Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 26 de mayo de 2012

Blancaflor (2)

72. Cuento popular castellano

Pues éste era un jugador. Y al morir su padre, le quedó la hacienda suya. Y fue y la jugó. Y la perdió. Y en la desesperación él dijo que si bajara el diablo y le diera una baraja que siempre que jugaba con ella, ganaba, que le ofrecía su vida.
Y claro, se presentó el diablo, y se la dio. Y jugó y ganó la hacienda de su padre y otro tanto más. Y el diablo le había dicho que al cabo de cierto tiempo tenía que ir a una cuesta preguntan­do por el palacio Donde Irás y No Volverás.
Ya él echó a andar en busca del palacio Donde Irás y No Vol­verás. Y se encontró con una mujer. Y la dijo que si le daba señas del palacio Donde Irás y No Volverás. Y la mujer le dijo:
-¿Ve usted aquella cuesta blanca? No, pues a la negra. ¿Ve usted la negra? Pues, a la negra.
Y él llegó allí, y se le presentó una joven. Y le preguntó que adónde iba. Y dijo que le habían mandao ir allí. Y dice ella:
-Pues es mi padre. Y es el diablo. Ahora subirá usted y le mandarán comer; y no coma usted. Le mandarán beber, y no beba usted. Le mandarán sentar, y no se siente usted.
Y efectivamente -claro- subió, y le mandaron esas tres co­sas. Y no aceptó nada. Y entonces le dijo el diablo que puesto que no hacía eso, que tenía que ir a una tierra y la tenía que arar, sembrarla de trigo y traerle pan de aquel trigo.
Y él bajaba muy apurao y salió la joven otra vez. Y le dijo que qué le había dicho su padre. Y la contó lo del trigo. Y le dijo:
-Bueno, pues, vamos. No te apures.
Y fueron allí, y ella le mandó sentar. Y ella fue y hizo toda la labor de arar, sembrar el trigo, moler la harina y darle la hari­na pa llevarla pa que hiciera el pan su padre. Y le dice ella:
-Ahora, al subir tú, te dirán, «O tú eres el mismo demonio, o Blancaflor anda contigo». Y tú responderás, «Ni soy el mismo demonio, ni Blancaflor anda conmigo, ni conozco a semejante mujer».
Conque al llegar con ello, le dice el diablo:
-O tú eres el mismo demonio, o Blancaflor anda contigo. Y él contesta:
-Ni soy el mismo demonio, ni Blancaflor anda conmigo, ni conozco a semejante mujer.
-Bueno -le dice el diablo-. Pues ahora te vas a ir a aquel majuelo que hay allí y me traes vino de las uvas que den las cepas.
Y las cepas estaban secas. Y al bajar muy apurao, salió la jo­ven otra vez y le dijo que qué le había mandao su padre.
-Que fuera a aquel majuelo y que tenía que traerle vino de las uvas que nacieran de aquellas cepas.
Y él bajaba llorando. Y la joven le dijo que no se apurara. Y fueron al majuelo, y le mandó que se echara a dormir. Y cuando despertó, le entregó el vino para que lo diera a su padre. Y al llegar con el vino, volvió el diablo a hacerle la misma pregunta:
-O tú eres el mismo demonio, o Blancaflor anda contigo.
Y él respondía:
-Ni soy el mismo demonio, ni Blancaflor anda conmigo, ni conozco a semejante mujer.
-Pues, bueno -le dice el diablo-. Pues, ¿ves aquel río gran­de, grande?
-Sí.
-Pues vas a ir y me vas a buscar dentro del agua el anillo que perdió la abuela de mi tatarabuela.
Conque bajaba él muy triste, muy triste, y salió la joven otra vez a él y le dijo que qué le había mandao su padre. Y se lo dijo. Y le dijo ella:
-Pues no te apures. Coge ese baño y ese cuchillo. Y se fueron al río. Al llegar, le dice ella:
-Ahora me vas a matar y me vas a hacer cachos y me vas a tirar al río. Y procura de que no caiga una gota de sangre en el suelo.
