Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 5 de junio de 2012

Finist, el halcón encantado

Érase un campesino viudo que tenía tres hijas. Quería el hombre buscar una criada para que ayudara a las mozas a tener aseada la casa, pero Mariushka, la hija menor, le dijo:
-No busques una criada, padre, que yo misma me encargaré de la casa.
En fin, Mariushka se puso al frente de la casa. Sabía hacerlo todo, y el trabajo le cundía que era un primor. El padre quería mucho a su Mariushka y estaba contentísimo de tener una hija tan inteligente y hacendosa. Además, era bonita como un cromo. Las hermanas, por el contrario, eran envidiosas y feas, pero muy presumidas, y se pasaban el día entero dándose afeites y probándose vestidos, botines y pañoletas.
En cierta ocasión fue el padre al bazar y preguntó a las hijas.
-¿Qué queréis que os traiga, hijitas?
La mayor y la segunda le respondieron:
- Cómpranos a cada una un pañolón con flores grandes bordadas en oro.
Mariushka no pidió nada, y el padre le preguntó:
¿Y tú que quieres, hijita?
-Cómprame -respondió Mariushka- una pluma de Finist, el haleón encantado.
Regresó el padre del bazar y entregó a las hijas mayores lo que le liahan pedido. A Mariushka no le dio nada, pues no había podido hallar la pluma del halcón. Se disponía el padre a ir otra vez al bazar y dijo a las mozas:
-¡Ea, hijitas, decidme lo que queréis!
La mayor y la mediana pidieron muy contentas:
-Cómpranos a cada una un par de botines con tacones de plata.
Mariushka pidió por segunda vez:
- Cómprame, padre, una plumita de Finist, el halcón encantado.
El padre estuvo todo el día en el bazar yendo de un lado para otro y no encontró la plumita.
En fin, el hombre fue al bazar por tercera vez. Las hijas mayores le pidicron:
-Cómpranos un vestido a cada una.
Mariushka dijo de nuevo:
- Cómprame, padre, una plumita de Finist, el halcón encantado.
El padre anduvo todo el día por el bazar y no pudo encontrar la plumita. Salía de la ciudad, cuando se cruzó con él un anciano.
-¡Buenas tardes, abuelo!
-¡Buenas tardes, amable! ¿A dónde vas?
-A mi aldea, abuelo. Estoy muy apenado. Mi hija la pequeña me pidió que le comprara una plumita de Finist, el halcón encantado, y no he podido encontrarla.
-Yo tengo una plumita del halcón, y, aunque la estimo mucho, te la daré, pues para un buen hombre como tú no me da pena nada.
Sacó el anciano una plumita que no tenía nada de particular y la dio al campesino. Iba el buen hombre por el camino y pensaba en qué habría encontrado Mariushka en la plumita aquella.
En fin, entregó el padre los regalos a las hijas. Las mayores se pusie ron sus vestidos y empezaron a burlarse de Mariushka, diciéndole:
- Sigues tan tonta como siempre. ¡Anda, hinca la pluma esa en tu pelo y presume con ella!
Mariushka no respondió a sus hermanas, se apartó cuando todos se hubieron acostado, echó al suelo la plumita y dijo:
- Querido Finist, halcón encantado, preséntate aquí, mi deseado novio.
Apareció de pronto un galán de belleza indescriptible. Al amanecer, el galán se dejó caer con fuerza contra el suelo y se convirtió en halcón. Mariushka le abrió la ventana, y el halcón voló al cielo azul. Tres días recibió Mariushka al apuesto mozo; de día volaba convertido en halcón por el azul espacio y, en cuanto caía la noche, acudía a la ventana deMariushka y se transformaba en un agraciado joven.
Al cuarto día, las envidiosas hermanas de Mariushka se dieron cuenta y se quejaron de su hermana la menor al padre.
Mejor haríais, queridas hijas, en preocuparos de vosotras mismas fue la respuesta del buen hombre.
“Bien -resolvieron las hermanas-, ya veremos lo que pasa”.
Las malvadas hincaron en el marco de la ventana afiladas hojas de cuchillo y se ocultaron para observar lo que ocurría.
