Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 26 de mayo de 2012

Blancanieves (1)

142. Cuento popular castellano

Era una reina que estaba bordando sentada a un balcón. Y em­pezó a nevar. Y se puso copioso, copioso, el suelo. Y se picó un dedo la reina, y la salió sangre. Y cayó una gota en la nieve. Y al ver lo bonito que hacía la sangre en la nieve, dijo:
-¡Uy, Dios! Si Dios me diera una niña tan blanca como la nieve y tan colorada como la sangre, la pondría Blancanieves.
Pues, se la dio Dios. Tuvo una niña. Y estaba tan contenta con su niña, porque era muy guapa, muy guapa la niña.
Pero la madre se murió cuando la niña tenía pocos años. Y fue el padre y se casó de segundas nupcias para dar otra madre a su hija -para que la diera educación y otras cosas.
Y era muy guapa también la madrastra -muy guapa. Y como Blancanieves era tan guapa, la madre cogió envidia a Blancanie­ves. Y tenía un espejito mágico la madrastra. Y todos los días preguntaba al espejito mágico:
-Espejito mágico, ¿quién es más guapa, Blancanieves o yo?
Y contestaba el espejito mágico:
Blancanieves.
Conque todos los días preguntarle y contestarla así, decidió matarla. Pero ella no tuvo valor a matarla y se lo mandó al ma­yordomo. Le dijo que fuera al campo y sacara a Blancanieves y la matara, y la trajera la lengua y la asadurita.
Conque ya iban por el camino los dos. Y ya, muy triste, el mayordomo la dija que la tenía que matar. Y la niña le dijo:
-No me mate usted, que yo no volveré a mi casa. Dejaré tran­quila a mi madre.
Y la dice el mayordomo:
-Pero si tengo que llevar la lengua y la asadura.
Y fueron y buscaron un corderito y le mataron. El mayordo­mo se volvió a palacio, y ella siguió por los montes.
Cuando ya la madrastra estaba tan tranquila, creyéndola muer­ta a Blancanieves, volvió a preguntar al espejo:
-Espejito mágico, ¿quién es más guapa, Blancanieves o yo? Y contesta el espejito:
-Blancanieves, que está en la casa de los siete enanitos.
Porque Blancanieves había ido andando, andando, y encontró una casita. Y se metió y vio una mesa muy bien puesta, y con todas las cosas de siete enanitos. Y de cada platito probó un poquito. Y después se echó en una camita para descansar.
Llegaron los siete enanos y dicen:
-Aquí ha habido gente.
-A mí me han comido un cacho pan. Y empezaron todos:
-¡A mí también!
-Y a mí -todos los siete.
Dicen:
Pues, hay que buscarla.
Y ya vieron en una cama una niña muy guapa, muy guapa. Y dijeron:
-No despertarla. Quedarse uno hasta que despierte.
Ya se despertó. La dijeron los enanos que no se fuera, que se quedara a vivir con ellos. Y la niña se quedó.
Y su madrastra, al saber que la niña todavía vivía, determinó salir en busca de ella. Un día su madrastra fue vendiendo corsés y llamó allí en casa de los enanitos y dijo:
-Blancanieves, cómprame uno.
-Pues no, señora.
Pero tanto la animó que se le compró. Y se le puso. Y al po­nérsele, tanto le apretó que cayó desmayada. Y la señora se fue con sus mercancías.
En esto que vinieron los siete enanitos y la encontraron des­mayada. La quitaron el corsé, y ya volvió en sí. Y ya la dijeron que no volviese a comprar nada, que todo lo que necesitara, que se lo traerían ellos.
Pero la madrastra, como la seguía la envidia, volvió a consul­tar con el espejito:
-Espejito mágico, ¿quién es más guapa, Blancanieves o yo? 
-Blancanieves, que sigue en la casa de los enanos.
La madrastra se puso furiosa al saber que Blancanieves no había muerto, y determinó salir otra vez en busca de ella. Se vis­tió de quinquillera y fue vendiendo peinetas. Llegó a casa de los enanos cuando éstos estaban fuera y dijo: 
-Blancanieves, cómprame una. 
-Dice ella:
-No, no, que no compro nada.
-¡Mira ésta! ¡Qué bonita es y qué bien te estaría! Baja, que te la ponga.
Fue y se la puso. Y tanto se la apretó que se la clavó en los sesos. Y Blancanieves cayó desmayada. Y la madrastra se mar­chó corriendo.
Y vinieron los siete enanitos otra vez y la encontraron desma­yada. Y ya empezaron a llorar, creyendo que estaba muerta. Pero ya la vieron la peineta. Se la quitaron y volvió en sí. Ya la riñe­ron mucho y la dijeron que no volviera a abrir la puerta a nadie.
Pero la madrastra, como la seguía la envidia, volvió a consul­tar con el espejito:
-Espejito mágico, ¿quién es más guapa, Blancanieves o yo? Y el espejito contestó:
-Blancanieves, que sigue en la casa de los enanos.
Esta vez la madrastra se vistió de revendedora. Y fue ven­diendo manzanas. Y fue allá cuando los enanos estaban fuera y volvió a llamar:
-Cómpreme usted manzanas, que las traigo muy ricas.
-No, no; no compro nada -dice ella.
-Pues, pruebe ésta, nada más ésta. Cuando las pruebes, me las comprarás.
Y una la traía envenenada. La dio la mitad de la manzana y ella se comió la otra mitad, que no estaba envenenada. Blanca­ nieves cayó al suelo envenenada, y se fue la señora tan contenta. En esto que vinieron los siete enanitos y la encontraron como muerta. Ya, por más cosas que la hicieron, no volvió en sí. Y la hicieron un ataúd de cristal y la pusieron en un monte, en una cuesta. Todos los días iban dos o tres enanitos a verla. Pero Blan­canieves no perdía la color ni la blancura, y cada vez estaba más guapa entre los cristales.
Un día pasó por allí el hijo del rey. Y viendo el ataúd, les dijo a los enanos que pa qué tenían allí aquello. Y entonces los ena­nitos le contaron toda la historia de Blancanieves. Y tanto le gus­tó que les pidió que le dejaran llevarla a su palacio. Pero los enanos dijeron que no, que ellos la querían tener como reliquia. Pero el hijo del rey, cada vez más enamorao, dijo que se los lle­varía a todos, y siempre estarían allí con ellos. Y por fin dijeron:
-Bien. Pues, déjenos llevarlo a hombros.
Y según iban por el camino llevando el ataúd, lo dejaron caer. Y al dejarlo caer, pues Blancanieves devolvió la manzana y volvió en sí. Y el hijo del rey dijo que se casaba con ella.
Se casaron y convidaron a la madrastra de Blancanieves a la boda. Y se la entregaron a los enanos para que hicieran lo que quisieran con ella. Y la pusieron unos zapatos de hierro, muy pesaos, muy pesaos, para que no se pudiera menear. Y cogieron unas correas los enanos y la dieron de correazos hasta que la que­daron muerta.
Y el hijo del rey y Blancanieves vivieron muy felices, y los siete enanitos los quedaron allí de vasallos.
Y colorín, colorete...

Medina del Campo, Valladolid. 5 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo

058. Anónimo (castilla y leon)

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