Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 3 de junio de 2012

Paddy o'kelly y la comadreja

A tiempos remotos habríamos de remontarnos para encontrar a un hombre llamado Paddy O'Kelly, que vivía cerca de Tuam, en el con­dado de Galway. Una mañana se levantó muy temprano, no sabía qué hora podía ser, pues aún, la luz de la luna iluminaba los campos. Quería ir a la feria de Cauher-na­mart, a vender un asno que tenía.
No había avanzado más de tres millas por la carre­tera, cuando sobrevino una gran oscuridad, y co­menzó a caer una densa lluvia. Vio una casa entre los árboles, a unas quinientas yardas a un lado de la carre­tera, y decidió correr a refugiarse en ella hasta que cesara la lluvia. Cuando llegó encontró la puerta abierta delante de él, y entró. Vio una gran habitación a su izquierda, y un espléndido fuego en la chimenea. Se sentó en una banqueta que había junto a la pared, y comenzaba a quedarse dormido, cuando vio a una gran comadreja acercándose al fuego con algo relu­ciente en la boca, que dejó caer sobre la losa del hogar; para desaparecer otra vez. Pronto volvió de nuevo con otro objeto igual entre los dientes, y esta vez pudo distinguir que era una guinea lo que llevaba. La soltó también sobre la losa, y se marchó. Así estuvo yendo y viniendo, hasta que reunió un enorme montón de guineas frente al fuego. Y al fin, cuando el animal volvió a retirarse, Paddy se levantó, echó todo el oro que había apilado en sus bolsillos, y corrió afuera con él.
No había ido lejos, cuando escuchó que la coma­dreja venía tras él, chillando tan fuerte como las gai­tas. Adelantó a Paddy, llegó hasta la carretera, y comenzó a moverse hacia adelante y hacia atrás, tra­tando sin duda, de lanzarse a su garganta. Paddy tenía un buen bastón de roble, y la mantuvo a raya, hasta que llegaron dos hombres que se dirigían también a la feria; uno de ellos llevaba un gigantesco perro que persiguió a la comadreja hasta el agujero de un viejo muro, donde se escondió.
Paddy continuó su viaje a la feria, y, en lugar de volverse a casa con los beneficios obtenidos de la venta de su viejo asno, como por la mañana había pensado hacer, fue y compró un caballo con parte del dinero que había robado a la comadreja, y regresó a casa montado en él. Cuando llegó al lugar donde el perro había acorralado a la comadreja en un agujero del muro, ésta salió y le hizo frente, luego dio un salto y se agarró del caballo por la garganta. El caballo se desbocó, y Paddy no podía detenerle, hasta que en su locura saltó sobre una gran zanja llena de agua y lodo negro; y estaba ahogán-dose y asfixiándose por mo­mentos, cuando unos hombres que venían de Galway acertaron a pasar por allí, espantaron a la comadreja y le ayudaron a salir.
Paddy cogió el caballo, se lo llevo a casa, lo metió en el establo de las vacas y se fue a dormir.
A la mañana siguiente, al despuntar el día, Paddy se levantó temprano, y salió a dar a su caballo paja y avena. Mas cuando llegó a la puerta del establo, vio salir a la comadreja cubierta de sangre.
"¡Siete mil maldiciones caigan sobre ti!", gritó Paddy, "mucho me temo el estrago que has hecho".
Entró en el establo, y encontró a su caballo, un par de vacas lecheras, y dos terneras, muertos. Salió pre­cipitadamente y puso a un perro que tenía tras el rastro de la comadreja. El perro atrapó a la comadreja, y ella atrapó al perro. El perro era un buen animal, pero se vio forzado a soltar su presa antes de que Paddy pudiera llegar. Este la siguió con la vista, sin embargo, a lo largo de su carrera, hasta que vio cómo sé metía en una pequeña casucha que había en la orilla del lago. Paddy corrió hacia allí, y, cuando llegó a la pequeña cabaña, hostigó al perro, para excitarle y enfurecerle, y de nuevo lo envió tras ella. Cuando el perro entró, comenzó a ladrar. Paddy corrió tras él, y vio a una vieja bruja en un rincón. Le preguntó si había visto entrar a una comadreja allí.
"No la he visto", dijo ella; "y más vale que sepas que estoy invadida por una enfermedad apestosa, y que si no te marchas rápidamente de aquí, la vas a coger tú también".
