Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 25 de octubre de 2014

La sal

Los dos hermanos vivían al lado del mar, pero eran completamente distintos. El mayor era muy avaro y había llegado a amasar una pequeña fortuna. El más pequeño, por el contrario, daba todo lo que tenía. Su generosidad era conocida por todos los mendigos de la comarca. Así, aunque quisiera, le era imposible progresar.
-No creas que voy a ayudarte cuando lo necesites -le decía el hermano mayor. El que hoy da, mañana pide.
-No te preocupes respondía Chiao-Siao. Yo me conformo con poco.
Pero un año se extendió una gran hambre por todo el país. El hermano pequeño llevaba diez días sin comer y se dijo:
-Chiao-Da me dará una escudilla de arroz. No es tan avaro como parece.
Pero su hermano le dio con la puerta en las narices y no quiso recibirle.
-¿Habráse visto? -comentó con su esposa. Lleva despilfarrando lo poco que nos dejó nuestro padre durante más de veinte años y ahora quiere que yo le ayude. Pues está fresco.
Chiao-Siao buscó en toda la aldea, pero no pudo encontrar ni siquiera una cáscara de plátano. Cuando, abatido, se dirigía hacia su casa, le salió al encuentro un bonzo.
-Dame un poco de arroz -le suplicó, llorando. Llevo muchos días sin comer y soy muy viejo para trabajar. Chiao-Siao le miró con pena.
-Yo soy joven, pero mi estómago también está vacío. Ven. Aunque no puedo darte de comer, te hospedaré en mi casa.
El bonzo le siguió, agradecido. Aquella noche Chiao-Siao hizo una sopa con las hojas de maíz que cubrían el techo de su casa.
«Espero que no llueva -se dijo. Sería una lástima que mi huésped se mojara además de pasar frío.»
-No debiste hacer eso -le regañó el bonzo. El hambre tarde o temprano se apaga, pero las estaciones se suceden unas a otras sin parar -y se bebió la sopa.
A la mañana siguiente el bonzo sacó un molinillo y dijo a Chiao-Siao:
-Tómalo. Es lo único que tengo.
-No puedo aceptarlo -respondió Chiao-Siao. Tus dientes son débiles. ¿Cómo vas a triturar el maíz si me quedo con tu molinillo?
El bonzo sonrió y añadió:
-Yo no como maíz. Además, este molinillo es mágico. Si quieres algo, lo dices y giras la manivela tres veces hacia la derecha. Cuando no quieras más, gírala hacia la izquierda una vez y se detendrá.
Dicho esto, el bonzo desapareció. Chiao-Siao tomó en seguida el molinillo y dijo:
-Quiero arroz -y giró tres veces la manivela hacia la derecha.
Al instante comenzó a salir de él tal cantidad de arroz que casi cubrió la casa entera.
-iDeténte! -gritaba Chiao-Siao, alarmado, pero el molinillo no le hacía caso.
Entonces recordó las palabras del bonzo y giró la manivela una vez hacia la izquierda. El molinillo volvió a ser entonces el trasto inservible, que sólo usaban los viejos para comer.
-Menos mal -suspiró Chiao-Siao, aliviado. Ahora quiero aceite, sal y pescado.
Y volvió a repetir la operación.
De esta forma, el joven Chiao-Siao sació su hambre. Pero no se olvidó de los pobres que deambulaban por los caminos. Abrió las puertas de su casa y, mientras duró la carestía, alimentó a cuantos no tenían nada que llevarse a la boca. Su hermano Chiao-Da no salía de su asombro.
«¿Cómo es posible que alimente a tanto desharrapado -se preguntaba, cuando hace apenas tres días que vino a pedirme una taza de arroz?»
Y se reconcomía de envidia, pensando que Chiao-Siao había encontrado algún tesoro.
-¿Y eso qué importa? -le consoló una de sus concubinas. Si continúa despilfarrándolo todo de esa forma, no le durará más de una semana.
Pero los años pasaron y las riquezas de Chiao-Siao iban en aumento. Lo más raro era que ni trabajaba ni se dedicaba a negocio alguno.
«¡No lo entiendo! -se decía Chiao-Da. ¡La verdad es que no lo entiendo!»
Y decidió espiarle día y noche, para ver de dónde sacaba tanto dinero.
Durante tres días no descubrió nada. Chiao-Siao se levantaba tarde. Después se iba a la plaza y repartía monedas de oro a todo el que se las pidiera.