Llegó volando el halcón encantado, pero no pudo entrar en la habitación de Mariushka. Probó una y otra vez a penetrar por la ventana, pero no logró más que herirse el pecho con los cuchillos. Mariushka dormía profundamente y no oyó nada. El halcón dijo, descsperado:
- ¡Quien me necesite, me encontrará! Pero será difícil. Me encontrará cuando haya gastado tres pares de zapatos, se le hayan partido tres cayados, y se le desgarren tres gorros, todo ello de hierro.
Mariushka oyó aquellas palabras, saltó de la cama y miró por la ventana, pero no vio más que las manchas de sangre que había dejado allí el halcón. Lloró Mariushka amargas lágrimas, lavó con ellas la sangre y se hizo más bella todavía que antes.
Fue Mariushka a su padre y le dijo:
-No me riñas, padre, deja que me ponga en camino; si no muero, ya nos veremos, y si muero, será porque lo quiere así mi suertc.
El padre dejó con harto dolor de corazón que Mariushka se pusiera en camino.
Encargó Mariushka tres pares de zapatos, tres cayados y tres gonos, todo de hierro, y partió en busca de su amado Finist, el halcón encantado. Cruzaba campos y bosques y subía las montañas. Los pajarillos la alegraban con sus jubilosas canciones, los arroyuelos lavaban su blanca tez, y los oscuros bosques la acogían amorosos. Nadie tocaba a Mariushka. Todas las fieras -los lobos, los osos y los zorros acudían a ella. Gastó Mariushka los tres pares de zapatos, se le partieron los tres cayados y se le desgarraron los tres gorros.
Por fin llegó a un claro y vio en él una casita que giraba sobre patas de gallina. Dijo Mariushka:
-Casita, casita, vuélvete con tu puerta hacia mí y tu trasera hacia el bosque, para que pueda entrar y comer pan.
La casita volvió su puerta hacia Mariushka. Entró la joven y encontró allí a la bruja Yagá con los pies apoyados en los ángulos de la casa, los labios descansando en el vasar y la nariz pegada al techo.
Vio la bruja a Mariushka y se puso a alborotar:
-¡Fu, fu! ¡Huele a carne rusa! Dime, niña hermosa, ¿vas en busca del destino o huyes de él sin tino?
Voy, abuelita, en busca de Finist, el halcón encantado -respondió Mariushka.
-¡Oh, preciosa, tendrás que buscarle mucho tiempo! Tu halcón encantado se halla en el fin mismo del mundo. Una zarina hechicera le ha dado un bebedizo y lo ha hecho casarse con ella. Pero yo te ayudaré. Toma este platillo de plata y este huevo de oro. Cuando llegues al reino de la hechicera esa, entra a servir en palacio. Cuando termines tu trabajo, toma el platillo y deposita en él el huevo de oro, que comenzará a rodar solo. Si alguien quiere comprártelos, no los vendas. Pide que te dejen ver a Finist, el halcón encantado.
Mariushka dio las gracias a la bruja y prosiguió su camino. El bosque se puso súbitamente muy oscuro. Mariushka se asustó y gritó inmóvil, sin atreverse a dar un paso. Un gato salió a su encuentro, se le acercó de un salto y le dijo, runruneando:
- No temas, Mariushka, sigue adelante. Sentirás más miedo, pero no te detengas, camina sin volver atrás la cabeza.
El gato se restregó contra las piernas de Mariushka y se alejó. La moza siguió su camino. El bosque se puso todavía más oscuro. Mariushka caminaba y caminaba, gastó los zapatos de hierro, se le partió el cayado, se le desgarró el gorro y llegó a una casita sobre patas de gallina. En torno había una cerca con las estacas coronadas por calaveras en las que ardía fuego.
Mariushka dijo:
-Casita, casita, vuelve tu puerta hacia mí y tu fachada trasera hacia el bosque, para que pueda entrar y comer pan.
La casita volvió su puerta hacia Mariushka. La joven entró y vio allí a la bruja Yagá, con los pies apoyados en los ángulos de la habitación, los labios sobre el vasar y la nariz pegada al techo.
