Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 29 de marzo de 2014

El anillo magico

Erase una vez un muchacho, llamado Aku, que vivía a solas con su madre. Ella había puesto en él todas sus esperanzas, pues era el único que le quedaba después de haber perdido a su esposo y a los otros tres hijos, mayores que Aku, que aquél le había dado. Aku era un buen muchacho que siempre ayudaba en cuanto podía a su madre, y deseaba aún hacerlo más, de modo que no tuviera que fatigarse tanto trabajando para los dos. Por eso, un buen día, cuando ya era mayorcito, le dijo:
-He pensado que podría comprar sal y después venderla entre nuestros vecinos. Si me das un poco de polvo de oro la iré a bus­car al Pais-a-orillas-del-mar.
-¿Cuánto necesitas? -le preguntó madre.
-Creo que con un asuanu tendré bastante -respondió Aku.
Un asuanu equivale a una onza. Su madre le dio el polvo de oro que le pedía y Aku se puso en camino hacia el Pais-a-orillas-del-mar.
Anda que te andarás, se encontró con un hombre que iba acompañado de un perro. A Aku le gustaban mucho los animales y como a poco de hablar con el hombre vio que éste no quería mucho al perro, pues le dijo que se proponía venderlo, decidió comprárselo.
-No es para ti -le dijo el hombre, porque tú no podrías pagarme un asuanu de polvo de oro, que es lo que yo pienso sacar por él.
-¿Cómo que no? -respondió Akú. Aquí tiene el polvo de oro y deme usted el perro.
Hicieron el trueque y el muchacho se vol­vió a su casa. Su madre, al verlo llegar antes de lo que esperaba, se sorprendió mucho. Cuando supo el motivo, lamentó que Aku hubiera empleado tan mal el polvo de oro, pero no le riñó ni le dijo nada.
Al cabo de algún tiempo, Aku volvió a decirle a su madre:
-Madre, si me das un poco de oro podré comprar algunas cosas para revenderlas entre nuestros vecinos. De este modo podría ganar bastante para que tú no tuvieras que trabajar tanto.
-No ganaste mucho la primera vez -le contestó su madre. ¿Y si ahora vuelve a su­ceder lo mismo?
-No, te aseguro que no. Dame dos asuanu de oro y ya verás el buen partido que sacaré de ellos.
La buena mujer le dio a su hijo lo que le pedía y éste no tardó en ponerse en camino de nuevo. No se había alejado mucho de su casa cuando se encontró con un hombre que llevaba en brazos a un gato. Era un minino lindísimo que, al ver a Aku, se puso a maullar con acento, lastimero. Pese a la promesa que le había hecho a su madre de emplear bien el polvo de oro, Aku no pudo resistir la tenta­ción y le propuso al hombre comprarle el gato.
-Este animalito me es muy útil porque caza los ratones que hay en mi casa -le dijo el hombre. Además, no creo que tú puedas comprármelo.
-¿Cuánto quiere usted por él?
-No lo daría por menos de dos asuanu de polvo de oro.
-Aquí los tiene y deme usted el gato -res­pondió Aku, al tiempo que le entregaba al hombre los dos asuanu.
Grande fue el disgusto que tuvo la madre cuando su hijo le dio cuenta del mal empleo que había hecho del polvo de oro. Pero la buena mujer enjugó unas lágrimas en silencio y nada dijo, pues la cosa ya no tenía remedio.
Al cabo de cierto tiempo, Aku juzgó que ya se le habría pasado el disgusto a su madre y volvió a decirle:
-Mira, si me das tres asuanu de polvo de oro intentaré hacer algún buen negocio que te compensará de todas las fatigas pasadas.
-Hijo mío -respondió la madre, somos muy pobres. Tres asuanu es todo los que nos queda y temo que tampoco esta vez hagas un buen trato.
-¡Oh, no -exclamó Aku, ahora no ocu­rrirá lo mismo, te lo prometo!
La madre le dio los tres asuanu de polvo de oro y al día siguiente por la mañana el muchacho se puso por tercera vez en camino. No había andado mucho cuando se encontró con un cazador que llevaba una paloma en la mano. "¡Pobre avecilla -se dijo Aku, seguro estoy de que este cazador la ha capturado para comérsela!". Y, entristecido por esta idea, le propuso al hombre comprarle la paloma.
