidándose de lo que le había dicho la doncella, abrió la ventana del oeste. Chen-Shao se quedó perplejo. No se veía nada especial desde ella. Pero, al asomarse, le descubrieron dos extrañas criaturas que estaban charlando sobre una barca.
-¿Has visto? -preguntó una de ellas. Hay un intruso en la habitación de la hija de nuestro señor.
-Sí -replicó la otra. Atrapémosle y démosle su merecido.
Entonces Chen-Shao se acordó de la espada y dijo:
-Espada mágica, corta a este monstruo la garganta.
Al punto la espada cobró vida. Voló por los aires y degolló a las dos extrañas criaturas. En ese mismo instante la doncella tuvo la corazonada de que algo iba mal.
-¿Te ocurre algo? -preguntó, preocupada, su tía. Jamás te había visto tan blanca.
-No es nada -respondió la doncella. Me encuentro perfectamente. Quizá sea el calor.
Entonces la tía abrió un pequeño cofre de coral y sacó un abanico.
-Toma -dijo, sonriendo. Esto es lo más valioso que poseo. Abanícate con él, pero no te des mucho aire, porque se encresparían las olas.
-Si es así, saldré fuera a tomar el fresco.
Pero la doncella se montó en el caballo con alas, y en menos de tres segundos estaba otra vez en su casa.
-¿Te has vuelto loco? -regañó a Chen-Shao-. ¿Acaso no te advertí que no debías abrir la ventana del oeste? ¿Por qué lo hiciste? ¡Di! ¿Por qué?
Chen-Shao bajó, avergonzado la vista. Estaba triste porque había hecho enfadar a su amada.
Te echaba tanto de menos ijo, sollozando.
La doncella descubrió cuánto amor le tenía y se arrepintió de haberle hablado tan duramente.
-Compréndelo -dijo, secándole las lágrimas. Mi padre montará en cólera cuando se entere de que has matado a sus dos mejores soldados y enviará un ejército entero a capturarte.
Aún no había terminado de hablar cuando todo el mar se cubrió de criaturas extrañas. Venían armados hasta los dientes y cantaban canciones guerreras.
-Me entregaré -dijo Chen-Shao. No quiero que por culpa de mi torpeza muera nadie más.
Entonces la doncella sacó el abanico de su tía y lo movió con todas sus fuerzas. En seguida se levantaron unas olas enormes que arrastraron al ejército del emperador del mar.
-Vamos -dijo la doncella. Hemos ganado una batalla. pero la guerra nunca podremos ganarla.
Se montaron en el caballo con alas y llegaron a la aldea de Chen-Shao.
-Tómame por esposa. Si lo haces, mi padre sabrá que te amo y dejará de perseguirnos.
-Pero yo soy pobre -replicó Chen-Shao.
La doncella sonrió y comenzó a sacudirse los cabellos. En seguida empezaron a caer de ellos perlas, coral y cuantas riquezas encierran los mares.
-¿Creías que iba a casarme contigo sin darte una dote? -preguntó, sin dejar de sonreír. Si te parece poco, mi padre te enviará más.
Pero Chen-Shao no vivió con lujos. Prefirió ayudar a su padre a vender pescado. Nunca más volvió a salir a la mar. Cuando escaseaban los peces, su esposa se iba a la playa y cantaba una extraña canción. En seguida la arena se llenaba de peces.
-¿De qué te extrañas? -preguntaba con ternura. Mi padre es el emperador del mar. Y ésta es su canción preferida.
Y agitaba el abanico para que se encresparan las olas y su tía supiera que aún la recordaba.

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