-¡Qué lástima no ser un mendigo! se lamentaba Chiao-Da, pero, pese a la avaricia, no se atrevía a acercarse a su hermano.
Aquella noche no fue a dormir a su casa. Abrió un agujero en el dormitorio de Chiao-Siao y así descubrió su secreto.
«¡El muy cerdo! -pensó, rencoroso, el hermano mayor. Seguro que ese molinillo era de nuestro padre y lo ha tenido guardado todo este tiempo sin decirme nada.»
Pero no se dejó ver. A la mañana siguiente entró en la casa de Chiao-Siao y le robó el molinillo. En seguida se marchó al puerto y alquiló cuantos barcos pudo encontrar.
-¿No hay más? -preguntaba con ansia. Pagaré lo que me pidáis.
-Si quieres esperar a que construyamos alguno más e
respondían con sorna. Pero eso, ya sabes, lleva mucho tiempo.
-No, no. Miraré en otro lugar -y le tomaban por loco. Mientras navegaba hacia mar abierta con toda la flota. Chiao
Da iba pensando:
-Seré el hombre más rico de todo el reino. Con lo cara que está la sal, tendré más monedas de oro que mi hermano. Entonces giró la manivela tres veces hacia la derecha y dijo:
-Sal.
Al punto el molinillo comenzó a escupirla por los cuatro costados. De esta forma, fue llenando una barca tras otra. Pero. cuando todas estaban llenas hasta rebosar, Chiao-Da se dio cuenta de que no sabía cómo pararlo. Dijo cuantas palabras mágicas le vinieron a la mente, pero todo fue inútil.
-¿Qué quieres de mí? -suplicó, arrodillándose. Dímelo y lo haré. Aunque sea devolverte a Chiao-Siao. Dímelo, por favor.
La sal era tanta que los barcos empezaron a hundirse. Al final, hasta el mismo Chiao-Da fue a parar al fondo del mar. Allí le encontraron unos soldados con forma de lagarto.
-¿Eres tú el que has esparcido esa cosa por nuestras aguas? -le preguntaron airados, porque hasta entonces la mar no era salada.
Chiao-Da lo admitió, diciendo:
-La culpa es de mi hermano. No me dijo cómo se para el molinillo.
-¿Molinillo? -preguntó el Emperador del Mar, y Chiao-Da le explicó lo que era.
Todos los ejércitos marinos se pusieron a buscarlo, pero no pudieron dar con él. El agua, pues, continuó volviéndose salada. A los tres días todos los océanos sabían a sal.
Nos moriremos -se quejaron todos los peces al emperador del mar.
Pero después descubrieron que nadaban mejor y dejaron de exigir la muerte de Chiao-Da.
-Perdónale y déjale partir hacia su reino -suplicaron entonces. Su corazón no es bueno, pero a nosotros nos ha hecho un gran bien.
El emperador accedió y Chiao-Da fue llevado hasta la playa donde vivía. En cuanto le vieron, los dueños de todas las barcas que había alquilado se abalanzaron sobre él.
-¿Dónde están nuestras barcas? -le preguntaron. Hace más de diez días que no salimos a la mar y ahora vuelves sin ellas.
Entonces Chiao-Da tuvo que vender todo lo que tenía. No le quedó ni una sola moneda de cobre y las concubinas le abandonaron.
-Soy el más desgraciado de los hombres -se quejaba. llorando.
Sin embargo, recordó que su madre le había dejado un campo tierra adentro y hacia él se dirigió.
-Por lo menos no me moriré de hambre -se dijo. Ser campesino no es ninguna vergüenza. Araré los campos y ahorraré hasta volver a comprar lo que acabo de perder.
Vagó por la campiña, pero no pudo encontrar su campo. En el lugar en el que él pensaba que estaba sólo había agua. Un caudaloso río lo cubría todo.
-¿Qué es lo que ha pasado aquí? -preguntó a un granjero.
-¿Es que no lo sabes? -le respondió. Los guerreros del Emperador del Mar vinieron e hicieron este gran surco. Dijeron que necesitaban desalar la mar y han abierto una salida a todos los lagos. ¡Lástima que le haya tocado a tu campo!
Chiao-Da regresó a su aldea y Chiao-Siao le recibió con los brazos abiertos.
-¡Quédate a vivir en mi casa! -le suplicó.
-No, no. Soy demasiado avaro y no podría soportar tus despilfarros.
Pero Chiao-Da era ahora un hombre distinto y había comprendido que, por encima de la fuerza de las riquezas, está la del amor.

0.005.1 anonimo (china) - 049

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