Mientras Paddy y la bruja hablaban, el perro no dejaba de moverse inquieto, hasta que, al fin, dio un salto y cogió a la bruja por la garganta. Esta chilló y dijo:
"Paddy O'Kelly, quítame a tu perro de encima, y haré de ti un hombre rico."
Paddy mandó a su perro soltarla, y preguntó:
"Dime quién eres tú, y ¿por qué mataste a mi caba­llo y a mis vacas?"
"¿Y por qué te llevaste tú todo el oro que yo había estado almacenando durante quinientos años, por todas las colinas y escondrijos del mundo?", cortó la bruja.
"Yo creí que sólo eras una comadreja", dijo Paddy, "de otro modo no habría tocado tu oro; y, otra cosa", agregó, "si ya llevas quinien-tos años en este mundo, creo que ya es tiempo de que te vayas a descansar".
"Cometí un gran crimen en mi juventud", explicó la bruja, "y ahora podría ser liberada de mis sufri­mientos, si tú pagaras veinte libras para que digan misas por mí durante ciento tres veintenas de años".
"¿Dónde está el dinero?", preguntó Paddy.
"Ve y cava debajo de un arbusto que hay encima de un pequeño pozo, en la esquina de aquel campo de allí, y encontrarás una olla llena de oro. Paga las veinte libras por las misas, y quédate tú con el resto.
Cuando levantes la losa de encima de la olla, verás salir un gran perro negro; pero no tengas miedo de él; es un hijo mío. Cuando tengas el oro, compra la casa donde me viste la primera vez. La conseguirás barata, porque tiene fama de albergar un fantasma en ella. Mi hijo vivirá abajo en el sótano. No te hará nin­gún daño, y será un buen amigo para ti. Yo moriré dentro de un mes a partir de este día, y, cuando me tengas por muerta, pon carbón bajo esta pequeña chabola y quémala. No le digas a nadie nada sobre mí y la suerte te acompañará."
"¿Cuál es tu nombre?", inquirió Paddy.
"Mary Kerwan", dijo la bruja.
Pady se fue a casa, y, cuando la oscuridad de la noche se echó como un manto encima, cogió una azada y marchó hasta el arbusto que había en la esquina del campo, y comenzó a cavar. No había pasado mucho rato, cuando encontró la olla, y cuando levantó la losa que la cubría, un gran perro negro saltó afuera, y se fue corriendo, y el perro de Paddy tras él.
Paddy llevó el oro a casa, y lo escondió en el esta­blo. Al cabo de un mes, marchó a la feria de Galway, y compró un par de vacas, un caballo, y una docena de ovejas. Los vecinos se preguntaban de dónde había sacado todo aquel dinero; llegando a la conclusión de que tenía tratos con la buena gente [1].
Un día, Paddy se vistió y fue a ver al caballero que poseía la gran casa donde había visto por primera vez a la comadreja, y le pidió que le vendiera la casa, y la tierra que la rodeaba.
"Puedes tener la casa sin pagar renta alguna; mas hay un fantasma en ella, y no me gustaría que fueras a vivir allí sin decírtelo antes, pero no podría quedarme sin la tierra sin conseguir por ella cien libras más de lo que tú puedes ofrecerme."
"Quizá tenga yo todo lo que pides", dijo Paddy. "Mañana estaré aquí con el dinero, si estás dispuesto a darme la posesión."
"Estaré dispuesto", aseguró el caballero.
Paddy se fue a casa y contó a su esposa que había comprado una gran casa y una posesión de terreno.
"¿De dónde has sacado el dinero?", le pre­guntó la mujer.
"Qué más te da a ti de dónde lo haya conse­guido?”, contestó Paddy.
Al día siguiente, Paddy fue a ver al caballero de nuevo, le dio el dinero, y tomó posesión de la casa y de la tierra; y el caballero le cedió amablemente el mobi­liario y todo cuanto había en la casa, incluidos en el lote.
Paddy se quedó en la casa aquella noche, y cuando oscureció, bajó al sótano, y allí vio a un hombre dimi­nuto con sus dos piernas abiertas sobre un barril.
"Dios te salve, buen hombre", saludó a Paddy.
"Igualmente", dijo Paddy.
"No tengas miedo de mí, en absoluto", continuó el hombrecillo. "Yo seré un excelente amigo para ti, si eres capaz de guardarme un secreto."
