En un poblado vivían un hombre de una cabeza muy grande, un hombre
de una gran barriga y un hombre de piernas finísimas. Los tres eran
muy amigos, y decidieron irse de viaje.
Al
tercer día, estaban muy hambrientos. Se les había acabado la
comida, y lo único; que encontraron junto a la costa fue un esbelto
cacotero. Discutían quién debía ser el que subiera a alcanzar los
cocos, y el hombre de la cabeza grande, para evitar más discusiones,
se ofreció voluntario.
Al
llegar arriba, empezó a agitar las ramas para que los cocos cayeran
a la playa. De pronto resbaló y le quedó la cabeza atrapada entre
dos ramas. Al ver que su compañero se estaba ahogando, el hombre de
la gran barriga decidió: «No podemos dejarle morir sin ayudarle».
Así que se encaminó al cocotero con ánimo de serle útil. Pero su
gran barriga le tapaba la cara y, con las prisas que llevaba por
auxiliar a su amigo, se dio un gran golpe contra el tronco y murió.
Al
ver lo sucedido, el tercer hombre comprendió que no era un día
afortunado; así que echó a correr hacia el poblado. Corría veloz,
pero la finura de sus piernas le traicionó: se partieron por el
camino, y también murió lejos del poblado y de la familia.
Al
pasar el tiempo, la gente del poblado se dio cuenta de que algo les
había pasado. Así que tres nuevos amigos salieron en busca de los
anteriores. Para perder menos tiempo, tomaron un cayuco y siguieron
la costa. Pero un viento de enorme fuerza azotó el mar y volcó la
embarcación. Los tres amigos dieron con sus huesos en una isla
desierta.
Un
día, mientras uno de ellos paseaba por la playa, encontró una
lámpara. Al frotarla, apareció un genio que le indicó que
cumpliría los tres primeras órdenes que le dieran. El hombre llevó
al genio a los otros amigos, y decidieron que cada uno de ellos
solicitaría la consecución de un deseo.
El
primer hombre pidió poder encontrar de nuevo a su poblado y a su
familia. El deseo se cumplió al instante.
El
segundo hombre pidió volver a poder trabajar en su finca. También
se cumplió el deseo con la misma rapidez.
Entonces,
el tercer hombre vio que se había quedado solo; y pensó que no
quería aburrirse de ninguna manera. En consecuencia, pidió que
regresaran a la isla los dos amigos que habían marchado.
De
esta manera, los tres volvieron a reunirse sin poder eludir su
destino.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) – 055
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