Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

viernes, 14 de junio de 2013

Juan soldado .020

Juan Soldado trabajó al servicio del rey durante veinticuatro años, y al retirar­se, no le dieron más que un pedazo de pan y seis monedas.
"¡En fin! -se dijo Juan Soldado, a alguien a quien en recompensa por sus servicios sólo le dan un pedazo de pan y seis monedas, es muy difícil que le pase nada peor".
Y fue así que comenzó a recorrer los caminos.
En el medio del bosque Juan Soldado se detuvo a des­cansar, y al instante se dio cuenta de que, sentados a po­cos metros de él, estaban Jesús y San Pedro.
San Pedro comentó algo en voz baja con Jesús, se puso de pie y se acercó a Juan Soldado.
-Hermano, ¿tienes algo de comer para mi maestro y pa­ra mí?
-Mira, después de trabajar veinticuatro años para el rey, sólo tengo este pedazo de pan y seis monedas, por lo que me da igual compartirlo con quien quiera.
-Partió el peda­zo de pan en tres, y le dio dos pedazos a San Pedro.
Comieron, y poco tiempo después, San Pedro volvió a acercarse a Juan Soldado.
-Hermano, ¿tienes algo de dinero para compartir con mi maestro y conmigo?
-Mira, todo lo que he recibido en recompensa del rey ha sido un pedazo de pan y seis monedas, así que me da igual compartirlo con quien quiera.
-Y le dio cuatro monedas a San Pedro.
Entonces se acercó Jesús, y le dijo:
-A cambio de tu generosidad, puedo darte cualquier cosa que quieras.
-Ya que mi única recompensa ha sido un pan y seis mo­nedas, te pediré lo que realmente más quiero: una bolsa en la que entre todo lo que yo pida.
Jesús se descolgó su propia bolsa, se la entregó a)uan Soldado, y continuó su camino.
Juan Soldado llegó entonces a un pueblo y se detuvo fren­te a una panadería con enormes pasteles y gran cantidad de longanizas.
-¡A mi bolsa! -les gritó Juan Soldado, que tenía muchí­sima hambre. Los pasteles y las longanizas flotaron en el aire, giraron como enloquecidos, y entraron directamente en la bolsa de Juan Soldado.
Con el estómago contento, se diri­gió hacia la casa del alcalde.
-Señor alcalde -le dijo, tras tra­bajar veinticuatro años para el rey, todo lo que he recibido es un pedazo de pan y seis monedas. Sé que a los soldados retirados se nos debe ofre­cer alojamiento por ley: todo lo que le pido es un lugar donde pasar la noche.
-Hay una casa amplia y hermosa -le contestó el alcalde, pero nadie la ha querido, ya que vive allí un hombre que fue condenado por Satán a recorrer sus habitaciones eternamente.
-A alguien que todo lo que ha recibido es un pedazo de pan y seis monedas es muy difícil que nada pueda asustar­lo más -dijo Juan Soldado.
La casa era, en efecto, muy hermosa. Juan Soldado no tar­dó en tirarse a descansar.
De pronto, se escuchó una voz que venía desde la chimenea.
-¿Le parece bien si caigo?
-Haga lo que quiera -contestó Juan Soldado, sin prestar atención.
Cayó entonces una pierna sola, sin cuerpo al que estu­viera pegado.
Minutos después volvió a escucharse:
-¿Le parece bien si caigo?
-Por mí no se preocupe -le contestó Juan Soldado.
Cayó entonces un brazo.
Y así, de a tandas, fue cayendo el cuerpo entero del fan­tasma condenado que habitaba la casa.
El fantasma colocó todas sus piezas en su lugar y se pu­so de pie.
-Juan Soldado, no has tenido miedo de mí...
-Alguien que sólo recibe en recompensa por veinticuatro años de servicio un pedazo de pan y seis monedas no se asusta de mucho.
-Debo pedirte un favor entonces... debajo de una bal­dosa que hay en el sótano de esta casa, he escondido tres bolsas. Una está llena de monedas de cobre, que debes repartir entre los pobres. Otra está llena de monedas de plata, que debes utilizar para que se rece por mi alma. Y la última está repleta de monedas de oro, que será para ti si haces lo que te pido.
Juan Soldado no tuvo ningún problema en cumplir con lo que el fantasma le pedía. A los pocos días el alma del condenado fue salvada, y Juan Soldado se convirtió en un hombre bastante rico.
Pero el que no estaba nada contento era Satán, que ha­bía perdido un alma de su colección. Una tarde, que Juan Soldado se dedicaba tranquilamente a regar sus plantas, se hizo un enorme agujero en el medio de su patio, y apareció el mismísimo Satán, que estaba hecho una furia.
-¡Juan Soldado! ¿Con qué derecho me arrebatas un al­ma condenada?
-Con el derecho que me da haber trabajado veinticuatro años para el rey, y haber recibido sólo un trozo de pan y seis monedas.
-¡Eso no explica nada! -gritó Lucifer. Deberás venir conmigo a cambio del alma que me robaste.
-Por mí no hay problema -contestó Juan Soldado, pero antes deberás esperar que vaya a buscar mi bolsa. Nunca voy a ningún lado sin ella.
Lucifer se lo permitió y, en minutos, apareció Juan Solda­do con su bolsa.
-¡Deberías saber, Lucifer, que alguien que sólo recibió un pedazo de pan y seis monedas como recompensa, una cara tan fea como la tuya no puede asustarlo! ¡A mi bolsa, Satanás!
Satán empezó a dar vueltas en el aire y a bailar como un trompo, y por más que luchaba y forcejeaba, no pudo ha­cer nada para escaparse de la bolsa.
Así fue que Juan Soldado se salvó del infierno.
Muchos años después, a Juan Soldado le llegó el día en que debió pararse frente a las puertas del cielo.
-¡Buenas tardes, don San Pedro, aquí llega Juan Soldado!
-¡Un momento, hijo mío! No puedes entrar como si ésta fue­ra tu casa. Antes debes demostrarme que mereces el paraíso.
-¿Que si lo merezco? ¡Trabajé para el rey durante veinti­cuatro años y todo lo que recibí fue un pedazo de pan y seis monedas!
-Eso no es suficiente.
-Es una pena que lo crea así, don San Pedro. Para mí es todo lo que hace falta saber.
-Deberás volver abajo, hijo mío -le dijo San Pedro, con pena.
-Y usted deberá perdonarme lo que estoy por hacer -contestó Juan Soldado, mientras abría su bolsa. ¡Aden­tro, San Pedro, adentro!
Y San Pedro giró en el aire como un hojita y cayó dentro de la bolsa mágica de Juan Soldado.
-¡Piensa lo que haces! ¡Si no estoy en la puerta, podrá entrar en el Paraíso cualquiera a quien se le ocurra! -gritó San Pedro.
-¡Pero si eso es lo que yo quería, precisamente! -gritó Juan Soldado, y atravesó las puertas del cielo. Y pasó.

Cuento tradicional

Fuente: Azarmedia-Costard - 020

0.003.1 anonimo (españa)

No hay comentarios:

Publicar un comentario