Resulta que al Tío un amigo
le regaló un perrito. Pero cuando lo llevó a la casa, Doña Peta no quiso saber
nada, porque los perros necesitan espacio y hacen mucho lío.
-Pero éste no va a hacer lío
-dijo el Tío.
-Yo me voy a ocupar de que
esté todo ordenado y limpio.
-Vas a ver que yo tengo
razón...
-Tiene cara de ser muy
educado y obediente -insistió el Tío.
-Hagamos una cosa. Te dejo
que lo tengas hasta mañana. Si para entonces el perro se portó muy bien, lo
dejamos quedar.
-Me parece muy bien -dijo el
Tío, y se fue a bañar al perro. El perro no se quería bañar, e hizo un desastre
en el baño. Salpicó las paredes, se quiso pelear con el toallón, mordió el
jabón y rompió un frasco de perfume. Después del baño, el Tío se llevó al perro
a su pieza y lo encerró allí, mientras él arreglaba y limpiaba el baño. Doña
Peta escuchó el escándalo y sintió el olor a perfume, pero no dijo nada. Cuando
el tío entró a la pieza vio que el perro se había acostado sobre la ropa
limpia. Entonces pensó: a este perro le hace falta una cucha. Y se puso a
armarle una con un cajón de frutas. A la hora de dormir, el perro decidió que
la cucha no le gustaba, y prefería la cama del tío. Y cómo los dos no cabían,
después de un rato de tironeos el tío se buscó otro lugar para dormir. La cucha
del perro le quedaba chica. Entonces decidió que el ropero era un buen lugar.
Primero sacó toda la ropa que había adentro, y la puso en el escritorio.
Después volcó el ropero en el piso y se acostó adentro.
El perro y el tío se
durmieron. Los despertó a la mañana siguiente el sonido del teléfono, pero el
tío no podía atenderlo porque no lo encontraba por ningún lado. La campanilla
sonaba en el escritorio, pero la pila de ropa que había encima lo tapaba. Para
que no volviera a suceder, el tío decidió colgar el teléfono de una lámpara y
llevar todas las cosas del escritorio a la cucha del perro: papeles, libretas,
cuadernos, lápices, ganchitos, gomas, marcadores, crayones, lapiceras fuente,
tinteros, secantes y plumas de ganso. El problema fue dónde poner el plato de
perro, el almohadón y el hueso de goma que estaban en la cucha. El tío decidió
ponerlos en una estantería que había en la pared. En la estantería había
algunos libros, que el tío guardó abajo de la cama. Cansado por el arreglo, el
tío se fue a comprar el diario y a desayunar a un bar.
Al rato sonó el teléfono de
nuevo, y Franca corrió a atenderlo. Pero no lo pudo encontrar, porque estaba
colgado de la lámpara. Después vino Lara buscando un papel y un lápiz para
dibujar. Pero no los encontró, porque no estaban en el cajón del escritorio
como siempre. Justo entonces el perro sintió hambre, y se puso a buscar su
plato y su hueso. Pero no los encontró, porque estaban en un estante. Al poco
rato llegó Peta, que llevaba una pila de ropa planchada para guardar en el
ropero del tío. Al entrar a la pieza, oyó el sonido del teléfono, a Franca
protestando porque no lo alcanzaba, a Lara llorando por su papel y lápiz y al
perro ladrando por su hueso. Lo primero que quiso hacer fue dejar la pila de
ropa en el ropero. Pero el ropero estaba volcado en el piso, y adentro estaban
el piyama, la almohada y la frazada del tío. La mamá se sorprendió y se enojó
cuando vio el desastre. Dejó la ropa en la cama, donde se llenó de pelos de
perro. Sacó el teléfono de la lámpara, pero ya había dejado de sonar. Trató de
encontrar un papel en blanco y un lápiz para Lara, pero no pudo encontrarlos en
medio del revoltijo. Buscó el hueso debajo de la cama, pero allí sólo habían
libros. Justo entonces llegó el Tío, muy campante, con su diario bajo del
brazo.
-¡Tío Chiflete! -le gritó.
Porqué el perro durmió en tu cama?
-Porque la usó de cucha.
-¿Y porqué pusiste el ropero
acostado en el piso?
-Porque lo estoy usando de
cama. Se duerme bárbaro adentro.
-¿Y porqué pusiste la ropa
en el escritorio?
-Porque lo estoy usando de
armario.
-¿Y porqué pusiste los
lápices y papeles en la cucha del perro?
-Porque la estoy usando como
escritorio -respondió el tío muy contento.
-¿Y porqué pusiste los
libros abajo de la cama?
-Porque estoy usando el piso
como estante.
-¡Tíííííío! -gritó la mamá
enojada
-¿Me estás tomando el pelo?
¿Viste que el perro hizo todo este lío? Yo tenía razón. El tío se quedó
pensando, y al final dijo:
-El lío no lo hizo el perro,
lo hice yo.
-Entonces o se va el perro,
o te vas vos. Decidieron devolver el perro al amigo que lo había regalado.
Cuando el Tío lo llamó, el amigo le dijo:
-Me olvidé de decirte que el
perro está acostumbrado a dormir en una cama.
-Ya nos dimos cuenta -dijo
el Tío. Por suerte, el amigo había extrañado mucho al perro y aceptó llevárselo
de vuelta. El Tío se pasó un día entero arreglando su cuarto y refunfuñando.
Desde entonces, los días que no podía dormir, el tío volcaba el ropero al piso
y dormía adentro.
999. Anonimo
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