Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 29 de marzo de 2014

Yese, eme y la vieja del rio

Había una vez una joven muy hermosa, llamada Emé, hija de padres acomoda­dos. Un día fue vista por Yesé, joven de otro poblado, quién al punto quedó rendidamente enamorado de ella, hasta el extremo de que no vaciló en ir a ver a sus padres y pedírsela por esposa. Estos quedaron muy bien impre­sionados por Yesé, que era un joven apuesto y de excelentes modales, y al cabo de la con­versación que sostuvieron con él decidieron acceder a sus deseos. Con la alegría que cabe suponer Yesé regresó a su poblado para dis­poner todos los preparativos de la boda.
Ni que decir tiene que el joven, al comu­nicar a sus padres su próximo casamiento con Emé, describió a ésta con las más en­cendidas palabras de elogio, ponderando espe­cialmente su hermosura en la que, según sus palabras, excedía a cuantas jóvenes había co­nocido hasta entonces.
Llegó el día fijado para la boda y el padre de Emé compró para ella la mejor esclava que pudo encontrar y ordenó a su hija menor, Malí, que acompañase a su hermana en el viaje que ésta tenía que realizar hasta el po­blado de Yesé.
Así pues, las jóvenes emprendieron la mar­cha. Anduvieron todo el día y al caer la tar­de llegaron junto a un río, desde el cual se divisaba, no muy lejos de allí, el poblado a que se encaminaban. Entonces se les ocurrió la idea de bañarse para reponerse un poco de su fatiga y librarse del polvo del camino.
Aquel río estaba habitado, como todos, por un genio, el cual se hallaba entonces cerca del lugar donde las jóvenes se disponían a tomar su baño. La primera en entrar en el agua fue Emé, pero apenas ésta había puesto el pie en ella, la esclava le dio un fuerte empujón y la impulsó hacia donde estaba el genio, quien rápidamente se apoderó de la joven y se la llevó consigo al fondo.
Grande fue el desconsuelo de Malí cuando vio desaparecer de aquel modo a su hermana. Pero la esclava, al oirla llorar y lamentarse, la amenazó:
-Cállate, porque si no también te arro­jaré al río. ¡Y pobre de ti como le digas a alguien lo que ha ocurrido!
La pobre Malí contuvo su llanto como pudo. La esclava la asió bruscamente de la mano y la obligó a proseguir su camino.
Llegaron así al poblado de Yesé, quien las estaba aguardando a la puerta de su casa. La esclava se presentó a él como si fuera Emé, y aunque Yesé no pudo reconocer en ella a la bellísima prometida que esperaba, pensó que quizá lo que ocurría era que se hallaba muy fatigada por el largo viaje y que éste había alterado la perfección de su rostro.
Más tarde, cuando todos los habitantes del poblado tuvieron ocasión de conocer a la futura esposa de Yesé quedaron muy sorpren­didos, pues éste les había ponderado mucho su belleza y ellos no veían en ella nada espe­cial; antes al contrario, más bien la encon­traban poco agraciada y vulgar.
Así, fueron pasando los días y Yesé no daba muestras de tener mucha prisa para la celebración de la boda, encontrando siempre algún motivo para retrasarla.
Entretanto, la pobre Malí tenía que sopor­tar los malos tratos de la esclava, quien la había presentado como una pequeña criada que tenía a su servicio. Entre las obligaciones que le había impuesto figuraba la de ir todos los días al río con un gran cántaro a buscar agua fresca. Y sucedió una vez, que cuando Malí había llenado su cántaro, éste pesaba tanto que en modo alguno podía cargar con él. Entonces, muy afligida al ver la inutilidad de sus esfuerzos, se sentó en la orilla y se puso a llorar desesperadamente.
De pronto, por entre sus lágrimas, vio apa­recer ante ella a una bellísima joven: era Emé que, al Oír el llanto de su hermanita, le había pedido al genio del río que la dejara acudir a consolarla. El genio, sabedor de que Emé no podía huir, accedió a lo que. ella le pedía.
-¡Oh, hermana mía -exclamó Malí, cuan­do se hubo repuesto de su congoja, no sabes qué malos tratos me da esa perversa esclava causante de nuestra desdicha!
-¿Y qué hace Yesé? -le preguntó su her­mana.
-El está muy triste y, con gran desespe­ración de ella, siempre retrasa la boda.
-Bueno, no te aflijas, hermanita querida, que día llegará en que se acabarán nuestras penas.
Dicho esto, la hermosa Emé abrazó y besó nuevamente a su hermana, y volvió a sumer­girse en las aguas del río.
El genio accedió en otras muchas ocasiones a que Emé pudiera reunirse con Malí, de modo que ésta recibía con ello un gran con­suelo y cobraba ánimos para soportar el mal carácter de la esclava, más irritada cada día al ver que Yesé no se decidía a casarse con ella. Una mañana, cuando la niña se encon­traba junto al río llamando a su hermana, acertó a pasar por allí un cazador amigo de Yesé. El cazador, muy extrañado al oír hablar a Malí y no ver a quién se dirigía, se ocultó tras unos árboles a observar en qué paraba aquello. Poco después vio salir del río a una hermosísima joven que se acercó a Malí y la estrechó fuertemente entre sus brazos. Aguar­dó hasta que aquella joven, tras haber con­versado con Malí, volviera a desaparecer en el río, y después se apresuró a ir en busca de Yesé. Cuando lo encontró, le dijo:
