Iba el pordiosero de
casa en casa, cuando acertó a llamar en la de la apenada viuda. Como siempre,
el viejo, con un palo, hizo cantar a su zurrón. Al momento, la mujer reconoció
la voz de su hijita y, astuta, dijo:
-El viento arrecia, la
noche se acerca y no podéis quedaros a la intemperie, buen hombre. Si queréis
quedaros en mi casa, os daré de cenar.
Al viejo le agradó la
invitación. Y tanto le dio de comer la viuda, y también de beber que, nada más
cenar, el pordiosero se quedó dormido.
La madre aprovechó para
sacar a su hijita del zurrón, le dio muchos besos y la acostó. Luego, metió en
el zurrón al perro y al gato que tanto querían a la niña.
A la mañana siguiente,
el viejo se marchó para seguir pidiendo de casa en casa. Al llegar a la
primera, exigió:
-¡Zurrón, canta, si no,
te doy con esta lanza!
Y replicó el perro:
-¡Pícaro viejo! ¡Guau,
guau!
Y el gato, casi al mismo
tiempo:
-¡Perverso viejo! ¡Miau,
miau!
Enfurecido el pobre,
creyendo que aquello era un canto de la niña, abrió el zurrón para castigarla.
Entonces salieron, rabiando, el perro y el gato. Este le arañó y aquel le
lanzó un mordisco. Dominado por la ira el viejo se alejó abandonando el
zurrón y tanto el perro como el gato, contentos y retozones, volvieron junto a
su dueña.
999. Anonimo
No hay comentarios:
Publicar un comentario