En casa de los Carson había un
hermoso jardín donde la exuberante rosa competía con el orgulloso tulipán y la
blancura del lirio.
A Kitty, la hija de los Carson, le
producía extrañeza que su joven mamá cuidase con tanto esmero un matojo de
humilde hierba cuando había tantas flores hermosas que se sucedían unas a
otras.
-No sólo debemos cuidar lo bello
-explicó la joven madre. También lo humilde y lo sencillo tiene derecho a
nuestras atenciones. Esta planta insignificante, tiene un aroma apenas
perceptible, pero delicioso y sobrevive hasta el otoño, cuando las demás flores
ya se han marchitado.
Kitty pudo comprobar, al llegar los
primeros fríos, que el aroma del reseda lo invadía todo dulcemente.
-Tiene la imagen de la virtud -le
explicó la señora Carson. Con su humildad y modestia, permanece cuando el
boato y la belleza ya han desaparecido, desvanecidas en el sucederse del
tiempo.
Kitty comprendió la lección. Y se
propuso ser como el reseda, humilde y siempre igual, huyendo de toda loca y
cambiante presunción, que de ordinario es sólo flor de un día.
999. Anonimo
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