-No creo que puedas hacerlo -respondió el cazador. Vale mucho.
-¿Cuánto?
-Tres asuanu de polvo de oro.
-Pues aquí los tiene y deme usted la paloma -le dijo Aku.
Cuando el muchacho llegó a su casa y le contó a su madre lo ocurrido, la buena mujer no pudo reprimir su disgusto y, alzando los brazos al cielo, exclamó:
-¡Ay, hijo mío! Nada nos queda ya. ¿Qué va a ser ahora de nosotros?
Aku, al ver la desesperación de su madre, sintió una profunda tristeza. ¿De qué habían servido todos sus, buenos propósitos si, en fin de cuentas, lo único que había hecho era empeorar más su situación? Se había sentado junto a la puerta de su humilde morada em­bargado por tan penosas reflexiones, cuando sintió que la paloma, que que había estado revo­loteando a su alrededor, fue a posarse en su hombro. Ni siquiera la miró, de tan abstraído como estaba. Pero la palomita volvió la ca­beza hacia él y le dijo:
-Aku, tengo que hablarte.
El muchacho se quedó boquiabierto de sor­presa, pero la paloma, sin darle tiempo a que dijera nada, prosiguió:
-No te asombres, Aku, porque yo no soy lo que parezco. Verás, no hace mucho me ha­llaba entre los míos, de los cuales soy el más poderoso jefe, y me disponía a emprender un largo viaje, cuando fui capturado por ese per­verso cazador. De sus manos y del triste fin a que me destinaba tú me libraste, y ahora, te lo suplico, ¡llévame a mi pueblo! Eterna será mi gratitud...
Aku, repuesto ya de su sorpresa, titubeó un momento:
-No sé, no sé -contestó. Acaso todo eso que dices no sean más que mentiras para poder huir.
-No, Aku -le dijo la paloma, nada quiero 'hacer en contra de tu voluntad. Pero, si dudas de mí, puedes llevarme con una cuerda sujeta a una de mis patas.
Aquello le pareció bien al muchacho, y poco después se puso en camino llevando tras de sí a la paloma sujeta con una larga cuerda.
Anduvieron y anduvieron hasta que, al fin, llegaron al poblado de la paloma. Nada más verlos, dos niñas que estaban jugando en las afueras se pusieron a gritar "¡el Jefe! iel jefe!" y echaron a correr hacia las primeras casas. No tardó en congregarse una gran multitud en torno a Aku y a la paloma. Y cuando toda la tribu estuvo informada de cómo Aku había dado sus últimos asuanu de polvo de oro para liberar al jefe, todos corrieron a sus casas y, con la Reina madre al frente, volvieron de ellas llevando saquitos de oro para el mucha­cho. Después, el más viejo de la tribu se ade­lantó hacia donde estaba Aku y, quitándole el anillo de oro que tenía en un dedo, se lo dio, diciéndole:
-Por tu buen corazón y en prueba de nues­tra gratitud, te entrego este anillo de oro, el cual satisfará todos tus deseos.
Después, Aku se despidió de la paloma y, aclamado por la multitud, emprendió el re­greso.
Cuando llegó a su casa, la madre, que es­taba sentada a la puerta, corrió a abrazarle.
-iHijo mío -exclamó, cuánto has tardado esta vez! ¿Dónde estuviste?
Aku se lo contó todo, le hizo entrega de los saquitos de polvo de oro. y le mostró el anillo. No es para contar la alegría que -tuvo la buena mujer. Aku, cuando hubo descansado de su largo viaje, quiso poner a prueba el po­der del anillo y se fue al bosque cercano. Al llegar donde era mayor la espesura, tomó el anillo en la mano y le ordenó :
-¡Anillo, poderoso anillo, abre un gran espacio en el bosque abatiendo todos los ár­boles y matorrales a mi alrededor!
Apenas había acabado de pronunciar estas palabras, cuando todos los árboles y mato­rrales en varios cientos de metros a la redonda cayeron al suelo.
-¡Anillo, poderoso anillo -volvió a orde­nar Aku, amontona y quema cuanto has aba­tido !
