Los dives
son seres muy interesantes que pueden encontrarse en varios países de Oriente.
Son seres encantados que no poseen un tamaño o forma específicos, existen con
los más diversos disfraces. Pueden aparecer como un hombre o una mujer, o
pueden ser enormes, monstruosos como inmensos gigantes, con dientes torcidos y
puntiagudos, ojos muy grandes y feroces y pueden tener garras en lugar de manos
y pies.
Érase una
vez en lo alto de una montaña, en el antiguo Irán, que moraba una doncella que
fue adoptada por siete dives que la encontraron un día en la floresta cuando
cazaban. La llevaron al castillo donde vivían y allí fue criada por una vieja
ama dive hasta que cumplió 17 años.
Era el
día de su décimo séptimo aniversario y estaba tan hermosa como la más adorable
princesa de la tierra. Ese día, al asomarse por la ventana, observó que alguien
se aproximaba por la pequeña escalinata que conducía al castillo.
¡Ama,
ama! ¿Qué cosa es esa que viene subiendo por la colina en dirección al
castillo?. Nunca vi nada parecido en toda mi vida.
¡Señorita
Fátima! -gritó la criada que era una enorme y horrorosa mujer dive con una
verruga en la cara. Apártese de esa ventana. Eso que está usted viendo es un
ser humano y no debe hablar con él porque sus siete hermanos se pondrán
furiosos.
¡Bobadas
ama! -dijo Fátima que era bastante decidida y le gustaba hacer las cosas a su
manera. Voy a abrir la ventana y le llamaré porque parece cansado. Tengo la
certeza de que está perdido y hambriento.
La criada
comenzó a aullar y aullar de rabia, pero Fátima no le prestó la menor atención
y abriendo la ventana llamó al viajero con melodiosa voz:
Entre en
el castillo ser humano para que pueda descansar y recuperar fuerzas comiendo y
bebiendo algo. Estoy sola pues mis hermanos estarán todo el día cazando.
El
extranjero era un príncipe llamado Nureddin, que había perdido su caballo al
pasear por los alrededores. Nureddin no pudo evitar quedarse prendado de
aquella hermosa joven que le invitaba desde lo alto del castillo. La criada
abrió las puertas y, media hora, después Nureddin se encontraba sentado con
Fátima comiendo uvas, queso y deliciosa hulwa.
Fátima
estaba encantada con el joven. Le hizo centenares de preguntas y él le hablo
del mundo que había más allá del castillo.
Necesito
conocer todas esas maravillas -dijo ella. ¡Ah... si mis hermanos me dejasen
partir...!
De
ninguna forma mi joven ama Fátima -le reprendió la criada que les servía. La
señorita sabe que mis señores nunca la dejarán partir del castillo, pues ellos
son muy, muy celosos y darían muerte a este humano si le vieran aquí.
Entonces
yo misma hallaré la manera de huir del castillo -declaró Fátima solemnemente.
Así veré todas las maravillas del mundo descritas por este joven.
El
príncipe no cabía en sí de gozo y prometió a Fátima que la llevaría al reino de
su padre tan pronto él hubiera descansado de la jornada. Pero antes de que
Fátima pudiese decidir algo se oyeron gritos que venían de la entrada y ladridos
de perros mezclados con relinchos de caballos.
¡Oh, ser
humano! -gritó la criada. Escóndase en este arcón pues mis señores han vuelto y
lo harán pedazos en el momento en que lo vean.
Aunque
ella era un dive y normalmente detestase a los humanos, sabía que a su joven
ama le agradaba aquel joven y por eso quería ayudarlo.
Inmediatamente
el príncipe entró en el arcón y Fátima lo cerró con mano nerviosa. Apenas se
hubo escondido, la puerta se abrió y los siete dives irrumpieron en la sala.
¡Hermana
Fátima! ¡hermana Fátima!, ¿qué tenemos para comer? -vociferó uno de ellos dando
comienzo a un monumental barullo de grandes voces y risotadas, mientras se
sacaban sus enormes botas. Fátima y la criada les ayudaron nerviosas a quitarse
los chalecos de piel.
¡Ama,
tráiganos vino para beber. Estamos ardiendo de sed!.
La vieja
dive salió apresuradamente a cumplir la orden. Entretanto los siervos conducían
los caballos al establo y los perros se disputaban algunos huesos en la cocina.
De
repente los dives, uno después de otro, comenzaron a olfatear con sus enormes
narices y gritaron enfurecidos:
¡Un
hombre, un hombre! ¡siento el olor de un hombre!.
Fátima se
puso pálida y su corazón latió violentamente. Dentro del arcón el príncipe se
removió inquieto y se cubrió con algunas ropas para no ser descubierto.
-Alguien
estuvo aquí hermana Fátima ¿dónde está?. Todos los dives se levantaron y
comenzaron a gritar furiosamente. Iniciaron una febril búsqueda de un cuarto a
otro, abriendo todas las puertas, olfateando y bufando como bestias salvajes.
