Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 10 de junio de 2012

El puente de santa eulalia


La originalidad de tener un río, les costaba caro a los ve­cinos de Santa Eulalia. Durante muchos años, no hubo forma de aguantar un puente seguro sobre el cauce. Cuentan que el de Ca'n Marge lo levantaron incontables veces y otras tantas se lo llevó por delante el río, en una de sus locas crecidas.
El río, canijo y como inofensivo casi siempre, se tomaba muy en serio su papel cuando las lluvias eran abundantes y perdía el respeto a todas las normas. Entonces no contaban ni cauces ni puentes, se hacía sólo su voluntad y campaba por sus respetos hasta que, extenuado por aquellos excesos, reto­maba su costumbre de siempre y volvía a ser un río bueno y sosegado.
Pero el puente estaba, otra vez, deshecho, y los vecinos fastidiados por las pérdidas que ello les suponía.
Tampoco el alcalde respiraba, precisamente, optimismo. Ya no sabía de dónde sacar fondos para una nueva recons­trucción ni a quién encomendar la obra, después de aquella serie de fracasos. En la cocina de su casa, sentado frente al fuego y acompañado por las fuerzas vivas de la villa, el hom­bre apuraba un nuevo vaso de vino, mientras todos se expri­mían los sesos en busca de una solución.
-Es por demás -gruñó el alcalde, golpeando la mesa con el vaso vacío- como el dichoso puente no lo haga el diablo...
Mientras los otros le miraban extrañados, sonaron unos golpes en la puerta. Si extraña era la hora para visitas, mu­cho más extraño era el aspecto del inesperado visitante. Más de uno, allí mismo, habría hecho la señal de la cruz y hubie­ra tomado el portal, sin despedirse siquiera.
En la cocina se respiraba un sospechoso olor a azufre y en el ánimo de todos bullía una desazón extraña. El visitante aceptó el vaso de vino del alcalde y se sentó cerca del hogar.
-De manera que os preocupa el puente, ¿no es así?
Se diría que su voz no procedía de la garganta sino del hueco de la chimenea, donde el fuego se había avivado de golpe y los leños chisporro-teaban con nerviosismo.
-Bien -continuó el recién llegado-, yo he venido aquí a resolver vuestro problema. Para mí, construir un puente no entraña ninguna dificultad. Os levantaré uno que nadie será capaz de echar abajo y que, por otra parte, os va a salir muy barato. No quiero dinero, ni oro, ni pago alguno en cosas ma­teriales. Sólo exijo para mí, el alma del primero que lo cruce.
Por si no estaba suficientemente claro, el visitante acaba­ba de disipar posibles dudas sobre su identidad. Alguien re­sopló estruendo-samente; otros se aflojaron el cuello de sus zamarras y todos se echaron un largo trago de vino, entre pecho y espalda, como para calentarse el alma que tenían -extrañamente- helada.
Sólo el alcalde, apoyados los codos en la mesa de pino, miraba con fijeza al intruso.
-Trato hecho -dijo al fin-. Construid el puente.
-Mañana, al alba, podéis ir a verlo. Estará listo. En cuan­to al precio -añadió Satanás, mirando a su alrededor-, todos vosotros sois testigos de que vendré a buscarlo.
A la mañana siguiente, sobre el río apareció un robusto puente de piedra. A un extremo se hallaban los hombres del pueblo y al otro, esperando, el diabólico arquitecto. Alguien tendría que ser el primero en cruzar.
El alcalde dejó en el suelo una saca que llevaba al hom­bro y, soltando el cordel que la cerraba, dejó salir a un perro con una ristra de cacerolas atada al rabo. El animal, asus­tado por el estrépito, salió corriendo, cruzando el puente como una exhalación.
-¡Ahí va vuestro pago, señor Diablo! -gritó el alcal­de-. ¡Coged su alma si os interesa!
Al verse burlado de aquella forma, Satanás la emprendió a patadas con su obra, rugiendo de rabia y decidido a echar­la abajo sin miramientos. Sólo unas piedras consiguió des­prender de su robusta estructura. El alcalde tenía, todavía, otra carta por jugar. A una señal suya, apareció el cura de la parroquia, cruz alzada y acompañado de sus monagos, ben­diciendo el puente.
Aquello no pudo resistirlo ya el Diablo. La tierra se abrió bajo sus pies y lo engulló entre llamaradas.
El puente, sigue aún en pie. De él se cuentan multitud de historias misteriosas y, en algunos casos, hasta truculen­tas. Fantasías que la imaginación popular ha venido alimen­tando, secularmente. Sólo una cosa es cierta: al puente de Santa Eulalia le faltan unas piedras que nunca se han con­seguidó reponer en su vetusta estructura...

 Fuente: Gabriel Sabrafin

 092. Anonimo (balear-eivissa)

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