"Claro que soy capaz; guardé el secreto de tu madre, y guardaré el tuyo también."
"¿Tienes sed, quizá?", -preguntó el hombrecillo.
"No estoy libre de ella", -respondió Paddy.
El hombrecillo metió una mano en su pechera, y sacó de ella una copa de oro. Se la dio a Paddy, y dijo: "Toma vino de este barril que está debajo de mí."
Paddy llenó la copa hasta arriba, y se la pasó al hombrecillo.
"Bebe tú primero", dijo.
Paddy bebió, llenó otra copa, la pasó al hombreci­llo, y éste la bebió.
"Llena otra vez y bebe", ordenó el hombrecillo. "Esta noche pienso ponerme alegre."
Y se sentaron los dos, mano a mano, hasta que estuvieron medio borrachos. Entonces, el hombreci­llo dio un salto hasta el suelo, y preguntó a Paddy:
"¿No te gusta la música?"
"Claro que me gusta", dijo Paddy, "y soy un buen bailarín, también".
"Levanta esa losa grande que hay allí, en el rincón, y encontrarás mi gaita debajo."
Paddy levantó la losa, cogió la gaita, y se la dio al hombrecillo. Este apretó la bolsa, y comenzó a tocar una melodiosa música. Paddy empezó a bailar, y así siguió hasta que estuvo muy cansado. Entonces echa­ron otro trago y el hombrecillo le habló de nuevo:
"Haz lo que mi madre te dijo, y yo te conseguiré grandes riquezas. Puedes traer a tu esposa contigo, pero no le digas que yo estoy aquí, así ella no me verá. Cuando quiera que te falte cerveza o vino, ven aquí y coge. Ahora, adiós; vete a dormir, y ven otra vez aquí mañana por la noche."
Paddy se fue a la cama, y al cabo de no mucho rato se quedó dormido.
Al despuntar el alba del día siguiente, Paddy fue a su casa, y trajo a su mujer y a sus niños a la nueva vivienda, y allí se asentaron con gran confort. Aquella noche Paddy bajó al sótano; el hombrecillo le dio la bienvenida y le preguntó si quería bailar.
"No antes de tomar un trago", dijo Paddy.
"Bebe hasta hartarte", rió el hombrecillo; "ese barril nunca estará vacío mientras tú vivas".
Paddy se bebió una copa rebosante, y ofreció otra al hombrecillo. Entonces éste le dijo:
"Esta noche voy a la fortaleza de los duendes, a tocar música para la buena gente, y si vienes conmigo conocerás la buena diversión. Te daré un caballo, y te aseguro que jamás habrás visto nada parecido.
"iIré contigo, y bienvenido sea tu ofrecimiento!", exclamó Paddy; "pero, ¿qué excusa voy a darle a mi mujer?"
"Yo te llevaré de su lado sin que ella se dé cuenta, cuando los dos estéis dormidos, y luego te traeré junto a ella de la misma manera", explicó el hom­brecillo.
"Soy obediente", dijo Paddy; "echemos otro trago antes de irme".
Bebió trago tras trago, hasta que estuvo medio borracho, y se fue a la cama con su mujer.
Cuando se despertó, se encontró a sí mismo mon­tando una escoba cerca de Doon-na-shee, y el hom­brecillo montando otra a su lado. Cuando llegaron a la verde colina del Doon, el hombrecillo dijo algunas palabras que Paddy no entendió. La verde colina se abrió, y la pareja entró en una elegante cámara.
Paddy jamás ha­bía visto nada se­mejante a lo que vio aquella noche en el Doon. Todo estaba lleno de gente diminuta, hombres y muje­res, jóvenes y vie­jos. Todos dieron la bienvenida al pe­queño Donal -que era el nom­bre del gaitero- y a Paddy O'Kelly. El rey y la reina de los duendes se acercaron hasta ellos, y dijeron:
"Esta noche va­mos a ir todos a CnocMatha, y visi­taremos al gran rey y a la reina de toda nuestra gente."
Se levantaron todos y salieron. Había caballos preparados para cada uno de ellos, y una fantástica carroza para los monarcas. El rey y la reina subieron al carruaje, cada hombre saltó sobre su propio caballo, y podéis estar seguros de que Paddy no se quedó atrás. El gaitero salió delante y se puso a tocarles música, y luego allá fue con ellos. No había pasado mucho tiempo cuando llegaron a Cnoc Matha. La colina se abrió, y el rey y la reina y toda la hueste de duendecillos entraron.