Vio la bruja Yagá a Mariushka y se puso a alborotar:
-¡Fu, fu! ¡Huele a carne rusa! Dime, niña hermosa, ¿vas en busca del destino o huyes de él sin tino?
-Voy, abuelita, en busca de Finist, el halcón encantado -respondió Mariushka.
-¿Estuviste en casa de mi hermana?
-Sí, abuelita.
-Bien, preciosa, te ayudaré. Toma este bastidor de plata y esta aguja de oro. La aguja bordará ella misma con oro y plata terciopelo carmesí. Si te la quieren comprar, no la vendas, pide que te dejen ver a Finist, el halcón encantado.
Mariushka dio las gracias a la bruja y se marchó. En el bosque se oían ruidos, truenos, silbos, y las calaveras lo iluminaban todo. Mariushka sintió miedo. Vio que un perro corría hacia ella.
-¡Guau, guau, Mariushka, no tengas miedo, querida, camina, y aunque tu espanto irá en aumento, no vuelvas la cabeza!
Dicho esto, el perro desapareció. Mariushka siguió caminando. El bosque se fue poniendo más y más oscuro, y las ramas la sujetaban de las piernas y de las mangas... Pero Mariushka seguía adelante sin volver la cabeza.
Por fin, gastó Mariushka los zapatos de hierro, se le partió el cayado y se le rompió el gorro. Llegó a un claro en el que había una casita sobre patas de gallina. Rodeaba la casita una cerca con las estacas coronadas por cráneos de caballo en los que ardía fuego.
Mariushka dijo:
- Casita, casita, vuelve tu puerta hacia mí y tu fachada trasera hacia el bosque.
La casita volvió su puerta hacia Mariushka. Entró la joven en la casa y vio que estaba allí una bruja con los pies apoyados en los ánguilos de la habitación, los labios sobre el vasar y la nariz pegada al techo. Era la bruja muy negra y de su boca asomaba un colmillo. Vio la bruja a Mariushka y se puso a alborotar.
-¡Fu, fu! ¡Huele a carne rusa! Dime, niña hermosa, ¿vas en busca del destino o huyes de él sin tino?
-Voy, abuelita, en busca de Finist, el halcón encantado.
-Te será difícil encontrarlo, preciosa, pero yo te ayudaré. Toma esta rueca de oro, que hila sola, pero no hilo sencillo, sino de oro también.
-Gracias, abuelita.
-Las gracias ya me las darás luego, y ahora escucha lo que tengo que decirte: si quieren comprarte la rueca, no la vendas; pide que te dejen ver a Finist, el halcón encantado.
Mariushka dio las gracias a la bruja y prosiguió su camino. El bosque rumoreaba, ululaba, se oyeron silbos, revolotearon las lechutas, los ratones salieron todos de sus nidos y se precipitaron hacia Mariushka. De pronto, la joven vio que corría hacia ella un lobo.
No te apures -le dijo el lobo-, monta encima de mí y no vuelvas la cabeza.
Montó Mariushka a lomos del lobo gris y en un abrir y cerrar de se perdió de vista. Delante se extendían anchurosas estepas, prados de raso, ríos de miel con orillas de jalea, y en el horizonte se alzaban unos montes que llegaban a las nubes. Mariushka galopaba sin cesar, montada en el lobo. Por fin vio un palacete de cristal. Los postes y la terracilla eran de madera tallada, las ventanas tenían molduras ni los marcos, y por una de ellas miraba la zarina.
-¡Ea, Mariushka -dijo el lobo-, apéate y pide trabajo a la zarina!
Mariushka se apeó, tomó su hatillo, dio las gracias al lobo y encainitió sus pasos hacia el palacete de cristal. Hizo una reverencia a la zarina y dijo:
Perdone que no sepa cómo se llama, ¿no necesitará usted una criada?
La zarina respondió:
-Hace tiempo que busco una criada que sepa hilar, tejer y bordar.
-Yo sé hacer todo eso -dijo Mariushka.
-Si es así, entra y ponte a trabajar.
Mariushka se puso a trabajar en el palacio. Todo el día andaba atareada, pero, al llegar la noche, tomaba el platillo de plata y el huevo de oro y decía:
-Rueda, rueda, huevo de oro por el platillo de plata y muéstrame a mi amado.
