Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 5 de junio de 2012

La zarevna oveja


Cierto zar tenía una esposa a la que amaba sobrema­nera. Tenían una sola hija, que ya estaba en edad de casarse. La zarina enfermó y al ver que no le quedaba mucho de vida, sino que iba a morir pronto, llamó a su esposo el zar y, con lágrimas en los ojos, le dijo con mucha reserva:
-Ya se acerca la última hora de mis días y moriré antes de que por tercera vez cante el gallo; yo sé que tú no puedes permanecer sin casarte de nuevo, ¡y que sea enhorabuena! ¡Que Dios te perdo­ne como esta pobre pecadora! Ahora, por éste y por el otro mundo, escúchame y haz lo que te voy a decir: aquí tienes un anillo, si encuentras una doncella y la pretendes, no te cases con ella si no le vale este anillo en el dedo índice de la mano derecha; por los cie­los y la tierra, tres veces te tomo juramento de que a esa doncella a quien mejor le quede el anillo en el dedo la tomarás por esposa en mi lugar, y si no me haces caso, todo lo que has obtenido y lo que le has rogado a Dios, todo en vano y al revés se volverá, y de ti no quedará ni rastro.
El zar se lo prometió, juró que no se casaría con ninguna donce­lla si no le valía el anillo y, si no la encontraba, no se casaría. La zari­na le respondió a eso:
-La encontrarás, sólo no violes tu juramento, no sea que te vaya a picar una víbora.
Y en cuanto hubo dicho esto, expiró. El zar, tras la muerte de su mujer, envió a sus servidores por la ciudad para que buscaran entre todas las doncellas a la que le quedara bien el anillo, pero como no la encontraron en la ciudad, los envió por el ancho mundo á ver si con suerte la encontraban, pero todo fue en vano. Los servidores volvie­ron después de mucho tiempo y le dijeron al zar que en todo el mundo no habían encontrado a una doncella a la que no le estuviera el anillo o bien demasiado ancho o bien demasiado estrecho. El zar estaba des­concertado sin saber qué hacer: hubiera querido casarse, pero no tenía con quién, podría romper el juramento, pero no se atrevía por miedo a que se volviera contra él; estando así, preocupado y pensativo, tiró el anillo que ¿adónde fue a parar? Saltó a la falda de su propia hija que, al ver un anillo de oro tan bonito, lo cogió y se lo puso en el dedo índi­ce de la mano derecha y, extendiendo la mano hacia su padre, le dijo:
-Mira, padre, qué bien me está.
Al verlo, el zar se desmayó y en todo el día no se recuperó, hasta que intervino su hija tomándole las manos y abrazándolo, entonces, embargado por la aflicción, se echó a llorar en el hombro de su hija y volviendo en sí, de repente, le dijo a su hija:
-Tú eres mi esposa, así lo ha juzgado Dios, conque serás zarina en lugar de tu madre que en paz descanse.
Admiróse su hija de lo que decía y lo tomó por locura y desatino, pero después de mucho disputar comprendió que no tenía salida, qué iba a hacer para no casarse con su padre y que el suceso no corriera de boca en boca; decidió matarse y así lo hizo: cogió la daga de su padre y se la clavó en la mitad del corazón. Al verlo, el padre mandó en busca de la hechicera, que le dijo:
-Hete aquí un caramillo, hazlo sonar junto a su cabeza desde que amanezca hasta que se ponga el sol y te revivirá.
Así lo hizo el zar y en cuanto que empezó a silbar en torno a la hija muerta, ella se sentó, su padre la abrazó y en seguida ordenó que se preparara todo lo necesario para que al día siguiente fuera la boda. Cuando su hija oyó esto, cogió el sable de su padre y se cortó la mano izquierda, la derecha se la quemó en el fuego. A la mañana siguien­te los servidores estaban preparando la boda y uno de ellos le dijo al zar que había visto a su hija sin manos. Su padre corrió hacia ella y cuando la vio, inmediatamente volvió a llamar a la hechicera, que le dio ciertas hierbas y, en cuanto que se las aplicó en los muñones, bro­taron las manos tal como eran antes. Luego el zar puso a su hija bajo vigilancia para que no volviera a atentar contra su vida; ella, al no poder hacer nada, se paseaba de un lado a otro de la estancia, hasta que vio en un rincón de la casa un bastón de oro puro en el que esta­ba grabada con sangre esta inscripción: »No me toques». Ella se sor­prendió de lo que aquello pudiera ser, tomó el bastón en sus manos y, en cuanto que lo hizo girar entre sus dedos, en aquel mismo ins­tante, se convirtió en oveja y empezó a balar por la casa. Cuando la vieron los sirvientes, quedaron aterrorizados de miedo y de sorpresa y salieron corriendo a contárselo al zar; al verlo éste, en seguida vol­vió a llamar a la hechicera, pero esta vez le respondió que no cono­cía ningún remedio y que llamara a otra hechicera. El zar anduvo de hechicera en hechicera, pero todas le respondían que no conocían el remedio para aquello, así que no pudo recuperar a su hija ni tampo­co casarse. De modo que la hija del zar brincaba y balaba junto a su padre, que la criaba y alimentaba como a un niño.
El mismo día que murió el zar también murió la oveja.

090. Anónimo (balcanes)

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