Inmediatamente, árboles y matorrales se amontonaron por sí solos y un gran fuego los redujo a cenizas en un periquete.
La orden siguiente de Aku fue:
-¡Anillo, poderoso anillo, haz que se alcen aquí muchas casas y que venga gente a vivir en ellas!
Acto seguido, surgieron las casas que había ordenado, todas ellas con sus correspondien­tes moradores. Aku fue entonces a buscar a su madre y la nombró reina del nuevo pobla­do, del cual él se constituyó en jefe.
En uno de los poblados vecinos del de Aku vivía un jefe llamado Ananso. Este, que había oído hablar de cómo había surgido, por arte de encantamiento, el nuevo poblado en medio del bosque, quiso conocerlo y, ni corto ni pere­zoso, se encaminó a él. Cuando llegó, tuvo una muy cordial entrevista con Aku, en el transcurso de la cual este último, a solicitud del jefe Ananso, le refirió con todo detalle cómo se había producido aquel prodigio,. sin omitir, claro está, la mención al mágico poder del anillo. El jefe Ananso quedó mara­villado y al punto sintió vivísimos deseos de apoderarse de tan preciosa joya. Pero nada dijo y, con mucha cortesía y amables pala­bras, se despidió de Aku.
Tan pronto como el jefe Ananso llegó a su poblado, habló con un sobrino que tenía, llamado Batú, y le dijo:
-Quiero que vayas al poblado de Aku. Le llevarás como presente este vino blanco y pro­cura, sin que nadie te vea, apoderarte de su anillo.
Cuando el sobrino de Ananso llegó al po­blado de Aku, éste se puso muy contento al recibir el obsequio e invitó a Batú a pasar tres días con él. Los dos muchachos se hicieron en seguida grandes amigos, pero Batú no dejó por ello de pensar en cumplir la orden que le había dado su tío. Y así, al llegar el tercer día, aprovechando que Aku había ido al río a ba­ñarse, para lo cual se había quitado el anillo, Batú se apoderó de éste y abandonó a toda prisa la mansión de quién tan gentilmente lo había hospedado.
Tan pronto como el jefe Ananso tuvo en su poder el anillo mágico le ordenó que cons­truyera un poblado mayor y más bello que el de Aku. Y sus deseos se vieron cumplidos al instante.
Grande fue la desolación de Aku cuando, al regresar del baño, se encontró con que tanto su anillo como Batú habían desaparecido. En­tonces se fue a consultar con el genio del bos­que. Y éste, cuando Aku le hubo contado todo lo ocurrido, le habló así:
-Si quieres recuperar tu anillo mágico, debes enviar en su busca a Ocra y Ocramán: sólo ellos podrán devolvértelo.
Ocra era el gato y Ocramán el perro de Aku, y así que éste llegó a su casa les ordenó que fueran a recuperar su anillo. Pero, entre­tanto, también el jefe Ananso había consul­tado con un genio, el cual le avisó de que Ocra y Ocramán iban a ir a apoderarse del anillo. Entonces el jefe Ananso tomó una buena cantidad de carne mechada, la mezcló con unos polvos que hacían dormir al que la comiese y la colocó muy cerca del lugar por donde tenían que pasar el perro y el gato. Pero antes de llegar a dicho lugar el camino se di­vidía en dos, uno que tiraba por la derecha y otro por la izquierda. En este último era en el que estaba la carne. Al llegar a la divisoria, el gato dijo:
-Vayamos por el camino de la derecha, pues en el otro noto un olor a carne que no me gusta nada.
A Ocramán, al percibir aquel olor, la boca se le había hecho agua, y como no quería per­derse tan apetitoso bocado, le dijo a Ocra:
-Mira, no me siento bien. Sigue tú adelan­te, que yo me quedaré aquí, pues no puedo dar un paso más.
El gato prosiguió su camino, y tan pronto como el perro lo vio perderse a lo lejos, echó a correr hacia donde estaba la carne y se la zampó de un par de bocados. A los pocos mo­mentos se quedó dormido como un tronco junto al camino.