-Escucha Yesé: acabo de ver junto al río a esa pequeña que tu prometida tiene como cria­da, y ha sucedido algo muy extraño.
-¿Qué ha sido?
-Pues verás: ella estaba dando voces con acento lastimero, cuando salió del río una jo­ven bellísima que corrió a abrazarla, y lo más curioso del caso es que la pequeña la llamó Emé.
-¿Emé? ¿Cómo es posible?
-Sí, ya sé que ése es el nombre de tu pro­metida. Pero como ésta no corresponde a lo que tú nos habías dicho de ella antes de que llegara al poblado, sospecho que es una usur­padora: tu verdadera prometida es la joven del río, cuyo genio la tiene en su poder...
-Sí -dijo Yesé, tras reflexionar unos mo­mentos. Ha de ser como tú dices. Mañana mismo iré al río a comprobarlo.
Así lo hizo, en efecto, y acompañado del cazador se situó tras unos árboles. Llegó Malí con su cántaro y a los pocos momentos apa­reció Emé, que emergió de las aguas del río más bella que nunca.
-iEs ella, es ella! -exclamó jubilosamente Yesé. Pero, para mi desgracia, se encuentra en poder del genio del río y nada puedo hacer para rescatarla.
-No te desesperes, Yesé -le contestó el cazador. Sigue mi consejo y vete a ver a la vieja del río: ella es la única que puede liber­tar a Emé.
-¡Oh, tienes razón! ¡Voy ahora mismo a visitarla!
La vieja del río era una mujer ancianísima, de más de cien años, que vivía en una cabaña junto a la orilla, a cierta distancia del lugar donde había desaparecido Emé. La cabaña era muy frágil, pero nada podían los elemen­tos contra ella. En la época de las lluvias, cuando el río aumentaba de caudal y se des­bordaba, al llegar junto a ella las aguas se retiraban respetuosamente.
Yesé llegó a la cabaña y, tras de explicarle detenidamente a la vieja del río lo que le había sucedido a Emé, le rogó que le ayu­dase.
-Está bien, lo haré -respondió la vieja del río. Pero para ello necesito que me traigas una gallina blanca, una cabra blanca,, una tela blanca y una cesta de huevos. Vete a buscar todo lo que te digo y no vuelvas hasta dentro de siete días, pues hasta entonces no será el momento propicio.
Yesé regresó muy esperanzado a su casa, y a los siete días volvió a la cabaña llevando consigo todas las cosas que la vieja del río le había pedido. La anciana las tomó y le dijo al joven que se ausentase de allí y no volviera hasta pasado un buen rato. Ella, entre tanto, se dirigió a un apartado lugar de la orilla del río y, mientras musitaba lentamente unas pala­bras que sólo ella conocía, fue arrojando al agua, primero, la cabra blanca, a continuación la gallina blanca y después, uno a uno, los huevos de la cesta. Finalmente, tomó el paño blanco y lo extendió sobre la superficie del río.
Apenas había hecho lo último, cuando sú­bitamente se abrieron las aguas y en el hueco formado por ellas apareció la hermosísi­ma Emé.
-Ven conmigo, Emé -le dijo entonces la vieja. Nada temas, porque yo soy tu amiga y haré que puedas reunirte con tu prometido.
La anciana tomó de la mano a Emé y la condujo hasta la cabaña. Poco después llegó Yesé en compañía de su amigo el caza­dor, y no es para descrita la inmensa alegría que tuvieron los dos prometidos cuando al fin se vieron juntos.
-Sólo una cosa me falta para ser feliz del todo -dijo Emé. Y es poderme reunir con mi querida hermanita Malí.
Entonces Yesé le pidió al cazador que fuera a la orilla del río en busca de la niña. Llegó ésta, en efecto, como todos los días, a llenar de agua su cántaro, y el cazador, tras de contarle todo lo ocurrido, la tomó de la mano y la condujo hasta la cabaña de la vieja del río. Allí, llorando y riendo de contento, ambas hermanas se fundieron en un apretado abrazo. Después, Emé le dijo a Malí que vol­viera a su casa y le dio instrucciones de lo que tenía que hacer cuando llegara a ella.
Se marchó, pues, la niña al poblado, y al llegar a la casa se encontró a la intrusa que, como siempre, estaba muy irritada y la empezó a insultar. Pero aquella vez, Malí se revolvió y le gritó:
-¡Cállate, mujer perversa, que no eres más que la esclava de mi hermana y pronto tendrás tu merecido!
La esclava, que no esperaba aquello, se puso más furiosa que nunca y, tomando un palo, se dispuso a golpear a Malí; pero ésta echó a correr, salió de la casa y, con la esclava pisándole los talones, se encaminó a la cabaña de la vieja del río.
Cuando llegaron allí, Emé apareció en la puerta. La esclava, al verla, se detuvo como aterrorizada, con los ojos que parecían a pun­to de salírsele de sus órbitas. Pero rápida­mente, antes de que su ama pudiera dirigirle la palabra, se dio la vuelta y emprendió la huída. Lo hizo en dirección al río y tan des­atinadamente que, cuando llegó junto a éste, no pudo detenerse y cayó al agua. Enton­ces, el genio del río se apoderó de ella y la arrastró al fondo, de donde nunca más volvió a salir.
Al día siguiente, con gran alegría de todos, se celebraron las bodas de Yesé y Emé, que vivieron muchos años y fueron muy felices.

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