Estaban
tan excitados que no se les ocurrió, en un primer momento, mirar en el arcón y
Fátima, aprovechando que estaban en otro rincón del castillo, ayudó al príncipe
a salir de él.
¡Deprisa,
deprisa, voy a mostrarte un camino secreto para salir del castillo. Si no
huyes, mis hermanos te harán pedazos!.
La noche
estaba cayendo y se oía a los dives enfurecidos cómo estaban revisando rincón
por rincón todo el castillo. Fátima comenzó a sentir miedo. Los dos corrieron
con las manos cogidas en dirección al fogón y allí ella le ayudó a entrar en la
chimenea. Fátima le descubrió unos pequeños y oscuros peldaños.
¡Ven
conmigo Fátima!, voy a liberarte de este terrible lugar -susurró el príncipe.
Ella asintió con la cabeza silenciosamente. Y así subieron por los resbaladizos
peldaños de piedra hasta que finalmente los recibió una noche cargada de
estrellas.
¿Dónde
están los caballos? -preguntó el príncipe con tono de urgencia.
Fátima le
condujo al establo. Silenciosamente, como dos sombras, se deslizaron por detrás
del castillo. Los criados de las caballerizas se repartían los dineros de los
robos del día y no vieron como un par de sus mejores alazanes eran sacados de
la cuadra por Nureddin.
Cuando
estaban montados, el barullo dentro del castillo aumentó y los siete dives
vieron a la luz de la luna como huían los dos jóvenes galopando a través de los
enormes portalones de la entrada.
¡Detrás
de ellos! -rugió el dive más viejo- ¡hay que traerlos vivos y los asaremos como
a dos pollos!.
Los
caballos galoparon como el viento, montaña abajo, como animales encantados que
eran. No obstante, muy pronto, vieron a los siete dives montando caballos
igualmente ligeros y fuertes.
¡Fátima
vuelve. Te perdonaremos, pero déjanos matar a ese ser humano!.
La joven
asustada podía oírles gritando detrás de ellos y sabía que no pasaría mucho
tiempo para que los dives desenfrenados cayeran sobre ellos. Entonces ella,
hurgó en su bolso y encontró una semilla mágica de enredadera, la arrojó por
encima de su hombro izquierdo; en ese mismo instante una enorme planicie de
enredaderas surgió entre los dives y los fugitivos.
Los
caballos de los dives ya no pudieron correr como antes, pues las enredaderas se
liaban entre sus patas y los atrasaban, pero al cabo de media hora ya estaban
otra vez muy cerca y Nureddin preguntó:
¡Fátima!,
¿qué vamos a hacer? tenemos que detenerlos pues estamos aún a medio camino del
reino de mi padre, al cual llegaremos al amanecer si antes los dives no nos han
alcanzado.
¡No
tengas miedo! -dijo Fátima con bravura y buscando una vez más dentro de su
bolso dijo -creo que puedo hacer algo. Y arrojó por encima de su hombro una
piña. Inmediatamente surgió un increíble y tupido bosque de pinos y los
fugitivos pudieron galopar sin ser vistos.
Los
intrépidos alazanes los llevaban cada vez más próximos a las tierras del
príncipe. Fátima, con los cabellos flotando al viento, comenzaba a sentirse a
salvo cuando el príncipe miró hacia atrás y gritó:
¡Ah! Nos
alcanzan una vez más. Nos cogerán dentro de poco a menos que algo los
detenga...
Fátima
rebuscó en su bolso sin preocuparse de las riendas del caballo. Ya se caía de
desesperación cuando sus dedos se cerraron sobre un grano de sal en un
rinconcito de su bolso. Lo arrojó hacia atrás e inmediatamente un espumoso e
inmenso mar surgió detrás de los cascos de su caballo y en él cayeron los dives
y sus caballos ahogándose, pues lo dives no nadan bien en agua salada.
Fátima y
Nureddin cabalgaron un poco más y cuando el día estaba naciendo llegaron a la
bella ciudad de Nashapur.
Allí el
palacio real brillaba con esplendor de oro y turquesa, con pavos reales en las
alamedas del jardín exhibiendo llenos de pompa sus espléndidas plumas abiertas
en abanico.
Entonces
los soldados de las murallas, viendo al príncipe aproximándose, hicieron sonar
sus trompetas de plata incrustadas de raras piedras preciosas.
Fátima
fue recibida como una princesa, lo que de hecho fue al casarse con el príncipe
en una espléndida fiesta que duró siete días y siete noches.
Los
caballos encantados que los llevaron hasta allí desaparecieron cuando la luna
estaba llena. Ellos sabían que su joven ama era, a pesar de todo, un ser
humano, y preferían vivir al servicio de los dives, pues esta es la ley mágica
establecida cuando el mundo comenzó a través de Salomón, rey de los magos y de
las bestias encantadas, sobre quien sea la paz.
999. Anonimo
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