Entretanto, Ocra llegó al poblado del jefe Ananso y penetró en la habitación donde éste se hallaba durmiendo. Allí, dentro de un estu­che, estaba el anillo mágico; pero como no lo podía sacar, se ocultó cerca del estuche para ver si se le ocurría algo. En esto, vio pasar a un ratoncito y, de un zarpazo, se apoderó de él.
-¡No me mates, no me mates! -chilló el ratoncito.
-Te perdonaré la vida si me haces un favor.
-Lo que tú quieras.
-Mira, no tienes más que meterte en ese estuche y traerme el anillo que hay dentro, que es de mi amo. Si lo haces así, te dejaré escapar.
-¡Ya lo creo que lo haré! -exclamó muy contento el ratoncito. Y en cuanto el gato lo dejó suelto, se fue al estuche y en untinstante abrió en él un agujero, por el cual se intro­dujo. En seguida se apoderó del anillo y se lo llevó al gato, quien, cumpliendo su palabra, le dio la libertad al ratoncito.
En su camino de regreso, Ocra llegó al sitio donde había dejado a Ocramán, quien en aquel momento estaba volviendo en sí de su dormilona.
-Hola -dijo el gato. Veo que ya no huele a carne. ¿Qué ha sido de ella?
-No sé -le contestó Ocramán. Alguien se la habrá llevado. Yo he estado malísimo y sólo ahora empiezo a sentirme bien de nuevo. Y tú ¿qué hiciste?
El gato se lo contó todo, y, cuando lo hubo hecho, se pusieron en marcha los dos juntos. Pero aún les quedaba un obstáculo que salvar. Un arroyuelo que habían cruzado en el camino de ida bajaba ahora muy cre­cido. Cuando estuvieron en la orilla. Ocra­mán le dijo a Ocra:
-Tendrás que llegar al otro lado de un salto, puesto que eres enemigo del agua. Y como el anillo se te podría caer cuando vayas por el aire, lo mejor será que me lo des a mí, que yo atravesaré el arroyo a nado.
Lo hicieron así, en efecto. Ocra dio un gran salto y ganó sano y salvo la otra orilla. Ocra­mán se metió en el arroyo y se puso a nadar; pero cuando andaba por la mitad de él empezó a sentirse cansado. Entonces, abrió la boca para tomar aliento y... iel anillo se le cayó al agua! Cuando llegó donde estaba Ocra, éste le preguntó:
-¿Dónde está el anilllo?
-¡Ay de mí, se me cayó al agua y un pez se lo ha tragado!
El gato, al oírlo, se zambulló en el arroyo y, al llegar al fondo, viendo a un pez muy gor­do, lo atrapó por la cola y lo sacó fuera del agua.
-¿Dónde está el anillo que se ha caído en este arroyo? -le preguntó el gato al pez.
Como el pez daba la callada por respuesta, Ocra lo zarandeó y le dijo:
-O me respondes o te quito la vida.
Entonces el pez abrió la boca y dejó caer el anillo. Después dio un salto y volvió a me­terse en el agua.
Ya sin ningún nuevo contratiempo, Ocra y Ocramán llegaron a la vista del poblado de Aku.
-Por favor, Ocra -le dijo el perro al gato, no le digas nada a nuestro amo de cuanto ha sucedido.
Pero cuando estaban cerca de la casa de Aku, Ocramán echó a correr hacia ella, gri­tando:
-iAmo mío, amo mío! El gato se comió la carne, se quedó dormido y tuve que ir yo solo a buscar el anillo. Después, cuando volví con él, lo quiso llevar al atravesar el arroyo y lo dejó caer al agua. iSi vieras lo que me costó recuperarlo...!
Pero Aku, a quien el genio del bosque le había revelado todo lo ocurrido, le contestó:
-Eres un mentiroso, Ocramán. Todo eso de que acusas a Ocra lo hiciste tú. Y a él es, en cambio, al que le debo el haber podido recuperar mi anillo mágico. De ahora en ade­lante, tendré al gato calentito en casa, junto al fuego, y le dejaré dormir en mi cama. Tú te quedarás fuera y dormirás a la intemperie...
Así se hizo. Y por eso, desde entonces, todos los gatos descendientes de Ocra viven en casa con sus dueños y todos los perros des­cendientes de Ocramán duermen a la luz de las estrellas.

0.009.1 anonimo (africa) - 037

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