Finvara y Nuala, el gran rey y la gran reina de la hueste de duendes de Connacht, estaban allí; y tam­bién miles de personitas. Finvara se levantó y dijo:
"Esta noche vamos a jugar un partido de bastones contra la hueste de Munster, y, como no los derro­temos, nuestra fama se habrá esfumado para siempre. El partido tendrá lugar en Moytura, debajo de Slie­ve Balgadaun."
La hueste de Connacht gritó: "Estamos todos preparados, y no tenemos la menor duda de que los venceremos.”
"Adelante, todo el mundo", gritó el gran; “los hombres de la colina de Nephin estarán en el terreno antes que nosotros”.
Y salieron todos, y el pequeño Donal y doce gaite­ros más iban delante, tocando ritmos mágicos. Cuari­do llegaron a Moytura, los duendecillos de la colina de Nephin ya estaban allí.
Sería necesario explicar que era cosa necesaria para las huestes de los duendes tener a dos seres humanos de testigos con ellos cuando iban a luchar, o a jugar un partido de bastones, y ésa era la razón de que el pequeño Donal llevara a Paddy O'Kelly con él. Igualmente había un hombre con la hueste de Muns­ter, al que llamaban "el Stongirya amarillo" [2], y era de Ennis, en el condado de Clare.
Al cabo de un rato las dos huestes tomaron posi­ciones; la pelota fue lanzada a lo alto en medio de las dos, y la diversión dio comienzo en serio. Golpearon y lanzaron sin cesar la bola, y los gaiteros tocaron, hasta que Paddy O'Kelly vio que la hueste de Munster estaba tomando la sartén por el mango, y comenzó a ayudar a la hueste de Connacht. Entonces el ston­girya se levantó y se lanzó hacia Paddy O'Kelly, pero Paddy lo puso patas arriba. Las dos huestes pasaron del juego a la pelea, y al cabo de un rato la hueste de Connacht acabó sacudiendo a la otra. Entonces, los de la hueste de Munster se convirtieron en escarabajos voladores, y salieron volando de allí, comiéndose cuanto de verde encontraban en su camino. Arrasa­ron todo el campo hasta llegar a Cong. Entonces, miles de palomas salieron de un enorme agujero, y se tragaron a los escarabajos. Aquel agujero no ha tenido otro nombre, desde entonces hasta hoy, que Pull-na-gullam, el agujero de las palomas.
Cuando la hueste de los duendes de Connacht hubie­ron ganado su batalla, regre­saron a CnocMatha llenos de felicidad, y el rey Finvara dio a Paddy O'Kelly una bolsa llena de oro, que el pequeño gaitero llevó de vuelta a casa, lo dejó en su cama, al lado de su mujer, y allí se quedó dormido.
Pasó un mes después de aquello, sin nada que valga la pena mencionar, hasta que una noche Paddy bajó al sótano, y el hombrecillo le dijo: "Mi madre ha muerto; ve y quema la casa sobre ella."
"Es verdad", recordó Paddy. "Ella me dijo que ya no le quedaba más que un mes en el mundo, y el mes se cumplió ayer."
Al día siguiente por la mañana, Paddy fue hasta la cabaña y encontró a la bruja muerta. Puso carbón en el suelo de la cabaña, y la quemó. Luego volvió a casa, y dijo al hombrecillo que había quemado a la bruja. El hombrecillo le dio una bolsa de monedas y le dijo: "Esta bolsa nunca estará vacía mientras vivas. Ahora, ya no me verás más; pero conserva un cariñoso recuerdo de la comadreja. Ella fue el principio y la causa primera de todas tus riquezas." Y se marchó, y Paddy ya no volvió a verlo nunca más.
Paddy O'Kelly y su mujer vivieron durante largos años después de aquello en la casa grande, y cuando él murió dejó tras sí una gran fortuna, y una gran familia para gastarla.
Ahí queda, pues, esta historia para vosotros, desde la primera hasta la última palabra, tal como se la oí contar a mi abuela.

024 Anónimo (celta)

[1] Los duendes (n. del t.).
[2] Parece probable que la palabra stongirya provenga de stanger, nombre dado a cierta clase de músico local en el dialecto de Yorkshire y Cumperland y de Iry, una variedad de Eerie, Irlanda (n. del t.).

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