Rodaba el huevo de oro por el platillo de plata y aparecía en éste Finist, el halcón encantando. Mariushka lo miraba y gemía, llorando a lágrima viva:
-¡Finist, amado mío, Finist, mi halcón encantado!, ¿por qué me abando-naste, pobre de mí, dejándome sumida en llanto?
La zarina la oyó y le dijo:
-Véndeme, Mariushka, el Platillo de plata y el huevo de oro.
-No puedo venderlos -dijo Mariushka-. Pero puedo dártelo si me dejas ver a Finist, el halcón encantado.
La zarina lo pensó y dijo:
-Está bien, sea. Esta noche, cuando Finist duerma, te dejaré verlo.
Llegó la noche. Mariushka entró en el dormitorio de Finist, el halcón encantado, y vio que su amigo del alma dormía como si estuviera muerto. Mariushka no le quitaba ojo, besaba sus labios de miel y lo apretaba a su pecho de alabastro, pero Finist no despertaba. Llegó la mañana sin que Mariushka hubiera conseguido despertar a su amado...
Mariushka estuvo trabajando todo el día, pero al llegar la noche tomó el bastidor de plata y la aguja de oro y se puso a bordar, repitiendo de vez en cuando:
Borda, borda, agujita de oro, bellos bordados para Finist, el halcón encantado, para la toalla con que se seque por las mañanas.
La zarina oyó lo que Mariushka decía y propuso a la joven:
-Véndeme, Mariushka, el bastidor de plata y la agujita de oro.
-No te los venderé -respondió Mariushka-, pero te los daré si me dejas que vea a Finist, el halcón encantado.
La zarina lo pensó y dijo:
-Bien, sea. Ven esta noche.
Llegó la noche. Entró Mariushka en el dormitorio de Finist, el halcón encantado, y lo encontró durmiendo como un muerto.
-¡Finist, mi halcón encantado, levántate, despierta! Finist dormía tan profundamente, que Mariushka no logró despertarlo. A la mañana siguiente Mariushka se dedicó a su trabajo y al llegar la noche tomó en sus manos la rueca de oro. La zarina lo vio y le dijo:
- Véndemela.
- No la vendo, pero te la puedo dar si me dejas pasar una hora con Finist, el halcón encantado.
- Está bien -accedió la zarina, y pensó: “De todos modos, no podrás despertarlo”.
Llegó la noche. Entró Mariushka en el dormitorio de Finist, el halcón encantado, y lo encontró durmiendo como un muerto.
-¡Finist, mi halcón encantado, levanta, despierta!
Finist no se despertaba.
Por más que se esforzó Mariushka, no pudo arrancarlo de su sueño.
El amanecer se avecinaba. Mariushka se echó a llorar.
¡Amado mío, Finist, mi halcón encantado, levántate, despierta, mira a tu Mariushka y estréchala contra tu corazón!
Una lágrima cayó de los ojos de Mariushka al hombro de Finist, el halcón encantado, y le quemó. Finist abrió los ojos, miró entorno, vio a Mariushka y la abrazó.
-¿Eres tú, Mariushka? ¿Has gastado tres pares de zapatos de hierro, se te han partido tres cayados y desgarrado tres gorros? ¿Me has encontrado? Ahora mismo volvemos a nuestra tierra.
Se disponían ya a marcharse, cuando la zarina les vio y ordenó a los heraldos que tocaran sus clarines y anunciaran que su marido le había hecho traición.
Se reunieron los príncipes y los mercaderes para resolver qué castigo debía imponerse a Finist, el halcón encantado.
Pero Finist dijo:
-¿Quién, a vuestro parecer, es la verdadera esposa, la que ama con todo su corazón o la que vende y traiciona a su marido?
Todos convinieron en que la verdadera esposa de Finist, el halcón encantado, era Mariushka.
En fin, volvieron Mariushka y Finist a su tierra y dieron un banquete para todos los que quisieron asistir. Sonaban las trompetas, disparaban salvas los cañones, y la fiesta fue tan sonada, que hasta hoy día se recuerda.

 062. Anónimo (rusia)

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