Y él dijo que no, que primero quería que le mataran a él que matarla a ella. Y dijo ella que sí, que la matara y la tirara al agua. Como ella insistió tantas veces, pues él lo hizo. La mató, la partió en cachos y la echó en el baño. Y la echó al río.
Después que la tiró, vio que había caído una gota de sangre en la arena. Y él estaba tan apurao, tan apurao, llorando, porque como le había dicho que no cayera ninguna gota, y vía la gota en el suelo, estaba llorando.
Y en esto que salió ella con el anillo en el dedo. Y con un dedo menos, el dedo chitiquín menos.
Conque fue a entregársele a su padre, al diablo. Dice éste:
-Bueno, puesto que has hecho todo lo que te he mandao, ahora tengo tres hijas y te las voy a meter en un cuarto oscuro. Y a la que cojas, con aquélla te tienes que casar.
Y él, como sabía que a Blancaflor le faltaba el dedo chiquitín, por la gota de sangre que había caído, pues, claro, las buscaba y siempre encontraba a la del dedo. Y decía que con ésta se quería casar.
Pues viendo el diablo que ya no tenía más remedio que casar­lo con aquélla, dijo que bueno, que se casaran. Y fue y le dijo Blancaflor:
-Esta noche nos van a matar a los dos. De manera que esta noche traes dos pellejos de vino tinto. Los metemos en la cama y nosotros nos escapamos.
Y Blancaflor, como era santa, pues fue y escupió pa que ha­blaran las escupicinas cuando ellos se hubiesen marchao. Y le dijo ella:
-Vete a la cuadra y traes dos caballos: uno blanco y otro negro.
Subió él con los caballos, montaron en ellos y echaron a andar. Y desde arriba decían las hermanas de Blancaflor:
-Cuando estén dormidos, bajamos a matarlos. Y para saber si estaban dormidos, llamaban:
-Blancaflor.
Y las escupicinas contestaban:
-¿Qué quié usted?
Y según se iban consumiendo, iban contestando más débil.
Hasta que ya al secarse, no contestó. Dicen sus hermanas:
-Pues vamos a matarlos. Ya están dormidos.
Y bajaron con dos cuchillos, dieron en los pellejos, saltó el chorro de vino y creyeron que era de sangre. Pero vieron ya que eran los pellejos, y dijeron:
-¡Ay, se nos han escapao!
-¡Pues, vamos en busca de ellos!
-Tráeme el caballo del Aire -dice el demonio- y verás qué pronto los cogemos.
Montó en el caballo del Aire y echó a correr detrás de ellos. Pero su hija, como era santa, lo vía. Y al irles a pillar ya, dice ella:
-Yo me vuelvo huerta y tú hortelano. Y llegó el diablo y dijo:
-Hortelano, ¿ha visto usted pasar por aquí un hombre y una mujer?
-Sí, señor -dice-, con un caballo blanco y otro negro. Por ahí van.
Y echó a andar.
Blancaflor se volvió a ser mujer y él hombre, y siguieron ca­minando. Conque ya otra vez los iba a alcanzar, y dice ella:
-Mira, yo me vuelvo ermita, y tú eres el ermitaño. Conque llegó el demonio y dijo:
-Buenos días. ¿Ha visto usted pasar por aquí un hombre y una mujer?
-Sí, señor. Por ahí alante van, en un caballo blanco y otro negro.
Conque echó a andar otra vez.
Y ya los iba alcanzando otra vez. Y dijo ella:
-Para que no nos persigan más ya, yo me voy a volver camino de alfileres.
Y a él le puso del lado de allá. Viendo el demonio que no po­día con su hija, porque vía que podía más que él, se volvió. Y ellos ya vivieron felices y comieron perdices y guardaron una pa­tita pa mí, y como no fui no la comí.

Medina del Campo, Valladolid 4 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo

058. Anónimo (castilla y leon)

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